México entre “los 10 puntos críticos más volátiles del
mundo”
Dra.
Ivonne Murillo Acuña
(Académica del Departamento de Ciencias Sociales y
Políticas de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México)
Desinformémonos
04 febrero, 2017
Muy
pronto comenzó el año 2017 para México. Primero, con el llamado “gasolinazo” se han multiplicado las
protestas ciudadanas por lo que se reconoce como el incumplimiento de una
promesa gubernamental de acuerdo con la cual, después de puesta en marcha la
reforma energética, no habría más alzas en los precios de las gasolinas y el diésel.
Segundo, desde fuera y ya en los primeros días del año una organización
independiente International Crisis Group (ICG) coloca a México
entre “los 10 puntos críticos más
volátiles del mundo”.
En
el primer caso, el gasolinazo aparece
como la gota que derrama el vaso de un profundo descontento social en el que la
población no encuentra, en quienes han gobernado y gobiernan al país, un
proyecto claro que permita mirar al futuro con esperanza. El hartazgo adquiere
dimensiones reales cuando quien dice representar los intereses de sus
gobernados toma decisiones que de una u otra manera afectan a todos. Pero,
sobre todo, cuando quien debería ser el líder máximo no encuentra apoyo en una
ciudadanía que no lo ve más, si es que alguna vez lo hizo, como alguien en
quien creer y con la autoridad suficiente para ser obedecido.
En
el segundo caso, el ICG compara la situación interna de México, en cuanto a
tipo y nivel de violencia, con países como Siria, Afganistán, Yemen, Sudán del
Sur, Irak, República Democrática del Congo, Gran Sahel y la región del Lago
Chad, Birmania, Ucrania y Turquía. En este sentido, Iván Briscoe, director del
Programa para América Latina del ICG, afirma que se incluyó a México, aunque no
vive un conflicto “convencional”,
dado que los niveles de violencia armada en el país “han llegado a cifras comparables a los de zonas de conflicto”. La
pregunta necesaria en este punto es: si, formalmente, en México no se vive una
guerra civil o la invasión declarada de otras naciones ¿Por qué el país registra
cifras y niveles de violencia semejantes a los de países en guerra? ¿Vive
México una guerra no convencional?
La
respuesta por supuesto no es sencilla ni puede concretarse al análisis de un
sólo factor. Por lo que se proponen aquí tres posibles líneas de investigación,
las cuales confluyen en una sola hipótesis.
PRIMERA,
un cambio en el rostro de la
civilización como hoy la conocemos, que va más allá
de la lógica de fronteras abiertas o del proteccionismo económico que ahora
pretenden imponer Gran Bretaña y Estados Unidos, después de haber probado y
vivido en carne propia las consecuencias del neoliberalismo, el libre
mercado, la liberalización de los
mercados financieros, la globalización
y todo aquello que acompañó su propia visión del mundo y la función del Estado.
Esta
transformación se caracteriza por una competencia descarnada por los recursos,
el individualismo y un egoísmo exacerbado, en el que los intereses económicos
han transcendido a la política para imponerse con toda su fuerza
desintegradora, peligro que, ya a inicios del siglo XIX, pensadores tan
preclaros como Hegel habían advertido. El filósofo alemán afirmó que la
política era incapaz de garantizar su propia hegemonía sobre el interés social
económico, peor aún, observó, con mucha agudeza, como la economía comenzaba a
imponer sus reglas a la política, más aún comprendió tempranamente el poder
disolvente encarnado por el capital cuya lógica daba rienda suelta al afán
egoísta del individuo al separarlo de los nexos que lo ligaban al espacio privado
familiar y al espacio político del Estado.
En
una primera aproximación podría expresarse esta relación como el enfrentamiento
entre el “mercado”, como la imagen
más visible del capitalismo y el “Estado”,
como la representación de los intereses de la mayoría. Entre las décadas de los
años 40 y 80 del siglo pasado el mundo conoció al Estado benefactor o de
bienestar, en el cual, a través de impuestos diferenciados, subsidios,
educación, servicio médico gratuito, etcétera, el Estado logró disminuir los efectos
negativos del mercado, tratando de igualar las condiciones de quienes no
tendrían oportunidad de una vida mejor al sujetarse sólo a las leyes de la
oferta y la demanda.
Hacia
los ochentas, el modelo cambió y se decretó la minimización del tamaño del
Estado y el retiro de aquellas políticas de corte social que protegían a las
grandes mayorías para dejarlas con sus propias fuerzas frente a un mercado cada
vez más excluyente. Las y los individuos quedaron entonces solos y a la deriva,
en muchas de las ocasiones sin el amparo de la familia y sin la protección del
Estado, gracias a que la nueva lógica propicia un individualismo extremo.
Ahora,
en pleno siglo XXI, no se ha podido encontrar un modelo que, en todo caso,
reúna lo mejor de ambos paradigmas, la famosa tercera vía. Por el contrario,
parece imponerse una tendencia que lleva a sus últimas consecuencias el pleno
desenvolvimiento de la “fuerza
desintegradora” de la economía sobre la política, observada por Hegel.
El
resultado, poblaciones enfrentadas al vacío del poder político, encarnado en
gobernantes incompetentes, débiles, no comprometidos con la población a la que
dicen representar y sometidos a los intereses económicos de una pequeña,
pequeñísima élite mundial y decididos a defenderlos a como dé lugar, con las
armas en la mano si es preciso, de ahí la urgente necesidad de militarizar la
vida civil.
SEGUNDA,
la geopolítica es un segundo factor que podría
proporcionar elementos para entender lo que está pasando en México y lo que ha
llevado al país a estar en el grupo de los 10 puntos más críticos del planeta
en términos político sociales. La explicación en este punto se relaciona, por
supuesto, con el hecho de que México tenga como vecino al, aún, país más
poderoso del mundo, Estados Unidos. En una interesante reflexión, Campo
de guerra, Premio Anagrama de Ensayo, el periodista mexicano Sergio
González Rodríguez, sostiene que: “la
meta es acrecentar la inestabilidad en México, para imponer el Estado ‘fuerte’
y la misión de que México actué como gendarme de la región al sur de EE. UU.,
Centroamérica y el Caribe (…) El
caos, el desastre educativo y la imposición de la barbarie (armas, droga,
violencia, explotación masiva) terminan por ser redituables dentro de la
geometría asimétrica de México con sus vecinos del norte” (Pág: 31).
En
términos simples, México, convertido en un campo de guerra, sirve de barrera
para frenar, en lo posible, los efectos negativos de un modelo
económico-político brutal basado en la extracción de recursos naturales,
humanos, económicos, técnicos, tecnológicos, científicos de las sociedades
vulnerables en función del lugar que ocupan en la geografía mundial, y que de
llegar a Estados Unidos harían de ésta una sociedad en peligro. Estos efectos
son: enormes olas migratorias, el terrorismo, las bandas del narco y el crimen
organizado, los delitos que en México han sentado sus reales como la trata de
personas, los asaltos, los asesinatos, los secuestros y muchos otros. “Negocios” que generan ganancias
estratosféricas en millones de dólares y a las que sí se permite cruzar la
frontera norte. Por supuesto, no hay que dejar de lado el enorme negocio que
para Estados Unidos significa la venta de armas en el mundo, incluido México
como uno de sus clientes más cercanos. Negocio redondo, México paga por las
armas con las que ha de evitar que el desorden y el caos llegué a su vecino del
norte y con las que los propios connacionales se están matando.
Como
refuerzo a la tesis de la necesidad de militarizar la vida civil, baste como
ejemplo la conocida Iniciativa Mérida, concertada entre Felipe Calderón y
George Bush, 2008, cuyo objetivo principal fue dotar de equipo bélico al
gobierno mexicano: helicópteros, aviones con aparatos de rastreo térmico,
programas de cómputo y radiocomunicación y entrenamiento en operaciones
antinarcóticos. Pero ni a Calderón ni a Bush se les ocurrió que podrían atender
el problema fortaleciendo las redes sociales de apoyo a sectores desprotegidos,
programas para la creación de empleos, asesoría técnica para desmontar las
redes financieras de los narcos o para atacar la enorme corrupción que ha
convertido a muchos gobernantes y empresarios en “socios” de los narcos. Nada
de eso, su primera opción fue fortalecer técnicamente a las fuerzas armadas.
TERCERA,
la histórico-política,
México atraviesa por un periodo histórico de gran inestabilidad política y
social caracterizado por el agotamiento de un modelo político de corte
autoritario-corporativo-clientelar y una transición inconclusa a la democracia
que aunque se tradujo en un mejor sistema electoral no aseguró la independencia
de éste respecto de los partidos políticos, ni un cambio positivo en la
relación entre poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) ni entre los
diversos niveles de gobierno (municipal, estatal y federal) y menos entre el
Estado y la sociedad.
Ambos
fenómenos, el modelo agotado y la transición inconclusa han permitido el arribo
al poder de una clase política incompetente, corrupta, trepadora, ignorante,
sin proyecto de país y no comprometida con los intereses de aquella gente a
quien gobierna o dice representar. Han provocado además una honda ruptura en el
pacto social que obligaba al gobierno a vigilar el bienestar de las grandes
mayorías y a la sociedad a obedecer y apoyar los mandatos de tal gobierno. El
resultado es el caos, la desobediencia civil, el rompimiento del tejido social,
la impunidad, la proliferación de los delitos y con ellos la necesidad
imperiosa de un nuevo pacto y de liderazgos que logren encausar la energía
social de manera positiva hacia la conformación de un nuevo proyecto de país.
De
aquí que el “gasolinazo” prácticamente
“rocié gasolina” sobre un malestar
social acrecentado por las acciones de un gobierno incapaz de mirar más allá de
los intereses de su pequeño grupo y que con cada una de sus acciones aviva más
el fuego del “mal humor social”.
Resumiendo,
México vive una guerra no convencional resultado primero, de la imposición de los intereses económicos (de unos
cuantos) sobre los intereses políticos (de la mayoría); segundo, de la estrategia geopolítica de Estados Unidos, que con la
llegada de Donald Trump a la Casa Blanca convertirá a México en enemigo además
de parapeto; tercero, de la
decadencia del sistema político mexicano y una transición inacabada a la
democracia que ha propiciado el arribo de la peor clase política en décadas,
por decir lo menos.
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