El
capitalismo es una mafia peligrosa disfrazada de legal
Los
“negocios sucios” pasaron a ser la fuerza principal que dinamiza
al sistema capitalista
No
hay capitalismo “bueno”
Marcelo
Colussi:
Fuente:
América Latina en movimiento:
13 de
febrero de 2020.
El capitalismo, como sistema socio-económico y político, se basa
en la explotación del trabajo de las grandes mayorías. Nació con las manos
manchadas de sangre (la única manera de generar riqueza es con el trabajo… de
los otros), y sigue ese mismo camino. En realidad, no puede seguir otro
derrotero: no hay capitalismo “bueno”.
El Estado benefactor, los planteos socialdemócratas, son posibles solo en
algunos escasos lugares (Europa Occidental, por ejemplo, y en particular los
países nórdicos); pero ellos presuponen una gran acumulación de riqueza posible
de “chorrearse” hacia abajo, la cual
se consigue solo con la superexplotación de alguien (para el caso, el Tercer
Mundo, África, Latinoamérica, zonas de Asia). El capitalismo lleva en sus
entrañas la explotación del trabajador; esa es su esencia.
Durante años, sin
embargo, se entronizó el “trabajo duro”
como vía para la generación de riqueza, como el símbolo por antonomasia del
capitalismo. Los primeros cuáqueros que, procedentes de Gran Bretaña,
desembarcaron en las colonias norteamericanas, con su esfuerzo (y matando
indígenas) construyeron la principal potencia capitalista. En tal sentido, el
trabajo fecundo y el ahorro fueron los baluartes del orden capitalista. Pero
actualmente eso cambió. Hoy día los “negocios
sucios” pasaron a ser la fuerza principal que dinamiza al sistema capitalista en su
conjunto.
La especulación
financiera, el negocio de las armas (principal industria a nivel global), el
tráfico de drogas ilícitas, el lavado de capitales “negros”, el crimen organizado en su conjunto, la guerra, no son
una nota marginal en el capitalismo actual: ¡son su esencia, su savia vital, su
núcleo fundamental! El capitalismo ha pasado a ser, lisa y llanamente, una
mafia, un orden delincuencial debidamente legalizado. La corrupción sistemática
ya no es una enfermedad del sistema, un cuerpo extraño que lo ataca: es su
dinámica cotidiana, lo que constituye y define su forma actual.
El capitalismo
contemporáneo, manejado por megacapitales de alcance planetario, se asemeja más
a una estructura mafiosa, corrupta y delincuencial que al espíritu empresarial
que lo puso en marcha hace ya algunos siglos. La “aventura” de invertir y buscar hacer prosperar el negocio,
sabiendo que ello puede suceder pero que no está asegurado de antemano -el
riesgo ocupaba un lugar- se cambió hoy día por un esquema donde la ganancia
fácil es la norma. Para ello, este nuevo diseño corrupto se asegura su “éxito” con prácticas más de orden
criminal que empresarial. La ganancia se garantiza al precio que sea, y si es
por medio de la fuerza bruta, no importa: el fin justifica los medios. La
proclamada “libre competencia” (la “mano invisible” del mercado) quedó en
la historia. El mundo pasó a ser el campo de acción de bandas delincuenciales…
¡legales!, con poderes omnímodos que se dan el lujo de hablar de democracia y libertad.
Como ejemplo: en los
últimos 35 años el negocio de las drogas ilícitas dentro del territorio
estadounidense creció de un promedio de 17 a 400 toneladas anuales: 2.353%.
Junto a ello, el negocio de las armas, fabricadas por las principales potencias
mundiales encabezadas por Estados Unidos, produce igualmente ganancias
fabulosas, siempre manejadas con criterios criminales, mafiosos. Por lo pronto,
el negocio militar (que ocasiona dos muertes por minuto a escala planetaria) no
se parece a ningún otro. Por su relación con la seguridad nacional de cada
país, funciona en un ambiente de alto secretismo nadie ejerce control sobre él.
Y en general los gobiernos no siempre están dispuestos o son capaces de
controlar las ventas de armas de forma responsable. Es decir: el negocio de las
armas no es transparente, se maneja como asunto mafioso. Por no ser de
conocimiento público, no está sujeto a ninguna fiscalización, vendiéndose tanto
en el mercado legal como en el negro.
El capitalismo
actual se basa fundamentalmente en el sistema financiero internacional. Esos
mega-capitales, que no tienen patria, que responden sólo a la lógica del dinero
fácil y rápido, se mueven en un espacio de extraterritorialidad ajeno a leyes
nacionales, a superintendencias bancarias, a convenios internacionales. Ese
espacio no controlado (igual que el del negocio de las armas o de las drogas
ilegales) -y que impone en muy buena medida la marcha del mundo- es el de los
llamados paraísos fiscales y la banca offshore.
Ahora ya no se trata
de competir, de seguir respetuosamente las leyes de mercado. Ahora la avidez
por la ganancia inmediata es el nuevo norte. Todo se vale. Igual que un
criminal, el dinero fácil es el único objetivo: la guerra, el crimen, la droga,
la especulación financiera, el robo descarado…, todo eso reemplazó al espíritu
emprendedor y laborioso de algunos siglos atrás.
Hoy como ayer,
estamos ante los mismos problemas: el sistema capitalista beneficia a muy pocos a costa de
las mayorías. La diferencia es que en la actualidad toda esta delincuencial
corrupción se ha disfrazado de legal. En otros términos: estamos en las manos
de unos cuantos delincuentes peligrosos, llenos de poder y dispuestos a
cualquier cosa para seguir manteniendo sus privilegios. Y cuando decimos “cualquier cosa”, queremos decir
exactamente eso: cualquier proceder criminal, transgresor, enfermizamente
psicópata, se vale para mantener los privilegios.
En esa lógica pueden
apuntarse las más increíbles y monstruosas acciones: inventar guerras, atacar
población civil, trucar atentados terroristas, generar y usar armas
bacteriológicas, endeudar artificialmente en forma inmisericorde a países para
luego cobrarse las deudas, desarrollar armas secretas que ni la más
espeluznante película de terror puede concebir… Todo ello empalidece totalmente
el proceder de las bandas delincuenciales de la mafia, quienes quedan como
tiernos niños de pecho ante tanta malicia.
El capitalismo, cada
vez más, es esa serpiente viperina que expolia a la gente y a la naturaleza,
sin poder ofrecer salidas reales a los grandes problemas globales. Pero nos
alienta saber que la historia no ha terminado, y tal como dijo el español
Xabier Gorostiaga “los que seguimos teniendo esperanzas no somos estúpidos”.
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