Jesús Vargas,
historiador y profesor en Chihuahua ha investigado diferentes aspectos de la
historia en su estado natal: Pancho Villa, Madera, la clase obrera. De los
trabajadores su lucha, su resistencia, su experiencia, pero también su saber,
su ingenio, su inventiva. Es el caso que nos relata ahora: el caso de Marcelino
Vargas Ponce, obrero de Parral, mecánico, fraguador, pailero e inventor de la
primera caminadora.
La Voz del Anáhuac.
Jesús Vargas Valdez
agosto de 2016
Marcelino Vargas Ponce era un obrero de la compañía de La Prieta en Parral. Tenía la categoría
de cabo del taller mecánico, pero en el mismo taller se dedicaba a todo tipo de
trabajos de fragua, forja, y pailería.
A unos metros de la casa
rentó un cuarto donde tenía su propia fragua y allí se dedicaba a hacer
herraduras, templar barras, etc. Sus hijos recorrían muy seguido las vías de
ferrocarril para recoger los clavos tirados, a a pesar de que se consideraba
delito federal, pero de allí salían unas herraduras perfectas y ni modo.
A Marcelino le gustaba inventar,
o replicar máquinas, aparatos y algunos proyectos domésticos que aparecían en
la revista Mecánica Popular. De esta
publicación aplicó algunos diseños que han perdurado, como es el caso de una
silla reclinable construida con solera y remaches, una maravilla de comodidad.
Después de que dejó la
fragua hizo un taller pequeño en el patio de la casa y ahí se podían encontrar
algunos de sus inventos que Obertina no le había admitido en su cocina porque
estaban muy toscos, fue el caso de una batidora y otras cosas a las que le
había dedicado tiempo, pero no habían sido del agrado de la jefa de la casa.
Un día fueron a buscar a
Marcelino unos galleros profesionales del rumbo de Balleza, quién sabe de dónde
sacaron la información de la buena inventiva del herrero.
Eran los años cincuenta y
Marcelino se encontraba en plenitud. Le explicaron que andaban buscando un
aparato que sirviera para entrenar bien machín
a los gallos. Marcelino rápidamente puso a funcionar las neuronas y después de
platicarla les dijo que tenía la solución. Les pidió que regresaran en una
semana. Consiguió en la compañía, o quién sabe dónde, un motorcito usado de
tres velocidades, parecido al que se usaba en los trenes eléctricos, pero más
grande. Hizo una especie de jaula con el espacio adecuado para que el gallo se
moviera libremente y no pudiera salirse. De piso arregló una banda que giraba y
giraba todo el tiempo que se quisiera, pero no solamente eso, la banda podía
girar a tres velocidades. Entonces, a la hora del entrenamiento se metía al
gallito en la jaula, se enchufaba el motor y a caminar gallito. Cuando ya se
había calentado se movía la palanca y a correr sin parar. Al último, en la
tercera velocidad, casi quería volar de lo rápido que tenía que mover las
patas.
Les avisó a los galleros
que ya podían pasar por su encargo, les pidió que llevaran un gallo para que
vieran el procedimiento y estos quedaron encantados. Quien sabe que habrán
pensado los gallos de esa jaula de entrenamiento, lo cierto es que así se
inventaron en Parral las primeras caminadoras profesionales, nada más que eran
para entrenar a los gallos de pelea.
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