Omar Esparza, 15 de abril del 2013.
Los que mueren por
la vida no pueden llamarse muertos.
Alí Primera
Alí Primera
El 27 de abril se cumplen tres años del vil
asesinato de Bety Cariño, la Pitaya Roja,
y Jyri Jaakkola de origen finlandés, a manos de la Unidad de Bienestar Social
para la Región Triqui (UBISORT), cuando se dirigían en la caravana humanitaria
y de observación para conocer la realidad en la que se encontraban los
habitantes de San Juan Copala, comunidad sitiada desde cinco meses antes por la
UBISORT.
Bety y Jyri nos enseñaron con su
ejemplo un nuevo modelo de solidaridad internacional al ofrendar su vida por la
vida e iniciar la construcción de un camino de paz, sueño truncado de quienes
durante décadas han sido sacrificados por los intereses de los grupos de poder,
la clase política y los gobiernos: me refiero al pueblo Triqui.
Bety, originaria de Chila de las
Flores, Puebla, ha significado –para quienes caminamos a su lado–, el ejemplo
inquebrantable de una mujer revolucionaria actual; el signo más vivo de
solidaridad y entrega por los marginados; el amor a su pueblo, a donde siempre
volvió. Después de terminar su licenciatura en educación, en comunidades del
distrito de Huajuapan de León Oaxaca, ofreció un sinfín de iniciativas y
propuestas con la comunidad, ante la privatización de la vida, la
criminalización de los migrantes mixtecos, el racismo y el desprecio contra los
indígenas de la región. Impulsó el proceso de autonomía económica a partir de
modelos de economía solidaria, sin olvidar los trabajos de formación dirigidos
a jóvenes, trabajo poco reconocido pero fundamental en la construcción de la
conciencia. También influyó en la capacitación de las comunicadoras de la Radio
“La voz que rompe el silencio”, Teresa
y Felictas, también asesinadas en San Juan Copala, el 8 de marzo de 2008. Bety
fue, sin duda, una mujer preocupada por los pueblos, donde entregó su vida como
defensora de los derechos humanos. Bety, quien estuvo también presente en todos
los llamados del movimiento zapatista, fue directora del Centro de Apoyo
Comunitario Trabajando Unidos (CACTUS), organización mixteca, de la cual era,
además, fundadora y en la que construyó una parte importante de sus
inspiraciones.
Su fuerte liderazgo y su compromiso la
llevaron a ser parte de varios procesos a nivel nacional-internacional, muchos
de ellos poco conocidos, como el Centro de Estudios Ecuménicos, en comunidades
de la montaña alta de Guerrero, donde Bety participó a través de las Redes de
Salud Alternativa. Formó parte del Comité Mesoamericano de los Pueblos, en
donde fue clave para la articulación de la Alianza Mexicana por la
Autodeterminación de los Pueblos, referente mexicano del Foro Mesoamericano que
nació como respuesta ante el Plan Puebla-Panamá y los megaproyectos promovidos
por capital trasnacional. Asimismo, articuló, de manera conjunta con otras
organizaciones, la Red Mexicana Contra la Minería (REMALC), el Movimiento
Agrario Indígena Zapatista, la Red de Radios Indígenas y comunitarias del
Sureste Mexicano.
El olvido es la apuesta de los
perpetradores de estas heridas que no sanan. Están presentes y vivas en la
memoria de la gente: su partida violenta, el hecho de que no se les ha hecho
justicia, mientras los asesinos pasean delante de nuestra propia cara. Esta
impunidad es garantizada por el gobierno federal y el de Oaxaca, una especie de
política de estado, es decir, mensaje transmitido con la finalidad de
quebrantar la voluntad de quienes buscan la construcción de la justicia y
abandonar nuestros objetivos, como hacer frente a esta guerra contra los
pueblos indígenas y el despojo de sus territorios.
Por ello, Bety Cariño y Jyri Jaakkola están
presentes, vivos en nuestro día a día. Para quienes tuvimos la oportunidad de
conocerla, en las movilizaciones, en la charlas, en la vida cotidiana, en su
papel de madre que enseñó a sus dos hijos el amor a su pueblo y el desapego a
los bienes materiales, Bety es bandera de nuestra lucha, ejemplo de amor vivo y
fraterno a un pueblo que sigue siendo sacrificado. Hoy, al cumplirse tres años
de su asesinato, la mejor manera de recordarla, para nosotros, es la
movilización, la rebeldía y la voluntad, de cada uno y una de ustedes, para
cambiar el destino que nos han querido imponer.
Bety vive porque “los que mueren por la vida no
pueden llamarse muertos...”
Comentarios