Siempre
nos hemos opuesto a estos proyectos de despojo, devastación ambiental y
destrucción
Javier
Hernández Alpízar,
Babel,
Zapateando:
Publicado el
10 de enero de 2020.
Hoy el capital no solamente hace la guerra a los pueblos, sino a
la Madre Tierra: no podemos ser neutrales y nos ponemos del lado de la lucha
por la vida y contra el capital que impone proyectos de muerte.
Los megaproyectos de
desarrollo capitalista en el sureste de nuestro país han sido anunciados como
una inversión en infraestructuras y proyectos económicos para “sacar del atraso y la pobreza” a la
parte mesoamericana de México. Se ha dicho que son en “beneficio de los más pobres”, que ayudarán a campesinos e
indígenas y que no afectarán al medio ambiente.
Sin embargo, este
discurso no corresponde a los hechos. Se trata de proyectos que están al
servicio de los intereses geoestratégicos, económicos, políticos e incluso
militares de los Estados Unidos y de los grandes capitales mundiales y “nacionales”.
¿Cuáles son estos
grandes megaproyectos y cuáles los intereses a los que responden? ¿Cuáles son
los efectos sobre los pueblos y comunidades mexicanos y sobre el medio ambiente
de nuestro país y del planeta?
Los megaproyectos
que pretenden construir infraestructuras, vías de comunicación, corredores
multimodales, centros de población, polos de atracción turísticos y proyectos
productivos agrícolas, ganaderos, explotaciones extractivistas de minerales y
petróleo, así como instalaciones policíacas y militares, entre otras, son
planes que no tienen un origen en el gobierno de México, ni en el actual ni en
los anteriores: tienen su origen en los Estados Unidos. Todos ellos son hijos
del Tratado de Libre Comercio que firmó el gobierno de Salinas de Gortari con
Estados Unidos y Canadá, así como de los 43 tratados de libre comercio que los
gobiernos mexicanos han firmado con diferentes países.
Además, hay otros
pactos y protocolos que han comprometido al Estado mexicano, sea cual sea su
gobierno, del partido que sea, a obedecer las directrices del gobierno de
Washington y de los organismos financieros multinacionales que sirven a los
intereses de Estados Unidos, la Unión Europea, el G7 y las grandes
corporaciones capitalistas transnacionales. Algunos proyectos, como el corredor
interoceánico de Coatzacoalcos a Salina Cruz, han sido buscados desde el siglo
XIX por el imperialismo estadounidense, con los fallidos Tratados McLane-Ocampo.
Y han sido presentados como si fueran iniciativas de gobiernos mexicanos como
los de Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto bajo nombres como Plan Puebla-Panamá (al que luego se
añadió Colombia), Proyecto Mesoamérica,
Zonas Económicas Especiales, Proyecto de las 100 Ciudades Sustentables,
así como los planes de militarización como el Plan Mérida y su operación con militares rebautizados con nombres
de “policías” como la Policía Federal
Preventiva.
Esos mismos planes
de colonización capitalista del sureste mexicano (y de Centroamérica y
Colombia) se presentan ahora como desarrollo en favor del pueblo y amigable con
la naturaleza simplemente cambiando sus nombres a una nueva narrativa “nacionalista” como “Tren Maya”, “Corredor
Interoceánico del Istmo de Tehuantepec”, “Proyecto Integral Morelos”, “Aeropuerto
Internacional de la Ciudad de México en Santa Lucía” (negocio dejado, caso
único en el mundo, a la administración y usufructo económico del ejército, con
la total opacidad que hay en el manejo de los dineros de esa institución, que
nadie puede conocer) y “Sembrando Vida”
(nombre que esconde la privatización silenciosa de la Selva Lacandona en favor
de Alfonso Romo y sus empresas de transgénicos).
Estos proyectos no
solamente consisten en vías de comunicación y transporte de mercancías y
personas, como trenes, carreteras y el aeropuerto, sino corredores industriales
y maquiladores, centros poblacionales y turísticos, extracción minera,
petrolera y de “energías limpias”
como parques eólicos.
Se trata de la
continuidad de los planes y programas del gran capital que ya los gobiernos del
PRI y del PAN no podían seguir impulsando por su impopularidad (bien ganada y
merecida), pero que un nuevo gobierno con un presidente popular y un discurso
nacionalista, su eslogan mercantil es “cuarta
transformación”, pretende imponer para servir a los mismos intereses que
esos planes han servido siempre. Baste mencionar a los mismos empresarios
beneficiarios del salinismo y los gobiernos del PRI y PAN, pues son también los
beneficiados con estos proyectos: Carlos Slim, Salinas Pliego, Alfonso Romo,
Azcárraga, Bailleres, Servitje, etcétera.
A ello se suman los
planes militares del Plan Mérida, al
que ya no se menciona por su nombre, pero que se opera con ejercicios militares
en los que, por primera vez bajo este actual gobierno, el ejército mexicano
opera subordinado al Comando Sur del ejército de los Estados Unidos, como no lo
habían hecho ni siquiera bajo el PRIAN, y la militarización rebautizada como “Guardia Nacional”, aunque sus efectivos
son del ejército, la Marina y la PFP. Una Guardia Nacional que, en lugar de
poner fin a la impunidad del crimen organizado, hace las veces de “migra” o patrulla fronteriza contra los
migrantes centroamericanos, sirviendo, de hecho, como auxiliar del gobierno
chauvinista y supremacista blanco de Donald Trump.
Despojo
Los megaproyectos en el sureste de México implican un proceso de
despojo contra pueblos y comunidades indígenas, campesinas, rurales y urbanas y
en realidad a todo el pueblo de México. Forman parte de un proceso de
recomposición de las fuerzas en el capitalismo mundial, con las pujas por la
hegemonía entre diversas potencias como Estados Unidos y la Unión Europea.
De manera conjunta,
el Proyecto Integral Morelos, el Tren Maya y el Corredor Interoceánico en el
Istmo, entregan el territorio mexicano a los grandes capitales de los Estados
Unidos, Canadá, la Unión Europea y China. Son de hecho un proceso de
desnacionalización y de privatización. Dejan cada vez más reducida la soberanía
nacional y con su sola construcción implican ya un despojo de recursos vitales
y estratégicos como tierra y territorio, agua, energías fósiles y “alternativas”, incluso del espacio
aéreo y del viento.
Desde luego, también
son una apropiación capitalista de las plantas y animales, que pueden ser
explotadas como fuentes de materias primas y hoy hasta en sus informaciones
genéticas, que son ya patentables y modificables mediante ingeniería genética
para empresas como las de Alfonso Romo o Monsanto, Bayer, Syngenta y otras.
Explotación
Los grandes capitales se comportan de modo idéntico en cualquier
país que colonizan, aún si en sus países de origen han adoptado políticas de “conservación del medio ambiente” como
Canadá, Alemania o España, en países como México invierten buscando la mano de
obra más barata y disciplinada por el miedo a la represión y el despido, así
como por políticas que desprotegen al medio ambiente.
El futuro de los
indígenas, campesinos y todos los mexicanos pobres con estos megaproyectos no
es solamente ser despojados de su territorio y recursos naturales sino, cuando
no tengan otro recurso que vender su fuerza de trabajo ni otra alternativa para
alimentarse que comprar todo a precios de mercado, trabajar explotados en los
corredores maquiladores, la agroindustria, los servicios turísticos y otros, o
emigrar. Por eso los indígenas y campesinos que se empeñan en producir sus
alimentos y defienden sus autonomías comunitarias son un obstáculo contra estos
megaproyectos.
Represión
Todos estos planes y proyectos de los grandes capitales, que
implican graves procesos de despojo y de explotación, así como desplazamiento
forzado de población, no se pueden realizar sino con el apoyo de la represión
policíaca y militar. Por eso desde el gobierno de Zedillo se inició un proceso de
militarización, con el nombre de “policía”,
y de paramilitarización, fenómeno inducido que en los posteriores gobiernos ha
crecido, bajo el pretexto de una “guerra
contra el narco”. Los sicarios del crimen organizado han operado como brazo
armado de mineras, el cártel inmobiliario y del capital depredador. Son la
parte militar del “libre comercio”.
La violencia contra
la población mexicana, contra indígenas, campesinos, mujeres, jóvenes,
comunicadores, defensores del territorio y pueblo pobre, va en aumento, incluso
durante el primer año de este gobierno que se dice de la “transformación”. La militarización se incrementa y se focaliza en
territorios que serán ocupados, intervenidos y colonizados. Es un plan que
cerca militarmente, mediante la Guardia Nacional y también mediante el crimen
organizado, a las autonomías indígenas de todo el centro y sur del país,
Jalisco, Michoacán, Estado de México, Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Veracruz. El
norte del país ya está de facto bajo un cogobierno con el crimen y, en el sur,
ahora ese proceso se profundiza. El crimen no es una anomalía: es el desarrollo
de un capitalismo violento y depredador. Lo llaman los académicos “acumulación por desposesión”.
Desprecio
Para los países capitalistas centrales, como Estados Unidos y
Europa occidental, es fácil distanciarse del hecho de que el comportamiento
criminal y colonizador de sus empresas, corporaciones y proyectos viola
derechos humanos y comete crímenes contra la humanidad: porque los afectados no
son blancos ni rubios, sino gente de piel morena y oscura, de lenguas y
culturas diferentes a las europeas.
El desprecio y el
racismo se manifiestan en la idea de que son gente “atrasada” y, en su forma racista “benévola”, los ve sólo como “pobres”
necesitados de ayuda. Por eso, a cambio de despojarlos de sus tierras,
territorios y recursos, así como de destruir sus tejidos comunitarios y su
cultura, les otorga “proyectos
productivos” y dádivas en forma de becas y “programas de apoyo”. Con dineros que no se comparan en nada a la magnitud
de los grandes negocios que harán las megaempresas maicean a los más pobres
para que apoyen los proyectos de muerte y contengan a los opositores. El
asistencialismo y el corporativismo del gobierno (que ya usaba en sus tiempos
el PRI) opera como complemento del control militar y territorial.
Los opositores son
tratados con desprecio como gente que “no
quiere el progreso”. Hoy los llaman “conservadores”
y con otros epítetos que descalifican su voz e invisibilizan sus argumentos.
Habemos mexicanos que
nos hemos opuesto a estos proyectos de despojo, devastación ambiental y
destrucción de nuestras culturas desde siempre, desde los gobiernos de Salinas,
Zedillo, Fox, Calderón y Peña: estuvimos contra el Plan Puebla-Panamá y las
Zonas Económicas Especiales, contra la militarización y la falsa guerra contra
el narco.
Igualmente nos
oponemos hoy, aunque hayan cambiado los nombres y pretendan cubrir con una
narrativa “nacionalista”, los mismos
proyectos de despojo, militarización y muerte.
Defendemos el territorio
nacional, la soberanía del pueblo mexicano, la autonomía de pueblos y
comunidades indígenas, campesinas y urbanas. Defendemos también nuestros
derechos humanos económicos, sociales y culturales. Y defendemos nuestra Madre
Tierra: los megaproyectos de muerte acelerarán los procesos de “cambio climático” o, mejor dicho,
devastación ambiental capitalista y de extinción de especies de animales y
vegetales.
Hoy el capital no
solamente hace la guerra a los pueblos, sino a la Madre Tierra: no podemos ser
neutrales y nos ponemos del lado de la lucha por la vida y contra el capital que
impone proyectos de muerte.
Con el EZLN, el CIG y el CNI, las mujeres, los jóvenes y quienes
defienden a la Madre Tierra gritamos:
¡Zapata
y Samir viven, la lucha sigue!
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