“Todos los
feminismos son de clase”
David García Aristegui
Entrevista a Isabel Benítez
Monterrubio de la Serena
Fuentes:
Rebelión.
Red Latina sin fronteras
Publicado: 30 diciembre,
2016
Entrevista
a la feminista y sindicalista Isabel Benítez, coautora de un libro sobre La huelga de Panrico, la más larga en España.
En
numerosas charlas y textos tuyos hablas de feminismo de clase. ¿Cuál sería su
opuesto?
El feminismo
de, por ejemplo, Cristina Cifuentes, Inés Arrimadas o Andrea Levy también es un
feminismo de clase. Todos los feminismos son de clase, otra cosa es que seamos
conscientes o no. Es decir, se traducen en políticas, reivindicaciones y
programas de lucha concretos en los que se refleja cuáles son nuestras
prioridades, si todas las mujeres o sólo algunas, por decirlo en términos
sencillos. Cifuentes, Arrimadas y Levy tienen muy claro que su única meta es
conquistar la igualdad de oportunidades para que selectas mujeres puedan
explotar en las mismas condiciones a otras mujeres y hombres. Para el feminismo
burgués, en el mejor de los casos, el derecho al aborto es una mera libertad
formal. Para nosotras, es un derecho que si no lo garantizas materialmente (en
la sanidad pública y gratuito) es papel mojado. Para el feminismo liberal
burgués, la libertad de mercado y la libertad individual formal son la unidad
de medida de la emancipación femenina. Que los salarios sean miserables, la
amenaza de un desahucio o una sanidad pública colapsada no son problemáticos ni
para la crianza, ni la educación ni la familia.
¿Hay
que insistir, entonces, con el feminismo de clase?
Si muchas
compañeras estamos hablando de “feminismo
de clase” es porque nos piden con
ese título las charlas, pero también en otro sentido. La pugna
político-ideológica en este campo es respecto a los feminismos de los años 1990
y 2000, que pusieron las identidades (sexual, racial, orientación sexual) en el
centro, desplazando temas clave como el reparto de la riqueza, y que a menudo
son reactivos a incorporar en la lucha de clases en su análisis, que en el
mejor de los casos hacen una trinchera decididamente feminista pero que es
anticapitalista en sentido abstracto. Es un feminismo interclasista que ha
tenido muchísimo predicamento en la academia y que a nivel político es muy
impotente y en según qué momento, incluso se desliza a la manida “guerra de
sexos” en lugar de una política de clase anti-patriarcal. Es obligado reconocer
que las “organizaciones de clase” han dado una respuesta aberrante a las
reivindicaciones feministas desde hace décadas, ya no digamos respecto a la
homosexualidad, pero es sintomático que evoquemos la lucha de las sufragistas
(que pelearon por el sufragio censitario de las mujeres blancas, jamás lo
olvidemos) y nadie quiera saber que las bolcheviques fueron las primeras
mujeres del mundo que conquistaron el derecho al aborto público, gratuito y
seguro, y el derecho al voto a principios del siglo XX, cuando hasta los años
70 las francesas no podían conducir un coche sin permiso del marido.
Eres
una de las responsables de la Secretaría de Lucha Feminista de la Coordinadora
Obrera Sindical ¿Es el feminismo la asignatura pendiente de todos los
sindicatos?
Sí, participo
en la Secretaría de Lluita feminista de la COS. Incorporar con solvencia lo que
significa ser, además de trabajadora, mujer es la asignatura pendiente de todas
las organizaciones rupturistas, sean políticas como sindicales. Y nosotros no
somos una excepción. La participación política de las mujeres tiene un coste
más alto en términos personales y vitales que para los hombres. Primero tenemos
las barreras educativas que hacen de la obediencia, la complacencia y colmar
las expectativas ajenas como la quintaesencia de lo femenino. Luego está el
estigma de que opinar, ser vehemente y, potencialmente, tener una visión más
clara de las cosas que el resto de los compañeros de trabajo, tampoco está
premiado. A partir de aquí, la dinámica empresarial de la “gran familia” y de las
pequeñas y medianas empresas, también introducen una dinámica paternalista y de
chantaje emocional hacia las mujeres muy concreta, por no hablar del riesgo
laboral añadido del acoso sexual y, también, del acoso moral al que las mujeres
son más vulnerables, precisamente por esa estructura de carácter que exige de
nosotras el patriarcado, según recogen los estudios de la Organización
Internacional del Trabajo sobre mobbing. Otro aspecto es la altísima
temporalidad y el subempleo, somos las campeonas del contrato a tiempo parcial,
lo cual tampoco ayuda a desarrollar acción sindical convencional. Superado todo
esto, te das cuenta de que las mujeres que se sindican y son guerreras en el
trabajo, son cuadros sindicales preparados casi para cualquier batalla,
agitadores y comunicadores de primer nivel, con una capacidad de convocatoria y
de combatividad a años luz del resto.
¿Crees
que las cosas han mejorado en las organizaciones respecto a hace unos años?
Pienso en
Montse Castañé, de los mataderos de Vic, en las compañeras de telemárketing de
Terrassa o en las mismas trabajadoras de Panrico. Al dar el paso, lo que ponen
en juego es mucho más, especialmente cuando hablamos de la sobrecarga laboral
que implica la presión social de llevar adelante la crianza, la logística y el
mantenimiento del hogar, cuidar de familiares dependientes… Hay muchísimo trabajo
que discutir y debatir al respecto y avanzamos despacio. La liberación sindical
parcial, por ejemplo, debería priorizar mujeres antes que a hombres; promover
activamente a mujeres a cargos de responsabilidad; ser inflexibles con la
vigilancia de las actitudes y comportamientos sexistas, machistas, racistas,
homófobos que puedan aparecer en nuestras asambleas y secciones. Cuando tu
planteas un modelo sindical en el que el es evidente que se tienen que tomar
medidas compensatorias para que nosotras también seamos sujeto político todas y
todos.
El
libro Panrico. La huelga más larga (Ediciones de 1979, 2016) fue un encargo que
os realizaron a ti y a Homera Rosetti. Hay muy pocos libros que traten temas
sindicales, ¿cuál crees que es la razón?
Después de
veinte años declarando la muerte de la clase trabajadora, hablar de
sindicalismo parece algo pasado de moda. Existe la percepción de que es una
cuestión “ya superada”, que no se puede aportar nada nuevo, que todo está dicho…
El desinterés forma parte del proceso de deconstrucción de la clase obrera
después de la Transición, en el sentido de proceso inverso del que hablara E.P.
Thompson respecto a Inglaterra. A medida que las centrales sindicales
mayoritarias adoptaron el discurso de la “empleabilidad” en lugar del de reparto de la riqueza, lo
sindical se asocia a “burocracia, gestión” de lo que hay y eso ha hecho que la
reflexión sobre lo que sucede en el trabajo o en el desempleo parezca un tema
más propio de académicos, de abogados y de otra generación. Reforma laboral,
huelga general, ERE, suma y sigue.
¿Qué
trabajos hay interesantes a tu juicio sobre sindicalismo y temas laborales?
Siempre ha
existido y sigue manteniéndose una tradición de monografías sobre conflictos
significativos (MiniWatt, Bruguera, Laforsa, etc) y puntualmente salen pequeñas
joyas como la etnografía sobre los astilleros de Cádiz, o los hallazgos de
Klinamen con Abajo los restaurantes y demás. Lo que sí que es cierto es que,
más allá del ámbito académico y muy especializado, no hay mucha bibliografía
que aborde, como decía la tesis de Feuerbach de Marx, aquello de estudiar la
realidad para transformarla, que de claves explicativas y de subversión desde
la experiencia militante, no desde las atalayas universitarias, del estado de
las cosas.
Panrico
ha sido la huelga más larga de las realizadas hasta el momento. ¿En qué
contexto se produce?
Es difícil
trascender el titular que destaca lo cuantitativo, la duración. Sin embargo, la
huelga de Panrico representó un NO
con mayúsculas y una voluntad de confrontación en un momento crítico. Cuando
estalla, en otoño de 2013, hacía un año y medio de la última huelga general,
poco después arranca la huelga de la limpieza municipal en Madrid, en enero de
2014 aparece el “efecto Gamonal”, al poco también se inicia el conflicto
de Coca-Cola en Fuenlabrada… La coyuntura sociopolítica del “0 recortes,
0 despidos” de la
plantilla de Panrico era muy interesante, que este conflicto se resolviera con
una victoria, aunque fuera parcial, podía dar pie a un ciclo diferente. Por
otra parte, el hecho de que un hermano de Artur. Mas fuera directivo de la
empresa, también tenía su interés en pleno auge soberanista.
¿Qué
papel jugaron las instituciones durante la huelga?
Los
trabajadores relatan cómo sintieron el aparato de la Generalitat en bloque
desde el primer minuto: presencia de Mossos d’Esquadra desorbitada, dilatación
inexplicable de las reclamaciones que evidenciaban que se estaban distribuyendo
productos de otras plantas en plena huelga… Por no hablar de que el Institut de
Crèdit i Finances -público, dependiente de la Generalitat- facilitó la liquidez
que la empresa no tenía para ejecutar el plan de despidos contra el que se
levantaban los trabajadores… y que estaba impugnado en los tribunales. Además
de estos elementos, la historia de la empresa es una mini fábula de la historia
económica del Estado español donde la economía real termina devorada por fondos
de inversión. Finalmente, el papel de la dirección de CCOO –sindicato
mayoritario entre los huelguistas- que se comprometió a desconvocar la huelga,
que recibió pagos y liberados a cambio de este compromiso…
¿Qué
enseñanzas crees que hay que sacar de la huelga de Panrico?
Las enseñanzas
de la huelga son diversas: decir no tiene un valor, es una reivindicación de la
dignidad básica. Los trabajadores insisten en que luchar sirve, que la lucha
les dio importantes lecciones, que sintieron que tenían más poder del que
creían. La huelga de Panrico desempolvó las herramientas del movimiento obrero
(caja de resistencia) y también la importancia del vínculo sociopolítico del
Comité de Apoyo y los grupos de apoyo locales, para socializar el conflicto y
no acotarlo a una empresa. Mientras duró la huelga, no se hizo ningún ERE en el
polígono donde estaba la fábrica. Los mismos trabajadores explican que la
huelga les permitió darse cuenta de que lo que sucede en los tribunales también
tiene que ver con la combatividad que había fuera. Los enemigos de esta
asamblea de trabajadores eran muy grandes, pero la sentencia del Supremo es una
sentencia política para permitir la venta de la empresa. La enseñanza de la
huelga de Panrico es que la lucha de clases está viva. Una trabajadora en una
presentación me enseñó orgullosa una fotografía de su hijo con una pancarta
para la manifestación del 25 de noviembre y me dijo: “esto lo aprendió gracias a la huelga”.
En el prólogo de Vidal Aragonés se refleja que “Una ciudad como Cornellà no es una ciudad dormitorio, sino una
población obrera; un operario de artes gráficas no es un ‘precario’ sino un proletario;
quien trabaja cosiendo en casa para grandes multinacionales del textiles está
autoexplotada, no es una “emprendedora”. Somos clase trabajadora”. Hay una guerra conceptual y lingüística donde
lo que nos jugamos es la capacidad para nombrar lo que somos y lo que queremos
cambiar. Cuando Vidal describe Cornellà, está tomando partido, porque decir “somos clase trabajadora” es también enunciar la posibilidad de luchar por un destino común. El
concepto “precariado” es un ejercicio de distinción muy extendido entre los que
se creyeron que por tener estudios superiores eran mejores que los que curraban
desde los 16 años. “No soy trabajadora, soy
freelancer”. Cuando se ven trabajando
por cuatro duros y sin cobertura, entonces es que “soy precaria”. No me hables
de “acción colectiva” porque lo mío es diferente, yo tengo vocación y
tengo estudios. También es producto de la derrota política de los años ochenta,
aquello del fin de la historia y el anticomunismo banal.
En esta situación podemos utilizar el lenguaje propagandístico liberal
-hueco, genérico- o recuperar la política de la verdad. No es fácil, requiere
pedagogía -que no hay que confundir con la condescendencia-, y es verdad que en
la era del titular rápido a veces es necesario tener precauciones lingüísticas
para evitar equívocos. No soy fetichista de las palabras, pero nombrar lo que
somos y lo que queremos cambiar también tiene que ver con cómo vemos el mundo y
lo describimos… pero si esas palabras no se entienden, entonces no me sirven.
Cada gesto encierra un gesto de clase y la práctica educa en el ejemplo. Pero
si renegamos de hablar de clases sociales y luego el significante que elija
(ciudadano, p.e.) lo relleno de ambigüedades y de consignas contradictorias, no
estoy llevando a la gente a mi terreno, sino que al final, acabo hablando el
mismo idioma que el PSOE, desoriento, desarmo políticamente a la gente a la que
quería dirigirme.
¿Se
vuelve a hablar por fin de clase trabajadora en los medios de comunicación? Se
produce justo en el momento en el que irrumpe una nueva política totalmente
desconectada de los sindicatos y hegemonizada por cuadros de clase media. ¿Cómo
lo valoras?
Hablar claro es
un deporte que a las clases medias e, históricamente, a la pequeña burguesía,
siempre le ha resultado complicado. Viven atrapadas entre el quiero y no puedo,
en estrategias familiares y personales de despegue social y profesional, ser
claros es arriesgado y la ambigüedad calculada da un margen de maniobra clave.
Si algo nos ha enseñado la historia del movimiento obrero, que tiene siglos de
experiencia, es que en la lucha de clases no hay atajos. Si tú quieres cambiar
el mundo desde la base hay que hablar con claridad a la quienes quieres
convencer y facilitar su expresión. La ultraderecha cuando se dirige a la clase
obrera habla claro, el partido nazi recicló las formas organizativas del
movimiento obrero alemán de entreguerras… Trump habla de clase obrera pero
también Bruce Springsteen hace ostentanción de una estética obrerista. Para mí
la garantía transformadora de un proyecto político reside en su implantación y
en su práctica cotidiana, no en la política propagandística y de gestos
genéricos de cara a la galería. Si buscas el voto de Amancio Ortega y de una
dependienta de Zara, a uno de los dos lo estás engañando.
Si conquistas una alcaldía hablando de la “gente” y eres capaz
de movilizar “a la gente” para que expulse a los agentes inmobiliarios y “gentrificadores” de los barrios, ahí estaré viendo tu potencial rupturista. Si por el
contrario, hablas de la “clase trabajadora” y luego, para mantenerte en la
alcaldía, desmovilizas a esos mismos o, cuando intentan hacer algo, les dices
“mira, es que no tenemos tanto poder como creíamos, hacemos lo que podemos” tu
política era vieja antes de nacer. En la medida en que los cargos electos estén
al servicio de la organización popular de la resistencia ante la que está
cayendo, estaremos haciendo nueva política. Y estar al servicio de las luchas
no es, únicamente, visitar un campamento de trabajadores en huelga o enviarles
un comunicado -que eso está bien y es necesario- es poner toda la maquinaria
logística, propagandística y recursos que te ofrece el parlamentarismo burgués
para “armar a tu ejército”.
¿Cómo
valoras luchas como la de las subcontratas de la Resistencia Movistar, las
Kellys en el sector de limpieza, Sindicato de Manteros, Sindicato de Músicos
etc.? ¿Crees que son fenómenos que están relacionados, se está transitando
hacia un “nuevo sindicalismo”?
Es el síntoma
de que el sindicalismo mayoritario ha abandonado a su suerte a la clase
trabajadora que, hace 25 años estaba en los márgenes, y que ahora es la
fotografía mayoritaria. Y en los que quedan en el núcleo duro, básicamente les
está ofreciendo una mejor indemnización. Quienes se llevan la peor receta del
mercado de trabajo son las mujeres, las personas inmigradas, la gente joven, si
a eso le sumas la subcontratación (pública y privada) ya tienes tienes todas
las papeletas para que el sindicato realmente existente sea una cosa entre
exótica y que no te dice nada, como en el caso de los manteros.
Decía Antonio García, uno de los huelguistas de Panrico, que donde CCOO
y UGT no tienen el control de la situación es donde nacen las flores de las
revueltas. Estas personas, cuando saltan, desbordan el sindicalismo de
concertación, no tienen ese vínculo de confianza que les permita sembrar el
miedo en las asambleas, traficar con información privilegiada, anticiparse a
los movimientos. Esta gente hace nuevo sindicalismo en el sentido de que
ensayan nuevas fórmulas, son cautas pero saben lo que quieren y también tienen
muy claro que lo quieren decidir ellas por sí mismas. Es un modelo muy
diferente al de las elecciones sindicales y las charlas informativas
unidireccionales, los pactos arriba y la ausencia de asambleas. La histeria que
tiene CCOO con fenómenos como las Kellys es también sintomática, un colectivo
de mujeres que organizándose en unas condiciones muy difíciles, se ven
obligadas a tener que explicar que no son de CCOO porque continuamente las
suplantan o las utilizan. Las Kellys no existirían si el sindicalismo
mayoritario hubiera plantado batalla contra la externalización hotelera desde
hace veinte años.
Isabel Benítez Monterrubio de la Serena, (1981) es
licenciada en Sociología por la Universitat Autónoma de Barcelona, militante de
la Coordinadora Obrera Sindical y miembro del consejo de redacción de la
Directa.
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