Capitalismo + droga = genocidio.
El polvo de la
contra-insurrección
(parte 1 de 4).
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27
abril, 2017
Este texto fue publicado en 2016 como introducción al
cuadernillo «Capitalismo + droga = genocidio», disponible en PDF y cuyo contenido incluye también los
siguientes materiales:
.- Capitalismo
+ droga = genocidio. Traducción
del texto de Michael «Cetewayo»
Tabor, escrito en 1969.
.- ¿A
quién beneficia la «guerra contra el
crimen»? Comentario
del investigador y luchador social Mathieu Rigouste a la traducción y difusión
en francés del texto: Capitalismo + droga =
genocidio de
Michael «Cetewayo» Tabor.
.- Lincoln
Detox Center: el
programa antidrogas del pueblo.
Entrevista con Vicente «Panama» Alba,
realizada por Molly Porzig. Publicada el 15 de marzo de 2013.
Aquí puedes leer completo el folleto:
EL POLVO DE LA CONTRA-INSURRECCIÓN
La guerra es la medicina que el
capitalismo le administra al mundo, para curarlo de los males que el
capitalismo le impone.
Palabras del Ejercito Zapatista
de Liberación Nacional durante el seminario «El
pensamiento crítico frente a la hidra capitalista» (2015)
Ya sea que hayamos crecido en el campo o en la ciudad,
en el centro o en la periferia, en los países del «Norte» o en los países del «Sur»,
una realidad se impuso a la gente en cualquier parte del mundo durante los
últimos cincuenta años: la droga y la represión que se orquesta en su nombre
por parte de las fuerzas policiacas y militares.
Desde el inicio de la
circulación a gran escala, a finales del siglo XIX, de varias substancias
químicas ahora calificadas como «drogas
duras» —siendo la heroína y la cocaína las más conocidas—, han muerto
cientos de miles de personas en el mundo entero por «sobredosis». Pueblos y barrios enteros han sido arrasados.
Cárteles armados se han expandido en numerosos países con el fin de asegurar el
transporte y la distribución, imponiendo su negocio a través del terror. Y una
despiadada represión policiaca y militar se ha desplegado en todo el planeta en
los territorios de vida de las «minorías» sociales y culturales, tanto en las
zonas urbanas donde las drogas son consumidas, como en las zonas rurales donde
son producidas. Resumiendo: durante los últimos cincuenta años, se ha
implementado una verdadera economía de guerra alrededor de las drogas en el
mundo entero.
Un dispositivo de guerra
mundial que, al igual que la presente «guerra
mundial contra el terrorismo», se despliega tanto al interior de los
Estados —a través del patrullaje de la ciudad y del campo por las fuerzas
policiacas y militares— como a nivel internacional, donde «la guerra contra las drogas», oficialmente declarada en 1969 por
el presidente estadunidense Richard Nixon, ha servido de nueva justificación
para la interconexión general de los aparatos Estatales de represión de todo el
planeta.
Ya sea por la represión o
por los efectos desastrosos de la drogadicción, sentimos la necesidad de abrir
un espacio de discusión entre compañerxs que vivimos día a día esta forma de
guerra, que en ocasiones se presenta como un círculo infinito
(capitalismo-infelicidad-mercancía-consumo-estigmatización-adicción-exterminio),
para pensar cómo generamos formas que le hagan frente de manera individual y
colectiva. Por esto fue que nos dimos a la tarea de traducir estos textos, que
tratan sobre cómo los movimientos revolucionarios se plantearon esta
problemática en los años sesenta y setenta en Nueva York, cuna de la adicción a
la heroína en los Estados Unidos.
Para nosotrxs no se trata de
moralizar ni prohibir las drogas. La desintoxicación pasa por entender este
mecanismo de contra-insurrección, como lo hicieron las Panteras Negras y los
Young Lords, mediante la reflexión de cómo el sistema capitalista nos está
destruyendo y haciendo que nos destruyamos a nosotrxs mismxs. Podemos retomar
de la experiencia del Lincoln Detox Center la necesidad de estructuras
autónomas de salud comunitaria para tratar y afrontar en colectivo a la
droga-mercancía y su guerra.
¿Pero cómo entender la
expansión por todo el mundo del uso de drogas tales como la heroína o la
cocaína, que tienen como particularidad ser altamente destructivas y generar
una adicción fuertísima? En los grandes medios dominantes, se nos impone hasta
la saciedad una lectura única: su difusión sería el producto del «crimen», un sector de la humanidad
maligno y hostil al control estatal, que las fuerzas «del orden» intentarían perseguir con el fin de proteger la salud y
la integridad física y mental de sus poblaciones. Dotado de un poder de
corrupción tremendo, el «crimen»
sería como un cáncer, una gangrena que infiltra incluso los elementos más bajos
de la estructura del Estado para su beneficio, con una ausencia de humanidad
tan grande que sería responsable de los actos de terror más horribles, como la
desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa en
Guerrero, México. «Afortunadamente»,
las fuerzas militares y policiacas, cada vez más coordinadas en todo el mundo,
trabajan para desmantelar las «estructuras
criminales» que soló los Estados tienen la capacidad de enfrentar. O al
menos esa es la imagen que los gobiernos intentan vendernos a diario.
Pero, como lo recordaba
Eduardo Galeano, «las guerras se venden
mintiendo, como se venden las autos. Son operaciones de marketing y la opinión
pública es el target». Este es especialmente el caso de la guerra contra
las drogas. Tal como cualquier mercancía, su publicidad tiene como propósito
real esconder las condiciones reales de su producción. Detrás de una propaganda
mediática incesante sobre la guerra contra las drogas en todos los grandes
medios de comunicación del mundo –especialmente en las emisiones de
televisión–, se esconde, por ejemplo, la resonancia histórica de las «guerras del opio», declaradas en el
siglo XIX por Inglaterra, Francia y Estados Unidos, que tuvieron como
propósito imponer el consumo del opio en China, el mercado más
grande de la época.
Para ir más allá del aparato
de propaganda alrededor de la guerra contra las drogas, no hay que olvidar
que las drogas son mercancías. «Droga»,
antes de ser sinónimo de «substancia
prohibida», señalaba en el siglo XIX a la substancia química producida por
los laboratorios de química industrial y vendida como producto farmacéutico en
los drug stores o «droguerías»,
igual que lo sigue haciendo hoy en día.
La heroína (refinada a
partir del opio) y la cocaína (extraída de la hoja de coca) fueron inventadas y
producidas a escala industrial en decenas de países del mundo por empresas
industriales químicas y farmacéuticas alemanas (la heroína por los laboratorios
Bayer, la cocaína por Merck), a finales del siglo XIX. Tal como antes lo había
sido la morfina, otra substancia refinada a partir del opio e inyectada
intravenosamente por médicos y enfermeros, el uso de la heroína y de la cocaína
era ampliamente prescrito en todo el mundo occidental por los hospitales y la
medicina moderna, especialmente para tropas militares en contextos de guerra,
donde servían contra el dolor de las heridas y otras amputaciones resultado de
los enfrentamientos, o como enervantes energéticos, con el fin de aumentar
artificialmente la agresividad y las capacidades de atención y de combate de
millones de soldados.
La fuerte dependencia
fisiológica provocada por estas nuevas mercancías provocaron la formación veloz
de verdaderos mercados cautivos que fueron abastecidos por la difusión de una
amplia gama de productos paramedicinales difundidos con publicidad a gran
escala: vinos y brebajes a base de opio o de coca (láudano, vinos mariani, Coca-Cola,
etc.), píldoras, comprimidos y toda clase de productos derivados. Pero a
principios del siglo XX, en el contexto de las guerras mundiales y de la
competencia capitalista entre las grandes potencias occidentales, los Estados
Unidos prohibieron la distribución de heroína y cocaína, productos de la
industria farmacéutica alemana, ya que Alemania era ahora el enemigo que había
que enfrentar tanto militar como económicamente, asociándolo en la propaganda
de guerra con el imperio del mal, del crimen y de la droga.
Fue entonces que Estados
Unidos tomó las riendas del movimiento prohibicionista mundial, una posición
que tenía como ventaja poder cuestionar los intereses económicos de las otras
grandes potencias coloniales (Inglaterra, Francia, Holanda y Japón) en la
producción y la distribución del opio y de la coca. Mientras tanto, la
industria estadunidense desarrollaba otras substancias energizantes o contra el
dolor para sus soldados, tales como la morfina, la codeína, el café
instantáneo, los cigarrillos, el alcohol, las metanfetaminas, etc.
La prohibición de la venta
legal de la heroína y de la cocaína, obtenida a nivel mundial por la diplomacia
estadunidense entre 1920 y 1950, no significó un desinterés de las grandes
potencias occidentales en la producción, distribución y consumo industrial de estos
dos derivados químicos fuertemente adictivos y destructivos. Al contrario: una
vez prohibida su comercialización oficial, su difusión paralela en el mercado
negro fue sometida a la vigilancia y el control selectivo ejercido por los
aparatos militares y policiacos de las principales potencias occidentales. Tal
como lo explica Mathieu Rigouste, en el texto incluido en este cuadernillo:
El tráfico permite poner en funcionamiento redes de colaboradores y de
reaccionarios locales, poner a lxs colonizadxs bajo una esclavitud tóxica, y
financiar las unidades especiales y sus operaciones de terrorismo de Estado.
Transformar la difusión de las drogas en arma es uno de los dispositivos más
secretos de las doctrinas de contra-insurrección.
El propósito de esta compilación*
es contrarrestar la desinformación propagada por los medios de comunicación
masiva que refuerzan este dispositivo y rastrear algunas piezas del
rompecabezas histórico para dar cuenta del funcionamiento de la drogamercancía
como dispositivo de guerra contrainsurreccional, como «medicina» administrada por el capitalismo para seguir acumulando
mediante la explotación, el despojo violento y el genocidio: la guerra siempre,
guerra mundial, una guerra cuyo único enemigo es la humanidad.
Aquí puedes leer completo el folleto:
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