Cristian Vitale
Página 12
Desinformémonos
05 febrero 2017-02-06
“No existe empleo ni oficio
que
yo no lo haya ‘ensayao’…”,
Violeta Parra.
Escribió poesía, compuso y cantó tonadas, cuecas,
parabienes, décimas y corridos. Trabajó en bares, puertos, circos y fondas.
Tocó guitarra, charango, cuatro, arpa y quena. Pintó sobre madera, tela y
cartón. Y hoy la chilena sigue siendo una voz insustituible del continente.
Murió porque su depresión lo
quiso. Fue hace cincuenta años y cuando tenía –casi– cincuenta años. Aún no
habían pasado millones de cosas en América y el mundo, pero una jugarreta de
esas que gustan al imaginario la asocia con tales hechos posteriores a su ida.
El nombre de Violeta Parra va indisolublemente ligado a los intentos
revolucionarios en el Tercer Mundo, hijos de Argel, Eva y Fidel; a Vietnam; a
las gestas musicales de Quilapayún, Mercedes Sosa, Los Beatles o Víctor Jara;
al pacifismo; al hippismo; al canto de protesta; a las pastillas
anticonceptivas; al feminismo; a la libertad y la paz; al reconocimiento de los
pueblos originarios; al folklore chileno, argentino y latinoamericano; a Joan
Baez, Bob Dylan, los derechos de los negros…. A todo ese espíritu de fines de
los sesenta que pondría el sentido del mundo en otra frecuencia. Y, claro, a
sus enormes contradicciones que, sintetizadas en Violeta, ya arrancan desde su
nacimiento del que, dicho sea de paso, este 4 de octubre se cumplirán cien
años. Aún no se sabe, por caso, si su madre la parió en San Fabián de Alicó,
una comuna precordillerana de la provincia de Ñuble, o en San Carlos, una
ciudad ubicada en la misma provincia.
Pero sí que nació como Violeta
del Carmen Parra Sandoval y que hizo de todo. Que le fue escapando como pudo a
la pobreza, a las dolencias y a las enfermedades de la infancia. Que
escribió poesías, compuso y cantó tonadas, cuecas, parabienes, décimas,
corridos, y ritmos andinos. Que escribió libros; trabajó en bares, puertos,
circos y fondas; tocó guitarra, charango, cuatro, arpa, y quena; y pintó
paisajes y pasajes sobre madera, tela y cartón. Que esculpió; cosió; trabajó la
cerámica; dio clases; recopiló músicas en los campos; animó programas de radio,
tejió y bordó. Tanto hizo la Violeta en vida, que una de sus décimas
autobiográficas lo expresa mejor que mil palabras: “No existe empleo ni oficio / que yo no lo haya ‘ensayao’…” También
tuvo experiencias de amor traumáticas –tanto, que una de ellas la llevó al
suicidio–, pero también de las otras, que resultaron en cinco hijos, dos de
ellos de un mismo padre, un obrero del ferrocarril llamado Luis Cereceda, y
músicos (Isabel y Ángel) y tres más: Carmen, con el carpintero Luis Arce, Rosa
Clara y Luis.
Lo primero que hizo esta poetisa
que presintió en cuerpo, alma y arte el cambio de una era, fue cantar. Tenía
ocho años cuando lo hizo por primera vez, acompañada de una guitarra, y once
cuando diseñó sus primeras canciones. Seis más cuando se trasladó a Santiago
junto a su hermana Hilda con el fin de cantar en cualquier lado. Fue el
principio de un periplo más hamacado que un tren. El principio de constantes
viajes por tierras lejanas y cercanas, que le dieron al movimiento de la Nueva
Canción Chilena, su matiz más universal. De hecho, su primer registro discográfico
fue en Francia bajo el nombre de Guitare
et Chant: Chants et Danses du Chili, publicado en 1956, cuando ya había
estado dando vueltas por la Unión Soviética y Polonia.
Se trata de un impecable fresco
constituido por esos temas populares que Violeta gustaba rastrear en gentes
anónimas y rurales de su Chile (“Miren
como corre el agua”, “El palomo”
y “Canto a lo divino”, entre ellos),
más tres clásicos que la marcarían de por vida: “Violeta ausente”, “Casamiento
de negros” –que ya había grabado en un simple, tres años antes– y “La jardinera”, que vería la luz en
simples posteriores, y en la reedición póstuma y completa del mismo trabajo, en
1975. Fue el disco debut de una zaga que continuaría con siete discos
publicados por EMI-Odeón, entre los que se destacan Recordando a Chile (el de “Paloma ausente”, “Qué he sacado con quererte” y “Qué
dirá el Santo Padre”), Carpa de la reina (el de “La pericona se ha muerto” y “Los
pueblos americanos”), ambos discos del prolífico 1965; y de Las última
composiciones, postrero trabajo en vida de la chilena que, paradojal, se
despide con “Gracias a la vida”,
además de “Volver a los 17”, “Run Run se fue pa’l norte” y la
premonitoria e intensa “Maldigo del alto
cielo”.
Aquel disco, el único publicado
por la RCA Víctor, es considerado como uno de los mejores de la música popular
chilena del siglo XX y expresa, más allá de la lumínica y –tal vez–
anticipatoria “Gracias a la vida”,
resabios del amargo gusto que le había causado la separación de su gran amor,
el antropólogo y músico suizo Gilbert Favre, entre otros latigazos al alma,
como la desidia de parte de ciertas usinas culturales chilenas para con sus
trabajos, el retorno a la pobreza o la muerte prematura de Rosa Clara, su
cuarta hija. Había grabado tal disco junto a sus hijos Isabel y Ángel, que ya
la habían acompañado en una gira por Alemania, Italia, Francia y la Unión
Soviética tres años antes. Y se escuchó tanto como el disparo que se pegó en la
sien derecha, en un acto pensado y volitivo, a las seis menos veinte de la
tarde de un –también– domingo 5 de febrero de 1967.
Murió sola en su carpa de La
Reina, pero no pasaron más de tres horas para que miles de chilenos salieran a
llorarla en cada barrio pobre del país, y tantos más de otros barrios del orbe
mundial, donde habían llegado sus profundos cantos latinoamericanos: “Gracias a la vida que me ha dado tanto / Me
ha dado la risa y me ha dado el llanto / Así yo distingo dicha de quebranto /
los dos materiales que forman mi canto / y el canto de ustedes que es el mismo
canto / y el canto de todos, que es mi propio canto”, eternizarían por caso
Mercedes Sosa y Joan Baez, con el seguro objeto de reivindicar a Violeta, a la
altura de sus circunstancias.
Grandes chilenos. Documental Violeta Parra
Todos los derechos
son reservados TVN©
Grandes Chilenos nos presenta un
documental dedicado a Violeta Parra.
Conoce la vida y obra de esta mujer excepcional que llevó el
arte del folclore chileno más allá de nuestras fronteras: cuando era casi una
desconocida en su propio país, el Museo del Louvre celebraba una exposición
individual de su obra visual. Te invitamos a conocer la historia de una mujer
cuya voz fue una ventana a los problemas sociales de Chile, pero también a su
propio y profundo sentir.
El 4 de octubre de
este año cumpliría 100 años de nacida. El 5 de febrero cumplió 50 años de
haberse ido.
Publicado el 9 de diciembre de 2012
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Subido el 05 de febrero de 2012
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