Escrito por Laura Castellanos. Fotos Luis
Cortés
Martes, 26 Febrero 2013
Los jóvenes anarquistas mexicanos han ganado presencia en los últimos
años. Ellos, como los okupas de Wall Street y los indignados españoles,
confrontan al sistema de dominación. Los más radicales atacan, incluso con
bombas de fabricación casera, las edificaciones simbólicas del neoliberalismo.
Esta crónica es un viaje al universo de un movimiento contestatario que tiene
presencia en casi todos los estados del país
La madrugada del 27 de junio
de 2012 echaba su manto clandestino sobre la figura de Mario López, un joven
que caminaba por una silenciosa calle del sur de la Ciudad de México.
Transportaba dos artefactos explosivos en su mochila. Sólo media hora había
demorado en elaborarlos con un reloj temporizador. Los hizo con artículos que
no le costaron más de 300 pesos, adquiridos en una tlapalería. Uno explotaría
en las instalaciones del Partido de la Revolución Democrática (PRD), el otro
detonaría en una de las oficinas del Instituto Federal Electoral (IFE). Así
protestaría contra las elecciones presidenciales, “un circo”, a realizarse en cinco días. Las bombas estallarían una
hora después de su instalación para no causar daños a civiles.
Al llegar a la esquina de
Londres y Vicente Guerrero, a cuatro cuadras del centro de Coyoacán, uno de los
artefactos explotó inesperadamente en su mochila. Un destello de luz acompañado
de un zumbido resplandeció a su espalda. Pensó que era un auto. El impacto de
la detonación lo lanzó al piso, lo dejó inconsciente. La descarga le voló un
pedazo del muslo derecho, lesionó su antebrazo, incendió su pantalón, la
sudadera. “Me paré, me quité la sudadera,
intenté correr y me caí”, dice. La pierna herida no le respondió. Quedó
tirado en el piso.
Lo llevaron al hospital Rubén
Leñero. Y luego al Reclusorio Sur. En los interrogatorios le preguntaron si le
habían pagado para boicotear las elecciones. “No”, dijo. “Soy anarquista
individual”. Su reivindicación política tuvo consecuencias. Mario asegura
que la Policía de Investigación del Gobierno del Distrito Federal (GDF) lo
torturó físicamente, pero no quiere hablar del asunto. “Quiero dejarlo así”.
Tripa, como le llaman sus amigos,
pertenece a una generación de jóvenes anarquistas de clases
populares, la mayoría de hogares marcados por la pobreza, muchos de los cuales
dejaron de estudiar para trabajar o porque se inconformaron con el sistema
educativo. Ellos buscan derrumbar “el
sistema de dominación” a través de ataques incendiarios contra
instalaciones simbólicas del neoliberalismo: edificaciones políticas, cajeros
automáticos bancarios, restaurantes de comida rápida, mega proyectos en
construcción, automotrices, tiendas departamentales…
Esta generación ha estado
presente en protestas ocurridas en Grecia, Italia, Chile, España y México,
entre otros países. En pocos años, el fenómeno ha transitado de pequeñas
acciones hacia un proceso ascendente de violencia y selectividad de
objetivos.
En México primero apareció la
expresión eco-anarquista en 2007, influenciada por activistas ingleses que
hacen pintas, selladura de candados de carnicerías y peleterías, liberación de
animales de criaderos o tiendas de mascotas en protesta por la explotación
animal para consumo humano y contra la destrucción de la naturaleza. Un año
después iniciaron los sabotajes con bombas molotov a cajeros automáticos
bancarios y a restaurantes de comida rápida. A partir de 2009 repuntaron las
células de carácter insurreccional que con sus sabotajes incendiarios buscan
contagiar a otros, o incluso, detonar una insurrección popular. A partir
de 2010 algunas células más radicales han enviado más de una docena de paquetes
bomba a objetivos políticos, económicos o científicos que en su opinión son
responsables del sometimiento humano o la devastación de la naturaleza.
La corriente
insurreccionalista ahora gana presencia. En una entrevista cibernética con uno
de los teóricos de la Tendencia Informal Anarquista (ITA), afirma que
ésta se creó en 2010 y ha actuado en Ciudad de México, Chihuahua, Estado de
México, Guanajuato, Morelos, Hidalgo, Baja California, Querétaro, Sonora, San
Luis Potosí, Jalisco, Oaxaca, Veracruz y Michoacán, sin que haya un cambio de
planes de ataque a partir de la toma de posesión de Enrique Peña Nieto. En su
mensaje, en el que con un estilo contestatario usan la “x” en lugar de la “@”,
escribió: “No existe una estrategia de
lucha contra Peña y el GDF, para nosotrxs la conflictividad permanente es parte
de nuestra cotidianidad y se manifiesta en el ataque consecuente contra todas
las instancias de poder y el sabotaje constante al sistema de dominación, sin
importarnos si el rostro que representa al poder es Peña, Mancera, López
Obrador o quien sea”.
Gabriel Regino, criminólogo y
ex subsecretario de Seguridad Pública del Gobierno del Distrito Federal,
considera que el crecimiento de esta vertiente anarquista coincide con la punta
de la cresta de la crisis del capitalismo. En su opinión, no se trata de vandalismo
ni terrorismo: “son conductas
contestatarias que llegan en ocasiones a cometer violaciones a la ley penal”.
Y pronostica: “larga vida a esta
expresión, sí, todavía le queda tiempo, desafortunadamente”.
EL MOVIMIENTO CRECE
Seis meses después de la explosión que provocó una cirugía
reconstructiva en parte de su muslo derecho, Mario López salió del Reclusorio
Sur. La madrugada del 29 de diciembre de 2012, el anarquista de 27 años,
acusado de ataques a la paz pública y
daños en propiedad, cruzó la puerta del penal con un semblante ojeroso y su
cuerpo de huesos largos 10 kilos más enflaquecido. Las cicatrices en el brazo y
la pierna derecha aún duelen. Un grupo de familiares y amigos lo
recibió. Tripa no se arrepiente de su intento de ataque a
instalaciones políticas previo a las elecciones presidenciales. Al contrario,
el militante encarna la tozudez anarquista legendaria: aunque uno de los
artefactos le estalló en el cuerpo no se arrepiente. Lo torturaron y no se
arrepiente. Vivió la pesadilla carcelaria por seis meses y no se arrepiente.
Pudo ser condenado a 30 años de encierro y no se arrepiente.
Sin embargo, hay algo que no
perdona: “De lo único que me arrepiento
es de no haber hecho bien el artefacto, de ahí en fuera no hay nada de lo que
tenga que arrepentirme, absolutamente nada”.
Eso me lo dijo cuando lo vi,
tres semanas después de su excarcelación, en los alrededores del penal. Debe ir
a firmar una vez a la semana mientras siga su proceso. Fue de negro: jeans,
camiseta, chamarra de algodón con capucha, tenis oscuros. Hace medio año era un
anarquista de acción clandestina. Ahora, como se dice en el argot subversivo,
está “quemado”, pues su proceso penal
lo expuso de forma pública. También era vegano. No comía ningún producto de
origen animal porque está en contra de la explotación animal desmedida en el
sistema capitalista. Ahora lo encuentro en un puesto de comida callejera,
enfilándose un taco al pastor. El menú carcelario lo hizo dejar su dieta.
—¿Sigues siendo anarquista?— le
pregunto cuando termina de comer.
—Soy anarquista —se pone serio—, y
asumo mi responsabilidad individual.
El carpintero crecido en
Nezahualcóyotl, Estado de México, es parte del amplio movimiento anarquista que
en sus variantes violentas y de resistencia pacífica estremece hoy a Occidente.
David Graeber, uno de los intelectuales anarquistas más conocidos, el ideólogo
de Occupy Wall Street en Washington, dice que el anarquismo es el movimiento
revolucionario del Siglo XXI. El espíritu trasgresor antineoliberal, no
jerárquico, autogestivo y ecológico de este pensamiento mueve a ciber
hackeadores deAnonymous, indignados de España, okupas de Wall Street,
altermundistas, activistas zapatistas, punks, artistas contestatarios,
animalistas, grupos con procesos autonómicos…
De idéntica manera mueve a la
expresión insurreccional y ecosaboteadora a la que pertenece el recién
liberado. Jorge Lofredo, especialista en guerrilla mexicana del Centro de
Estudios de los Movimientos Armados (CEDEMA), piensa que el anarquismo prende
donde crece la tensión social y la protesta. México, en tal caso, es terreno
abonado: “El anarquismo es la fuerza
social que más ha crecido y que mayor juventud concentra en México”,
escribe en un mensaje vía internet desde Buenos Aires. En su opinión, se ha
convertido en “un enemigo interno de
‘moda’”.
En el país la manifestación
clandestina se expandió de forma refractaria en los últimos seis años
haciéndose patente en por lo menos 14 estados. En cambio, el activismo
organizado y público tiene menor presencia. Es más visible en el Valle de
México, donde se han identificado alrededor de 30 colectivos que realizan
trabajo diverso. No obstante, para el GDF el anarquismo sin distinciones es
motivo de alerta. El exjefe de Gobierno Marcelo Ebrard responsabilizó a los
colectivos Cruz Negra, Bloque Negro y a la Alianza Anarquista Revolucionaria de
los destrozos cometidos durante las protestas por la toma de posesión de Peña
Nieto, el primero de diciembre de 2012. En conferencia de prensa estos grupos
negaron las acusaciones y denunciaron persecución.
El entrante jefe de
gobierno Miguel Ángel Mancera no ha hecho declaraciones sobre el
asunto. Y al cierre de esta edición, la Procuraduría General de Justicia del
Distrito Federal (PGJDF) no había respondido a mi solicitud de entrevista con
algún funcionario.
EL DÍA DE LAS REVUELTAS
La tarde decembrina fenece, refresca. Vegladen camina con el
cuerpo crispado entre la muchedumbre que a los pies de las escalinatas de la
Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF) exige la liberación de 27
personas durante los desmanes del primero de diciembre. El joven de 26 años
lleva oculta la cresta de su cabello con la capucha de su chamarra negra.
Guantes del mismo color cubren los tatuajes en sus manos. No quiere mostrar su
identidad anarquista, lo considera riesgoso. La gente lo ve con cierto recelo.
Pasa al lado de familias
desconsoladas. Lo miran de lejos sus rivales históricos: jóvenes comunistas que
ondean banderas con la hoz y el martillo. Ninguna “A” encerrada en un círculo, símbolo antiguo del anarquismo, asoma
en la manifestación. A sus militantes se los tragó el asfalto después de que
Ebrard los señaló como responsables de la “barbarie”
de Avenida Juárez nunca antes ocurrida en marcha alguna: cristalazos en
comercios, restaurantes y oficinas públicas, saqueo de aparadores, daños y
pintas en el recién remodelado Hemiciclo a Juárez. Las lentes de los medios de comunicación
capturaron a jóvenes con el rostro cubierto rompiendo y saqueando a su paso. La
“A” anarquista quedó en fachadas y
monumentos. Los empresarios estimaron los daños en 25 millones de pesos.
Vegladen llega al
micrófono. Sin descubrirse la capucha echa la voz: “¡Yo soy anarquista y ningún anarquista estuvo en los hechos del
primero de diciembre!”. Sileeencio. Lleva doblada la hoja de papel bond que
usó en la marcha como pancarta. Pasó desapercibida por pequeña. En ella
escribió con plumón negro: “Soy
anarquista y nunca he alterado la paz”.
Aceptó darme una entrevista
pero desde el anonimato. Nos vemos un sábado en las inmediaciones del Tianguis
del Chopo, la isla indiscutible de las tribus urbanas en la capital: anarcos, punks, skin heads, skatos, darketos. Ese entorno le parece seguro. Ahora sí luce la cresta.
Viste de negro. Como es vegano radical, lo cual da sentido a su
mote, Vegladen, no usa nada de cuero animal. Calza unas botas con diseño
de piel de cebra elaboradas con vinil biodegradable.
Es hijo de un policía. En la
adolescencia huyó de su casa por el maltrato paterno. Entró a trabajar en
cocinas industriales mientras se costeaba sus estudios. Comenzó a leer sobre
anarquismo, ingresó a un colectivo editorial y dejó de estudiar. Se apasionó
por la cocina y con el tiempo montó en su casa un negocio de comida vegana que
vende a domicilio.
Me contó que esa tarde tomó la
palabra durante la manifestación para deslindar a su movimiento de las
tropelías que le adjudican. Fue a la marcha del primero de diciembre que partió
del Monumento a la Revolución al Congreso de la Unión, en donde un operativo
espectacular con cercas metálicas y policías federales resguardaba la toma de
protesta presidencial. Lo acompañó su novia y su suegro. Desde un puente
peatonal observó a un grupo de civiles encapuchados, otros con paliacates o
sombreros, recibir órdenes federales. Llevaban cadenas y llaves stilson. Los
vio mover cajas con tornillos, garrotes, varillas (El gobierno federal dijo
después que eran los montadores de las vallas. Fotos de prensa mostrarían a
algunos de ellos participando en los destrozos).
También miró que cuando la
marcha se aproximó a la barrera de metal, devino la confrontación: jóvenes
lanzaban bombas molotov y piedras contra el muro infranqueable y los policías,
cubiertos por éste, respondían con lanza proyectiles de bombas de gas. Humo y
tronidos brotaron en ambos lados. La violencia subió. Jóvenes tomaron un camión
blanco y lo estrellaron contra la pared de contención.
El vegano le pidió a su suegro
que regresara a su casa. Dejó a la novia en el puente, descendió al terreno de
guerra urbana y atestiguó que un joven recibió un impacto en una pierna,
dejándole una herida. Enojado, se acercó a las vallas y a través de las
mirillas hizo reclamos airados a los policías: “¡Por qué reprimen al pueblo en vez de protegerlo!”. Un impacto
seco golpeó su pecho. Dio unos pasos atrás, el aire se le hizo nudo, cayó al
suelo. Brazos intentaron subirlo a una ambulancia pero él se negó, buscó
reponerse. Miró cuando al estudiante Uriel Sandoval lo trasladaban
desfallecido, el ojo despedazado. Ya no vio al activista dramaturgo Juan
Francisco Kuykendall caer por otro impacto de proyectil en la cabeza, con la
masa encefálica expuesta.
El anarco-vegano se incorporó
furioso, adolorido. Fue en busca de su novia. Comenzaron a caminar alrededor de
la cerca que rodeaba las instalaciones del Congreso para intentar colarse a la
sede. Así, dice él, confrontaría personalmente al nuevo presidente: sobre la
operación represiva de seguridad, su triunfo cuestionado, la violencia en
Atenco, los feminicidios y la homofobia en el estado que gobernó. “Quería que me contestara preguntas
concretas”. Se tardó hora y media en hacer el rodeo a paso veloz. Cansado,
frustrado, con una magulladura intocable en el pecho, regresó al punto de la
protesta, pero ya no encontró a nadie.
Más tarde él y su novia
alcanzaron la parte de la marcha que desembocó en la Alameda Central. Sólo
miraron la escena de caos. Le llamó la atención que estuviera dañado el
Hemiciclo a Juárez, un símbolo republicano que ningún anarquista medianamente
informado hubiera atacado. Observó que además de las pintas color rojo
contestatario hubiera otras de la “A”
en color azul marino. Ese tono lo remitió al vínculo paterno. “Esos spray los usan los policías para
cubrir raspones en cascos o patrullas”, me dice. También se sorprendió con
una pinta azul que decía “Viva san Marx”,
jamás el santo de devoción de los anarquistas.
¿Su tesis?: hubo policías y
porros vestidos de civil que detonaron la violencia. Pero también hubo jóvenes
radicales con diverso grado y origen militante, gente iracunda variopinta y
vándalos espontáneos. “Todo se mezcló,
nada más faltaba quién encendiera la mecha”, dice el anarquista. Para el GDF,
la caja de cerillos sólo estuvo en manos anarquistas.
REPLIEGUE ENTRE SOMBRAS
El sol dibuja las dos sombras en el pavimento del parque: la de él es
grande, compacta la de ella. Sus siluetas no proyectan la inquietud contenida
en sus cuerpos. Lucen como cualquier universitario capitalino. Di con un
militante de Cruz Negra, uno de los tres colectivos señalados por el GDF como
responsables de los disturbios de inicio de sexenio. Él aceptó charlar a
condición de que yo no revelara su identidad. Lo acompañó una anarquista
independiente. Se sentaron en la banca.
No fue fácil conseguir la
entrevista. Tras los señalamientos de diciembre el movimiento amplio anarquista
del Valle de México se replegó. Si uno no conoce sus laberintos, es difícil que
acepten hablar. También lo es porque su naturaleza no es “prota”, protagónica, reivindica el anonimato y desconfía de
aquellos que no son sus afines. Las circunstancias complicaban aún más el
encuentro. Pero aceptaron hablar.
El activista rechazó las
acusaciones: “Cruz Negra no convocó ni
participó no sólo en la manifestación del primero de diciembre sino en ninguna
de las que se han venido realizando en contra del fraude y la imposición”.
Explicó que ésta pertenece a una red mundial de colectivos contra el sistema carcelario
por considerarlo el símbolo mayor de descomposición del neoliberalismo. Y
que su trabajo es abierto: “Nos
solidarizamos con los presos, los visitamos, difundimos su situación, les
escribimos cartas”.
Denunció a su vez la
manipulación cibernética en contra de Cruz Negra: a una convocatoria que
circularon por la red para reunir fondos para Tripa, manos extrañas le añadieron la invitación “a un taller para hacer bombas molotov”.
Después manos desconocidas crearon en Facebook la página de la “Unión de Fuerzas Socialistas y
Revolucionarias” que a nombre de los tres colectivos señalados convocó a
una manifestación contra el Teletón de Televisa utilizando un estandarte de la
Virgen de Guadalupe. ¿Socialistas y anarquistas unidos por la Guadalupana? Un
disparate.
La joven intervino. Reivindicó
el trabajo que en el Valle de México hacen por mujeres, estudiantes, la
ecología y la organización barrial. Los núcleos están conformados por un
estimado de 15 a 30 integrantes con edades promedio de 25 años. Los mueven los
ejes básicos de su pensamiento: no tienen jerarquías, promueven la autogestión
popular, no tienen vínculos con partidos políticos ni instituciones, no reciben
fondos de ningún tipo, el trabajo es voluntario y en contra de cualquier forma
de explotación y discriminación. “Pero
ahora todos están replegados porque van contra nosotros”, expuso.
Días después Cruz Negra,
Bloque Negro y la Alianza Anarquista Revolucionaria (aglutina a 8 colectivos)
dieron una conferencia de prensa en la que exigieron el cese de los ataques y
denunciaron que había órdenes de aprehensión en vilo. A fines de diciembre se
reunieron en asamblea y decidieron no dar más declaraciones. Se hicieron, como
se dice, ojo de hormiga. Ya no se dejaron contactar en enero. Ni febrero.
LA EMERGENCIA ANARQUISTA
Lofredo observa que hay una criminalización del anarquismo en México a
raíz de los disturbios. No lo considera nuevo ni local. Desde los orígenes de
la ideología en el siglo XIX a su militancia siempre se le ha criminalizado “por dictaduras, regímenes más liberales,
más autoritarios o totalitarios”.
El anarquismo busca romper
cualquier sistema de dominación: del Estado, entre humanos, contra la mujer y
contra la naturaleza. Uno de sus teóricos clásicos, Errico Malatesta, planteó
que su objetivo es crear una sociedad fraterna, sin discriminaciones ni
jerarquías. El pensamiento tiene presencia en México desde 1861 y sus figuras
más célebres son los hermanos Flores Magón y militantes magonistas de
la Revolución Mexicana. En el siglo XX la ideología estuvo presente en
pequeños grupos campesinos, obreros e intelectuales del país. Pero a partir de
la irrupción de Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que impulsó
redes de resistencia pacífica contra el neoliberalismo, incluyentes y
descentralizadas, el anarquismo recibió una bocanada que marcó a una generación
en Occidente.
Nació así el movimiento
altermundista, llamado por sus detractores despectivamente como “globalifóbico”, que estremeció a
Occidente con sus protestas durante las cumbres entre países ricos y las
instituciones económicas mundiales más poderosas. Pero en 2001 éste recibió dos
golpes: los zapatistas se replegaron tras el rechazo legislativo de los
Acuerdos de San Andrés Larráinzar, y en la Cumbre del G8 en Génova se reprimió
a más de 150 mil activistas con el saldo de un muerto. Sobrevino la
desarticulación. Hasta 2011 el altermundismo tomaría un segundo aire a través
del movimiento de los indignados europeos y luego de los okupas
estadounidenses. En el periodo intermedio, en Europa poco a poco se hizo cada
vez más visible la expresión inspirada en anarquistas radicales de fines del
siglo XIX y principios del XX que recurre a los sabotajes como táctica de lucha
para destruir al Estado.
En México, mientras tanto, el
repliegue zapatista; la detención y tortura de anarquistas mexicanos en la
Cumbre de América Latina, el Caribe y la Unión Europea en Guadalajara en 2004;
el aplastamiento de la guerra urbana encabezada por la Asamblea Popular de los
Pueblos de Oaxaca (APPO) en 2006; el ataque policiaco contra pobladores y
activistas de San Salvador Atenco en 2006; así como la denuncia izquierdista de
fraude electoral de ese mismo año, codificaron —según la interpretación de los
anarquistas— un mensaje desde el Estado: el cambio no es posible por la vía
política ni electoral. A partir de 2007 brincó en la escena la nueva generación
de anarquistas radicales mexicanos que a través de internet se unió a la
retícula de lucha que ya despuntaba en Europa, Estados Unidos y Chile.
ABOGADA EN EL INFIERNO
La noche del primero de diciembre Lizbeth Lugo llegó al Ministerio
Público enfundada en una chamarra con la “A”
ácrata, jeans negros, botas negras, el cabello colorado y los labios rojo
encendido. Canceló su ida a un concierto punk y se trasladó a las instalaciones
ministeriales para saber si entre los 106 detenidos había algún anarquista. Al
juez le presentó su cédula de licenciada en Derecho por la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM). El hombre miró a la muchacha de 28 años de cara
redonda, piel blanca, lentes de armazón ancha, actitud aguerrida. “¡Pero si usted es de los mismos!”, le
espetó.
Esa noche, en las
instalaciones ministeriales, Lizbeth se integró a la naciente Liga de Abogados
Primero de Diciembre, conformada por 12 litigantes solidarios con las personas
que denunciaban aprehensiones arbitrarias. “¿Hay
anarquistas?”, preguntó. No había. Ella pertenece a la generación que
responde a la nueva realidad anarquista. Es cofundadora del Grupo de Abogadas
en Solidaridad con los Presos Anarquistas (GASPA). El primero de su tipo que
reivindica la ideología y la defensa pública de sus militantes, hubieran o no
actuado en la clandestinidad. Es la defensora de Tripa, sólo un año mayor que él.
Cualquiera diría que la
abogada punk se metió de abogada del diablo, pero ella es contundente: “Si los violadores, los genocidas, los
asesinos seriales, tienen derecho a una defensa, ¿por qué una persona que lucha
con una convicción no tiene ese derecho?”. ¿Una abogada anarquista? Me
suena contradictorio. No para ella: “Si
bien los anarquistas no creemos en las leyes del Estado también creemos que no
se puede dejar en la indefensión a un compañero que está en manos del Estado”.
Lizbeth guarda su indumentaria
radical para los fines de semana. Cuando la conocí vestía casual: jeans azules,
blusa blanca, chaqueta café. Y calzaba unas zapatillas rojas de tacón alto
dignas de un buen danzón. Así anda en el transporte público. Piensa que vestida
como anarquista no podría hacerse respetar en el sistema judicial. Es
defensora del Centro de Derechos Humanos Zeferino Ladrillero del Estado de
México. No cobra por su servicio. Tampoco le cobra a Tripa. Como parte de la Liga de Abogados tomó además el caso de
Roberto Fabián, un indigente alcohólico al que, caído de borracho, se le detuvo
en la avenida 5 de mayo ese primero de diciembre. La solidaridad militante no
se cobra, dice. Sus gastos los saca de sus litigios particulares: pensiones
alimenticias, divorcios, delitos del fuero común.
GASPA se creó luego de la
aprehensión de Mario López en julio de 2012. Está integrado por la joven y…
Alma Melgarito. Sí, sólo dos veinteañeras. Eran tres, pero la tercera desertó.
Lizbeth afirma que a partir de la defensa de Tripa ha recibido amenazas en los juzgados e intimidaciones en
su domicilio.
La activista no participa en
actos de sabotaje, pero no los reprueba, como tampoco lo hace la mayoría de la
militancia abierta del movimiento. “Como
anarquistas consideramos que cualquier forma de lucha contra el Estado es
válida”, externa. Tiene claros sus riesgos, pero dice que no cejará en la
defensa legal de la militancia. Y advierte: “Si
el Estado realiza un acto de desaparición o ejecución en mi contra ¿qué quedará?
Un caminito de compañeros que actuarán en consecuencia”.
GASPA ya tuvo su primer logro.
Tras la modificación a la tipificación del delito de ataques a la paz pública, se liberó a los últimos 27 encarcelados
por las revueltas de diciembre. El grupo salió en libertad provisional bajo
fianza el 28 de diciembre. Tripa lo
hizo un día después.
LA INCERTIDUMBRE
Volví a ver a Mario López una tarde de febrero para realizar una segunda
entrevista. Lucía más repuesto. Intenta retomar su dieta vegana. Está a la
espera de que su proceso legal termine. Ahora debe reunir 70 mil pesos para
poder pagar el préstamo que tomó para salir bajo fianza. Desconoce si hay una
orden federal de aprehensión en su contra. La noche del sabotaje fallido, otro
explosivo detonó en un cajero automático de la Comisión Federal de Electricidad
(CFE), una acción reivindicada por un Frente de Liberación de
Tenochtitlán. Tripa dice
que él no tuvo nada que ver.
—¿Qué viene para ti?— le
pregunto al despedirnos.
—¡Ay! —suspira—, primero terminar con este proceso. Yo no
puedo dejar mi vida, mi militancia. Yo no sobrevaloro el ir a poner una bomba
sobre el hecho de abrir una editorial y sacar un montón de libros. El
anarquismo es tan amplio, y uno hace lo necesario para contribuir con el
proceso.
—¿Tienes esperanza?
—Soy escéptico en ese tipo de cosas.
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