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Publicado el 20 de octubre de 2014
Fragmentos de la charla de Jesús
Vargas en la presentación de su libro: "La
patria de la juventud, los estudiantes del Politécnico en el 68".
Jesús Vargas Valdés, estudiante
de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del IPN en 1968, participante del
movimiento estudiantil, activista del Comité de Lucha de la ENCB, fue uno de
los delegados de esa escuela ante el CNH.
Ahora, como profesor e investigador de la historia de los movimientos
sociales en Chihuahua y en México, ha escrito sobre la revolución mexicana,
sobre Madera y otros temas, entre los que aborda también el movimiento estudiantil
de 1968, desde la perspectiva de los estudiantes del IPN.
Vargas diferencia entre lo que fue la huelga (julio-diciembre de 1968) y
lo que fue el movimiento. Rechaza la idea generalizada de que el movimiento
terminó con la masacre del 2 de octubre. Recuerda que la huelga se mantuvo
hasta diciembre. Pero rechaza que el fin de la huelga y la disolución del CNH
hayan sido el final del movimiento. Afirma que el movimiento estudiantil, luego
de levantarse la huelga continuó en el Politécnico contra la reactivación del
porrismo, contra el cierre de las Prevocacionales del IPN y de las Normales
Rurales, giró en buena medida en torno a la lucha por la libertad de los presos
políticos (aspecto que fue utilizado por el gobierno para chantajear al
movimiento), en solidaridad con las luchas obreras, campesinas y populares que
emergían, se movilizó en repudio a la farsa electoral de 1970; fue la
reorganización de los estudiantes en torno a sus demandas concretas, de manera
independiente del control estatal, para apoyar de manera real y efectiva las
luchas populares. Hasta el 10 de junio de 1971, cuando el Estado perpetra la
masacre ejecutada por sus paramilitares “los
halcones”.
Desde 1968 en amplios sectores activistas del movimiento venía
germinando la idea de la necesidad de una revolución que acabara por fin con el
despotismo, la represión, la antidemocracia. Maduró la idea de que esta
revolución no podría ser obra del movimiento estudiantil sino del pueblo organizado.
Que el papel de los activistas estudiantiles en este proceso era el de
integrarse al pueblo, acompañar sus luchas por la tierra, por salarios dignos,
contra la explotación capitalista y hacerlas evolucionar hacia un movimiento
popular que luchara por la emancipación. Se tenía claridad de que esta no
podría ser una transición pacífica, que para liberarse de la opresión, la explotación
y la represión inevitablemente se tendría que llegar a la insurrección armada.
Aquí había diferencias importantes: había quienes consideraban que ya
era el momento de levantarse, que era necesario armarse ya y comenzar a
realizar acciones de hostigamiento contra la clase en el poder, que estas
acciones harían madurar las condiciones de conciencia y organización en el
pueblo y que el resultado sería la insurrección generalizada. Pero había
también quienes pensábamos que la revolución no podía ser obra de un puñado de
valientes, sino de la lucha de todo el pueblo y que por ello debíamos
integrarnos con los obreros y los campesinos, luchar junto a ellos, acompañar
sus luchas, crecer el nivel de conciencia para que el pueblo viera que sólo con
la lucha decidida de los trabajadores del campo y la ciudad podríamos
desencadenar una lucha revolucionaria. Que no era suficiente luchar por
salarios justos y tierra para quienes la trabajan, sino arrebatar a los
poderosos la propiedad privada de los medios de producción, socializarlos,
acabar con el sistema de explotación y ser verdaderamente libres.
Con esta idea, una oleada de activistas abandonó las escuelas, se
integró a los ejidos, a las fábricas, a las colonias proletarias y comenzó un
trabajo hormiga de concientización y organización.
Al mismo tiempo, quienes optaron por el camino de las armas enfrentaron
una guerra de exterminio gubernamental, esa etapa histórica que se denominó de “guerra sucia”, que encarceló, torturó,
desapareció, asesinó a centenares de compañeros, en armas o no. Esa guerra la
generalizó el Estado contra todo lo que iba surgiendo como lucha independiente.
Otro aspecto de esta guerra contrainsurgente fue la “reforma política” que institucionalizó a parte de la llamada
izquierda, cooptó a algunos intelectuales y se puso la careta de “apertura democrática”, para aislar y
aniquilar a quienes armados o no, buscaban caminos verdaderamente
emancipatorios.
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