Enrique
Guillermo Pérez Mora, asesinado el 16 de Junio de 1976 (quien fue mi compañero de
celda en la A-11 de procesados en el penal de Oblatos).
J. J. Morales
Hernández
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“¡A mi hijo no me lo mataron porque
andaba mal, sino todo lo contrario, me lo mataron porque andaba bien! ¡Yo estoy
de acuerdo con la lucha de mi hijo y si me lo asesinaron, pues ni modo, es el
precio de luchar por la libertad!”
(Doña
Mary, madre de Enrique Pérez Mora)
J. J. Morales Hernández
Memorias de un guerrillero
Una de las razones principales de hacer una
pausa en la lucha eran las fuertes bajas que venía sufriendo el movimiento. El Tenebras, que por segunda ocasión
había caído en prisión (el 18 de febrero de 1974, ahora como miembro de la Liga
ya que la anterior detención había sido como militante del FER), Ignacio Salas
Obregón estaba desaparecido, habían asesinado a Ignacio Olivares Torres al
igual que a Pedro Orozco Guzmán Camilo,
Wenceslao se había ido a la sierra de
Chihuahua, en fin el movimiento ya se encontraba a la defensiva y cuando se
pierde la esperanza del triunfo tienes que ser muy analítico y corregir la
estrategia, lo cual no sucedía, parecía como si fuera una lucha suicida, pero
nadie daba tregua, ni el enemigo en reprimir, ni los compañeros en seguir
resistiendo. La guerra era hasta la última gota.
En los
primeros días de enero de 1976, por ahí un compañero llegó a visitarme de parte
de la LC23S y me hizo una propuesta: que si estábamos dispuestos Tomás
Lizarraga Tirado El Tom de Analco y
yo en ametrallar la puerta del penal de Oblatos en la fecha que ellos nos
indicaran para que sirviera como distractor para una fuga que se estaba
preparando, a lo que le contesté que sí, que estaba dispuesto cuando ellos me
lo indicaran, porque mi compromiso, aún cuando me encontraba fuera de toda
actividad armada, estaba vigente y lo haría cuantas veces me lo pidieran mis
compañeros y más aún con Enrique El
Tenebras, ya que él siempre estuvo al pendiente de que mis hijos estuvieran
bien mientras yo estaba en la prisión en México, y yo siempre estuve al
pendiente de su mamá ahora que él estaba preso por segunda ocasión. Teníamos un
compromiso de lucha, de hermanos, extensivo a nuestros seres queridos. “¿Como negarme a este pedimento, aún a costa
de volver a interrumpir la tranquilidad de mi familia, ahora que veía a mi
esposa más contenta que nunca?”. Mi compañero se retiró y a los pocos días
regresó comentándome que ya no era necesario porque Enrique Pérez Mora se había
contactado con David Jiménez Sarmiento El
Chano, el cual ahora, con la detención y desaparición de Oseas, se había convertido en máximo
dirigente de la Liga.
Una gran
noticia resaltaba en los encabezados de todos los periódicos: Se habían fugado
de forma espectacular El Tenebras y
otros cinco compañeros. Eran las 19:45 horas del 22 de enero de 1976 cuando un
comando de 4 elementos vestidos con el uniforme de los empleados de la Comisión
Federal de Electricidad saltaron las bardas de alambre que protegen la
Subestación de la misma, División Jalisco, que tiene el nombre de "Álamos". A las 19:50 horas de
ese día se produjo en el Sector Libertad, donde se encuentra el Penal de
Oblatos de Guadalajara, un apagón, momento que aprovecharon los procesados de
la Liga Comunista 23 de Septiembre para escapar.
La
operación militar que se realizó en esta fuga tuvo un alto grado de perfección.
Por el modo de realizar la operación, ésta tenía que ser cronometrada con el
corte de la luz en la sub-estación del Álamo. Siendo alrededor de las 19:50 El Tenebras y otros cinco compañeros
horadaron un muro de uno de los baños que se encuentran en el interior de la
crujía llamada Rastro, penetrando a
la torre ubicada en la esquina de Gómez de Mendiola y Sebastián Allende, por
donde se deslizaron los seis compañeros a la torre y subieron hasta el pasillo
donde hacían la ronda los vigilantes. Y al primer disparo cae abatido el primer
vigilante y por la puerta principal David Jiménez Sarmiento Chano pasa con otros compañeros en un
camión desde donde comienzan a disparar a los guardias que vigilaban el portón
principal. A los primeros disparos los vigilantes corren despavoridos a
encerrarse, sobre todo dos hermanos que eran de la Dirección Federal de
Seguridad que se hacían pasar por muy valientes. ¡Ahí se les doblaron las corvas!
Mientras que en la esquina, por donde se iban a deslizar los compañeros, Alicia
hizo su tarea eliminando a dos de los guardias que hacían su rondín,
desapareciendo de inmediato sin que la policía lograra encontrar a nadie.
Enrique y
la compañera Alicia de los Ríos Merino se conocieron ese día por primera vez,
lográndose una química entre ambos, haciéndose compañeros no nada más de armas,
sino compañeros sentimentales, lo que dio como resultado una preciosa hija, ya
que ninguno de los dos era mal parecido y con su valentía los resaltaba más.
Lo
primero que hizo la policía fue ir con doña Mary, la mamá de Enrique, y estando
recién operada fue vejada y golpeada, advirtiéndole: “Le prometemos que le vamos a traer a su hijo muerto”. E incluso
después de la fuga el gobierno le quitó su casa, finca que le había comprado su
esposo con muchos sacrificios, pues don Camilo Pérez era trabajador de
telégrafos, y comenzó doña Mary a pagar renta habiendo tenido casa propia, y en
una de las entrevistas que tiene con su hijo Enrique éste le comenta: “Mamá voy a pedir autorización a la Liga
para comprarte una casita”. Pero luego él mismo recapacita, reclamándose a
sí mismo: “¿Y por qué te voy a comprar
casa si la revolución te la va a proporcionar? Esa es la lucha”. Este era
el grado de conciencia y de confianza en el triunfo de la revolución.
Con la
reincorporación de Enrique a la Liga y a la desaparición de Ignacio Salas
Obregón Oseas y muerte de Ignacio Olivares Torres El Sebas, David Jiménez Sarmiento El Chano se hace responsable de la dirección nacional, y Enrique
Guillermo Pérez Mora El Tenebras
queda como máximo dirigente de la LC23deS en Jalisco.
En las
noticias a diario se mencionaba que Enrique había participado en tal o cual
acción, en el ajusticiamiento de unos policías en México, en otras acciones en
otros Estados. Enrique se convirtió en un personaje omnipresente y doña Mary
bajo una férrea vigilancia. La policía esperaba que en algún momento el Tenebras se contactara con su madre,
pero Doña Mary era más astuta y logró entrevistarse con Sarmiento en San Pedro Tlaquepaque.
El responsable de este contacto con Sarmiento fue Salvador al que le decían El Canadá por ser un obrero que
trabajaba en esa empresa, y que es otro de los compañeros desaparecidos. Al
entrevistarse Doña Mary con Sarmiento acuerdan el día y la hora de la
entrevista de Doña Mary con su hijo Enrique en la Ciudad de México.
Llegado
el día de la esperada entrevista, Doña Mary se sube a un autobús que la
trasladaría a la ciudad de México, pero detecta que la van siguiendo, y
astutamente burla la vigilancia al llegar a la Terminal de autobuses en el
Distrito Federal. Por fin se entrevistaron.
A su
regreso de la Ciudad de México vi a doña Mary muy contenta, ¿Cómo no estarlo
con ese hijo ejemplar? Por cuestiones de trabajo de la organización Enrique se
tuvo que trasladar a Culiacán, Sinaloa. El 16 de junio de 1976 fue una fecha
fatídica. Fue a verme doña Mary y me comentó que se había dado un
enfrentamiento entre guerrilleros y policías en Culiacán, Sinaloa, siendo
varios los muertos, y me dijo, “Jesús,
creo que uno de los muertos es mi hijo”. Hicimos una colecta para que doña
Mary se trasladara a Culiacán y se fue a verificar la noticia. Cuando llegó a
Culiacán estaban los cuerpos tirados con el montón de ropa de cada uno de ellos
por separado. Doña Mary reconoció inmediatamente el cuerpo de su hijo, y entonces
un policía le preguntó:
—Señora, ¿cuál es la ropa de su hijo?
Lo que la
policía quería era saber si doña Mary había visto a su hijo en los últimos
días, pero doña Mary muy inteligentemente se dio cuenta de lo que pretendían y
les dijo:
—No sé cuál es la ropa de mi hijo, dénmela
ustedes.
Cayeron
en la trampa, pues doña Mary nunca dejó de ver a su hijo, pero de esto jamás se
dieron cuenta.
Enrique
había caído en una emboscada. No sé cómo se enteraron de que Enrique llegaría a
ese domicilio, pero allí estaba la policía muy bien preparada con toda
antelación. Cuando Enrique y los compañeros llegaron en un Volkswagen, ya
estaba esperándolos dentro de la misma casa y en una casa de enfrente y en
cuanto los tuvieron a tiro comenzaron a dispararles. Enrique y sus compañeros
de inmediato sacaron sus armas y repelieron la agresión. Enrique, ya herido de
muerte, tuvo todavía las fuerzas para lanzarse sobre Max Toledo, tomarlo del
cuello y darle un tiro en la cabeza, cayendo ambos. Igualmente fueron
acribillados otros dos compañeros de Enrique.
Doña
Mary, habiendo reconocido a su hijo, se regresó a Guadalajara, nos vimos y me
dijo: “Jesús, si es mi hijo al que
mataron. Y me van a entregar el cuerpo”. Volvimos a hacer otra colecta para
los gastos de traslado y se regresó nuevamente a Culiacán y se trajo el cuerpo
de su hijo. Cuando lo estábamos velando una señora se le acercó, diciéndole:
—Le doy el pésame, ya ve que a veces los
hijos andan mal.
Doña
Mary, indignada, le contestó en un tono elevado como para que escucharan todos
en el velorio:
—¡A mi hijo no me lo mataron porque andaba
mal, sino todo lo contrario, me lo mataron porque andaba bien! ¡Yo estoy de
acuerdo con la lucha de mi hijo y si me lo asesinaron, pues ni modo, es el
precio de luchar por la libertad!
En el
ambiente había un olor bastante fétido y le pregunté yo a un primo que
trabajaba en una funeraria:
—¿Oye primo, porqué huele tan feo?
A lo que
él me contestó:
—Es porque el cuerpo está a punto de
reventar, porque no le han hecho la autopsia.
Es que
cuando quedó muerto después de la balacera, le iban a hacer la autopsia en
Culiacán e incluso ya lo habían abierto del estómago, pero la Dirección Federal
de Seguridad les dijo: “¡No se la hagan,
dejen que se pudra el cabrón!”. Esa era la razón por la cual olía muy feo y
estaba a punto de reventar.
Mi primo
me dijo:
—Conozco a una persona que nos puede ayudar a
hacerle la autopsia.
Sabiendo
el peligro que esto implicaba, sacamos el cuerpo de donde lo estábamos velando,
lo subimos a la caja de mi camioneta y nos lo llevamos. Íbamos yo, mi primo y
el Lic. Enrique Velásquez Martín, quien junto con doña Mary había sido parte
fundamental del éxito en la fuga del Tenebras
de la prisión de Oblatos. Llegamos con el cuerpo a una casa por la calle Treinta
y Ocho y Gómez de Mendiola. Era una casona muy vieja, grandota, entramos en
ella y en el patio había un arbolote y hacía la izquierda un cuarto. Una vez
dentro del cuarto bajamos la caja, sacamos el cuerpo, lo colocamos en una
planchita, que no sé por qué razón estaba ahí ni sé a qué se dedicaba esta
persona, pero ahí estaba. Enrique ya había sido abierto y cocido desde Culiacán
pues los policías habían impedido que se concluyera la autopsia. Por eso estaba
hinchado. Y cuando el hombre metió la punta del cuchillo en la costura que
tenía en el abdomen, se desparramaron los líquidos fétidos. Nosotros le ayudamos
a hacerle la autopsia, limpió la parte de su vientre, sacando las vísceras y
echándolas en un bote alcoholero, mientras yo le lavaba el tiro de gracia.
Observé su rostro. Ahí estaba mi amigo de infancia, mi compañero de celda, de
armas. Ahí estaba tendido. Se acababa de rasurar, se había dejado más largas
las patillas, y creo que había desayunado antes que comenzara la balacera. Le
dijimos al señor que nos íbamos a quedar con el corazón. No se opuso. Enrique
Velázquez y yo lo tomamos de su pecho. Lo guardamos en un frasco. Luego, este
amigo que no conocía le coció el estómago, arregló el cuerpo, lo vestimos y lo
volvimos a meter en su caja. Nos regresamos con el cuerpo en la caja para
seguirlo velando y con el frasco muy escondido. Al llegar le dije a doña Mary:
—Yo no sé si hice bien o hice mal, pero creo
que esto no se lo pueden comer los gusanos. Es un documento histórico. Aquí
está.
Le
entregué el frasco, y ella me contestó, mientras lo tomaba:
—¡Está bien, m’ijo!
Todo
mundo se nos quedaba viendo, preguntándose: ¿A dónde y porqué nos habíamos
llevado el cuerpo? Continuamos velándolo, esperando que en cualquier momento
llegara la policía.
Con
Enrique murió el último pilar de la Liga en Jalisco y con la muerte de David
Jiménez Sarmiento Chano la lucha cayó
a un nivel de sobrevivencia, la policía, el Estado o el gobierno habían logrado
lo que se plantearon desde un principio: eliminar físicamente de manera
selectiva a los cuadros revolucionarios más importantes. Así dejaron al resto
del movimiento acéfalo.
La
policía estuvo tan preocupada y tenía tanto temor de que no fuera él al que
habían asesinado que después del sepelio fueron a tratar de desenterrarlo, pero
no lo sacaron, nada más excavaron un poco.
Cuando
estábamos presos El Tenebras y yo, lo
vi quebrantarse ante la pena y el dolor cuando le llevaron la noticia de la
muerte de su padre, Camilo Pérez. Yo nunca lo había visto doblarse ante nada.
Cuando me platicó lo que le había sucedido, les pedí a los demás compañeros que
nos saliéramos de la celda para dejarlo un rato solo con su pena y se
desahogara. Eso fue con su padre, no sé qué hubiera sido de él si la que
hubiera muerto hubiera sido su madre, a la que le tenía un amor hasta
venerable. Su madre significaba todo para él. Yo sabía cuánto la amaba, porque
además de que les unía la sangre de madre e hijo, también los unían los
principios.
Esta
gallarda mujer posee un valor incalculable por sus propios méritos. Años
después, en una entrevista le hicieron la siguiente pregunta:
—Doña
Mary, ¿con el paso del tiempo considera usted que valió la pena que le hayan
asesinado a su hijo? ¿Qué lograron?
A lo que
ella contestó:
—Bueno, mi hijo y yo lo discutimos mucho,
cuando Enrique me decía algunos años atrás: “Mamá, el pueblo tiene mucha hambre, ha sido pisoteado y humillado, ¡yo
voy a luchar por su libertad!”. Diciéndole
yo: “Mmm… m’ijo, te van a matar”,
“¿Y eso qué, mamá? No por eso voy a
eludir mi responsabilidad y compromiso”, me contestaba, plenamente convencido de su lucha. Bueno, me convenció y
lo acompañé.
Ante la
sorpresa del entrevistador, doña Mary le dijo:
—¿Y usted me pregunta que si valió la pena
que me lo hayan asesinado? Bueno, que él haya muerto por sus ideales y por
tratar de liberar a su pueblo, ¡si valió la pena! ¡Que me duele, me duele el
alma, y lo lloro a diario! ¡Y usted me pregunta que si valió la pena! ¡Sí valió
la pena! ¿Y que qué logramos? ¡El tiempo lo dirá!
Esta era
la forma de pensar de la madre de Enrique, que era la misma de otras madres que
también aportaron sus hijos a la revolución, las que sostuvieron siempre una
postura digna, de la cual sus hijos tienen que estar muy orgullosos donde
quiera que se encuentren.
Tales son
los casos de doña Chabelita, mamá de Efraín González Cuevas El Borre, de la mamá de David Jiménez
Sarmiento Chano, a la que además le
asesinaron a su esposo y a otro de sus hijos, Ángel. También es el caso de la
mamá de Francisco Mercado Espinosa El
Flaco, quien fue desaparecido; así como la madre y las hermanas de
Wenceslao, que eran toda solidaridad. Otras siguen buscando a sus seres
queridos, como la esposa de Don Reyes Mayoral, la maestra, madre de Rodolfo
Reyes Crespo El Eric, creo que su
mamá ya murió buscándolo, y tantas otras familias en las mismas condiciones,
sin poder curar sus heridas de esos aciagos años.
¿Cómo
aliviar el dolor de estas madres, de estas familias valerosas que aportaron
hijos valerosos?
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