El oleoducto contra
el que lucharon casi por un año está por ser concluido y sus campamentos fueron
incendiados, aun así no renuncian
Fuente:
Plumas Atómicas
27/02/2017
El 27 de
febrero de 1973, un grupo de alrededor de 200 indígenas de la etnia Oglala
Lakota y miembros del Movimiento Indio Americano (AIM, por sus siglas en inglés) tomaron el poblado de Wounded
Knee, en Dakota del Sur, dentro de la reservación Pine Ridge Indian. Por 71 días, más que una lucha, fue un
sitio militar a una población que, en primera instancia, lo único que buscaba
era la destitución de uno de sus líderes por su corrupción y sus prácticas
injustas contra la población indígena.
Aislados
de grupos que los apoyaban, tuvieron que encontrar la forma que, dentro de sus
acuerdos comunitarios y su resistencia constante, pudieran hacerle frente al
FBI, a la Guardia Nacional y a la policía estatal de Dakota del Sur. La muerte de dos compañeros aceleró las
negociaciones y terminó el sitio, con el arresto de varios, la vida en huida de
decenas y con el panorama de la resistencia indígena-americana alterada para
siempre. (Vía: The Atlantic)
La lucha por los derechos civiles de las
comunidades indígena-americanas es, quizá, la que menos ha avanzado desde las
décadas del 60 y 70. La gran
mayoría de su población vive por debajo de la línea de pobreza, no tiene un
empleo ni educación más allá de la básica; las reservaciones indígenas, regadas
por todo el medio oeste de los Estados Unidos, se convirtieron durante el siglo
XIX y XX, en campos de concentración, donde diversas etnias se veían forzadas a
convivir en regiones apartadas y sin acceso a bienes y servicios básicos, si
querían que ciertos “acuerdos”
firmados con el gobierno federal pudieran ser aplicados (la autonomía legislativa y el respeto a
tierras sagradas, por ejemplo).
Ese mismo círculo que provocó las
condiciones de vida que dispararon la ocupación de Wounded Knee; ese mismo sistema de opresión y
olvido constante que, cuarenta años después, generó el proyecto de construcción
del oleoducto Dakota Access. El ducto, que transportaría 400 mil
barriles diarios de crudo de la región Bakken, de Dakota del Norte hacia las
refinerías del sur de Illinois, cruzaría por una sección considerada sagrada
por la tribu Lakota, además que atravesaría por debajo del río Missouri, que da
agua de consumo y riego a millones en la región. Si bien para concluir un
megaproyecto en tierras comunales indígenas se requiere un complicado proceso,
iniciar su construcción no (uno de tantos vacíos en la ley contra
los que han protestado quienes estaban en protesta en el sitio, en línea y en
los juzgados). (Vía: Los Angeles Times)
Después de que cientos de tribus se
dieran cita en la zona de construcción; de que grupos de veteranos del Ejército
de los Estados Unidos los apoyaran con logística y seguridad; de que la protesta
se convirtió en el centro de atención mundial por el riesgo que implicaría un
derrame de petróleo en el río Missouri después de crisis de agua como la de
Flint y Detroit, Il., la
administración Obama y el Cuerpo de Ingenieros Militares, junto con la Agencia
para la Protección Ambiental y otras agencias gubernamentales, cancelaron la
construcción a finales de 2016, en medio de uno de los inviernos más crueles en
la zona. (Vía: The
Guardian)
Sin embargo, sabían que era un paz frágil
una vez que Donald Trump ganó la presidencia. No sólo por sus políticas “ambientales”, sino por su apoyo
constante a las empresas petroleras y el interés económico del mismo consorcio
Trump en la construcción del oleoducto (es dueño de un pequeño -pero
importante- porcentaje de acciones de Energy Tranasfer Partners, la compañía
texana que lo está construyendo). Conforme
fueron pasando los días y las órdenes ejecutivas, las restricciones, límites y
balances impuestos por la administración Obama (y por una larga tradición presidencial
iniciada por Richard Nixon de proteger el ambiente, al menos dentro de los
Estados Unidos), han dado rienda suelta a un segundo aire para el oleoducto.
La semana
pasada, se incrementó la presencia policial y el mismo Trump advirtió de la
posibilidad de usar a la Guardia Nacional contra los manifestantes. Pocos días después, se detuvo a casi
doscientos manifestantes y los campamentos que rodeaban la zona de construcción
fueron incinerados.
El mismo Cuerpo de Ingenieros Militares
que había frenado la construcción ya la aprobó de nuevo y la resistencia ha tratado de
encontrar la forma de articularse desde la derrota, como una y otra vez lo han
tenido que hacer desde el siglo XVII. (Vía: New York
Times)
Wounded Knee está a poco más de 400 kilómetros de Standing
Rock, ND, donde por casi un año cientos de manifestantes, de decenas de tribus y etnias indígenas de los Estados Unidos
articularon una resistencia que, en la práctica, tuvo que encontrar un camino
para defender los pocos espacios que les quedan; en esa articulación,
coordinaron la más grande reunión de tribus y etnias que los Estados Unidos
había visto en su historia, y es desde esa resistencia, desde esa comunidad que
tejieron que, ahora, pueden luchar con aliados, porque, por fin, están siendo
vistos, aunque derrotados, aunque cansados, pero vistos.
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