Justicia por
mano propia (I)
Por Alfredo Grande
Agencia de noticias Pelota
de trapo
Publicado: 29 de Septiembre
de 2016.
(APe).- En el marco de la cultura represora, es fundamental
plantear mal los problemas. O sea: si desordenamos, confundimos, “empiojamos”, reducimos, simplificamos,
banalizamos y dogmatizamos el punto de partida, siempre las conclusiones serán
parciales, convencionales y, casi siempre, reaccionarias.
A mi criterio, el punto de
partida es el “derecho a la vida”. Es
decir: yo tengo el derecho a defender mi vida frente a aquello que pretenda
atacarla. Este es para mí el nivel fundante.
Y justamente por ser
fundante está atravesado por lo ideológico y lo político. Si yo tengo el
derecho a defender mi vida, eso implica que nadie tiene el derecho de atacarla.
Asesinar no es un derecho. Es el arrasamiento de mi derecho. No hay derechos incompatibles
entre sí.
Cuando son incompatibles,
estamos en presencia de diferentes formas de abuso de poder. Entonces se
observa el pasaje del derecho al privilegio. Asesinar es lo opuesto a matar. El
mandamiento es no asesinarás. El “no
matarás” es un mal punto de partido. Entre otras cosas, porque hace la
violencia tabú. Una serie se llamaba: “Mujeres
Asesinas”. Mujeres eran, pero no asesinas. La “ballena asesina” ni es ballena ni es asesina. La orca mata para
vivir. No asesina porque odia a la población de focas. Matar en defensa de la
propia vida amenazada es un derecho y un deber. Desde ya, para la cultura
represora matar y asesinar es lo mismo. Simplemente porque la cultura represora
tiene el monopolio de los asesinatos impunes.
En el lenguaje encubridor
que utiliza: asesinar es “neutralizar al
activo”. Pero matar es también destruir un vínculo que oprime, una cultura
que nos arrasa o las ideas que nos destruyen. Es necesario insistir con que
matar siempre es en defensa propia. Pero la “defensa
propia” no es un absoluto. En realidad nada lo es, y bien podríamos decir
que incluso lo absoluto es absolutamente no absoluto. La “defensa propia” no es solamente individual, aunque también.
El fusilamiento de Liniers
fue en defensa propia de la revolución de mayo. Pero no es un absoluto que el
fusilamiento era lo único que se podía hacer. El debate actual sobre la
justicia por mano propia se hace sobre la convicción más profunda, casi diría
el prejuicio más reaccionario, de que toda justicia tiene que ser por mano
ajena. O sea: los directamente afectados tienen que someterse a su majestad el
derecho, al feudalismo de los códigos de procedimiento y a los principados de
los diferentes fueros. La mano ajena en el ámbito de la justicia asegura los
diferentes mercados cautivos, que hasta hace poco incluía los divorcios de
común acuerdo.
Se sigue apelando a la “justicia por mano ajena” cuando hay
evidencia suficiente de que apenas es “injusticia
por mano ajena”. Lo que muchos llaman impunidad. Y la impunidad no es
solamente jurídica, sino también política y cultural. Ya no hay códigos y la
pedagogía del gatillo fácil, hipócrita forma de designar a la pena de muerte,
fue enseñada durante décadas por las llamadas “fuerzas de seguridad”. Los garantes de la más absoluta
inseguridad, como queda evidenciada con la venta de las indulgencias por parte
de las fuerzas policiales. Indulgencias o licencias para asesinar y robar.
Indulgencias que algunos llaman zonas liberadas. Con un tarifario para nada
vigilado pero rigurosamente actualizado.
Consumado el delito, desde
la denuncia, todo el proceso está viciado por la más absoluta inoperancia y la
más abyecta complicidad. Versión siniestra del “roba pero hace” a su actualización: “asesina y sigue haciendo”. Se ha perdido la adecuación necesaria entre
el acto delictivo y las herramientas necesarias para consumarlo. Dicho en otros
términos: para robar se asesina, para secuestrar y pedir rescate se asesina a
familiares.
Hiroshima y Nagasaki
fueron bombardeadas siguiendo la misma lógica. El exceso, la desmesura, la
falta de equivalencia entre los medios y los fines. Los pungas, los
descuidistas, las mecheras, han sido reemplazados por organizaciones criminales
que se han cartelizado. Desde que la industria de todo tipo de drogas llegó
para quedarse, no hay lugar para los débiles. Nadie busca el consenso y las
hegemonías y jerarquías se resuelven a balazos. No hay que esperar que las “maras” se multipliquen. Hay versiones
locales igualmente letales. Si a la delincuencia versión siglo XXI que se
sostiene y se ampara en algún poder del estado, le sumamos el aparato policial
y judicial, es fácil entender que hoy todos somos, como en los tiempos de la
dictadura asesina, un blanco móvil.
Obviamente, la derecha
liberal y la derecha fascista usarán el argumento de la inseguridad para
publicitar y plebiscitar prácticas de exterminio. El narco-terrorismo será una
de las claves para justificar exterminios plenamente anunciados. Pienso que una
de las claves del accionar de la cultura represora es preparar los peores
efectos, para luego combatirlos sin interesarse en las causas.
Más de 14 millones de
personas entre pobres e indigentes es un enorme caldo de cultivo y campo de
cosecha de una marginalidad que sólo encuentra justicia en el azar y en el
delito. La mitad de niñas y niños no son pobres. Han sido empobrecidos que es
una forma de asesinato a mediano y largo plazo. De la misma forma que gobernar
queda delegado, depositado y cristalizado en los representantes, la justicia
queda monopolizada por los diferentes estamentos del poder judicial.
Por eso más que gobierno
hoy se habla de gestión, y por eso la justicia es degollada con la guillotina
de la impunidad. En “Búsqueda frenética”
el personaje que hace el actor Liam Neeson brinda un buen aprendizaje de lo
único que permite enfrentar a los secuestradores y torturadores de mujeres. En “Durmiendo con el enemigo” el personaje
que hace la actriz Julia Roberts nos enseña del método para liberarse de un
marido acosador y golpeador. Insisto: el derecho a defender la propia vida y,
desde ya, la dignidad de la propia vida, es para mí fundante.
El derecho a comer es
sostenido por una de las formas de justicia por mano propia, que son los
comedores populares.
El derecho a estudiar está
sostenido en las clases más empobrecidas por los “bachi” populares.
Pero la cultura represora
juzga a la justicia por mano propia desde su propia perspectiva de clase. Sabe
que su lógica es robar y asesinar y temen, y con razón, que la tortilla se
vuelva. Pienso que la justicia verdadera siempre es por mano propia. Una mano
propia colectiva y revolucionaria. Lo demás son expedientes.
La delincuencia hizo un
pacto con el Poder y pasó al lado siniestro del espejo. Para esterilizar a la
justicia por mano propia se le endilga el san
benito de la venganza.
Por eso conviene
discriminar 4 registros que exigen un análisis concreto:
1)
Injusticia por mano ajena (impunidad).
2)
Injusticia por mano propia (exceso en legítima defensa, caso ingeniero Santos)
3)
Justicia por mano propia (colectiva, cuando la propia vida está amenazada)
4)
Venganza (individual y/o grupal y sostenida por los directamente afectados.
Será desarrollado en
futuros trabajos. Pero conviene recordar esta advertencia: (Mateo 26:52) Jesús
le dijo: "Guarda tu espada, porque
el que a hierro mata a hierro muere”.
Justicia por
mano propia (II)
Por Alfredo Grande
Fuente: Agencia de
noticias Pelota de trapo
(APe)Una receta sencilla pero muy eficaz en tiempos
desordenados, es hacer, pensar y decir exactamente lo opuesto a lo que la
cultura represora pontifica. Si fuera filósofo -pese al cariño de Nora Cortiñas
que así me bautizó, no lo soy- diría que en el “mientras tanto” nos ubiquemos cómodamente en el espacio del “anti”.
Quizá no tengamos
propuestas superadoras, pero eso en modo alguno obliga a mantener propuestas conservadoras.
La cultura represora detesta la justicia por mano propia. En realidad, detesta
la justicia. Lo que llama justicia apenas es revanchismo y venganza de clase.
La así llamada
delincuencia está siendo construida con prisa y sin pausa en los talleres de la
pobreza, la indigencia y la exclusión social. Ni la pobreza ni la indigencia
son condición necesaria y suficiente para construir delincuencia.
Pero cuando pobres,
indigentes, excluidos son bombardeados por pautas de consumo absolutamente
demenciales, la bomba explotará más temprano que tarde. Lo he dicho: en todo sistema
injusto la constante de ajuste es el azar y el delito. Casinos clandestinos son
allanados. Pero no por ser casinos, sino por ser clandestinos. La timba tiene
que ser oficial. Incluyendo la bolsa de valores. Wall Street es la estafa
institucionalizada. Y esa estafa, que incluye la mal llamada deuda externa que
apenas es otra de las estafas internas de la cultura represora, está
justificada desde la llamada “economía de
mercado”. Cuya mano invisible no es tan invisible. Y es una mano sucia y
ensangrentada. Pero el 80% del electorado estrecha esa mano. El colapso
catastrófico del socialismo real, la
mutación de la revolución socialista cubana, nos ubica en un paradigma político
siniestro. En esta época no hay captura revolucionaria de la violencia. La
única captura de la violencia es reaccionaria. O sea: sostiene el sistema
represor aunque lo transgreda. De la reforma agraria, de la utopía de
desalambrar, a la lucha contra los tarifazos.
No solo nos quedamos con las sobras del banquete reaccionario, sino, y esto es
doloroso, con las sobras del banquete revolucionario. Hemos sido capturados por
la teoría del derrame electoral.
Algunos votos caerán para
el lado de la justicia. Pero la copa seguirá llena con líquidos contaminados y
las aguas seguirán bajando y subiendo muy turbias. La justicia por mano propia,
siempre colectiva, siempre instituyente, tiene en su dimensión revolucionaria
su expresión más completa y real. Justicia revolucionaria, tribunales
populares, expresiones que quizá nunca más escucharemos. Y quizá nunca más
exigiremos. Y quizá nunca más lucharemos por lograrlas. Por eso la cultura
represora tiene el mandato de la injusticia por mano ajena como meta no
negociable. Lo que se llama impunidad, para todos los crímenes y asesinatos del
Estado, incluyendo los de lesa humanidad. Pero sean o no de lesa, son crímenes
contra la humanidad. El crimen organizado desde los estados es sagrado. Fuera
del estado son mafiosos. Cuando las mafias capturan el estado, abandonemos toda
esperanza en estas democracias que sostienen rituales y temen los escraches.
También los escraches son una forma de justicia por mano propia. Y la cultura
represora escrachó a los escraches.
Por eso la única opción
porque las demás están deshabilitadas es: “debido
proceso”. Más que proceso, calvario para los pobres y salvoconducto para
los ricos. Antes “hecha la ley, hecha la
trampa”. Ahora queda claro que la trampa es la ley. Porque esa ley muestra
su verdadero rostro de legalidad de clase, o sea, un aparato jurídico de las
clases explotadoras. El “exceso en
legítima defensa” en realidad es un caso paradigmático de “injusticia por mano propia”. Pero la
vieja cultura represora que más sabe por represora que por vieja, utiliza ese
ejemplo para entronizar el tabú de la mano propia cuando hace justicia. La “ley del talión”, siempre denigrada
(literalmente, como lo negro de la
cultura) establece la proporcionalidad entre el acto y su castigo. No hay
excesos. No hay desmesura. No pagan justos por pecadores. No pagan los platos
rotos los que no los rompieron. No cosechan los que nunca cultivan. Pero la
cultura represora es la cultura de todas las desmesuras.
Se destruyó un país, una
cultura buscando armas de destrucción masiva en Irak. Nunca se encontraron.
Incluso hay una película donde se muestra ese fraude y estafa. Pero esas armas
existen: las fabrican los estados unidos imperiales. Las buscan afuera para que
nadie las encuentre adentro. Estados Unidos, el gran exportador de guerras y
masacres en todo el planeta. Por eso sostengo la necesidad política y ética de
la justicia por mano propia. Los comedores populares es la mano propia
colectiva para mitigar los crímenes del hambre.
Como dice Morlachetti: “a los niños se les niega la ternura del pan
en el país del trigo”- El hambre es un crimen y evidencia irrefutable de la
injusticia por mano ajena. Vivimos rodeados de justicia por mano propia en
educación (bachilleratos populares) salud (cooperativas y mutuales) trabajo
(fábricas recuperadas y autogestionadas). Pero la batalla cultural la
sostenemos desde los paradigmas de la cultura represora. Así estamos. Insisto.
La mano propia es colectiva, y eso es lo que espanta a los retroprogresistas, a
los liberales y a los fascistas. Y esa mano propia, clasista, combativa,
libertaria, no es una utopía imposible. Es la única forma de subvertir el
horizonte de lo posible. Entonces le podremos decir al militante, al escritor,
al poeta, al militante: “Nunca más habrá
penas y nunca más habrá olvidos”.
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