Corrupción sin
fondo.
Hermann
Bellinghausen
Postales
de la revuelta
Desinformémonos,
periodismo de abajo
19
agosto, 2017
Acusamos. Denunciamos Protestamos.
Investigamos. Discutimos. Describimos. Repudiamos. Sabemos, porque nos consta,
que en México, “gobernante” y “bandido” son sinónimos, al tal grado
que si en una frase quitamos el cargo (por ejemplo presidente, secretario,
gobernador, director, senador, procurador) y le ponemos ratero, o mentiroso,
será cierto y no tendrá consecuencias. Aunque lo documentemos. En un país
asolado por la violencia criminal, institucional y parainstitucional, la
impunidad de los poderosos es también violencia. Una suerte de violencia
doméstica, con malos tratos, burla, desdén patriarcal.
Nuestra
cotidianidad está puntuada por infinitas manifestaciones de corrupción, manoseo
de las leyes, mal uso del dinero público y los territorios de los mexicanos.
Edificios mastodonte en la ciudad más poblada, contaminada y maltratada del
mundo, que proliferan contra la voluntad ciudadana. Nomás circulen por las
calles: cuando no en ruinas, están en obra. Lo mismo aplica para las demás
ciudades, no crean que el abuso inmobiliario y depredador es exclusivo de Mancerolandia.
No digamos los
millares de kilómetros y kilómetros de carreteras chafas, esa caja de Pandora a
cargo de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) con el concurso
del Ejecutivo con todo su peso, de los gobiernos estatales, municipales y
delegacionales. Nomás circulen por nuestras autopistas de lujo, las que cuestan
y cobran un ojo de la cara aunque valgan muy poco. Si no están todas
agujereadas, se encuentran en reparación eterna y aparatosa a cargo, en
todo el proceso, de empresas privadas. Los contratistas usan materiales baratos
cotizados caro y dejan acabados lamentables desde la construcción inicial (esa
planeación exprés y expresa) de la vía en cuestión; no sólo se forran de lana
gracias a sus castigadísimos costos reales (de material y de recursos humanos)
sino que tienen garantizada la permanente “reparación”
de cuanto socavón se les haga. Entre cuates y socios “mueven a México” como les da la gana. Y allá nos vemos en el nuevo
aeropuerto que tiene, cuándo no, olor a Slim.
Se dirá que ay sí, eso de materiales duraderos es del
Primer Mundo, pero cuando uno transita por carreteras de Francia, Estados
Unidos, Alemania y hasta España, no hay maquinaria a cada tantos kilómetros
reparando las ruinas, ni atorones infinitos a causa de los tráileres de “doble remolque” transitando por el ojo
de aguja de la SCT, los cuales, como cada día nos reporta la prensa, son
auténticos emisarios de la muerte. Tampoco abundan allá baches que parecen
zanjas, hundimientos como de montaña rusa, chapopote derretido, curvas trazadas
al aventón. Allá usan materiales duraderos, de buena calidad, no se arman
guardaditos como los camineros de acá, que no dejan de poner “hombres trabajando” en donde lo que
debía haber es, sólo, un servicio eficiente sin obstáculos idiotas, ni esa nube
de empleos precarios que el presidente celebra como si no fueran chatarra. Como
todo.
Los grandes
tráileres, prohibidos en la Norteamérica a la cual exportamos y de la cual
importamos como loquitos, necesitan avorazadamente las carreteras, las
gasolineras, las automotrices, las refaccionarias y el espacio vital de
pobladores y viandantes. La “genialidad
harvardiana” de los zedillistas (esos salinistas de segunda mano) impidió
el desarrollo de otros medios de transporte más sensatos, como los
ferrocarriles. Y lo que de ellos quedó les proporcionó pingües negocios y hoy,
sin ninguna ruta nueva, sólo las vías mismas de porfiriato, van y vienen de sur
y del norte toneladas y toneladas de mercancías y nada más. Se privatizó el uso
de las ferrovías, expulsando a las personas (mencionando aquí como paradoja
cruel a los migrantes que se encaraman a La
Bestia con desesperación, a riesgo de ser vejados o muertos; son los nuevos
pasajeros).
Los grandes
vehículos de doble remolque y los contenedores rodantes pertenecen a Los Mismos de Siempre, los grandes
consorcios de refrescos, chips, automóviles, maquinaria, alimentos procesados,
cementos, concretos, maderas, minerales, combustibles. La totalidad de la carga
que nos usurpa las vías férreas todos los días pertenece a las mismas firmas
trasnacionales y voraces: Femsa o sea Coca Cola, Bimbo, Grupos Carso y México,
las cerveceras, las automotrices que sobrevivan los caprichos de Trump, las
maquiladoras, las agroindustrias. Nadie en el Congreso se atreve a cambiar las
leyes (reformas) que tanto favorecen a las empresas y tanto empeoran la vida de
los mexicanos.
La corrupción es intrínseca y
sistemática. Por eso no les da vergüenza seguir adelante. Roban elecciones y
ríos, diseñan bloques petroleros, autopistas, minas a cielo abierto,
acueductos, hidroeléctricas, eólicas o centros comerciales donde viven pueblos
que no quieren perder sus campos, bosques y viviendas. El sistema político en
su conjunto (secretarías y comisiones de “desarrollo”,
procuradurías del medio ambiente, legislaturas, partidos políticos, fuerzas del
orden) conspira contra el interés de la población real del país. Sus titulares
y mandos habitan increíbles burbujas de bienestar, aquí o en el extranjero: qué
van a saber lo que se siente que a uno lo echen de su casita o su terruño.
La impunidad
posee múltiples recursos. A cada rato hay ejemplos de elocuencia meridiana. El
caso Lozoya es el de esta semana. El Ruiz Sacristán es otro, y de larga
duración. El Murillo Karam y sus verdades cansadas. El Videgaray aprendiz de
palero. El caso Moreira(s), y en realidad el de todo gobernador, salvo los
poquísimos que caen en desgracia (pobres chivos expiatorios), y que como quiera
caen en blandito y se ríen de todos, como el tal JDDO a quien ni siquiera
juzgarán por sus verdaderos crímenes, sólo por sus descuidos. Igual que al
Padrés o algunos narcogobernadores que se apendejaron. Y le llaman “justicia”.
Para lograr
tanta libertad de maniobra, la conspiración de gobernantes y socios inversionistas
pasa por desmantelar la educación nacional en vez fortalecerla, garantizar que
el pueblo se quede ignorante, sin armas críticas, pasmado ante el diluvio
neoliberal. Una movida radical la acaba de proporcionar el congreso mexiquense
(tierra firme del peñato) al
liberalizar inexplicablemente la venta de alcohol a los chamacos, pero mantener
otras drogas en una muy conveniente ilegalidad. Vamos
a votar por ellos para poder ponernos pedos. O esa propuesta del
secretario del Medio Ambiente, un verde aguado de apellido Pacchiano, que
consiste en extender el programa No
Circula a todo el país para obligar a la gente a “renovar la flota” y engordar los bolsillos sin fondo de las
automotrices. Los motivos ambientales son secundarios. Como lo son siempre que
se autorizan obras o minas. Y entonces aparece Hacienda con estímulos fiscales
y gratuidades exclusivas para los grandes millonarios. No de otro modo opera la
banca, una de las más jugosas del mundo.
Tradición recargada
Tenemos expresidentes vergonzosos para
regalar. El que protege hijastros y curas pederastas mientras rebuzna amenazas
a sus rivales políticos. El que nos metió en una guerra equivocada y criminal
por obedecer al Pentágono y a sus propias inseguridades de carácter (y ahora
amaga con clavarnos a su esposa). El que traicionó y masacró indígenas y
recibió, como premio por su malbaratamiento de los recursos nacionales, puestos
ejecutivos en las trasnacionales yanquis favorecidas y las universidades Ivy
League. El que después de robarse las elecciones de 1988 se robó la banca y la
soberanía nacional y la repartió entre sus cuates. Y el decano de todos,
sobreviviente de tiempos idos, genocida en 1968 y responsable de la guerra
sucia de los años 70. Todos intocables y con prestaciones vitalicias.
Y de ellos para abajo ¿cuántos
optaron por no ser políticos pobres para no pasar por pobres diablos? ¿Cómo no
vamos a tener un popular alcalde que veja a las mujeres y roba poquito? ¿Un
cantante popularísimo y un deportista quesque káiser embarrados con un capo? ¿Entidades enteras sin gobierno
institucional controlados por mafias asesinas? En este país se tolera y fomenta
el autogobierno de los criminales en las prisiones mientras se combate con todo
el peso de la ley y de los cárteles la autonomía y el autogobierno de los
pueblos ancestrales. ¿Cómo no van a proliferar jóvenes dispuestos a matar y
morir por cualquier pendejada ante la inexistencia de un futuro justo, o las
habituales policías tan temibles como los ladrones (y eso, cuando son
distinguibles)?
Aguantamos
demasiado, como Nación. Son las comunidades localmente organizadas en el campo
y las ciudades, los colectivos sin miedo, las redes libres, los pueblos
originarios y otras islas de la decencia las que no se dan por vencidas, aún
contra toda esperanza según las señales inequívocas que les mandan de arriba.
La impunidad
es violencia permitida por el aplastante poder de la mentira y la desvergüenza
de los que pueden. El Poder consiste en poder lo que sea sin que nadie lo
impida. ¿Hasta cuándo?
Comentarios