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“A CHINGADAZOS APRENDÍ A REPORTEAR”: Javier Valdez, periodista y escritor asesinado


El 24 de agosto de 2016, el periodista Javier Valdez,  asesinado la mañana del 15 de mayo en Culiacán, Sinaloa,  habló con la revista Horizontum sobre su obra. Aquí la entrevista realizada:
1.- ¿Podrías mencionarnos tus 5 libros favoritos y por qué lo son?
Javier Valdez.- Creo que uno de mis libros favoritos es el primero que me cimbró como lector. Entonces yo era un activista a favor de los movimientos revolucionarios en Centroamérica y conocía un poco de los movimientos sociales en Nicaragua, El Salvador y Guatemala, y leía mucho sobre lo que pasaba en esas regiones.
.-Entre esos textos, tuve en mis manos una novela de Omar Cabezas, guerrillero sandinista y escritor. La novela se llama La montaña es algo más que una estepa verde. Y me conmocionó para siempre. Otro libro enternecedor, que me cala hasta mi acta de defunción, es El libro de los abrazos. Eduardo Galeano, su autor, hace gala del mejor periodismo, pero también de la mejor prosa, la más honda y humana, para contarnos cómo gritan los pasillos, las calles solas y oscuras, la lluvia sobre el pavimento, las bardas con mensajes de amor y esperanza.
No puedo dejar fuera a Juan José Millás, con su novela El mundo. Maravillosa, por ese viaje hacia sus intestinos y su pasado, con tramas personalísimas y portentosas. Más que un libro, me pegaron y siguen pegándome todos sus libros: Bukowsky. Por renegado, peleonero, borracho, nostálgico, solitario y terco.
Con esa infancia de golpes no podíamos esperar otra cosa, sino golpes: de tecla, de corazón, de amor y desamor, odio, irreverencia y desolación. Sus libros Cartero, Música para cañerías, La senda del perdedor, Mujeres, Historias de un viejo indecente, siguen siendo uno de mis paradigmas. Con las historias y los temas que abordo, incluyo en esta breve lista a Rubem Fonseca: mi gurú del género negro. Lo primero que leí de él fue El cobrador, que fue como un golpe de martillo en el occipucio. Seco y demoledor. Pero el libro que más que ha quedado conmigo es Ella y otras mujeres, con textos breves sobre la violencia, el amor, la muerte y esa frágil, barata y adictiva insistencia de jalar el gatillo y encajar el puñal.
2.- ¿En qué momento de tu vida aparecieron cada uno, algún acontecimiento especial, impactante o desastroso?
Javier Valdez.- Creo que Omar Cabezas y su La montaña es algo más que una inmensa estepa verde apareció cuando debió. En un momento en el que yo pensaba mucho en la revolución, la guerrilla, el cambio a través de las armas. Fue uno de mis insumos. Sigo pensando en que todo esto cambie, pero no a través de esa forma. Leer en ese momento a Cabezas, el sandinismo, la vida de un soñador, de un hombre de armas, en la montaña, fue como gasolina y latidos en sobredosis, para esa vida de activismo y militancia en el que yo me desenvolvía.
Tendría unos 19 años, quizá 20 años. Millás apareció en mi vida cuando empecé a asomarme hacia dentro y me descubrí y practiqué mi soledad, con conciencia, convicción y pasión. Pero además, sus textos eróticos, juguetones, divertidísimos y fantásticos, fueron la sal, el vinagre en mis heridas, y también la cura. De alguna manera me ayudó a administrar estos dolores, los insomnios, que no cesan, pero dejaron de ser espantosos. Bukowsky llegó a mí a través de la biblioteca personal de mis amigos Arturo Zavala y Magaly Reyes, cuya casa –como buen culichi, llegaba a hurgar en la biblioteca y en su refrigerador- visitaba frecuentemente.
Luego fue difícil comprar libros, por caros y porque escaseaban en Culiacán. Pero uno a uno, en viajes y con pocos ahorros, fueron llegando a mi colección personal. De este autor, nacido en Alemania pero con muchos años en Estados Unidos, me quedo con sus textos descarnados, su honestidad de borracho, su desinterés en quedar bien y acomodarse a las olas de la moda o los medios informativos o las corrientes literarios, su vida en la calle y en los drenajes profundos, su incapacidad de amar y su terquedad de amar, y esa senda repetida, como él mismo lo dice, de ser un perdedor y robar hermosas flores de las avenidas de la muerte. Galeano es otro rostro: la humanidad, más al centro, más hondo, más nosotros.
Lo cotidiano como historia y nosotros en el centro. Yo me veo en sus textos y me siento contaminado, atraído por ellos a la hora de pelearme con las teclas de esta Dell. Creo que el periodismo debe ser más humano, de más búsqueda en la calle, de más protagonistas en las aceras, gastar suelas y mover el culo, y menos políticos y oficinas y conferencias de prensa y declaraciones y demás oquedades. Yo veo en esta propuesta de Galeano mi camino como aprendiz de periodista y escritor. No supe lo que decía cuando propuso, en el proceso de fundación del semanario Ríodoce, escribir una columna con historias del narco. Historias reales, contadas desde la ficción, pero con el nudo central cierto, real, arrebatado de las calles de Culiacán. Así nació mi columna Malayerba, con nombres saltados, sin calles ni horarios ni fechas ni lugares, pero con el tuétano de la realidad. Todas las historias son ciertas, pero vestidas, disfrazadas. En este contexto llegó Fonseca, con sus historias que son dinamita. Yo tenía que mamar la savia de este autor, sus calles y cantinas y prostíbulos y asesinos: taladrando el alma, sonrisas macabras, con la guadaña en alto.
3.- ¿Siempre deseaste ser escritor o qué otro trabajo te imaginabas desempeñar?
Javier Valdez.- Siempre quise escribir. Lo hago desde la secundaria. Escribía una suerte de diario, “pensamientos”, decía yo. Intentos de versos. Se los mostraba a mi mamá, los leía en voz alta y alguna vez regaló mis bodrios luego de leerlos en fiestas familiares. No dejaron de ser actos íntimos. Un día pensé, cuando tocaba en un grupo de música de folclor latinoamericano, que iba a estar en un auditorio, frente a mucha gente. Cuando salió la oportunidad de escribir en un periódico, la aproveché.
Luego fui corrector (corruptor, pues) de textos en otro, y tuve la oferta de trabajar de reportero en un canal de televisión. A punta de chingadazos aprendí a reportear, aunque este es un ejercicio que no deja de aprenderse nunca y que hace y muere todos los días. Luego salió la opción de escribir un libro con crónicas sobre la ciudad, cosa que no creía. Y lo hice y se publicó De azoteas y olvidos. Y lo demás llegó como casi todo lo que me ha pasado: sin buscarlo, por tretas del destino y una que otra celada.
4.- Si vivieras en otro país, ¿a qué te dedicarías?

Me gustaría ser maestro. Lo he hecho y lo volvería a hacer. Me llenan de vitalidad los jóvenes. Pero si pudiera, si solo pudiera, aunque fuera un poco, sería bombero.

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