Rubén Jaramillo, a
55 años de su asesinato
Redacción
Desinformémonos
Periodismo
de abajo
23 mayo,
2017
Rubén Jaramillo Ménez, revolucionario zapatista, fue
asesinado junto a su familia por el gobierno mexicano al mando de Adolfo López
Mateos el 23 de mayo de 1962, hace 55 años.
Sólo entrando a su casa en
la madrugada, el “glorioso” Ejército
Mexicano pudo con él, después de casi 50 años de luchar por la causa de la
emancipación económica de los trabajadores desde que empuñó las armas por
primera vez a lado de Emiliano Zapata en 1914.
“Frente a las condiciones actuales de fatal decadencia revolucionaria
nosotros de ninguna manera debemos ir a entregarnos en las manos de nuestros
enemigos que, a base de fuertes compromisos con los norteamericanos y
plutócratas nacionales, se han fortalecido reclutando gentes a sueldo para
combatirnos. Pero en este caso, no son los muchos hombres los que triunfan,
sino las ideas basadas en la justicia y el bien social y para no seguir el
camino de los malos revolucionarios que no podrán sostenerse si antes no hacen
daño al pueblo y que de seguro tarde o temprano tendrán que ir de rodillas ante
el enemigo, nos vamos a diseminar los unos de los otros con el fin de reservar
nuestras vidas para mejores tiempos y desde hoy la Revolución, más que de
armas, ha de ser de ideas justas y de gran liberación social… El pueblo, y más
las futuras generaciones no podrán vivir esclavos y será entonces cuando de
nueva cuenta nos pondremos en marcha, y aunque estemos lejos los unos de los
otros no nos perderemos de vista y llegando el momento nos volveremos a reunir.
Guarden sus fusiles, cada quien donde lo pueda volver a tomar”.
(Rubén Jaramillo Ménez, 1918. Palabras pronunciadas a
los rebeldes cuando se encontraron en desventaja ante la fuerza armada de
Venustiano Carranza y el gobierno norteamericano durante el período de la
Revolución Mexicana).
el
defensor de los pobres,
un
montón de hijos de perra,
carabinas
y uniformes.
Pa’
que aprendan campesinos
a
confiar en la palabra,
oigan
como la justicia
luego
les voltea la espalda.
A
los cinco Jaramillos
los
llenaron de metralla,
ellos
pidieron la tierra,
les
dieron tiro de gracia…
Rubén
Jaramillo Ménez
(1900-1962)
Nació en 1900 en Real de Zacualpan, distrito de Sultepec, estado
de México, pero desde niño vivió en Tlaquiltenango. A los 14 años ingresó al
Ejército Libertador del Sur y a los 17 fue capitán primero. En diciembre de
1918 dejó la lucha zapatista y trabajó en la hacienda de Casasano. A la muerte
de Zapata, fue aprehendido y salió de Morelos. Trabajó en ingenios en San Luis
Potosí y como obrero petrolero en Tamaulipas. Al triunfo de Obregón, regresó a
Tlaquiltenango para luchar por la tierra en forma pacífica.
En 1921 organizó el Comité Provisional Agrario
de Tlaquiltenango que logró la dotación de tierras ofrecida por Obregón y el
gobernador José G. Parrés. En 1926 constituyó la Sociedad de Crédito Agrícola
de Tlaquiltenango e inició la lucha en contra de los acaparadores e industrializadores
de arroz, pero los caciques lograron infiltrar a su gente y desbarataron la
sociedad. En 1933, en la convención del Partido Nacional Revolucionario
efectuada en Querétaro, Jaramillo apoyó la candidatura de Lázaro Cárdenas y le
entregó un escrito en donde le proponía la instalación de un ingenio en Jojutla
para liberar a los campesinos de los acaparadores de arroz y volver a sembrar
caña, asimismo, le solicitó agua y electricidad para Puente de Ixtla. En 1936,
Cárdenas comenzó la construcción del ingenio Emiliano Zapata en Zacatepec, y
en 1938 inició su operación administrado por la Sociedad Cooperativa de
Ejidatarios, Obreros y Empleados, de cuyo Consejo de Administración Jaramillo
fue el primer presidente. El propio Adolfo López Mateos, entonces joven
abogado, redactó las bases constitutivas de esa sociedad.
Epifania Ramírez fue su primera esposa y se
cuenta que le enseñó a leer y a escribir y lo inició en la religión metodista.
Jaramillo contribuyó a construir un templo en Tlaquiltenango y ahí fungía como
predicador laico, a la vez que predicaba en pueblos vecinos como Galeana,
Jojutla, Los Hornos, Palo Grande, y el Higuerón. Asimismo, ingresó a la Logia
del Valle de México. Según Valentín López González, su amigo, Jaramillo era un
pastor protestante, proclive a tomar la palabra en toda ocasión y con
frecuencia en sus discursos citaba la Biblia, la cual cargaba, paradójicamente,
al igual que una pistola.
Al nuevo ingenio acudió gente de muchas
partes, entre ellos su hermano Porfirio, acompañado de obreros comunistas que
iniciaron a Rubén en la lectura de obras de Marx, Gorki y Flores Magón. Bajo su
influencia ingresó al Partido Comunista por poco tiempo, ya que eran más
fuertes sus creencias religiosas, las que mezcló con lo que le gustó de aquellos
pensadores.
Por otra parte, fue miembro del primer comité
de la Unión de Productores de Caña de la República Mexicana.
Como dirigente campesino estalló una huelga en
el ingenio el 9 de abril de 1942, que fue reprimida por el ejército y de la que
resultaron despidos, detenciones y persecuciones. Ante la creciente hostilidad
de las autoridades y por desavenencias con los gobernadores Elpidio Perdomo y
Jesús Castillo López, por tergiversar los propósitos del ingenio y fomentar la
corrupción en perjuicio de los campesinos, el 19 de febrero de 1943, Jaramillo
volvió a las armas junto con un grupo de excombatientes zapatistas, proclamando
en septiembre del mismo año, el Plan de
Cerro Prieto (cerro ubicado a dos kilómetros de Tlaquiltenango), basado en
el formato y las ideas del Plan de Ayala.
El 24 de marzo de ese año, Jaramillo intentó tomar por sorpresa Jojutla,
Zacatepec y Tlaquiltenango pero sólo se apoderó durante tres horas de esta
última plaza y regresó a los cerros. En 1944, por intervención de Cárdenas, fue
amnistiado por el presidente Ávila Camacho, al presentarse ante él, Jaramillo
denuncia el cacicazgo y la corrupción y critica la intervención del ejército y
el servicio militar obligatorio que considera “leva”. El presidente le ofrece tierras fértiles en el Valle de San
Quintín en Baja California, oferta que es rechazada, pero acepta un trabajo en
el mercado 2 de Abril de la ciudad de México, que desempeña unos meses. A
regresar a la legalidad, encuentra que Epifania había muerto temerosa, abandonada
a su suerte y sumida en una gran depresión. Pronto encontró otra Epifania, de
apellido García, católica, que lo acompañó el resto de su vida hasta morir
junto con él.
En 1945, creó el Partido Agrario-Obrero
Morelense PAOM, precursor de la lucha feminista y en alianza con el Partido
Reivindicador Popular Revolucionario de Enrique Calderón, contendió por la
gubernatura de Morelos. Su campaña comprendió 180 poblaciones de Morelos y
logró grandes concentraciones en Jojutla, Zacatepec, Tlaquiltenango, Cuautla, Emiliano
Zapata y Tepalcingo. Ofrecía crédito popular, escuelas rurales, becas,
desayunos escolares y renovación del ingenio. El triunfo del candidato oficial
Ernesto Escobar Muñoz, fue cuestionado por los jaramillistas, por lo que
algunos de sus seguidores fueron aprehendidos y torturados.
Perseguido, Jaramillo volvió a la
clandestinidad, y apoyó a los campesinos en contra de la aplicación
indiscriminada del rifle sanitario, a
los jóvenes para que el servicio militar no lo hicieran acuartelados sino en
sus municipios, y a los obreros y ejidatarios contra la explotación y los
abusos de los ingenios de Zacatepec y Atencingo. En 1948, apoyó la huelga en
el ingenio de Zacatepec por aumento salarial y contra la corrupción.
Con el gobierno de Miguel Alemán, se acelera
la industrialización y la urbanización de Morelos. El ingenio de Zacatepec
alcanza su mayor nivel de producción y la autopista a Cuernavaca estimula el
mercado inmobiliario, por lo que surgen grandes fraccionadores como Agustín
Legorreta, Donald M. Storner, Ambrosio Sustaeta, Carlos González Palma y los
hermanos Estrada,
En 1951, reavivó su partido e hizo alianza con
el general Miguel Henríquez Guzmán, candidato a la presidencia por la
Federación de Partidos del Pueblo Mexicano y fue nuevamente candidato a
gobernador. Durante la campaña, Jaramillo logró organizar concentraciones de
hasta 20,000 personas en Cuautla y de 15,000 en Cuernavaca, así como de miles
en los poblados cercanos a Zacatepec. Así mismo, fomentó la participación de
las mujeres en pro de su derecho al voto en elecciones federales. Además, dos
mujeres fueron sus guardaespaldas. El 20 de marzo de 1952 tuvo lugar la
elección y resultó vencedor Rodolfo López de Nava del PRI. Los jaramillistas
denunciaron fraude electoral y solicitaron el apoyo de Henríquez Guzmán, pero
los simpatizantes de ambos fueron reprimidos, algunos torturados y
desaparecidos. Jaramillo y su esposa huyeron a ocultarse. Junto con
henriquistas dirigidos por Celestino Gasca, Jaramillo participó en la
preparación de una revuelta nacional que estallaría el 4 de octubre en los
estados de Chihuahua, Michoacán, Sonora, Querétaro, Hidalgo, Veracruz, Oaxaca,
Guerrero y Morelos, en donde Jaramillo tomaría Cuernavaca.. Pero la
insurrección abortó y los jaramillistas se quedaron plantados.
Los años siguientes, regresó a Tlaquiltenango,
intentó nuevamente revivir su partido y trató de democratizar la Liga de
Comunidades Agrarias y Sindicatos Campesinos de la CNC; además, logró la
destitución del gerente corrupto del ingenio de Zacatepec, apoyó a los
comuneros de Ahuatepec y a los ejidatarios de Acapatzingo contra los
fraccionadores; luchó por las tierras de los Llanos de Michapa, se solidarizó
con las luchas de ferrocarrileros y maestros de 1959-60, apoyó la Revolución
Cubana y coordinó acciones con el Movimiento de Liberación Nacional. Además, se
cuenta que ya era compadre de Cárdenas, quien le había presentado al joven
Fidel Castro y que había afiliado al Partido Comunista a más seiscientos
campesinos de la región para fortalecer su base. Llegó a la conclusión que en
Morelos la lucha campesina ya no era contra los hacendados sino contra los
fraccionadores, políticos, y burócratas y generales enriquecidos.
El 5 de febrero de 1962, ante la negativa de
las autoridades agrarias de atender sus peticiones de dotación de tierras,
grupos de campesinos organizados como centro de población “Otilio Montaño”, encabezados por Jaramillo, se apoderaron de los
terrenos de “El Guarín”. Durante un
mes sobrevivieron como una organización comunal hasta que fueron desalojados
por el ejército y la policía judicial. Se cuenta que en esos terrenos tenía
intereses el expresidente Alemán. Jaramillo no abandonó la lucha e intentó
entrevistarse con el presidente López Mateos para que esas tierras fueran
adjudicadas a los campesinos que las demandaban. Pero perdió el contacto con
el presidente y en la prensa se difundieron rumores de que Jaramillo volvería a
levantarse en armas. Su casa fue violentada y saqueada, por lo que el 21 de
mayo denunció los hechos a la Procuraduría General de la República y
responsabilizó de los mismos al gobernador López Avelar.
El 23 de mayo siguiente, Rubén Jaramillo, su
esposa Epifania Zúñiga García y sus hijos Enrique, Ricardo y Filemón, fueron
secuestrados por soldados vestidos de civiles al mando del capitán José
Martínez Sánchez, hombre moreno cuya mejilla cruza una cicatriz, guiados por el
exjaramillista Heriberto Espinosa, alias “El
Pintor”, y trasladados en vehículos militares a las inmediaciones de las
ruinas de Xochicalco, en donde horas después fueron ultimados con armas
reglamentarias del Ejército Mexicano. La operación fue presenciada por los
vecinos y Rosa García, anciana madre de Epifania.
Carlos Fuentes describió los asesinatos en la
revista Siempre!
“Los bajan a empujones, Jaramillo no se
contiene: es un león de campo, este hombre de rostro surcado, bigote gris, ojos
brillantes y maliciosos, boca firme, sombrero de petate, chamarra de mezclilla,
se arroja contra la partida de asesinos; defiende a su mujer, a sus hijos, al
niño por nacer; a culatazos lo derrumban, le saltan un ojo. Disparan las
subametralladoras Thompson. Epifania se arroja contra los asesinos; le
desgarran el rebozo, el vestido, la tiran sobre las piedras. Filemón los
injuria; vuelven a disparar las subametralladoras y Filemón se dobla, cae junto
a su madre encinta, sobre las piedras, aún vivo, le abren la boca, toman puños
de tierra, le separan los dientes, le llenan la boca de tierra entre
carcajadas. Ahora todo es más rápido: caen Ricardo y Enrique acribillados; las
subametralladoras escupen sobre los cinco cuerpos acribillados. La partida
espera el fin de los estertores. Se prolongan. Se acercan con las pistolas en
la mano a las frentes de la mujer y los cuatro hombres. Disparan el tiro de
gracia. Otra vez el silencio en Xochicalco”.
Militares,
autores de la masacre de Rubén Jaramillo en 1962: testigos
Zósimo Camacho
Contralínea
24 mayo, 2009
Archivos
desclasificados de la DFS revelan que en la masacre de Rubén Jaramillo, su
esposa y sus hijos, hubo testigos: integrantes de una familia de campesinos y
pastores, que también fungían como cuidadores del sitio arqueológico de Xochicalco.
Contralínea buscó a los sobrevivientes. Rompen un silencio
de 47 años. Son contundentes: Rubén, Epifania y sus hijos fueron asesinados por
militares. A los testigos fortuitos se les obligó a cargar los cuerpos de los
masacrados y a guardar un silencio de casi cinco décadas
Xochicalco, Morelos. Severiano Analco Tezoquipa echa
ligeramente su sombrero de lona hacia atrás. Pasa una mano por su frente y le
dice a Carlos, el sexto de sus 10 vástagos:
-Mira, hijo, yo voy a esperar los animales. Tú vete por zacate.
El hato de alrededor de 90
chivas se resbala por los cerros de Xochicalco: parajes y veredas enmarañadas,
pertenecientes al municipio de Temixco, al poniente del estado de Morelos. “Las aguas”, como dicen los campesinos a
la temporada de lluvias, ya llegaron. Don Severiano -campesino, pastor,
amansador de caballos y uno de los tres veladores de la zona arqueológica del
lugar– sabe que el bochorno del medio día será sofocado en la noche por, al
menos, una llovizna.
Es 23 de mayo de 1962.
Carlos se encamina a cumplir la orden de su padre. Pasa al machero de su casa.
En el corazón de Xochicalco, sobre basamentos de arquitectura olmeca que
entonces no han sido explorados, se erige el hogar de la familia Analco
Ramírez: un humilde rancho con paredes de piedra y cuatro horcones que
sostienen un techo de ahuaxol, o cañas de maíz, y tierra. Ni una
casa más a kilómetros de distancia.
A los 14 años, Carlos sabe
perfectamente preparar una recua. Sale rumbo a la milpa de Miacatlán, a 15
kilómetros de Xochicalco, con dos caballos y dos burros. A la encomienda de su
padre (el zacate de maíz para los animales) se ha sumado el encargo de su
madre, Encarnación Ramírez Castillo: elotes de la cosecha pasada que la familia
guarda en la troje de la milpa.
El sol ha cruzado el cenit y
comienza el declive del día.
Sin prisas, con la
parsimonia del hombre que cruza pocas palabras sólo con su familia y dos
veladores más durante meses, Severiano Analco Tezoquipa inicia el repunte de su
ganado. En mayo, el monte aún no reverdece y los macollos no han aparecido. Por
ello debe sacar su rebaño lejos de casa. Es momento de regresar, pues no desea
que le caiga la noche a medio camino. Lanza algunos pajuelazos a
las chivas, descuelga de su cintura el machete de gavilán, o de punta curva, y
reafirma las veredas por las que camina.
Durante la década de 1960
los turistas no son asiduos en el sitio arqueológico. No ha sido explorado lo
suficiente y su marca de visitantes no supera los 10 por semana.
Se trata de un lugar yermo
Alrededor de las cinco de la
tarde Severiano sube la última loma antes de llegar a su casa. Cruza el río y
se adelanta a su ganado. Vigila el paso de sus animales cuando escucha el ruido
de automotores que suben por la brecha que viene de Xochitepec. Tres jeeps
militares irrumpen en el lugar. De pronto, se ve rodeado por soldados.
-¡Qué haces aquí, pinche indio pendejo! –le grita uno de ellos.
Observa cómo alrededor de 20
efectivos uniformados del Ejército Mexicano rodean el pequeño llano. Amagan con
atacarlo si no huye del lugar.
-¡Órale, lárgate y no regreses; ni te asomes porque te
carga la chingada! Severiano se
percata de que los últimos soldados en llegar conducen, a trompicones, algunos
civiles. Termina de subir la loma y escucha las primeras descargas. Casi al
llegar a su casa oye nuevos disparos. Sus hijos Andrés y Rodrigo ya salen a ver
lo que ocurre. Los tres se quedan a la expectativa desde un filo rocoso.
Escuchan alejarse a los
automotores y alcanzan a ver los jeeps brecha abajo a toda velocidad.
Severiano y sus hijos
Andrés, de 16 años, y Rodrigo de 19, bajan la loma y encuentran en el llano los
cuerpos de tres hombres jóvenes y una mujer. Diez metros adelante, en la
barranca, el cuerpo de un hombre de aproximadamente 60 años.
Todos recibieron el tiro
de gracia. Corren a avisar al encargado del sitio arqueológico y dejan los
cinco cuerpos bajo el sonido estridente de las cigarras.
No saben entonces que los
masacrados son Rubén Jaramillo Ménez, de 62 años; Epifania Zúñiga, de 47 años,
su esposa y quien se encontraba encinta, y sus hijos Filemón, de 24 años;
Ricardo, de 28, y Enrique, de 20. Tampoco saben que por haber atestiguado tal
hecho dos integrantes de la familia caerán en las manos del Servicio Secreto y
que serán obligados a callar durante décadas todo lo relacionado con el suceso.
La reconstrucción de los
hechos, basada en entrevistas con integrantes de la familia Analco, coincide
con lo registrado por los espías de la Dirección Federal de Seguridad (DFS),
información que se encuentra ahora en la Galería 1 del Archivo General de la
Nación, área bajo custodia del Centro de Investigación y Seguridad Nacional.
Las tarjetas de los agentes
de la DFS, fechadas un día después de la matanza, consignan la participación
involuntaria de los Analco de la siguiente manera: “Severiano Analco, vigilante de las ruinas de Xochicalco, observó ayer
como a las 18:00 horas la llegada de dos carros negros y un jeep a ese lugar y
que cuando se dirigió a los visitantes para ver qué se les ofrecía, un elemento
en mangas de camisa lo encañonó con una ametralladora ordenándole que se
retirara del sitio (…). Severiano y
su hijo Andrés no han sido localizados”.
Un informe posterior de la
DFS, éste del 25 de mayo de 1962, detalla la suerte de los dos hombres en esos
días: “Severiano y Andrés Analco,
testigos presenciales de la muerte de Jaramillo, se encuentran detenidos e
incomunicados en las oficinas de la Policía Judicial del estado”.
En el mismo documento se
asienta que padre e hijo son interrogados por el Servicio Secreto.
En efecto, según los
testimonios recabados con sobrevivientes de la familia Analco, el Ministerio
Público y los policías judiciales venidos de Tetecala obligan a Severiano y a
sus hijos Andrés y Rodrigo a levantar los cuerpos de Jaramillo y su familia y
subirlos a una camioneta.
Una vez concluida la tarea
y, sin esperarlo, son obligados a subirse a la camioneta. El único que puede
evadirse es Rodrigo, quien regresa a su casa para ayudar en las labores de
parto de su mujer.
Andrés y Severiano no
regresan a su hogar esa noche.
Los amenazan con asesinarlos
o involucrarlos en la matanza de Jaramillo y su familia si hablan sobre lo que
han visto.
Tal “recomendación” de los agentes secretos del régimen hace que,
durante décadas, para la familia la muerte de Jaramillo fuera un tema vedado.
Algunos de los sobrevivientes no lo comentaron siquiera con sus esposas e
hijos. Y actualmente no todos están dispuestos a platicar sobre esos hechos.
En el expediente –entregado
a Contralínea por medio de la Ley Federal de Transparencia y
Acceso a la Información Pública Gubernamental– se citan las palabras del
teniente coronel Héctor Hernández Tello, subjefe de la Policía Judicial
Federal: “Solamente se habrían cumplido
órdenes del señor presidente de la república”.
Además, según el capitán
Gustavo Ortega Rojas, jefe del Servicio de Seguridad Pública de Morelos, en
declaraciones recogidas en una tarjeta informativa por espías de la DFS, señala
que “los responsables fueron elementos de
la Policía Militar, que realizaron el hecho acatando órdenes superiores”.
El Ejército Mexicano nunca
ha reconocido su participación en el asesinato de Rubén Jaramillo. En respuesta
a la solicitud de información 0000700082108 –presentada por Contralínea ante
la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) para conocer la versión oficial
del llamado “Operativo Xochicalco”–,
el Comité de Información de la Sedena, presidido por el general de división
diplomado del Estado Mayor Humberto Alfonso Guillermo Aguilar, responde que la
Dirección General de Archivo e Historia de la Sedena “no localizó la información” solicitada, luego de haber “realizado una exhaustiva búsqueda”.
Mientras es interrogado, a
Severiano Analco le sorprende el temor de autoridades, policías estatales y
efectivos militares. Vuelve a ser testigo: ahora de escenas de pánico en la
agencia del Ministerio Público de Tetecala. Los cuerpos de Jaramillo y su
familia están extendidos en el área de recepción.
Él y su hijo Andrés se
encuentran en una oscura habitación. En la azotea, policías corren de una
esquina a otra con el objetivo de avistar lo que creen inminente: un rescate de
los cuerpos por los seguidores de Jaramillo.
Un informe del titular de la
DFS, Manuel Rangel Escamilla, dirigido al presidente de la república, Adolfo
López Mateos, fechado el 23 de mayo de 1962, corrobora la versión de los
Analco.
“Aunque la situación hasta las 19:00 horas era normal, el señor Miguel
Contreras, presidente municipal de Tetecala, y los elementos de la Policía
Judicial del estado que se encuentran en esa población declararon que los
habitantes del lugar, al identificar los cadáveres, pueden acusarlos a ellos de
ser los autores de los hechos y por ello ser objeto de represalias, lo que
originó que Félix Vázquez Peña y los elementos pertenecientes a su grupo de la
Judicial del estado abandonaran Tetecala sin conocerse su paradero, ya que no
se han reportado a sus jefes.”
En 1962 Rubén Jaramillo
había cumplido cuatro años de haber dejado las armas y se había dedicado a la
lucha civil y pacífica. Incluso mantenía un diálogo con el gobierno de la
república para solventar las demandas del movimiento agrarista. Jaramillo se
había levantado en armas en cuatro ocasiones entre 1943 y 1958.
A su sepelio –según el
legajo de 316 copias fotostáticas de informes, tarjetas informativas y
manuscritos– acudieron Cuauhtémoc Cárdenas, en representación del Movimiento de
Liberación Nacional, y Jorge Rosillo, representante de la embajada de Cuba en
México. Las exequias se habrían realizado “ante
un grupo reducido de personas”.
En el lugar donde fueron
asesinados Epifania, Filemón, Ricardo y Enrique crece ahora un frondoso trueno.
El árbol de follaje persistente y hojas oscuras fue trasplantado en 1994,
cuando se erigió la tienda del sitio arqueológico y el llano fue empedrado para
que sirviera como estacionamiento.
Diez metros al poniente, en
la barranca, donde se encontró el cuerpo de Jaramillo –“el que recibió más impactos” de bala, según los informes de la
DFS– crecen huizaches y parotas. Dan sombra intermitente a una columna en cuya
placa se lee: “Los campesinos y el pueblo
de Morelos, en homenaje a los luchadores sociales Rubén Jaramillo Ménez,
Epifania Zúñiga García y sus hijos Enrique, Filemón y Ricardo, asesinados en
este lugar el 23 de mayo de 1962”.
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