La Visitaduría de la PGR pidió investigar al 27 Batallón de Infantería.
Por órdenes presidenciales, la indagatoria fue frenada, revela la periodista
Anabel Hernández.
“La verdadera noche de Iguala”, la historia que se ha querido ocultar
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Avance de: La verdadera noche de Iguala:
Militares del 27 Batallón de
Infantería operaron -por órdenes de un capo- para recuperar un cargamento de
heroína, con valor estimado de 2 millones de dólares, el cual estaba oculto en
dos autobuses tomados por los normalistas el 26 de septiembre 2014, revela el
libro La verdadera noche de Iguala.
Con base en entrevistas con un narcotraficante clave de Guerrero y otros
testimonios directos, la periodista Anabel Hernández -autora de la obra-,
amplía y profundiza lo que había expuesto previamente en la revista Proceso, sobre cómo dicho batallón tomó
el control de Iguala durante las horas en las que desaparecieron 43 jóvenes de
la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, cuyo paradero aún es incierto.
Hernández obtuvo un documento de la PGR, hasta ahora oculto, en el que
la Visitaduría General de la institución instruye que se investigue al 27
Batallón de Infantería. Por órdenes presidenciales, la investigación fue frenada,
señala la periodista.
El visitador que elaboró esa “evaluación
técnica jurídica”, César Alejandro Chávez Flores, se vio obligado a
presentar su renuncia a la Procuraduría en septiembre pasado.
El documento de la PGR, en poder de la reportera, establece: “Se instruye… que se amplíe la investigación
respecto al Capitán José Martínez Crespo con la finalidad de que se averigüe
sobre las imputaciones que se le han hecho en relación a sus posibles vínculos
con la delincuencia organizada y cuyo resultado sea remitido a la
Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada
(SEIDO)”.
Además, instruye a valorar posibles “conductas
omisas en que pudo haber incurrido personal de Sedena del 27 Batallón de
Infantería, con sede en Iguala, Guerrero”, para que “de contar con datos y elementos de prueba suficientes se amplíe la
investigación respecto de posibles ilícitos que se les pudiesen atribuir, como
podría ser Encubrimiento, o del Abuso de Autoridad o de cualquier otra
circunstancia indebida en el ejercicio de sus funciones”.
Si el caso Ayotzinapa cimbró al país, La verdadera noche de Iguala
representa prácticamente otra sacudida de gran calado.
La colaboración de los militares con el narco queda al descubierto en el
libro:
“La noche del 26 de
septiembre de 2014 le informaron a un narcotraficante con un importante nivel
de operaciones en Guerrero, quien se encontraba en Iguala, que estudiantes de
la Normal de Ayotzinapa iban a bordo de dos autobuses en los que se ocultaba un
cargamento de heroína con un valor de al menos dos millones de dólares; los
normalistas ignoraban que viajaban con la preciada carga y que su destino
estaba ligado a ella.
“Aunque el capo estaba
acostumbrado a traficar varias toneladas de heroína, la cantidad que
transportaban los autobuses no era menor y no se podía permitir ese robo aunque
fuera accidental; si lo toleraban, se perdería el orden en la plaza.
“‘Si se mata por
veinte mil dólares, ¿por dos millones? Es una manera de operar. La recuperación
de la mercancía era un tema de dinero y un tema de autoridad, si se permitía
ese robo después habría más’, explicó un informante de credibilidad comprobada,
con quien se sostuvieron varias reuniones a lo largo de quince meses durante
esta investigación.
“El
narcotraficante en cuestión tenía al menos ocho años trabajando en la entidad;
primero como colaborador de Arturo Beltrán Leyva, con el que traficaba droga a
Estados Unidos —no como un subalterno sino como un socio minoritario que con el
tiempo adquirió más poder, aunque logró mantener un perfil discreto—, pero su
nombre nunca se ha mencionado en las causas penales de otros integrantes de ese
cártel, como Édgar Valdez Villarreal, Gerardo Álvarez Vázquez o Sergio
Villarreal Barragán.
“En 2009, cuando
ultimaron a Arturo Beltrán Leyva en Cuernavaca, el capo decidió seguir con sus
propias operaciones usando Guerrero como base: para el control de la zona tenía
en su nómina a militares del 27 y 41 Batallones de Infantería, policías
federales, policías ministeriales de Guerrero, policías federales
ministeriales, policías municipales de Iguala y diversas autoridades de los
municipios cercanos, así como en la sierra donde se siembra la amapola y se
procesa la heroína.
“Cuando
le reportaron la pérdida de su valiosa carga, el capo habría hecho una llamada
al coronel de infantería José Rodríguez Pérez, comandante del 27 Batallón, para
pedirle que recuperara la mercancía a como diera lugar. El Ejército era la
fuerza de seguridad que tenía mayor autoridad en la ciudad; tal vez el
narcotraficante no dimensionó la magnitud del operativo para recobrar la droga.
“‘Quien encabezó
la operación para rescatar la droga fue el mismo Ejército’, señaló la fuente de
información enterada de los hechos.
“Los peritajes de
balística obtenidos para esta investigación, así como la mecánica de hechos,
apuntan a que los autobuses Estrella de Oro 1568 y 1531 eran los vehículos
cargados de droga, que fueron blanco de los ataques de esa noche: detuvieron al
primero en el cruce de Juan N. Álvarez y Periférico Norte, y al segundo en la
carretera Iguala-Mezcala, a la altura del Palacio de Justicia, con ayuda de la
policía municipal de Iguala, Huitzuco y Cocula, así como de la Policía Federal
y la Policía Ministerial de Guerrero.
“De acuerdo con
esta versión, en el momento en que los militares rescataban la droga de los
autobuses, los normalistas a bordo se habrían dado cuenta de lo que estaban
extrayendo de los compartimientos, imprevisto que detonó súbitamente la
necesidad de desaparecerlos para no dejar testigos”.
La verdadera noche de Iguala indica que el
narcotraficante sólo buscaba recuperar la mercancía y “dejaron todo en manos de los militares”. “Ningún cártel de la droga incendia su propia plaza… es absurdo”,
indica la periodista a Aristegui Noticias.
Otro aspecto que destaca la obra es que “en Guerrero opera una red de colusión entre choferes de autobuses de
pasajeros y diferentes grupos criminales para mover la droga; habitualmente el
negocio funcionaba sin contratiempos gracias a la corrupción que lo protegía”.
En medio de la confusión que reinaba aquella noche de septiembre 2014,
uno de los choferes de los autobuses tomados por los normalistas fue a dar a la
casa donde operaba el narco. La famosa “casa
blanca” en Iguala que apuntó un informe del Grupo Interdisciplinario de
Expertos Independientes.
De acuerdo con el GIEI, el chofer reveló: “Al llegar me sentaron entre dos policías encapuchados y salió un señor
con camisa blanca y pantalón negro, el cual se veía con el cuerpo de una
persona que hace ejercicio” (de unos 40 años), y quien dijo ‘¿quién chingados es este cabrón?’. Los
policías le dijeron es el chofer del autobús, y dijo el señor ‘pues llévenselo también ya saben dónde’,
y se fue caminando hacia su camioneta, la cual no pude ver bien, y les gritó: ‘Déjenlo que se largue’”.
“La descripción física del ‘señor’
que hace el chofer coincide justamente con la del capo antes mencionado, el
mismo que habría solicitado el apoyo del Ejército para recuperar la heroína”, apunta el libro de Anabel Hernández.
Supuestamente, este personaje clave desconoce el paradero de los 43.
La reportera obtuvo además una copia del dictamen de balística de la
Fiscalía de Guerrero -la primera en encargarse de las investigaciones del caso
Ayotzinapa-, la cual establece que se encontraron cartuchos que corresponden al
calibre de las armas que esa noche solo portaban los elementos del 27 batallón
y producidos por la fábrica de armas de la Sedena.
El ataque a los normalistas, apunta el libro, se concentró en el autobús
Estrella de Oro 1568 y en el de Castro Tours.
“Cabe señalar que tanto los
dos camiones Estrella de Oro como el de los jugadores (los Avispones de
Chilpancingo, también atacados) eran de color blanco con franjas verdes… Los
tres son casi idénticos y no había manera de diferenciarlos: esa descripción de
los vehículos es lo único que justifica el fuego a granel contra el autobús que
transportaba a los deportistas”.
Antes de salir del país en abril pasado, el GIEI urgió al gobierno
federal y a la PGR que investigaran a los militares de Iguala y a la Policía
Federal: “La PGR deberá requerir la
documentación militar relevante, sobre los sucesos de la noche del 26 y 27 de
septiembre de 2014, misma que no se ha incorporado a la investigación. También deberá requerir los planes locales de
seguridad, reportes, convenios, competencia de las distintas autoridades de
seguridad que muestren los procedimientos de actuación. Así como la actuación
de las diferentes corporaciones en función de dichos planes de actuación. La
PGR debe recuperar evidencia de videos de C4 y otros que no se encuentran en el
expediente, incluyendo el material fotográfico tomado por el militar de
inteligencia del escenario del Palacio de Justicia”.
Además indicó que debería “investigar
posible traslado de estupefacientes”, con el fin de conocer “las rutas utilizadas para el traslado de
heroína hacia Estados Unidos, el medio de transporte utilizado. Si los
propietarios de los medios de transporte son empresas, indagar sobre los
propietarios, accionistas, socios…”.
Y sentenció: “Es necesario agotar
todas las declaraciones testimoniales… que aún no se han realizado (…). Deben realizarse las entrevistas a
integrantes del 27 Batallón de acuerdo con las preguntas propuestas por el
Informe Ayotzinapa II”.
La recomendación sigue sin
cumplirse.
Este libro, publicado por Penguin Random House, a través de su sello
Grijalbo, se difunde a partir de la próxima semana y se presenta el 1 de
diciembre en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Aristegui
Noticias publica un adelanto de La verdadera noche de Iguala, y dos
notas informativas complementarias:
EPN ordenó ocultar investigaciones contra Zerón y el Ejército por caso
Ayotzinapa
La Verdadera Noche – Capítulo Final Corregido (1) por Aristegui Noticias
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