México
insiste en ser la primera línea del muro de Trump
Alberto
Pradilla,
Reportero en
Animal Político y autor del libro ‘Caravana: cómo el éxodo centroamericano
salió de la clandestinidad’
Tomado de
The Washington Post:
21 de enero
de 2020.
Axel David tenía 16 años y solo dos opciones: marcharse de
Honduras o esperar a ser asesinado. Residía en un arrabal a las afueras de la
capital, Tegucigalpa, donde manda Barrio
18, una de las pandillas más violentas del centro y norte de América. No había
cumplido la mayoría de edad cuando recibió su advertencia: o te vas o eres niño muerto. Decidió huir.
El miércoles 15 de
enero llegó a San Pedro Sula, que durante algunos años se ganó el apelativo de
la ciudad más violenta del mundo. Allí le esperaban cientos de personas como
él: pobres, con sentencia de muerte firmada, sin expectativas. Todos
emprendieron el camino hacia México para, a través de dos rutas que cruzan los
estados de Tabasco y Chiapas, llegar a Estados Unidos. La primera caravana migrante
de Centroamérica de 2020 inició su marcha ese día.
Al llegar a la
frontera de Guatemala con México, los más de tres mil caminantes chocaron con
la Guardia Nacional mexicana, que les cerró el paso. Nunca antes agentes
mexicanos se habían parecido tanto a la Border Patrol estadounidense: lanzaron
gases, desplegaron escudos, golpearon migrantes, cazaron a los que trataban de
colarse y devolvieron pedradas. El muro que quiere construir el presidente de
Estados Unidos, Donald Trump, se formó en otra frontera con los cuerpos de
decenas de guardias nacionales mexicanos.
De todas las
caravanas que ha habido en los últimos años, esta es la que menos opciones
tiene de llegar a Estados Unidos o quedarse en México. Aunque el presidente
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) llegó al poder con promesas de una política
más humanitaria hacia los migrantes centroamericanos, en realidad ha
sofisticado el sistema para su control, detención y deportación. El trato hacia
esta caravana lo demuestra.
El espejismo de sus
declaraciones de campaña, de ofrecerles empleo y visas, duró las primeras
semanas de su gobierno. En enero de 2019 entregó 13 mil tarjetas de residente
por motivos humanitarios pero, cuando parecía que la política migratoria
mexicana estaba viviendo un cambio histórico, AMLO decidió plegarse a las
presiones de Trump y restringir el acceso de los migrantes.
Hoy, las
alternativas que el gobierno mexicano les deja son dos: regresar a sus países
de origen, donde les espera el hambre y la violencia, o pagarle a un coyote (traficante) para cruzar a
Estados Unidos y alimentar las tradicionales redes de tráfico de personas.
En México les
aguardan cárceles para migrantes como La
Mosca, una antigua fábrica en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, que el Instituto
Nacional de Migración (INM) utiliza como estación migratoria desde junio de
2019 por la sobrepoblación que ya existe en Siglo
XXI, el mayor centro de detención de extranjeros de América Latina.
La novedad no es que
México ejerza de muro de contención para los centroamericanos que han dado por
desahuciados a sus países, ha sido así desde hace mucho tiempo. Lo que
sorprende es que López Obrador, que prometió una política más humana, los
engañe de esta forma.
El 17 de enero, tras
el anuncio de la caravana de este año, el presidente anunció que habría 4,000
puestos de trabajo para los migrantes que llegaran al país. Los oficiales de la
Guardia Nacional les aseguraron, ya en la puerta fronteriza, que quien aceptase
las normas y se entregase para registrarse, tendría oportunidades de
regularizarse. Les pidieron confiar en un país que, al final, los detiene, los
engaña y los deporta.
El INM emitió
después un comunicado en el que reconocía que aquellos que obedecieron y
atravesaron la frontera siguiendo el mandato de “migración ordenada” serán, en su mayoría, deportados. Mientras tanto,
los mantiene encerrados desde el sábado en La
Mosca.
Además, las únicas
ofertas de empleo que México ha formalizado son en Honduras y El Salvador, y el
sueldo que ofrecen es de entre 180 y 250 dólares al mes, menos del salario
mínimo en esos países. La propuesta mexicana es que regresen a los sitios de
donde escaparon, a buscar una paga que no les da para sobrevivir.
Desde el año pasado,
cuando México endureció su política migratoria, nadie esperaba que pudiese
surgir una nueva caravana centroamericana. Trump también había logrado, con la
presión extra a los gobiernos de Guatemala, Honduras y El Salvador, evitar
nuevos intentos.
Además, Trump tiene
ahora un escenario óptimo para sus intereses, dado que se acerca su juicio
político y es año electoral en EE.UU: si la caravana avanza, podrá aumentar el
discurso antiinmigrante que tanto le ha funcionado; y si México y los países
centroamericanos la frenan, podrá apuntarse el tanto y celebrar que actúan por
sus presiones diplomáticas.
El problema para todos
estos gobiernos es que los motivos que han provocado las caravanas no han
variado: violencia, pobreza y gobernantes que incumplen la obligación básica de
garantizar la supervivencia de sus ciudadanos.
En el último año
México redujo más de 70% el flujo de migrantes hacia Estados Unidos. Lo que no
incluyen las estadísticas son los casos exitosos. A pesar de las espectaculares
imágenes, la caravana en realidad es una minoría que simboliza un éxodo de
proporciones desconocidas. La verdadera marcha se desarrolla a diario y en
clandestinidad.
Si intentar cruzar
en caravana es perseguido y pagar a un coyote
te garantiza una oportunidad, parece que Trump y AMLO están lanzando un
mensaje: no vayan en grupo, ahorren, paguen a un traficante y confíen en su
suerte.
El otro camino es el
que tomó Axel David, quien cruzó el viernes 17 hacia México y fue trasladado a
un centro de detención. Lo más probable, si no comienza un proceso de asilo, es
que sea deportado.
AMLO no es
responsable del desastre que asola Centroamérica, pero sí de que sus víctimas
tengan un trato humano al cruzar a través de México. No tratar de engañarles
sería un buen punto de partida y, para de verdad marcar una diferencia,
bastaría con retomar la senda de sus primeras semanas de mandato:
regularización humanitaria en libertad, opciones para pedir refugio e
información fiable. Tiene la oportunidad de dejar de ser la primera línea del
muro de Trump y convertirse en un referente para toda la región.
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