por Másde131
Texto: Aldabi Olvera
Fotografías: Erika Lozano
Reporte y entrevistas
25 enero 2016
Después de la liberación de los
voceros Mario Luna y Fernando Jiménez, Másde131 regresó a territorio yaqui para
conocer el megaproyecto que atenta contra el derecho al agua de esta tribu. Lo
que nos encontramos, fueron las huellas de una injusticia que viene de mucho
tiempo atrás.
Esta
investigación fue posible gracias a Artículo 19 y Angélica Foundation.
(Vícam-Pótam-Ciudad
Obregón-Hermosillo-desierto de Sonora):
SAN JUAN
LODISTA, SAN JUAN CHARQUISTA
Vaciado, ahorcado,… el poderoso Río Yaqui llega en hebras de
charcos y senderos lodosos al territorio de la tribu que le rinde culto.
Quizás, allá donde nace, confluencia de los ríos Bavispe y Papagochi, tiene
todavía fuerza; pero aquí, en el pueblo que le da nombre, hay agua apenas para
bañarse. La agroindustria en Ciudad Obregón; las presas del Novillo, La
Angostura, El Oviáchic; el acueducto de Guaymas, el recién estrenado Acueducto
Independencia: todas estas manos roban las aguas del Río Yaqui. Si hoy vemos
fluir agua a través del río, es porque los huracanes de los últimos meses
dieron vida a esta cicatriz de tierra y hierba. Pero el agua se acaba allá,
enfrente, donde los yaquis celebran en junio la fiesta del solsticio y las
lluvias relacionada con San Juan Bautista, santo patrono del pueblo de Vícam,
cabecera de los ocho pueblos que junto con la sierra del Bacatete y el mar
conforman la integridad territorial de los yaquis; en este lugar, pues, acaba
el flujo de agua, y aquí a un lado, donde debería ser bautizado el niño Jesús,
no hay más que maleza. En estos tiempos, para que la fiesta del bautismo se
lleve a cabo en el río, es necesaria una pipa de agua.
EL RÍO SOBRE
EL HOMBRO
Así como lo entendí, el gran Río Yaqui nació por un diluvio y
una sacudida. El cerro enojado, molesto por el diluvio, se sacudió; dejó así
una parte del agua a su costado y la otra en el mar. Los surem, antepasados
míticos de los yaquis, fueron los primeros que pisaron esta tierra. Aunque de
estatura baja, aquellas personas tenían la facultad de echarse el río al
hombro, llevarlo y extenderlo donde quisieran. Quizás por ello, los yaquis de
los tiempos jesuitas movían sus casas conforme cambia el curso del río. La
vieja madre de los surem, Yo’omuumuli, tuvo el don de escuchar las palabras de
un árbol que nadie más entendía. Ante los demás surem contó un negro vaticinio:
la llegada del hombre blanco. Para el pacífico pueblo surem había dos opciones,
esconderse o pelear. Quienes escogieron la pelea se transformaron en altos,
fornidos, imbatibles yaquis. Pocos se fueron al mar y a las cavernas de la
sierra. Leí después que Yo’omuumuli, al mirar la actitud de los yaquis, enrolló
el río y se lo llevó de nuevo. No sé si esta versión sea cierta; me parece más
bien que quien hoy intenta llevarse el río sobre el hombro es el hombre blanco
de la negra profecía.
LA COLA DEL
DIABLO
“Esta es la pura ratería”, dice un yaqui.
“Allá hay otro lugar donde podría estar otra toma”, señala otro yaqui a 100
metros.
“Posiblemente sean 270 tomas de agua. A la mejor más. Iban a
hacer el gran negocio”, dice este segundo yaqui.
“Están en la cola del diablo”, bromea mediante un
mensaje de texto el yaqui vocero de Vícam y ex preso político Mario Luna.
Viajamos con Raquel
Padilla, investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH)
y con dos yaquis: Juan y Martín. Vamos por carretera. La capital del norteño
estado de Sonora, Hermosillo, quedó atrás hace un buen rato. Buscamos la más
reciente amenaza contra el Río Yaqui. En medio del desierto, a más de cuatro
horas del territorio de la tribu, vemos por fin cómo sobresale el tubo negro
del Acueducto Independencia. Este tubo de 135 kilómetros fue autorizado por la
Semarnat (la misma secretaría que permitió la destrucción de los manglares de
Tajamar en Cancún y del bosque otomí en el Estado de México) e inaugurado por
el ex presidente panista Felipe Calderón en 2010.
El acueducto funciona
desde 2013 a pesar de que la Tribu Yaqui ganó más de 10 amparos contra su
construcción y operación. Con este proyecto, los gobiernos panistas pretendían
interceptar aguas de la presa La Angostura y El Novillo y enviarla a
Hermosillo. A la capital le corresponde el agua del Río Sonora, pero presas
como la del ex gobernador Guillermo Padrés y mineras como Grupo México la
acaparan y contaminan. Paramos para filmar. Como una metáfora de las manos que
se llevan el agua de este río, encontramos una estampa de Coca-Cola en el tubo
negro.
Al seguir el acueducto, es
evidente que su finalidad no es garantizar el derecho al agua de los
hermosillenses; de hecho, en televisión y periódicos nos enteramos que durante
una sesión de cabildo municipal, distintos partidos políticos aprobaron el aumento
en la tarifa del agua en la capital. Estas tomas de agua servirán para las
empresas del parque industrial y los ranchos que se encuentra cerca del tubo.
El gobierno sonorense pudo construir plantas desaladoras, reparar el sistema de
tuberías de Hermosillo, pero no lo hizo; no es negocio. Huele a vaca, más
adelante se encuentra la planta de Cemex y Holcim. Como prueba del rechazo a
esta obra, todos los registros que miramos están intervenidos. Algunos dicen: “No votes”. Otros, hablan de la madre de
Padrés.
LA
“INJUSTICIA HÍDRICA” EMPEZÓ HACE MUCHO
El antropólogo comunista mexicano Alfonso Fabila realizó el
estudio Las Tribus Yaquis de Sonora en
1938 por encargo de Lázaro Cárdenas; ahí, advierte que desde entonces
existía una “injusticia hídrica”
contra la tribu. Raquel Padilla opina que los problemas yaquis comenzaron con
la llegada del liberalismo: vender, concesionar, ceder. Hace 150 años, los
gobiernos liberales arrebataban las tierras consideradas ociosas, lo mismo
ocurría con el agua. Luego, en tiempos de Luis Emeterio Torres (ex gobernador
de Sonora en la época porfirista y acérrimo enemigo de la tribu) surgieron
empresas deslindadoras y agrícolas de irrigación, las cuales se aposentaron,
fraccionaron y se quedaron con tierras y agua. En 1942 el gobierno mexicano
terminó de construir la presa La Angostura. Por decreto presidencial, Lázaro
Cárdenas garantizó en 1940 a los yaquis hasta el 50 % del agua que pasaría por
la presa más aguas broncas: escurrimientos y arroyos, y la otra mitad a
agricultores ya establecidos en el Valle del Yaqui. Luego, fue construida una
planta derivadora que casi hace desaparecer el caudal del río. Los árboles se
extinguieron poco a poco. Luego, la construcción del acueducto de la ciudad de
Guaymas de 1980 a 1995 dejó completamente seco el río. Hoy, la cuenca del Río
Yaqui es explotada por agricultores más del 50 por ciento de su capacidad, pero
a la tribu le llega un canal que no conduce ni el 5% que le corresponde por
decreto.
ᅳLo bueno es que no hay minasᅳ
digo.
ᅳNo, espérate. Todavía no descubren lo que hay en la sierra del
Bacateteᅳ dice Raquel Padilla. El acueducto fue la gota que
derramó el vaso y dijeron hasta aquí.
Además, hay más intereses
en territorio de la tribu. El gobierno del estado opera para instalar el
Gasoducto Agua Prieta en 80 kilómetros de territorio yaqui. El pueblo Loma de
Bácum no ha aceptado el paso del proyecto.
ᅳ¿Por qué apenas luchan?ᅳ,
pregunto.
ᅳVenían de la revolución, venían diezmados, heridos, pero ahora
es tiempo de que defiendan su territorio- cuenta la antropóloga.
Siguiendo el paso del Acueducto Independencia, “cola del diablo”, llegamos al pueblo de
Mazatán, donde encontramos un monumento al queso. Nos sentamos en un
restaurante a comer machaca, con el sol de la tarde a nuestras espaldas,
escuchamos:
El antropólogo checo Ales
Hrdlicka llegó a Sonora en 1902 para medir los cráneos de los pueblos indígenas
del estado. Ahí se enteró de la masacre de la sierra de Mazatán, e
inmediatamente se dirigió al lugar. En una cañada que prácticamente era una
trampa, encontró cráneos, huesos, colchas y un canasto que usan las mujeres
yaquis para cargar bebés. Los envió al Museo Americano de Historia Natural en
Nueva York. Los pormenores reconstruidos de esta masacre, se conocen gracias al
texto Notes on the indians of Sonora, México.
En 1902, entre Ures y la
sierra de Mazatán, el ejército mexicano asesinó a más de 120 yaquis: 26 mujeres
y 20 niños. Meses antes, el gobierno de Sonora extendió las medidas de control
contra la tribu mediante una circular que restringía su movilidad en el estado
y prácticamente impedía a los indígenas trabajar en los ranchos del estado. La
tribu se alzó como lo había hecho en anteriores veces. Hubo varios enfrentamientos,
pero en Mazatán el ejército perpetró una masacre contra un grupo de familias
internado en la sierra y acorralado en una cañada escarpada. Hubo otras
matanzas, antes y después, pero la masacre de Mazatán anunció el
recrudecimiento del exterminio que resistiría la Tribu Yaqui en el siglo XX.
Los restos de las familias
asesinadas recolectados por Hrdlicka regresaron a México cien años después
(2009) y fueron sepultados con honores en Vícam.
LA RUTA DEL
DOLOR
Siempre nos encontramos, siempre, con la memoria de este
pueblo indígena a flor de piel: el exilio y la guerra, los bombardeos y el
destierro; el regreso. De vuelta en Vícam, entrevistamos a un chapayeca, parte
de la milicia religiosa que, con rudas mandas, toma el control del gobierno
tradicional yaqui durante la Semana Santa:
“Mi nombre es Fernando
Jiménez. Soy soldado de tropa, asesor técnico para beneficio de la población
indígena y vocero de la tribu para enfrentar el despojo de agua… Fui preso
político… Los yaquis llevamos miles de años en ese lugar. Mi padre nació en
Tlaxcala, en el exilio; mi abuela era de Cócorit y mi abuelo de Sibalaume; era
guerrillero, aquellos que habitan en la montaña y no entablaron relación con el
gobierno… Los levantó el ejército. Mi abuela estuvo presa en San Juan de Ulúa a
los 16 años, mi abuelo quedó en la sierra, en 1927. En la última rebelión, mi
abuelo fue por las mujeres en el sureste porque ya no había mujeres con quienes
procrear… Mi abuelo viajó años… Mi padre cuenta que el abuelo estuvo a punto de
ser fusilado en Guanajuato en la Guerra Cristera y un coronel los indultó. Los
yaquis pelearon con el enemigo, aliados, con varios bandos, con Zapata, con
Pancho Villa, porque lo que querían los yaquis eran regresar a Sonora… porque
los mandaron a Yucatán, otros a Pinotepa, y se regresaron; los abuelos se
conocieron en el éxodo y mi padre llegó a Sonora ya a los ocho años, muchos
murieron y otros se quedaron. Todo yaqui bien nacido no puede dejar que lo
despojen porque costó lágrimas, sangre, bombardeos… Cárdenas entrega indultos y
nos dejó llegar a Agua Prieta. En Palacio Nacional hicimos una guardia. Eso
viene en la historia oral y eso lo tienen mis hijos y esta tierra aunque es
árida seca y tiene sentimientos. Es la ruta del dolor”.
Así como los yaquis hablan
del exilio, hablarán más adelante de su encarcelamiento y de la lucha por el
agua: “Yo me sabía inocente…me llevaron
cartas, aunque encerrado, mi espíritu seguía libre y dando la batalla”.
Cuando visitamos a Jiménez en la cárcel, dijo: “Mis ancestros sufrieron lo peor, y salieron avantes, que yo no pueda
aguantar un encierrito”.
Jiménez reitera: “Alejaron a mi pueblo del río, ahora alejan
al río de nuestro pueblo”.
El derecho humano al agua es prioritario, primero es
doméstico, luego urbano, pecuario, y al final, agrícola. También existe algo
que podría llamarse el derecho del río, es decir, el mínimo de agua que
requiere un río para existir. Con Mario Luna, platicamos que un río debe tener
agua corriente todo el año. La Conagua, cuenta Luna, considera que el desagüe
industrial es parte del gasto ecológico del Río Yaqui. Los pueblos yaquis toman
con arsénico, plomo, manganeso en su agua desde que se secó el río. Las
enfermedades de los integrantes de la tribu son las enfermedades del río, el
destino del río, será el destino de la tribu. Vemos las tumbas en Vícam, azules
unas, blancas otras, y los adornos: flores de plástico forradas en un empaque
como de rosca, de pan.
PUEBLOS
YAQUIS. ÁLAMOS, SAUCES
Aquí, en lo que queda del Río Yaqui, miramos un álamo caído.
Una familia come una carne asada. Bosques de álamos, sauces; otros árboles de
gran consumo de agua se han ido. Mario Luna cuenta que hasta hubo un aserradero
para aprovechar la leña muerta. Antes, estos terrenos eran exuberantes,
formidables. Todavía hay árboles; álamos acompañan el lento paso del agua, pero
parecen enfermos. Ya no se puede sembrar a las orillas del río, maíz, calabaza,
frijol, legumbres. Antes, con el escurrimiento de las aguas, se podían sembrar
70 mil hectáreas. Con los “ríos”
modernos de cemento, se riegan 18 mil: “Así
que la modernización del campo no es tal”, dice Mario. Ahora para lo único
que te dan crédito es para trigo y soya.
Ofelio Beteme, autoridad
tradicional, nos contó en su enramada que del río los yaquis sacaban también el
mezquite, el carrizo con el que hacen petates y se construye la enramada. Hay
un álamo incrustado en el río, que parece un estrellado espejo. El pozo de agua
que abastece a Vícam está rallado y descuidado. Luna cuenta que el pozo se
llena de salitre. Preguntamos si se puede pasar del otro lado del río, Mario
recomienda que no: Allá, enfrente, hay
drogadictos. No usan alcohol ni hierba, sino cristal. Alguien lo introdujo con
cuidado. Mario opina que esta droga es, también, una estrategia de
contrainsurgencia contra la tribu.
“¿Cuál es el territorio? Todo lo que alcances a ver, hasta
donde da el sol rojo”,
dice Mario. Desde el cerro Onteme, el cerro enojado, el volcán de la leyenda,
entendemos la lucha yaqui con perspectiva. La tribu no era tonta al querer
regresar a este amplio y formidable territorio, a este microclima que habitan
desde hace miles de años y que fue transformado hace apenas siglo y medio. El
río debió formar una fuerte y densa selva. Allá abajo hubo un enorme bosque con
un río caudaloso que rugía entre las montañas. La pintura es insuperable, uno
piensa desde aquí con memoria lúcida, con el pasado metido en el presente. Aquí
ocurre lo mismo que cuando uno sube a los cerros de Nexquipayac, en Atenco, y
mira al gran Lago de Texcoco, seco y con polvaneras, pero en su totalidad, en
su grandeza perdida. El bosque sobreviviente del lento ecocidio del Río Yaqui
desaparece bajo el encendido enojo del cielo. “Nosotros tenemos palanca allá arriba”, dice Mario cuando hablamos
de los obispos que los quisieron excomulgar. El río, realmente, persiste. Desde
aquí se aprecia su marca. Por eso todavía se le defiende, como a todo el
territorio yaqui. Mario Luna nos contó después que personas del pueblo yaqui
Belem-Pitahaya expulsaron la semana pasada la maquinaria que comenzaba trabajos
de limpieza y construcción del gasoducto. Recuerdo: ahora es tiempo de que defiendan
su territorio. Ya lo han hecho muchas veces por cientos de años.
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