Silvia Ribeiro
investigadora del Grupo
ETC
América Latina en
Movimiento
Opinión
09/02/2016
Los datos en los que se basa la declaración de emergencia
internacional por el virus zika son
sorprendentes. No por los riesgos que la expansión que este virus implicaría,
sino por la falta de evidencias para motivar tan grandilocuente declaración por
parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) ante una enfermedad leve,
con muy escasos indicios de conexión con dolencias más serias y sin pruebas
científicas de ello. Para suplir estas
ausencias, agrega que cómo el vector de la enfermedad –el mosquito Aedes Aegypti– es también vector de
dengue y chikungunya, se está atacando las tres.
Este contexto alarmista,
enfocado en aspectos singulares –el “ataque”
al vector, aislado de sus causas– favorece enfoques estrechos, erróneos e
incluso peligrosos. Por ejemplo, la empresa Oxitec, que ha hecho controvertidos
experimentos con mosquitos transgénicos, los promueve ahora como “solución”
(en realidad como negocio) ante la expansión de zika, obviamente sin mencionar
los riesgos que conlleva y que los mosquitos transgénicos podrían incluso
empeorar la situación.
Oxitec ya realizó
experimentos de liberación de mosquitos transgénicos en Islas Caymán, Malasia,
Panamá y Brasil. Intentó hacerlo en Europa, que no lo permitió por razones de
bioseguridad y estudios de impacto deficientes. Encontró regulaciones “flexibles” en Brasil, donde ha hecho
experimentos en el Nordeste, aunque no pudo conseguir la autorización de
ANVISA, autoridad sanitaria de ese país. Su técnica es producir Aedes Aegypti transgénicos manipulados
con un gen letal condicional, que no se expresa si se aplica el antibiótico
tetraciclina, lo cual hacen durante la cría. Luego los liberan para cruzarse
con mosquitos silvestres, que si no encuentran el antibiótico, producirían
descendencia estéril.
Oxitec reporta una
reducción de 80-90% de la población de mosquitos en las zonas de experimento.
Pero según documentados informes de Edward Hammond, Red del Tercer Mundo y de
GeneWatch, la realidad es muy distinta.
En un informe del 2015,
GeneWatch explica que la disminución de mosquitos no está probada, porque los
mosquitos silvestres se pueden haber sencillamente trasladado a zonas aledañas.
Los resultados de Islas Caymán sugieren que la técnica es muy ineficaz, ya que
usaron 2,8 millones de mosquitos por semana para combatir una población
silvestre de 20,000 mosquitos y de todas maneras, aunque informaron una baja en
la zona de liberación, hubo un aumento de la población de mosquitos en zonas
vecinas. Pero además, aunque
provisoriamente bajara la cantidad de mosquitos, no existe evidencia, en
ninguna parte del mundo, de que los mosquitos transgénicos hayan reducido la
incidencia de dengue ni otras enfermedades.
Por el contrario, una de
las preocupaciones sobre los impactos de los mosquitos transgénicos,
particularmente en zonas endémicas, es que la disminución temporal, pueda bajar
la resistencia cruzada a varios serotipos del dengue que existe en esas
poblaciones, favoreciendo el avance de formas más agresivas como dengue
hemorrágico. Además, el desplazamiento de Aedes
Aegypti puede favorecer la expansión de trasmisores rivales, en el caso del
dengue, del Aedes albopictus, que es
más difícil de erradicar.
GeneWatch nombra también
que Oxitec no ha presentado pruebas de que la proteína que expresan los
mosquitos transgénicos, llamada tTA, no tenga efectos alergénicos o tóxicos en
animales o humanos, pese a que ya se ha observado toxicidad y neurotoxicidad en
ratones.
Desde 2015 Oxitec pasó a
ser propiedad de Intrexon, empresa de biología sintética estadunidense, por lo
que podría estar considerando el uso de tecnologías de biología sintética con
mosquitos, más riesgosas, como el uso de conductores genéticos (gene drives)
que podrían modificar toda una población de mosquitos en una o dos
generaciones. Las consecuencias de modificar toda una especie tendría
implicaciones imprevisibles, incluyendo impactos potenciales serios en el
ecosistema y mutaciones en los agentes de las enfermedades. Ya existen
experimentos confinados de modificación de insectos con esta técnica en
universidades de Estados Unidos, lo que motivó un alerta de científicos sobre
los altos riesgos de esta tecnología, incluso su potencial uso como arma
biológica. (The Independent, 2/8/15) Sin
embargo, en aguas de la “emergencia”
por el zika, aumentan la propaganda y presiones para usar esta tecnología.
Son remiendos técnicos
estrechos, concebidos más como negocio que para enfrentar realmente los
problemas. Además de los impactos que conllevan, desvían la consideración de
las causas y atrasan su atención real.
Según datos oficiales al
2/2/16, se han confirmado 404 casos de microcefalia en Brasil. Solamente 17
tenían simultáneamente el virus zika. Es apenas 4.2% de los casos confirmados y
sólo muestra que el virus estaba presente, no que fuera causante de
microcefalia, anomalía que tiene un amplio espectro de causas posibles, como
exposición durante el embarazo a tóxicos, desnutrición y otras infecciones,
todos factores de alta incidencia entre la población pobre del Nordeste, donde
está el 98% de los casos referidos.
La Asociación Brasilera de
Salud Colectiva (ABRASCO) publicó una excelente Nota Técnica y carta abierta al
pueblo, notando que el aumento de microcefalia se puede deber al uso de
insecticidas y larvicidas que se colocan en el agua potable (!), cuya
concentración aumentó en el Nordeste en el período en cuestión, debido al
racionamiento de agua por sequías inesperadamente más intensas que lo normal.
Exigen una consideración amplia de las causas de microcefalia, en una
estrategia decidida con la gente, desde sus condiciones, que al contrario de
esos enfoques técnicos de alto riesgo, es la única forma efectiva de enfrentar
las epidemias.
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