Luchadoras, Márgara Millán: la enseñanza zapatista de lo parejo (1er Congreso Internacional de Comunalidad)
Charla con Márgara Millán
Agencia
SubVersiones
Publicado el
12 ene. 2016
El 1er Congreso Internacional
de Comunalidad, organizado en Puebla a finales de octubre 2015, estuvo rodeado
de eventos, entre los cuales, varias presentaciones de libros. Un encuentro nos
llamó el atención, llevaba el título del libro que sería presentado: «Des-ordenando el género/¿Des-centrando la
nación?»; tenía en su portada la mirada penetrante de una mujer zapatista.
Fuimos, platicamos con la autora Márgara Millán y luego leímos cuidadosamente
su texto. El resultado fue un viaje inesperado a San Miguel Ch’ib’tik, Chiapas,
a unos 20 kilómetros de Altamirano, en el Municipio Autónomo Vicente Guerrero.
Ver:
Valentina Valle
Fotografía: Heriberto
Paredes
12 enero, 2016
Agencia SubVersiones
El 1er Congreso Internacional de
Comunalidad, organizado en Puebla a finales de octubre 2015, estuvo rodeado de
eventos, entre los cuales, varias presentaciones de libros. Un encuentro nos
llamó el atención, llevaba el título del libro que sería presentado: «Des-ordenando el género/¿Des-centrando la
nación?»; tenía en su portada la mirada penetrante de una mujer zapatista.
Fuimos, platicamos con la autora Márgara Millán y luego leímos cuidadosamente
su texto. El resultado fue un viaje inesperado a San Miguel Ch’ib’tik, Chiapas,
a unos 20 kilómetros de Altamirano, en el Municipio Autónomo Vicente Guerrero.
A lo
largo de las 300 páginas que reviven y actualizan su tesis de doctorado,
Márgara Millán logra llevarnos a conocer esta comunidad neozapatista en todos
sus aspectos, desde la belleza natural a la profundidad histórica, desde la
cosmovisión tojolabal a la gestión comunitaria de la tierra y de la política. A
través de entrevistas, testimonios y eventos a los que pudo asistir, la autora
nos entrega un material precioso para reflexionar sobre el rostro femenino del
Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y de sus bases de apoyo, donde
«quizás el cambio sea poco a poco, takal,
takal».
Lejos de
ser el enésimo relato antropológico sobre una comunidad chiapaneca en
resistencia, lo que nos hizo valorar este libro fue que, a través del análisis
de un mundo indígena femenino en constante evolución, presenta muchos de los
obstáculos que las mujeres, en cada latitud del mundo y a pesar de años de
reivindicaciones, siguen encontrando en su camino hacia el «lajan, lajan, lo parejo pues».
Este
concepto resulta fundamental por ser al mismo tiempo «lo que demanda en su conjunto el movimiento neozapatista de cara a la
nación y lo que piden las mujeres en relación a los hombres». El coincidir
de estas dos demandas hace que el EZLN sea un movimiento en su esencia
profundamente feminista, aunque las mujeres de su base denuncien que en la
práctica siguen fallando aquellas condiciones sencillas que permitirían un
verdadero equilibrio entre los géneros, como la repartición de los cargos por
un lado y del trabajo doméstico por el otro.
El
hermano Alberto, de la comunidad de San Miguel Ch’ib’tik, lo ejemplifica
perfectamente durante las celebraciones del 8 marzo de 2000 cuando,
dirigiéndose a sus compañeros varones, destaca que «nosotros no estamos libres, tenemos un hombre grande adelante, estamos
explotados. Y nosotros, hay hombres, que explotamos a nuestras mujeres,
maltratamos nuestras mujeres». En su analogía el estado-patrón es masculino
y mantiene explotados a los indígenas como algunos hombres indígenas mantienen
explotadas a sus mujeres. Y Domingo, maestro de ceremonias en aquel día de
fiestas, retoma el mismo concepto recordando cómo, durante la reunión de
organización del festejo del día de las mujeres, «hubo preguntas si ya trabajamos en la cocina, cargamos leña y agua. Y
muchos compañeros dijeron que sí, y es mentira porque ni yo mismo lo hago, y de
balde esa contestación de esa pregunta. (…) Para las compañeras» concluye en fin Domingo, «hay doble, triple explotación, el gobierno y el hombre».
Así el
discurso zapatista, según Millán, «tiene
bien detectados los nudos de la no paridad: la distribución de las tareas
domésticas como cargar el agua, cocinar, ir por la leña, lavar la ropa en el
río. (…) La gran empresa de las
políticas culturales del zapatismo en torno al género tiene que ver con la
construcción de una nueva masculinidad, una que vincule hombría con cargar el
agua y cocinar». Las palabras de Alberto y Domingo permiten ir más allá,
afirmando que esta «gran empresa» no
es sólo en torno al género, sino más bien a la entera sociedad, en su
estructura masculina-patriarcal-explotadora, que hace que lo parejo se vuelva «modelo de la sociedad futura, donde caben
las diferencias con equidad, justicia y dignidad».
En lo
parejo se reta el orden asimétrico de los géneros como norma, para dar paso a
un equilibrio donde no haya alguno que tenga menos o más recursos, derechos,
obligaciones. Lo parejo se aplica a la brecha entre ricos y pobres, como
también a la concentración del poder. Lo parejo hace sentido tanto a varones
como a mujeres, ellas lo aplican para hablar del modelo de relaciones de género
de comunidad, de nación que desean desarrollar.
La
división sexual del trabajo que en las comunidades «está tan institucionalizada que parece no negociable», sigue
siendo igual de institucionalizada en las modernas ciudades del México mestizo
–y del resto del mundo, se le podría agregar. Sin embargo, para quedar adentro
de las fronteras nacionales, lo que se nos hizo fundamental en la reflexión de
Millán es que las intervenciones políticas del EZLN hayan cuestionado no sólo
el orden de género sobre el cual se construyen las comunidades sino la nación
mexicana entera, «trastocando las
representaciones de las mujeres indígenas, abrevando y apropiándose a nivel
simbólico de la patria, la bandera, la madre y lo femenino». Uno de los
mayores logros que la investigadora subraya, platicando con las mujeres de San
Miguel Ch’ib’tik, de hecho, la lleva a hablar de recuperación, por parte de
estas mujeres, de la feminización que el orden dominante hace de lo indígena,
para luego «hablarle de regreso a la
nación-de-Estado y cuestionarla tanto en su ordenamiento económico como
simbólico».
El cuerpo
femenino es un potente símbolo para los nacionalismos: las mujeres son
reproductoras físicas de las naciones como guardianas/transmisoras
activas/productoras de las culturas nacionales/comunitarias/étnicas y como
significantes nacionales/comunitarias/étnicas, además de participantes activas
en la lucha. Las mujeres indígenas tienen una doble adscripción en la narrativa
hegemónica de la nación –mujer indígena para el mestizaje– y para su
comunidad-etnia, como mujer preservadora de la propia cultura. La nación se
construye históricamente a través del cuerpo de las mujeres y de la
construcción de sus representaciones. La mujer indígena en el nacionalismo mexicano
ocupa el centro de las políticas hegemónicas del mestizaje porque sobre este
cuerpo se establecen las «políticas de
blanquitud» implícitas en el mestizaje como ideologema estatal.
En este
sentido toma tanta fuerza el discurso alrededor del principio de la
autodeterminación sobre el propio cuerpo, «que
tiene que ver con el derecho a elegir con quien casarse, a no ser dada en
matrimonio sin consentimiento, y a decidir cuántos hijos tener». En otras
palabras, se trata del principio de integridad física, que coincide con una de
las demandas del movimiento zapatista y hace que, una vez más, lo que exigen
las mujeres frente a los hombres sea finalmente lo que exigen los hombres
frente al Estado.
La
inviolabilidad del cuerpo de la mujer en los siglos, violentado físicamente
para originar el mestizaje; espiritualmente, a través de su explotación como
transmisora de cultura; teóricamente, a través de los estudios alrededor de su
papel en la sociedad, finalmente se vuelve central en la plática de todas las mujeres entrevistadas y constituye otro eje
fundamental de la investigación/reflexión de Millán.
Muchas
más son las temáticas abarcadas en el libro «Des-ordenando
el género/¿Des-centrando la nación?», como más son los matices relacionados
con lo parejo y la inviolabilidad del cuerpo femenino que aquí hemos
presentado. Sin embargo, en este comienzo de 2016, 22 aniversario del
levantamiento zapatista, nos pareció importante destacar por lo menos estos dos
puntos, no sólo en el trabajo de Márgara Millán sino, y sobre todo, en el
camino de las mujeres zapatistas, que en veinte años de lucha han logrado
resultados revolucionarios en su aparente modestia. El libro de Millán ha sido
una fuente de reflexión sobre estos y otros aspectos fundamentales del «zapatismo de las mujeres indígenas»,
pero sobretodo ha sido un una forma de homenajear a las mujeres cuya vida se
relata en estas páginas y a todas las zapatistas que «desde algún lugar del sureste mexicano» luchan en contra de la
sumisión y explotación, y no desde 1994 sino desde hace ya varios siglos.
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