Los neoliberales odian las funciones de regulación económica y protección del mercado interno del Estado
Emir Sader
América Latina en
Movimiento
14/01/2016
Hasta no hace mucho, Richard Nixon, todavía
presidente de Estados Unidos, declaraba:
“Somos todos keynesianos”. Era la demostración de la hegemonía de ese
modelo. Fueron los conservadores y no la izquierda los responsables del Estado
de bienestar social en Europa. Era la muestra de que se trataba de un consenso.
Una
década después, otro presidente norteamericano anunció el radical cambio de
rumbo. Para Ronald Reagan, el Estado dejaba de ser solución, para ser el
problema. Se apuntaba al elemento clave del modelo keynesiano, ahora para
hacerlo el blanco de los ataques concentrados del neoliberalismo, primero de la
derecha tradicional, después también por sectores que venían de la izquierda histórica.
A partir
de ese momento se desató una feroz lucha
de ideas políticas sobre el rol del Estado, con consecuencias directas sobre la
economía. El ataque al Estado muchas veces no revelaba claramente lo que se
promovía en su lugar: el mercado. Pero se trata de una misma operación
ideológica, con dos caras.
Por el
diagnóstico neoliberal las economías no crecían por excesiva cantidad de
regulaciones, que traban y desincentivan las inversiones. Liberemos el capital de esos límites que lo oprimen, implementemos el libre comercio, así se
podrán recuperar las inversiones, la economía volverá a crecer y todos volverán
a ganar –pronosticaban Reagan y Thatcher, alegre e ingenuamente.
Pero, como recordaba siempre Marx, el capital no está hecho para producir, sino
para acumular. Dejado sin trabas, se transfirió, en proporciones gigantescas,
hacia el sector financiero y hacia todas las modalidades especulativas. Las
economías no han vuelto a crecer, pero se ha dado una monstruosa transferencia
de renta hacia el sector financiero, que se ha vuelto hegemónico en el
neoliberalismo.
El Estado
mínimo es el corolario de esa centralidad del mercado. La derecha intensificó
sus diagnósticos en contra del Estado, de su capacidad reguladora de la
economía, de contrapeso del mercado, pero también de todas sus otras funciones.
El Estado
sería por esencia ineficiente, despilfarrador de recursos, recaudador de
demasiados impuestos de los que devolvería poco a la sociedad, sería la raíz
fundamental de la corrupción, que cierra el mercado interno de los saludables
ingresos de capitales externos y de innovaciones tecnologías, generador de una
burocracia inmensa, desincetivador de las inversiones. Además de, tema
privilegiado del liberalismo, fuente de totalitarismos políticos. Total, es el
problema, al que hay que atacar todo el
tiempo.
Los
inmensos procesos de privatización, de apertura de los mercados, de despido de
empleados públicos, de suspensión de toda forma de control estatal sobre la
economía, se han vuelto el eje de las
políticas neoliberales, que han fracasado en todas partes del mundo. Máximo han
controlado, por un cierto tiempo, la inflación, pero han aumentado
exponencialmente la deuda pública, han promovido la precarización de las
relaciones de trabajo, han aumentado el desempleo, el endeudamiento externo.
Para que todo eso fuera posible, fue necesario incentivar, en todo momento, el odio al Estado.
Pero
algunas funciones del Estado le interesan a la derecha. La primera, esencial,
es la represión, porque políticas con esos rasgos, intensifican la crisis
social y requieren represión. Requieren también el control del Poder Judicial,
para poder legitimar gobiernos autoritarios.
Requieren Bancos Centrales que garanticen la liberalización de la
economía.
Total, es
un odio selectivo, a las funciones de regulación económica del Estado, de
garantía de los derechos sociales, de protección del mercado interno. Y como
mal pueden hacer el elogio abierto del mercado, responsable central de la
crisis económica internacional que empezó en 2008 sin plazo de conclusión,
atacan, con odio, al Estado, que es la forma de promover la centralidad del
mercado.
- Emir Sader, sociólogo y
científico político brasileño, es coordinador del Laboratorio de Políticas
Públicas de la Universidad Estadual de Rio de Janeiro (UERJ).
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