Ernesto Joaniquina Hidalgo
América Latina en
movimiento
08/10/2016
Al abrirse con ímpetu resuelto aquella desvencijada puerta de
aquel tugurio de adobe de La Higuera, un aura casi imperceptible de partículas
de tierra seca se filtran en su interior, aquella señal tenía un presagio
insólito a traición y pavura. Surge al ras del dintel una sombra medrosa con
aliento alcoholizado, con trémulos pasos y cara desencajada de espanto, ingresa
al recinto, lleva un fusil automático en las manos y se acerca al prisionero
que yacía maniatado percibiendo su sentencia o quizá abstraído en sus adentros,
vaya uno a saber tal vez dedicando sus últimos pensamientos al pueblo cubano y
a Fidel como le anunciara en aquella carta de despedida, si llegara su hora definitiva
bajo otros cielos.
Este desenlace nos invita
a la reflexión y nos sitúa en los acontecimientos de aquel aciago pasaje de la
historia que cambió el curso y destino de los pueblos, actualizando el ideario
del Che. Más allá de los métodos de lucha y las vicisitudes que le tocó vivir,
se planteó implícitamente la necesidad de instaurar en este mundo de
injusticias, al hombre nuevo, a un ser solidario, trabajador, justo, apegado a
la verdad, que vele por el bien común, que sea capaz de reconocer los errores
propios y las virtudes de otros y a la vez sea implacable como la espada de
Damocles al momento de la falacia y la traición, esta última miseria humana,
está registrada en aquellas tierras agrestes e indómitas del sudeste boliviano
donde imperan las cactáceas, los reptiles y el vuelo de los buitres circundando
el firmamento.
El Che fue de esa rareza
de hombres, adelantado a su tiempo, fue ese eslabón más alto de la conciencia
humana, llevando consigo la revolución internacionalista para los pueblos. Fue
de esos escasos hombres que dio esta tierra, poniendo en práctica sus
postulados de lealtad a los pueblos, consecuencia que le llevó al Che a pagar
con su vida la quimera por un mundo mejor.
Más allá de los errores de
estrategia y cálculo político, lo que más duele es aquella traición que se la
siente lastimera y abominable cuando viene de los propios correligionarios de
lucha, en cuyo accionar se movió el Partido Comunista Boliviano a la cabeza de
Mario Monje, Jorge Kolle Cueto, Simón Reyes y esa cúpula de entonces, por el
apetito insaciable de poder y liderazgo, descalificándolo al Che de comandante
de la guerrilla con el eufemismo de ser extranjero.
Más éste último periplo
del Che, sirvió también para reforzar la conciencia colectiva de los pueblos y
estos actos en su nombre, sirven para evitar esa frágil memoria en el que
incurre nuestro continente de vez en cuando y nos ayuda a crear más conciencia
revolucionaria.
Sólo pocos los hombres de
la altura del Che se preparan a su fatalidad:
"¡Póngase sereno y
apunte bien, va a matar a un hombre!", le dijo el Che a su
verdugo, el suboficial Mario Terán, quien alcoholizado y temeroso, por un
instante quedó pasmado y suspendido al toparse con la mirada fija del Che; el
suboficial una vez recobrado el ánimo, resuelto, oprime el gatillo de su
carabina, descargando así una ráfaga que le destroza las piernas y la segunda,
le perfora el corazón.
Desde entonces el Che se
inmortaliza con aquella mirada profunda en el infinito y la felonía de los
enemigos internos pasan a los anales de la historia como traidores y desleales
haciendo comparsa con los tentáculos del imperio, pero tarde comprendieron de
que aquél último estertor del Che fue más simbólico que real, porque en ese
mismo instante de aquel desenlace fatal, nacieron un torbellino de conciencias
revolucionarias en todos los confines de esta tierra, que van cambiando el
curso de la historia y el destino de los pueblos.
¡Patria o
muerte, venceremos!
¡Hasta la
victoria siempre!
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