López
Obrador versus EZLN, una disputa sin solución
Zósimo
Camacho,
Contralínea:
10 de enero
de 2020.
A finales del año pasado, Andrés Manuel López Obrador le dijo
claramente a la cúpula empresarial que su gobierno no está enfrentado con ella.
Esa mañana de jueves terminó su alocución pidiendo un aplauso para los hombres
más acaudalados del país. Él mismo inició, entusiasta, el batir de palmas. Ahí
se encontraban Carlos Slim, Carlos Salazar Lomelín, Francisco Cervantes, José
Manuel López Campos, Sergio Leal, Manuel Escobedo, Antonio del Valle, Luis Niño
de Rivera, Enoc Castellanos, Vicente Yáñez, Fernando Chico Pardo y, entre
muchos otros, Roberto Hernández; sin que falte mencionar que su “consejo asesor” está integrado por
Ricardo Salinas Pliego, Bernardo Gómez, Olegario Vázquez Aldir, Carlos Hank,
Daniel Chávez, Miguel Rincón, Sergio Gutiérrez y Miguel Alemán Magnani.
Era 28 de noviembre,
la última de tantas visitas obsequiosas del pleno de las organizaciones
patronales al presidente de la República durante 2019. Poderes político y
económico habían intercambiado elogios y se habían prometido favores. Sobre
todo, muchos negocios e inversiones. Éstas, por 42 mil millones de dólares (una
cifra que ronda los 900 mil millones de pesos) tan sólo en una primera de tres
fases.
Aquella mañana, poco
más de 200 empresarios, los más ricos de México, también aplaudieron al
presidente de la República. Todas las agrupaciones empresariales enviaron a sus
presidencias o direcciones ejecutivas, entre ellas el Consejo Mexicano de
Negocios (CMN); el Consejo Coordinador Empresarial (CCE), con sus 12 cámaras, y
la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex). Quedaron
satisfechas con la determinación de que los megaproyectos en todo el país van
porque van.
Los pleitos de la
derecha mexicana con el gobierno de López Obrador son pirotecnia, a veces muy
llamativa pero nunca de fondo. La oposición aparentemente a ultranza del
panismo y sus satélites es porque se les acabaron negocios corruptos, porque
consideran que ellos serían mejores ejecutores de las mismas políticas de hoy,
o sencillamente porque su problema es de estilo y personal con López Obrador.
Es, pues, una disputa por el poder, dentro de los márgenes del sistema.
Vemos al panismo
criticando férreamente los zapatos maltratados del presidente, su supuesta
ignorancia en temas económicos, el nombramiento de tal o cual funcionario, los
nuevos programas asistenciales, el combate a la corrupción, la política de
comunicación social, el discurso oficial ante el narcotráfico, la reducción de
sueldos de los altos funcionarios, el combate al robo de combustibles, el asilo
otorgado al presidente Evo Morales, depuesto en Bolivia por un golpe de Estado…
Pero nunca veremos
al panismo oponerse al mayor despliegue militar de la historia del país que hoy
está en marcha y que, ¡oh, sorpresa!, se concentra en torno al Ejército
Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y a las comunidades del Congreso
Nacional Indígena y no en las regiones con mayores problemas de violencia por
narcotráfico (https://bit.ly/2urRi6u).
Tampoco, a la contención migratoria que impuso Estados Unidos a México, con su
estela de violaciones a los derechos humanos de los migrantes y las trágicas y
vergonzantes deportaciones de miles de familias que huyen de la pobreza y la
violencia.
Menos aún veremos al
panismo cuestionar el corazón del proyecto de país de la “4T”, es decir, la pretendida transformación histórica (un nuevo
periodo de acumulación capitalista por despojo) mediante cinco grandes
megaproyectos: el Tren Maya, el Corredor del Istmo de Tehuantepec, el Proyecto
Integral Morelos, la Franja Libre en la Frontera Norte y el programa Sembrando
Vida.
Priísmo, panismo,
perredismo y poderes económicos fácticos no se opondrán nunca a estos proyectos
de Morena. No es que todos los partidos y políticos sean iguales o no mantengan
reales y férreas disputas por el poder. El asunto es que sus diferencias son
sistémicas.
Lo que ahora se
muestra con mayor claridad es que la oposición radical a López Obrador no es de
derecha. Por más estridencia en los medios de comunicación y en las redes
sociales, los hechos incontrovertibles nos dicen que la oposición real al
actual gobierno es de izquierda y es antisistémica.
El EZLN no “resurgió”, como algunos se llaman a
sorpresa. Desde 1994 ha estado resistiendo las embestidas de seis presidentes
de la República y ha construido al interior una región indígena autónoma que ha
generado claramente mejores condiciones de vida para las comunidades y ha
detenido la explotación de recursos naturales y de personas. Y al exterior,
junto con pueblos, tribus y naciones de todo México, ha consolidado el Congreso
Nacional Indígena, la organización más grande que hayan articulado las
comunidades originarias del país para detener el proceso de exterminio en su
contra que se agudizó hace 4 décadas.
La oposición de los
zapatistas a los anteriores gobiernos ha sido frontal, como la que esgrimen
hoy. ¿Entonces por qué ahora hay mayores posibilidades de que se reactive la
guerra en Chiapas? Sencillamente porque el obradorismo sí puede hacer lo que no
pudieron o siquiera soñaron los presidentes antecesores. El gobierno de López
Obrador sí puede hacer realidad la vieja añoranza de los empresarios por “desarrollar” el Istmo, la Península de
Yucatán, explotar los recursos renovables y no renovables en tierras yoremes,
yaquis, rarámuris y tepehuanas, en un proceso de acumulación de capital que
haga “crecer” de manera sostenida el producto
interno bruto.
López Obrador
también se lanza frontal contra los zapatistas, pues de estos cinco
megaproyectos citados dependen todos sus resultados económicos y el legado que
pretende dejar. Por ello ha omitido o simulado consultas populares fast track para intentar legitimar el
inicio de las obras. La determinación del presidente de la República es que
pase lo que pase, y pese a quien pese, esos proyecto serán una realidad. No
están sujetos a discusión.
Andrés Manuel acusa
a los zapatistas de no reconocer que su gobierno y él mismo son distintos a los
anteriores detentadores del Poder Ejecutivo federal. Lo cierto es que el
presidente es quien mete en un mismo costal a la oposición. Para él, todos
quienes se le oponen son “conservadores”
(de derecha o izquierda pero conservadores al fin). No acepta que la izquierda
va más allá, mucho más allá, de él y del sistema electoral mexicano.
Son proyectos de
país distintos. Podríamos analizar si hay coincidencias. Tal vez las haya, pero
las diferencias son más grandes y profundas. Por verse quién descarrilará a
quién.
A diferencia de sus
seguidores acríticos, López Obrador sí sabe que tiene enfrente a un adversario
real con capacidad de echar abajo su proyecto de país. No en vano hace campaña
cada fin de semana en territorios indígenas. En la próxima entrega nos
referiremos a las potencialidades del EZLN y el movimiento indígena antisistémico.
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