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BABEL: LA LUCHA POLÍTICA, EL EZLN, LAS ELECCIONES Y OTRAS COSAS

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Javier Hernández Alpízar
Zapateando
octubre-28-2016
Tendemos a olvidar el origen de las cosas, solamente vemos lo presente o el presente inmediato y lo vemos incompleto, con ese recorte, esa edición simplificada de lo que pasa, tendemos a juzgar, incluso a poner nuestros prejuicios por delante, sin cuestionarnos de dónde viene todo esto. En las reflexiones zapatistas del Seminario Anticapitalista, han subrayado la necesidad de hacer la genealogía de las cosas, buscar sus orígenes y raíces para comprenderlas y poder decidir no frente a la inmediatez sino frente a una reflexión cabal, integral.
Sin embargo no podemos regresar al infinito en nuestras reflexiones genealógicas, remontarnos al Big Bang o al inicio de nuestra narración favorita. Yo comenzaré esta reflexión desde 1994 para tratar de entender el momento presente, pero no quiere decir que esto no tenga raíces aún más antiguas. En 1994 la imagen de Salinas de Gortari era la de un priísmo neoliberal moderno triunfador e irresistible para muchos (pueden ver algo de este clima en la película El Bulto). La izquierda que apenas en 1988 había ganado por primera vez en su historia la elección presidencial había sido derrotada con un fraude (Manuel Bartlett anunció por TV el triunfo “legítimo de Salinas”) y ante su pusilanimidad (apellidada Cárdenas), Salinas se “legitimó en el ejercicio del poder” con el apoyo del PAN (Fernández de Cevallos). Cooptó voluntades, se fabricó una imagen nacional e internacional de un prócer de la modernidad y cerraba su sexenio con la firma del TLACAN (en inglés Nafta). Un tratado de libre comercio con Canadá y USA, el principio de la nueva era de acumulación por desposesión, despojo, que padece México, hoy con 43 TLCs firmados. La izquierda se había achicado y achicopalado. En 1985 la había movilizado desde abajo la sociedad civil solidaria frente al temblor, en 1988 no se movilizó hasta la desobediencia civil por el fraude (eso quedaría como marca para próximos fraudes), en 1989 cayó el muro de Berlín y USA bombardeó e invadió Panamá.
Campeaban el desánimo y el sentimiento de derrota, los profetas agoreros anunciaban el fin de la historia, el fin de las ideologías, el fin de los alzamientos armados, la derecha en México y el mundo no parecía tener rival: en Centroamérica la contrainsurgencia reaganiana derrotó con su dinero, trasiego de drogas, armas, guerra y elecciones controladas a los frentes sandinista y Farabundo Martí. Algunos líderes de estos frentes eran amigos de Salinas de Gortari. El panorama le aseguraba a Salinas dejar un delfín a modo, los tecnócratas anunciaban que estarían en Los Pinos por varios sexenios. El tapado priísta (próximo candidato) podía estar entre Colosio, Camacho Solís (que tenía a alguien muy cercano de apellido Ebrard), Ruiz Massieu, Aspe Armella, Zedillo y alguien que había sido muy cercano a Salinas: Joseph Marie Córdoba Montoya, militante del PRI desde antes de haberse nacionalizado mexicano. Además estaban muy fortalecidos los empresarios beneficiados por el salinismo, el mayor de todos, quien llegaría a ser el más rico del mundo, o eso parece, Carlos Slim Helú (a quien muchos consideraban, pero nadie lo ha podido probar, un mero prestanombres de Salinas)
En el mundo y en México, la derecha cosechaba triunfos y se aprestaba a disfrutar de una hegemonía indisputada en un mundo unipolar. Muchos académicos ex marxistas se aggiornaban leyendo a Nietzsche, a Ciorán, a Savater, a Vattimo, Lipovetsky, Heidegger, Sade, Baudrillard, Bobbio, Bovero, Sartori, Rawls, y algunos de plano abrazaban el (neo) liberalismo de los Hayek. Friedman, Popper y adláteres. Paz era ya una estrella de Televisa y se enfilaba para el Nóbel.
En 1994, la voz crítica que dio nuevo aliento a esa izquierda con la cola entre las patas no fue Roger Waters (él había festejado la caída del muro haciendo una lectura unilateral de The Wall en un concierto con rockstars como Scorpions y Cyndi Lauper). En 1994, contra toda sensatez y cordura, contra todo pronóstico, se alzaron en armas los indígenas del EZLN.
La primera editorial de La Jornada distinguía entre indígenas de verdad y “profesionales de la violencia”. Luego la realidad los desmintió: era una auténtica rebelión indígena. Solamente lo entendió desde el principio gente como Carlos Montemayor, que tenía los antecedentes por su estudio de los movimientos armados en México y de las lenguas indígenas, realidades negadas, escondidas, marginadas o minimizadas en un México racista. Pero la legitimidad de la rebelión se reveló incuestionable, la movilización social y el escándalo mundial obligaron a Salinas a ordenar un alto al fuego. Los zapatistas también entendieron que la vía armada no era aceptada y desde entonces sus iniciativas han sido civiles y pacíficas.
La izquierda mexicana y mundial recibió una bocanada de aire fresco. Muchos fueron a las montañas del sureste mexicano a tomarse la foto. Los zapatistas dialogaron con el representante del gobierno Camacho Solís. Pero lo que ambos proponían era diametralmente opuesto: los zapatistas pedían reconocimiento como sujeto social y el gobierno les ofrecía el trato indigenista de objeto de políticas públicas (leche Liconsa y ese tipo de dádivas).
Los zapatistas rechazaron las limosnas e iniciaron diálogos con la sociedad civil. La izquierda había tomado nuevo aliento electoral, el derribamiento de la efigie mediática salinista por el EZLN era una de las causas más importantes para ello. El gobierno priísta, que se había negado a aceptar alternancias en el poder, abrió la puerta a ella con reformas electorales que permitieron al PAN y al PRD obtener gobiernos estatales y a la postre, al PAN ir a Los Pinos y al PRD gobernar la Ciudad de México (DF). (También en los setenta, una oleada de guerrillas urbanas y los guerrilleros de Lucio Cabañas en Guerrero abrieron camino a reformas electorales, se legalizó al PC antes clandestino e ilegal) Las reformas electorales en México han tenido un cariz ambiguo del que la contrainsurgencia no está del todo ausente. El EZLN no confiaba mucho en esa izquierda partidaria pero les dio el beneficio de la duda. Recibieron y criticaron a Cárdenas, entonces líder fetiche del PRD, recibieron a AMLO e hicieron un pacto de no agresión en 1997. Apenas en 1996 la contrainsurgencia priísta había escalado hasta la masacre de Acteal.
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Se firmaron los Acuerdos de San Andrés y se redactó la Ley Cocopa. Zedillo los boicoteó, porque “violaban derechos humanos” u otro argumento así de peregrino. Fox ganó las elecciones y un sector amplio de la población lo veía como un nuevo Miguel Hidalgo. La izquierda había agotado el gas con su apuesta a un solo candidato siempre (Cárdenas). Así como habían derrumbado la imagen de Salinas, los zapatistas derrumbaron la de Fox con la Marcha del Color de la Tierra. La izquierda recuperaba aliento frente al aplastón de la derecha y su “voto útil”.
La comandanta Esther habló, junto con otros indígenas del CNI y el EZLN en el Congreso, los panistas se salieron para no presenciar tal blasfemia. Los Acuerdos de San Andrés fueron traicionados por los tres partidos: PRI (Manuel Bartlett), PAN (Fernández de Cevallos), PRD (Jesús Ortega). Los zapatistas hicieron el fin de año en Chiapas una marcha nocturna con antorchas. Ante la decisión de no aprobar los Acuerdos de San Andrés se habían visto obligados, junto con otros pueblos indios como los del CNI a asumirlos por su cuenta y comenzar a construir sus autonomías. En el mitin de esa marcha con antorchas criticaron a todos los partidos políticos por sinvergüenzas y traidores. Se replegaron a construir su autonomía: municipios (que habían iniciado desde 1994), Caracoles y Juntas de Buen Gobierno.
Leyeron el mensaje: derecha e izquierda en el poder (que se habían beneficiado de una reforma electoral imposible sin el impacto de su alzamiento armado) habían decretado encerrarlos en el sureste y atacarlos con la continuidad de la contrainsurgencia. Los acuerdos de San Andrés eran los de una primera mesa de diálogo, faltaban varias más, la siguiente era una mesa política donde se proponían formas de asociación política que impidieran el monopolio de la cosa pública por una partidocracia: no solamente candidaturas independientes, sino la formación de todo tipo de asociaciones políticas. locales, regionales y nacionales, indígenas y ciudadanas. Los mismos acuerdos de San Andrés iban contra el monopolio de los poderes ya establecidos, alentaban una cada vez mejor organizada autonomía indígena sin romper con el pacto constitucional nacional, daban a los pueblos un instrumento para defender de sus territorios, ya en la mira de empresas de todo el mundo (incluso las de Slim) tras el TLC.
En 2003 las comunidades zapatistas denunciaron una agresión armada paramilitar contra una marcha pacífica que llevaba agua a unos compañeros suyos en Zinacantán: los paramilitares agresores eran del PRD. La izquierda paga al sistema su apertura con su apoyo contra el EZLN. Los proyectos contrainsurgentes en Chiapas eran aprobados en los Congresos y en el terreno los operaba gente como Dante Delgado, apoyado después dos veces por AMLO para intentar gobernar Veracruz.
Los zapatistas ya habían decidido romper con todos los partidos y la clase política. Tratarían de formar un polo de izquierda anticapitalista con otros y otras que padecían bajo gobiernos de izquierdas y derechas. La construcción de sus Caracoles y Juntas de Buen Gobierno los hicieron en silencio durante años. Para la sociedad civil mediatizada, habían desaparecido.
En ese lapso, AMLO pasó de gobernar el DF a ser el líder que desplazó a Cárdenas como el candidato natural del PRD. Tenía apoyo no sólo del PRD, chuchos y no chuchos (Jesús Ortega sería coordinador de su campaña en 2006), y de Carlos Slim, enfrentado con el bloque empresarial que le disputa la hegemonía en medios (Televisa, TV Azteca), Los zapatistas pensaron que si se movilizaban en medio de la división entre izquierdas y derechas por las elecciones, podrían recorrer el país y juntar a las organizaciones, colectivos pequeños e individuos que querían hacer otra izquierda. Su movilización unió a derechas e izquierdas contra ellos.
Con la Sexta Declaración de la Selva Lacandona dieron la convocatoria hacia esa movilización. Cruzaron el país bajo el silencio de los medios nacionales y la guerra sucia de los medios locales por dondequiera que pasaban, por no formarse en la fila detrás del nuevo líder fetiche del PRD, recibieron una campaña de calumnias que los ponían como “maniobra de la derecha”. En Atenco, la derecha de Atlacomulco le tendió a la Otra Campaña una celada mortal. Asesinaron a un joven, Alexis Benhumea, violaron mujeres, torturaron e invadieron a un pueblo y dieron caza a sus acompañantes de la Otra Campaña. Columnistas y caricaturistas del staff de AMLO culparon a “Marcos” de la represión y callaron sobre el silencio de AMLO y la complicidad del PRD mexiquense con Peña Nieto… Al atacar a las víctimas, se estaban poniendo del lado del represor: Peña Nieto. Carmen Aristegui pidió retirar su firma de una carta a La Jornada apoyando a las mujeres denunciantes de violación en Atenco.
Tras una suspensión en la que la Otra Campaña se movilizó bajo la represión del gobierno de Ebrard para liberar a sus presos, salieron poco a poco casi todos, excepto los tres rehenes que se habían llevado a Almoloya, uno de ellos, Ignacio del Valle, los tres salieron años después. La Otra Campaña finalizó sus recorridos por el país y descubrió a un México ignorado e invisibilizado, que no se ha sentido representado por los partidos y cuyas luchas son desconocidas, ignoradas, solamente aparecen a veces cuando son víctimas de la represión, y aun entonces aparecen demonizados. Y si se movilizan pero no se subordinan a AMLO son criticados y puestos bajo la sospecha de complot como el Movimiento por la Paz y los padres de los 43 normalistas desaparecidos en Ayotzinapa.
En 2006 y 2012, AMLO ha ganado dos veces las elecciones presidenciales, tras las primeras realizó un golpe de teatro nombrando un gobierno legítimo con un gabinete y dio con ello continuidad a la formación de un bloque que lo apoyara en 2012. En 2012, los zapatistas decidieron no decir nada. Su palabra había sido totalmente tergiversada en 2006, incluso por La Jornada. Maximizaron sus críticas a la izquierda electoral y prácticamente desaparecieron sus críticas a la derecha. Se construyeron una caricatura fácilmente refutable. La inmensa mayoría nunca dialogó con los argumentos del EZLN ni de las demás organizaciones de la Otra Campaña, se hicieron la ficción de un rival fácil de refutar, una caricatura dibujada por El Fisgón, Helguera, Hernández (¿alguien les ha visto criticar a Slim?). En 2012 ganó, al parecer, AMLO. Pero esta vez la protesta no fue frontal y la descalificación de Peña por “espurio” brilló por su ausencia, AMLO construía su candidatura para 2018, esperaba la aprobación del registro de su nuevo partido, y no hacía olas, en lugar de fraude, hablaba de imposición.
Los jóvenes de la Ibero iniciaron las movilizaciones del YoSoy132 contra Peña, pero quienes llegaron al final, a intentar impedir la toma de posesión de EPN, fueron personas de organizaciones pequeñas o aun “no organizadas”. El último día de gobierno de Ebrard (delfín de AMLO) y  primero de Mancera (delfín de Ebrard) la policía reprimió a esas personas matando e hiriendo a algunos. Kuykendall, teatrista, de la Otra Campaña, fue herido, quedó en coma para morir tiempo después.
Para estas alturas del partido, un buen sector de las población ya creció con las difamaciones al zapatismo que la derecha difundió desde 1995 hasta los años del foxismo, ha crecido con las difamaciones que caricaturistas y columnistas del staff de AMLO han difundido desde 2005 hasta la fecha. No tienen acceso, ni la suelen consultar, a la palabra directa de los zapatistas. Las denuncias de las comunidades zapatistas y de otros pueblos indios son invisibilizadas por los mismos que los acusan de aparecer solamente cada sexenio.
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Para la izquierda electoral la irrupción zapatista les abrió el camino al poder, a la alternancia, les aseguró el gobierno del DF y otros, pues antes del alzamiento no le reconocía el sistema el triunfo a la oposición a veces ni a nivel de un municipio. Para los zapatistas la colusión de derecha e izquierda en el poder significó contrainsurgencia, muertes, paramilitarización, asedio constante y una campaña de difamaciones por derechas e izquierda.
Aun así hay los Armando Bartras y las Sanjuanas Martínez suponen que toda la izquierda debería apoyar a AMLO, y que los zapatistas al no hacerlo le hacen el juego a la derecha. A esa derecha con la que ellos han cogobernado y a la que le dieron valiosos instrumentos de contrainsurgencia y represión como Juan Sabines, Gabino Cue, Aguirre Rivero, Marcelo Ebrard y Mancera.
Es fácil patear a la caricatura que la izquierda y la derecha electorales han hecho del EZLN y sus aliados. Sin que el EZLN haya llamado a no votar ni boicoteado elecciones ningunas, han repetido como propaganda negra la mentira de que los boicotearon. Jamás aceptaron un debate serio y se limitaron a la calumnia. Sin embargo, cuando se les responde con una caricatura gráfica o escrita se indignan y se rasgan las vestiduras. Se han formado una moral doble, como Las Poquianchis de la película de Cazals: ellos son honestidad valiente, nada los liga a los represores y asesinos que llevaron al poder con los votos que el arrastre electoral de AMLO les consiguió. En cambio, para justificar su aceptación tácita de dos fraudes electorales (y algunos, de tres contando desde 1988) le echan la culpa a otros. Incluso AMLO lo ha hecho personalmente esta vez.
Hacer una genealogía crítica de esta izquierda que se jacta de honesta y valiente nos llevaría a encontrar una maquinaria electoral al servicio de una clase política priísta metapartidaria: del PRI se desprenden las cúpulas dirigentes. Sin embargo, cualquiera que no se les subordina es acusado de ser una maniobra del PRI para cerrar el paso al poder de los expriístas.
Como en Rashomon, las historias tienen más de una versión, pero la hegemónica es la que cuentan los que tienen dinero del INE y espacios en medios, incluso medios propios o casi, como La Jornada. Sin embargo, desde que el CNI y el EZLN anunciaron que están analizando y consultando en sus pueblos la propuesta de lanzar una candidata que represente un Concejo Nacional Indígena para contender en 2018 para la presidencia, han vuelto a silenciar la palabra indígena y se han dedicado a criticar a una caricatura de su propia autoría. Han sido incapaces de ver a las otras izquierdas. Para qué verlos si tienen su propio tótem de honestidad valiente, candidato por siempre.
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