Jorge Beinstein
Fuente: Bolpress
Red Latina sin fronteras
Domingo 28 de agosto del
2016
A raíz de la llegada Mauricio Macri a la presidencia se desató
en algunos círculos académicos argentinos la reflexión en torno del “modelo económico” que la derecha estaba
intentando imponer. Se trató no solo de hurgar en los curriculum vitae de
ministros, secretarios de estado y otros altos funcionarios sino sobre todo en
la avalancha de decretos que desde el primer día de gobierno se precipitaron
sobre el país. Buscarle coherencia estratégica a ese conjunto fue una tarea
ardua que a cada paso chocaba con contradicciones que obligaban a desechar
hipótesis sin que se pudiera llegar a un esquema mínimamente riguroso. La mayor
de ellas fue probablemente la flagrante contradicción entre medidas que
destruyen el mercado interno para favorecer a una supuesta ola exportadora
evidentemente inviable ante el repliegue de la economía global, otra es la suba
de las tasas de interés que comprime al consumo y a las inversiones a la espera
de una ilusoria llegada de fondos provenientes de un sistema financiero
internacional en crisis que lo único que puede brindar es el armado de
bicicletas especulativas.
Algunos optaron por
resolver el tema adoptando definiciones abstractas tan generales como poco
operativas (“modelo favorable al gran
capital”, “restauración neoliberal”,
etc.), otros decidieron seguir el estudio pero cada vez que llegaban a una
conclusión satisfactoria aparecía un nuevo hecho que les tiraba abajo el
edificio intelectual construido y finalmente unos pocos, entre los que me
encuentro, llegamos a la conclusión de que buscar una coherencia estratégica
general en esas decisiones no era una tarea fácil pero tampoco difícil sino
sencillamente imposible. La llegada de la derecha al gobierno no significa el
reemplazo del modelo anterior (desarrollista, neokeynesiano o como se lo quiera
calificar) por un nuevo modelo (elitista) de desarrollo, sino simplemente el
inicio de un gigantesco saqueo donde cada banda de saqueadores obtiene el botín
que puede obtener en el menor tiempo posible y luego de conseguido pugna por más
a costa de las víctimas pero también si es necesario de sus competidores. La
anunciada libertad del mercado no significó la instalación de un nuevo orden
sino el despliegue de fuerzas entrópicas, el país burgués no realizó una
reconversión elitista-exportadora sino que se sumergió en un gigantesco proceso
destructivo.
Si estudiamos los
objetivos económicos reales de otras derechas latinoamericanas como las de
Venezuela, Ecuador o Brasil encontraremos similitudes sorprendentes con el caso
argentino, incoherencias de todo tipo, autismos desenfrenados que ignoran el
contexto global así como las consecuencias desestabilizadoras de sus acciones o
“proyectos” generadores de
destrucciones sociales desmesuradas y posibles efectos boomerang contra la
propia derecha[1].
Es evidente que el cortoplacismo y la satisfacción de apetitos parciales dominan
el escenario.
En la década de 1980 pero
sobre todo en los años 1990 el discurso neoliberal desbordaba optimismo, el “fantasma comunista” había implotado y
el planeta quedaba a disposición de la única superpotencia: los Estados Unidos,
el libre mercado aparecía con su imagen triunfalista prometiendo prosperidad
para todos. Como sabemos esa avalancha no era portadora de prosperidad sino de
especulación financiera, mientras la tasas de crecimiento económico real global
seguían descendiendo tendencialmente desde los años 1970 (y hasta la
actualidad) la masa financiera comenzó a expandirse en progresión geométrica.
Se estaban produciendo cambios de fondo en el sistema, mutaciones en sus
principales protagonistas que obligaban a una reconceptualización. En el
comando de la nave capitalista global comenzaban a ser desplazados los
burgueses titulares de empresas productoras de objetos útiles, inútiles o
abiertamente nocivos y su corte de ingenieros industriales, militares
uniformados y políticos solemnes, y empezaban a asomar especuladores
financieros, payasos y mercenarios despiadados, la criminalidad anterior
medianamente estructurada comenzaba a ser remplazada por un sistema caótico
mucho más letal. Se retiraba el productivismo keynesiano (heredero el viejo
productivismo liberal) y comenzaba a instalarse el parasitismo neoliberal.
El concepto de
lumpenburguesía
Existen antecedentes de ese concepto, por ejemplo en Marx
cuando describía a la monarquía orleanista de Francia (1830-1848) como un
sistema bajo la dominación de la aristocracia financiera señalando que: “en las cumbres de la sociedad burguesa se
propagó el desenfreno por la satisfacción de los apetitos más malsanos y
desordenados, que a cada paso chocaban con las mismas leyes de la burguesía ,
desenfreno en el que, por la ley natural, va a buscar su satisfacción la
riqueza procedente del juego, desenfreno por el que el placer se convierte en
crápula y en que confluyen el dinero, el lodo y la sangre. La aristocracia
financiera, lo mismo en sus métodos de adquisición, que en sus placeres, no es
más que el renacimiento del lumpenproletariado en las cumbres de la sociedad
burguesa” [2].
La aristocracia financiera aparecía en ese enfoque claramente diferenciada de
la burguesía industrial, clase explotadora insertada en el proceso productivo.
Se trataba, según Marx, de un sector instalado en la cima de la sociedad que
lograba enriquecerse “no mediante la
producción sino mediante el escamoteo de la riqueza ajena ya creada” [3].
Ubiquemos dicha descripción en el contexto del siglo XIX europeo occidental
marcado por el ascenso del capitalismo industrial donde esa aristocracia
navegando entre la usura y el saqueo aparecía como una irrupción históricamente
anómala destinada a ser desplazada tarde o temprano por el avance de la
modernidad. Marx señalaba que hacia el final del ciclo orleanista: “La burguesía industrial veía sus intereses
en peligro, la pequeña burguesía estaba moralmente indignada, la imaginación
popular se sublevaba. París estaba inundado de libelos. ‘La dinastía de los
Rothschild’, ‘Los usureros, reyes de la época’, etc. en lo que se denunciaba y
anatematizaba, con más o menos ingenio, la dominación de la aristocracia
financiera” [4].
Resulta notable ver
aparecer a los Rothschild como “usureros”,
imagen claramente precapitalista, cuando en las décadas que siguieron y hasta
la Primera Guerra Mundial simbolizaron al capitalismo más sofisticado y
moderno. Karl Polanyi los idealizaba como pieza clave de la Haute Finance
europea instrumento decisivo, según él, en el desarrollo equilibrado del
capitalismo liberal, cumpliendo una función armonizadora poniéndose por encima
de los nacionalismos, anudando compromisos y negocios que atravesaban las
fronteras estatales calmando así la disputas interimperialistas. Describiendo a
la Europa de las últimas décadas del siglo XIX Polanyi explicaba que: “los Rothschild no estaban sujetos a un
gobierno; como una familia, incorporaban el principio abstracto del
internacionalismo; su lealtad se entregaba a una firma, cuyo crédito se había
convertido en la única conexión supranacional entre el gobierno político y el
esfuerzo industrial en una economía mundial que crecía con rapidez” [5].
Lo que para Marx era una
anomalía, un resto degenerado del pasado, para Polanyi era una pieza clave de
la “Pax Europea”, del progreso
liberal de Occidente quebrado en 1914. La permanencia de los Rothschild y de
sus colegas banqueros durante todo el largo ciclo del despegue y consolidación
industrial de Europa demostró que no se trataba de una anomalía sino de una
componente parasitaria indisociable (aunque no hegemónica en ese ciclo) de la
reproducción capitalista. Por otra parte el estallido de 1914 y lo que siguió
desmintió la imagen de cúpula armonizadora, estableciendo acuerdos, negocios
que imponían equilibrios. Sus refinamientos y su aspecto “pacificador” formaban parte de un doble juego peligroso pero muy
rentable, por un lado alentaban de manera discreta toda clase de aventuras
coloniales y ambiciones nacionalistas como por ejemplo las carreras
armamentistas (y de inmediato pasaban la cuenta) y por otro las calmaban cuando
amenazaban producir desastres, pero esa sucesión de excitantes y calmantes
aplicadas a monstruos que absorbían drogas cada vez más fuertes terminó como
tenía que terminar: con un gigantesco estallido bajo la forma de Primera Guerra
Mundial.
El concepto de “lumpenburguesía” aparece por primera
vez hacia fines de los años 1950 a través de algunos textos de “Ernest Germain” seudónimo empleado por
Ernest Mandel haciendo referencia a la burguesía de Brasil que el autor
consideraba una clase semicolonial, “atrasada”,
no completamente “burguesa” (en el
sentido moderno-occidental del término). Fue retomado más adelante, en los años
1960-1970 por André Gunder Frank generalizándolo a las burguesías
latinoamericanas [6]. Tanto Mandel como Gunder Frank establecían
la diferencia entre las burguesías centrales: estructuradas, imperialistas,
tecnológicamente sofisticadas y las burguesías periféricas, subdesarrolladas,
semicoloniales, caóticas, en fin: lumpenburguesas
(burguesías degradadas).
Pero ese esquema empezó a
ser desmentido por la realidad desde los años 1970 con la declinación del
keynesianismo productivista y sus acompañantes reguladores e integradores. Se
desató el proceso de transnacionalización y financierización del capitalismo
global que desde comienzos de los años 1990 (con la implosión de la URSS y la
aceleración del ingreso de China en la economía de mercado) adquirió un ritmo
desenfrenado y una extensión planetaria. Mientras se desaceleraba la economía
productiva crecía exponencialmente la especulación financiera, una de sus
componentes principales, los productos financieros derivados equivalían a unas
dos veces el Producto Bruto Mundial en el 2000 y representaban en 2008 unas 12
veces el Producto Bruto Mundial, por su parte la masa financiera global
(derivados y otros papeles) equivalía en ese momento a una 20 veces el Producto
Bruto Mundial. Hegemonía financiera apabullante que transformó completamente la
naturaleza de la elites económicas del planeta, la desregulación (es decir la
violación creciente de todas las normas), el cortoplacismo, las dinámicas
depredadoras, fueron los comportamientos dominantes produciendo veloces
concentraciones de ingresos tanto en los países centrales como en los
periféricos, marginaciones sociales, deterioros institucionales (incluidas las
crisis de representatividad).
Todo ello se ha agravado
desde la crisis financiera de 2008 confirmando la existencia de una
lumpenburguesía global dominante (resultado de la decadencia sistémica general)
cuyos hábitos de especulación y saqueo enlazan con ascensos militaristas que
potencian su irracionalidad, los Estados Unidos se encuentran en el centro de
esa peligrosa fuga hacia adelante. Escalada militar en el Este de Europa, Medio
Oriente y Asia del Este acompañada por claros síntomas de descontrol financiero
donde por ejemplo el Deustche Bank acumula actualmente unos 75 billones de dólares
en productos financieros derivados [7], papeles altamente volátiles que
representaban en 2015 unas 22 veces el Producto Bruto Interno de Alemania y
unas 4,6 veces el Producto Bruto Interno de toda la Unión Europea, del otro
lado del Atlántico solo cinco grandes bancos norteamericanos (Citigroup, JP
Morgan, Goldman Sachs, Bank of América y Morgan Stanley) acumulaban derivados
por cerca de 250 billones de dólares [8], equivalentes a 3,4 veces el Producto Bruto
Mundial o bien unas 14 veces el Producto Bruto Interno de los Estados Unidos.
Imaginemos las consecuencias económicas globales del muy probable desplome de
esa masa de papeles, mientras tanto los grandes lobos de Wall Street juegan
alegremente al poker admirados por pequeñas aves carroñeras de la periferia
deseosas de “abrirse al mundo” y
participar del festín.
América Latina
América Latina no ha quedado fuera de esa mutación de carácter
global. Existe un consenso bastante amplio en cuanto a la configuración de las
elites económicas latinoamericanas durante las dos primeras etapas de la “modernización” regional (es decir su
integración plena al capitalismo) entre fines del siglo XIX y mediados del
siglo XX: la agro-minera-exportadora con sus correspondientes “oligarquías” seguida por el llamado período
(industrializante) de sustitución de importaciones con la emergencia de burguesías
industriales locales.
Especificidades nacionales
de distinto tipo muestran casos que van desde la inexistencia de “segunda etapa” en pequeños países casi
sin industrias hasta desarrollos industriales significativos como en Brasil,
Argentina o México con burguesías y empresas estatales poderosas. Desde
prolongaciones industriales de las viejas oligarquías hasta irrupciones de
clases nuevas, advenedizos no completamente admitidos por las viejas elites
hasta integraciones de negocios donde los viejos apellidos se mezclaban con los
de los recién llegados.
En torno de los años
1960-1970 el proceso de industrialización fue siendo acorralado por la
debilidad de los mercados internos y su dependencia tecnológica y de las
divisas proporcionadas por las exportaciones primarias tradicionales,
apabullado por un capitalismo global que impuso ajustes y destruyó o se apoderó
de tejidos productivos locales. La transnacionalización y financierización
globales se expresaron en la región como desarrollo del subdesarrollo, firmas
occidentales que pasaron a dominar áreas industriales decisivas mientras bancos
europeos y norteamericanos hacía lo propio con el sector financiero, al mismo
tiempo se agudizaba la exclusión social urbana y rural. La llamada etapa de
industrialización por sustitución de importaciones había significado el
fortalecimiento del Estado y en varios casos importantes la “nacionalización” de una porción
significativa de las elites dominantes con la emergencia de burguesías
industriales nacionales inestables, pero eso comenzó a ser revertido desde los
años 1960-1970 y el proceso de colonización se aceleró en los años 1990.
Lo que ahora constatamos
son combinaciones entre asentamientos de empresas transnacionales dominantes en
la banca, el comercio, los medios de comunicación, la industria, etc. rodeados
por círculos multiformes de burgueses locales completamente transnacionalizados
en sus niveles más altos rodeados a su vez por sectores intermedios de distinto
peso. Los grupos locales se caracterizan por una dinámica de tipo “financiero” combinando a gran velocidad
toda clase de negocios legales, semilegales o abiertamente ilegales, desde la
industria o el agrobusiness hasta el narcotráfico pasando por operaciones
especulativas o comerciales más o menos opacas.
Es posible investigar a
una gran empresa industrial mexicana, brasileña o argentina y descubrir lazos
con negocios turbios, colocaciones en paraísos fiscales, etc. o a una importante
cerealera realizando inversiones inmobiliarias en convergencia con blanqueos de
fondos provenientes de una red-narco a su vez asociada a un gran grupo
mediático. Las elites económicas latinoamericanas aparecen como una parte
integrante de la lumpenburguesía global, son su sombra periférica, ni más ni
menos degradada que sus paradigmas internacionales. Muy por debajo de todo ese
universo sobreviven pequeños y medianos empresarios industriales, agrícolas o
ganaderos que no forman parte de las elites pero que si consiguen ingresar al
ascensor de la prosperidad inevitablemente son capturados por la cultura de los
negocios confusos, si no lo hacen se estancan en el mejor de los casos o emprenden
el camino del descenso.
Aunque cuando estudiamos a
esas elites rápidamente descubrimos que su dinámica puramente “económica” solo existe en nuestra
imaginación, un negocio inmobiliario de gran envergadura seguramente requiere
conexiones judiciales, políticas, mediáticas, etc., por su parte para llegar a
los niveles más altos de la mafia judicial es necesario disponer de buenas
conexiones con círculos de negocios, políticos, mediáticos, etc. y ser exitoso
en la carrera política requiere fondos y coberturas mediáticas y judiciales. En
suma, se trata en la práctica de un complejo conjunto de articulaciones
mafiosas, grupos de poder transectoriales vinculados a, más o menos
subordinados a (o formando parte de) tramas extra-regionales a través de
canales de diverso tipo: el aparato de inteligencia de los Estados Unidos, un
mega banco occidental, una red clandestina de negocios, alguna empresa
industrial transnacional, etc.
A comienzos del siglo XX
la elites latinoamericanas formaban parte de una división internacional del
trabajo donde la periferia agropecuaria-minera exportadora se integraba de
manera colonial a los capitalismos centrales industrializados, en aquellos
tiempos Inglaterra era el polo dominante[9]. Luego llegó el siglo XX y su recorrido de
crisis, guerras, revoluciones y contrarrevoluciones, keynesianismos, fascismos,
socialismos… pero al final de ese siglo todo ese mundo quedaba enterrado,
triunfaba el neoliberalismo y el capitalismo globalizado y cuando este entró en
crisis en América Latina emergieron y se instalaron las experiencias
progresistas que intentaron resolver las crisis de gobernabilidad con políticas
de inclusión social a sistemas que eran más o menos reformados buscando
hacerlos más productivos, menos sometidos a los Estados Unidos, más
igualitarios y democráticos. Las elites dominantes se pusieron histéricas,
aunque no habían sido seriamente desplazadas perdían posiciones de poder, se
les escapaban de las manos negocios suculentos y su agresividad fue en aumento
a medida que la crisis global dificultaba sus operaciones. Por su parte los Estados
Unidos en retroceso geopolítico global acentuó sus presiones sobre la región
intentando su recolonización. Al comenzar el año 2016 los progresismos han sido acorralados como en Brasil o Venezuela o
derrocados como en Paraguay o Argentina, Obama se frota las manos y sus buitres
se lanzan al ataque, los capriles y macris cantan victoria convencidos de que
estamos retornando a la “normalidad”
(colonial), pero no es así; en realidad estamos ingresando en una nueva etapa
histórica de duración incierta marcada por una crisis deflacionaria global que
se va agravando acompañada por señales alarmantes de guerra.
Las éĺites dominantes
locales no son el sujeto de una nueva gobernabilidad sino el objeto de un
proceso de decadencia que las desborda, peor aún esas lumpenburguesías aportan
crisis a la crisis más allá de sus manipulaciones mediáticas que tratan de
demostrar lo contrario, creen tener mucho poder pero no son más que
instrumentos ciegos de un futuro sombrío. Aunque la declinación real del
sistema abre la posibilidad de un renacimiento popular, seguramente difícil,
doloroso, no escrito en manuales, ni siguiendo rutas bien pavimentadas y
previsibles.
NOTAS
[1] Jorge Beinstein, "Serra contra o Mercosul: o auge das direitas loucas na América
Latina"
[2] Carlos Marx, “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850”, en Carlos
Marx-Federico Engels, Obras Escogidas, Tomo I, páginas 128-129, Editorial
Progreso, Moscú 1966.
[3]
Ibid.
[4]
Ibid.
[5]
Karl Polanyi, “The Great
Transformation.The Political and Economic Origins of Our Time”, Bacon
Press, Boston, Massachusetts, 2001.
[6] Andre Gunder Frank, “Lumpenburguesía: lumpendesarrollo”, Colección Cuadernos de
América, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1970.
[7]
Tyler Durden, "Is Deutsche Bank The
Next Lehman?", Zero Hedge,
[8]
Michael Snyder, "Financial
Armageddon Approaches", INFOWARS,
[9] "La
inversión de las naciones industriales, en especial de Inglaterra, fluyó hacia
América Latina. Entre 1870 y 1913, el valor de las inversiones británicas
aumentó de 85 millones de libras esterlinas a 757 millones, una multiplicación
casi por nueve en cuatro décadas. Hacia 1913, los inversores británicos poseían
aproximadamente dos tercios del total de la inversión extranjera".
Skidmore, Thomas E. y Smith, Peter H., "Historia
contemporánea de América Latina. América Latina en el siglo XX", Ed.
Grijalbo. 4a. edición, España, 1996.
Comentarios