El
capitalismo como guerra contra la Madre Tierra
Javier
Hernández Alpízar,
Babel,
Zapateando:
Publicado el
08 de enero de 2020.
Hoy lo utópico no es la lucha anticapitalista: lo utópico es el
negacionismo o la fantasía de que el capitalismo encontrará la forma de
sobrevivir sin cambiar el sistema de acumulación y despojo que constituye su
dinámica esencial.
Uno de los secretos
criminales del funcionamiento del sistema capitalista es la violencia, la
permanente guerra, la represión, el estado policíaco, el campo de concentración
de facto para los trabajadores y para el “ejército
industrial de reserva”, o incluso los que “sobran”, los que no pueden tener cabida en la cadena de
producción-explotación.
Esta situación de
ocupación territorial, colonización, separación entre los
trabajadores-productores y sus condiciones de producción (tierra, materias
primas, maquinarias, herramientas, tecnología, instalaciones industriales) no
solamente es la base para la relación capitalista asalariada, donde el acicate
para el trabajador explotado es el hambre, el miedo al desempleo y la
inanición, sino que el fin del capitalismo (la ganancia) implica la reproducción
e incluso ampliación de esa situación: propiedad privada del capital y masas
sin propiedad, obligadas a vender su fuerza de trabajo.
La narrativa
socialista de la lucha de clases, con todo el fondo y trasfondo de verdad que
implica, dejó en la sombra, intocadas o apenas mencionadas, otras identidades
de los expropiados, víctimas y explotados del sistema capitalista. El feminismo
se encargó de cuestionar la ausencia del tema de la mujer y su trabajo impago
en la reproducción de la vida, la reproducción del productor en el proceso de
explotación capitalista, y también el papel de las mujeres en la lucha de
clases.
Además de una guerra
represiva, de conquista, de colonización, de represión o simplemente de
contención y disciplinamiento contra los trabajadores y contra las mujeres, ni
siquiera reconocidas como trabajadoras incluso en las narrativas clásicas, el
capital tuvo siempre otra a la cual violentar, expropiar, dominar y oprimir: la
naturaleza, entendida como insumo, como materia prima, como recursos naturales,
como pasiva reserva de materia y energía.
La lucha de clases
de las masas trabajadoras, de los pueblos colonizados y de las mujeres, como
trabajadoras y como seres humanos que luchan por su reconocimiento, como
sujetos en construcción de autonomía, no sería posible si no existiera también
un conflicto entre el capital como proceso de producción y como “modo de destrucción” (Jean Robert
dixit) y la naturaleza: la Madre Tierra.
Así como la dinámica
social y el conflicto que la atraviesa como opresión de los más por una élite
(burguesa, masculina, blanca, occidental, moderna, adulta) tiene sus reglas,
las cuales el sistema ha aprendido a manipular para tener formas de contención
que alternar con la muda violencia represiva, así también el conflicto
socioambiental con la naturaleza tiene sus reglas, y también éstas las ha intentado
manipular el capitalismo.
Sin embargo, las
leyes de la naturaleza son incorruptibles: no se puede dominar a la naturaleza
sin respetar sus leyes, y una de ellas es que existe siempre un límite, la
naturaleza no es inagotable, y mucho menos, si se la maneja solamente como
insumo de material y energía.
Cuando los
capitalistas parecían haber llegado a un triunfo no reversible (su ideología
del fin de la historia, por haber
derrotado a su enemigo de clase) se encuentran con una naturaleza que muriendo,
extinguiéndose, agotándose como reserva, modificándose radicalmente en cuanto a
clima, temperatura, distribución de masas de tierra y agua, corresponde al
saqueo, a la violencia con que ha sido tratada.
El negacionismo de
los grandes poderes y voceros visibles de ese poder capitalista, así como el
negacionismo de sectores sociales más o menos amplios, son casi una confesión
de impotencia.
La naturaleza y sus
leyes físicas no son corruptibles, sobornables. Probablemente el límite que su
lucha con los trabajadores y pueblos explotados parecía haber sorteado
exitosamente el capital sea, en el caso del límite físico, planetario, un
límite infranqueable.
Como dijeron los
zapatistas actuales en un comunicado de 2019: hay una guerra entre el capital y
la Madre Tierra y, en ese conflicto, no se puede permanecer neutral.
El negacionismo es
sólo un deseo de cerrar los ojos y desear que al abrirlos todo haya sido una
pesadilla apocalíptica, como cuando veíamos el Armaguedón en el cine y al salir
comprobábamos que seguía existiendo el mundo, la ciudad, el caos urbano, la
muchedumbre.
Ser anticapitalista
tiene ahora un motivo más urgente, perentorio, no solamente liberar al ser
humano de la esclavitud hacia su propia obra, el producto de su trabajo y
producción social, sino, sin metáfora ni romanticismo: defender la vida, la de
la especie humana y la del entramado de especies vivas de las que depende.
Hoy lo utópico no es
la lucha anticapitalista: lo utópico es el negacionismo o la fantasía de que el
capitalismo encontrará la forma de sobrevivir sin cambiar el sistema de
acumulación y despojo que constituye su dinámica esencial.
Una convocatoria
para tomar partido por la Madre Tierra hoy mortalmente agredida por el capital
es la del EZLN y el CNI. La indiferencia no es una alternativa seria.
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