Por José Luis Santillán y
Nadia Jiménez
12 noviembre, 2015
Agencia SubVersiones
Si el nuevo paradigma
es el mercado y la imagen idílica de la modernidad es el mall o el centro
comercial, imaginemos entonces una sucesión de estantes llenos de ideas, o
mejor aún, una tienda departamental con teorías para cada ocasión. No costará
trabajo entonces imaginar al gran capitalista o al gobernante en turno
recorriendo los pasillos, sopesando precios y calidades de los distintos
pensamientos, y adquiriendo aquellos que se adapten mejor a sus necesidades.
Allá arriba, toda
teoría que se respete debe cumplir una doble función: por un lado, desplazar la
responsabilidad de un hecho con una argumentación, que no por elaborada es
menos ridícula; y, por el otro, ocultar la realidad (es decir, garantizar la
impunidad).
Subcomandante Insurgente Marcos
La realización del Congreso Internacional de Comunalidad 2015
«Luchas y estrategias comunitarias: horizontes más allá del capital», celebrado
del 26 al 29 de octubre 2015 en las instalaciones de la Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla, representa un parteaguas en la larga trayectoria del
concepto de comunalidad. Sin duda, la puesta en diálogo de unos 200 asistentes
que se han dedicado a definir y a veces construir lo «comunitario», cobra
relevancia en el contexto neoliberal actual de destrucción sistemática de lo
colectivo. La posibilidad de abrir espacios de reflexión, gracias al esfuerzo
de quienes se entregaron para la organización, logística y realización del
evento, representa un oasis en el desierto capitalista.
Ahora bien, los pueblos originarios (los sujetos de estudio)
llevan un largo caminar organizativo donde con palabras sencillas han sido
ejemplo de constancia y de acuerdos relevantes en ámbitos locales, regionales,
estatales, nacionales e incluso continentales. Desde los primeros foros
nacionales indígenas realizados en Matías Romero (Oaxaca) y en Xochimilco
(Distrito Federal) a inicios de los noventa, hasta la campaña continental 500
años de Resistencia Indígena, Negra y Popular impulsada en 1992, estos pueblos
han ido definiendo su propia visión sobre lo que los constituye como
comunidades. Cabe reconsiderar las palabras plasmadas en los Acuerdos de San
Andrés Sakamch’en, firmados el 16 de febrero de 1996 entre el gobierno federal
mexicano y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), así como las
declaraciones que fue dejando el Congreso Nacional Indígena (CNI) en sus
reuniones sucesivas.
Primera declaración del CNI tras sesionar del 8 al 11 de octubre de 1996
Honramos hoy, como siempre, a quienes nos hicieron pueblos y nos
han permitido mantener contra todo y contra todos, nuestra Libre Determinación.
Honramos a quienes nos enseñaron a seguir siendo lo que somos y a mantener la
esperanza de la libertad. En su nombre hablamos hoy para decir a todos nuestros
hermanos y hermanas del país que se construyó en nuestros territorios y se
nutrió de nuestras culturas, que venimos a hacer, junto con ellos, una Patria
Nueva. Esa patria que nunca ha podido serlo verdaderamente porque quiso existir
sin nosotros.
Estamos levantados.
Andamos en pie de lucha. Venimos decididos a todo, hasta la muerte. Pero no
traemos tambores de guerra sino banderas de paz. Queremos hermanarnos con todos
los hombres y mujeres que al reconocernos, reconocen su propia raíz.
No cederemos nuestra
autonomía. Al defenderla defenderemos la de todos los barrios, todos los
pueblos, todos los grupos y comunidades que quieren también, como nosotros, la
libertad de decidir su propio destino, y con ellos haremos el país que no ha
podido alcanzar su grandeza. El país que un pequeño grupo voraz sigue hundiendo
en la ignominia, la miseria y la violencia.
Honramos
hoy, como siempre, a quienes nos hicieron pueblos y nos han permitido mantener
contra todo y contra todos, nuestra Libre Determinación. Honramos a quienes nos
enseñaron a seguir siendo lo que somos y a mantener la esperanza de la
libertad. En su nombre hablamos hoy para decir a todos nuestros hermanos y
hermanas del país que se construyó en nuestros territorios y se nutrió de
nuestras culturas, que venimos a hacer, junto con ellos, una Patria Nueva. Esa
patria que nunca ha podido serlo verdaderamente porque quiso existir sin
nosotros.
Estamos levantados.
Andamos en pie de lucha. Venimos decididos a todo, hasta la muerte. Pero no
traemos tambores de guerra sino banderas de paz. Queremos hermanarnos con todos
los hombres y mujeres que al reconocernos, reconocen su propia raíz.
No cederemos nuestra
autonomía. Al defenderla defenderemos la de todos los barrios, todos los
pueblos, todos los grupos y comunidades que quieren también, como nosotros, la
libertad de decidir su propio destino, y con ellos haremos el país que no ha
podido alcanzar su grandeza. El país que un pequeño grupo voraz sigue hundiendo
en la ignominia, la miseria y la violencia.
Fragmento de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona
Entonces, como zapatistas que somos, pensamos que no bastaba con dejar de
dialogar con el gobierno, sino que era necesario seguir adelante en la lucha a
pesar de esos parásitos haraganes de los políticos. El EZLN decidió entonces el
cumplimiento, solo y por su lado (o sea que se dice «unilateral» porque sólo un
lado), de los Acuerdos de San Andrés en lo de los derechos y la cultura
indígenas. Durante 4 años, desde mediando el 2001 hasta mediando el 2005, nos
hemos dedicado a esto, y a otras cosas que ya les vamos a decir.
Según nuestro
pensamiento y lo que vemos en nuestro corazón, hemos llegado a un punto en que
no podemos ir más allá y, además, es posible que perdamos todo lo que tenemos,
si nos quedamos como estamos y no hacemos nada más para avanzar. O sea que
llegó la hora de arriesgarse otra vez y dar un paso peligroso pero que vale la
pena. Porque tal vez unidos con otros sectores sociales que tienen las mismas
carencias que nosotros, será posible conseguir lo que necesitamos y merecemos.
Un nuevo paso adelante en la lucha indígena sólo es posible si el indígena se
junta con obreros, campesinos, estudiantes, maestros, empleados… o sea los
trabajadores de la ciudad y el campo.
A escala continental, destaca
el Encuentro de Pueblos Indígenas de América celebrado en octubre de 2007 en
Vicam, territorio de la Tribu Yaqui, al cual acudieron autoridades y
delegaciones de los pueblos, naciones y tribus: Achumani, Anishnawbe, Lakota
Omaha, Dine, Cherokee, Apache, Dakota, Onondaga, Tohono O’Odham, Chiricahua,
Gitxsan, Ojibway, Salísh de La Costa, Secwepemc, Cree, Cree Salteaux, Cree
Carrier, Tsimshian, Kwakwaka Wakw, Ktnuxa, Anishnawbe, Mik Maq, Stollo, Dene,
Kahnawake (de la Nación Mohawk), Akwesasne (de la Nación Mohawk), Tus T’Ina
Nak’Azdli Carrier, Nthlagmex, Cayuga, Mame, Wayuu, Kekchi, Mam, Maya Quiché,
Lenka, Kichwa, Miskito, Wixarika, Raramuri, Yaqui, Nahua, Purhépecha, Ezar
(Chichimeca), Triqui, Hñahñu O Ñuhu, Mepha (Tlapaneco), Chol, Binnizá
(Zapoteco), Ñu Saavi (Mixteco), Tepehuano, Maya, Chontal, Tzeltal, Tzotzil,
Zoque, Mayo, Coca, Kicapu, Amuzgo, Pima, Mazahua, Guarijio, Quilihua, Cucapa,
Cuicateco, Caxcan y Mazcovo.
Fragmento de la Declaración de
Vicam
Los pueblos, naciones y tribus indígenas de estas tierras que los
invasores llamaron América hemos resistido, hasta el día de hoy, una constante
guerra de conquista y exterminio capitalista que dura ya más de 515 años. El
dolor sufrido por el ataque de los invasores, apoyados en falsos argumentos de
exclusividad cultural y arrogante presunción civilizatoria, con el fin de de
despojar nuestros territorios, destruir nuestras culturas y desaparecer a
nuestros pueblos, no ha terminado, por el contrario, crece día con día.
Manifestamos nuestro derecho histórico a la libre
determinación como pueblos, naciones y tribus originarios de este continente,
respetando las diferentes formas que para el ejercicio de esta decidan nuestros
pueblos, según su origen, historia y aspiraciones.
Manifestamos que buscaremos la reconstitución integral
de nuestros pueblos y que seguiremos fortaleciendo nuestras culturas, lenguas,
tradiciones, organización y gobierno propios.
Llamamos a la unidad de todos los pueblos indígenas de
América para enfrentar la guerra de conquista y exterminio capitalista,
consolidar nuestra libre determinación y reconstituirnos integralmente.
Vimos en el primer encuentro
sobre comunalidad la necesidad del pensamiento occidental por tratar de
entender y reflexionar sobre estas formas de vida alternativas al capitalismo.
No se trata de comparar y decir qué está bien o mal, no se trata de
desprestigiar la academia ni de idealizar las luchas de los pueblos indígenas.
Se trata de entendernos, respetarnos, acompañarnos, con categorías epistémicas
tan sencillas como la humildad, el respeto, la dignidad, el mandar obedeciendo.
Se trata de no menospreciarnos acusándonos unos de estar sentados en su
escritorio y otros de no entender la complejidad universal del sistema o las
mejores tácticas y estrategias.
Puede
ser o no, que en algún momento lo mejor de ambos mundos-pensamientos podamos
aprender de nuestros caminos, de nuestros errores, de nuestros aciertos, de
nuestras debilidades, para lograr integrar una lucha común frente a un enemigo
común.
Apuntes y reflexiones del primer encuentro sobre comunalidad
La crisis actual es
civilizatoria, en el sentido de que rebaza cuestiones meramente políticas,
económicas o ambientales. Esta crisis no es la suma de las diversas
problemáticas identificadas en cada una de estas esferas, es el reflejo de la
caducidad estructural e irreversible del modelo reproducido ideológica y
materialmente por la sociedad moderna. Uno de los grandes retos plateados
durante el encuentro radica en el reconocimiento consciente de lo que está en
juego, de tal forma que, como dice Raquel Gutiérrez, «tengamos la capacidad de involucrarnos en la lucha, de poner a
disposición lo mejor que sepamos hacer, y de aprender de lo que se está
haciendo para entenderlo, para tejerlo y para tratar de llevarlo hasta su
límite». Parte de esta comprensión implica reflexionar sobre las
herramientas, modos y espacios, desde los cuales se está realizando este
ejercicio, donde el andar mismo del proceso está empapado de contradicciones
entre formas y fondos, ambos, aspectos de vital importancia en la configuración
de otros modos de hacer y vivir en sociedad.
Confluimos
entonces, en un espacio y tiempo determinados, cientos de personas, con
historias, inquietudes y preguntas diversas, convocadas sin embargo por un
interés compartido. Pasados, y reflexionando sobre estos cuatro días, dicho
interés parece adquirir la forma de una búsqueda de estrategias para la
construcción del poder popular, el cual parte de reconocer lo diverso como lo
común. Y entonces salen muchas cuestiones de fondo sobre el quién, el cómo y el
dónde, y antes aún, sobre que entendemos por poder popular, por lo común, por
construcción. Surgieron así debates, propuestas, resignificaciones y
confrontaciones que definitivamente trascendió ese tiempo y espacio en el cual
se estaba llevando a cabo la compartición, y que resulta ser lo realmente
enriquecedor de este encuentro. Gustavo Esteva decía, «ver lo común como conjunto de relaciones que no necesariamente tienen
que ver con algo físico». Se tejieron pues relaciones, expresadas en un
espacio concreto pero cuya materialización en definitiva busca trascender entre
geografías tan distantes y distintas como la región p’urhépecha de Michoacán,
la costa y montaña de Guerrero, o las villas populares de la ciudad de Buenos
Aires en Argentina.
El
congreso ha sido un momento y una oportunidad. Un momento para compartir y
practicar ese poner en común respetando lo diverso, lo cual implica, como Jaime
Martínez Luna señaló, un respeto que parte de comprender que «no somos lo que
creemos ser, que somos los otros, que somos lo otro, y que por lo tanto, no
existe el individuo, existe la integración». Ha sido una oportunidad enorme
para construir relaciones, propuestas e ideas. Un espacio de «recomposición de la capacidad de
comprensión», como menciona Raquel Gutiérrez, dentro de este contexto de
producción deliberada de opacidad de los saberes y del pensamiento. Pero ha
sido también una oportunidad para cuestionarnos, para deconstruirnos a nosotros
mismos y confrontar nuestros imaginarios colonizados aún, en mayor o menor
medida, por la lógica y sobre todo la práctica individualista y patriarcal de
la cual están enfermas nuestras sociedades.
Exaltaciones
del ego, prácticas de organización y formas de participación quizá no tan
solidarias o tan pensadas desde lo común estuvieron presentes, pero, estamos en
un proceso ¿cierto?, en construcción de este poder colectivo que, como dice
Hernán Ouviña, «es un ejercicio diario
que se hace con la participación popular, a partir de una construcción
cotidiana e integral». Volvemos entonces a la importancia de la
reconstrucción de las relaciones sociales. Esto implica reconocer y aprender de
aquellos sectores de la población que han y están luchando constantemente por
la construcción de otro proyecto de vida. En nuestro México presente, quienes
están jugando este papel son los pueblos y comunidades indígenas, que desde
hace décadas resultan un núcleo de avanzada fundamental en la lucha insurgente,
construida desde abajo, con el pueblo y por el pueblo. En este sentido, llama
la atención que en un espacio cuyo objetivo era compartir y reflexionar sobre
las formas de construir desde lo común, no hayan sido los pueblos en
resistencia, sujetos concretos de lucha, quienes tomaran la palabra y
expresaran de viva voz su sentipensar, sus modos y formas de resistir, de
percibir y de construir.
Julieta
Paredes, refiriéndose al uso del concepto de comunalidad desde los espacios
académicos, expresaba la sensación de una especie de «querer fosilizar la comunidad, para diseccionarla académica e
institucionalmente y entenderla y estudiarla». Resulta esta una
consideración que para algunos puede parecer excesiva, como se expresó en el
espacio de comentarios al finalizar la mesa, sin embargo, vale la pena tenerla
presente, a manera de reflexión y autocrítica. Sobre todo para hacer de estos
espacios momentos reales de vitalización de la capacidad de cuestionamiento y
no de victimización, y de construcción de estrategias y no solo de argumentos
morales, como bien se expresó durante el simposio de Finanzas y nuevas
conflictividades en América Latina, moderado por Verónica Gago y Diego
Sztulwark.
Buscando
la congruencia entre discursos y prácticas, un escenario interesante, esperemos
que no lejano, será aquel en el que un próximo Congreso Internacional de
Comunalidad, organizado desde los espacios académicos, tenga como voces
principales a los sujetos sociales concretos en lucha, que se extienden por
todo el territorio y que urgen de visibilización. Y donde quienes participamos
desde la trinchera académica, en busca de «estrategias teóricas para entender
los modos de comprender lo que está en juego, y de amplificar», como señaló
Raquel Gutiérrez, estemos atentos a su palabra, aprovechando esa experiencia
que su ya adelantado camino, plagado de aciertos y errores muchos, les ha
brindado, y de los cuales hay tanto que aprender.
Mientras
tanto, acompañar y participar de este proceso de reapropiación y disputa de
espacios clave para la deconstrucción del individuo antropocéntrico y
utilitarista, protagonista de esta carrera por sobrevivir, impuesta por la
negación total de la condición comunitaria de nuestra condición humana, resulta
a todas luces, una bocanada de aire fresco. Un respiro que permite reafirmar y
recordar porque estamos aquí. Expresado de mil formas distintas a lo largo del
evento, Horacio Machado lo compartió con palabras profundas y sencillas:
«la vida no es una cosa, no es
objeto ni es sujeto. La vida no está en las partes sino en las relaciones. No
es una propiedad de los individuos, sino una condición, un estado y un proceso
de la naturaleza, madre tierra así dicha en el más estricto sentido científico
y en el más profundo sentido filosófico. La relación entre individuo y
comunidad implica pensar que antes que individuo somos comunidad de vida, la
vida está en lo común, la preservación de la vida requiere del continuo trabajo
social de sostenimiento y recreación de la comunalidad. En este sentido, no
supone negar al individuo sino situarlo dentro de la comunidad de la cual es.
El ethoscomunitarista no es totalitarismo de la comunidad, sino ética de la
cooperación, la reciprocidad, la diversidad, la justicia y la
complementariedad, y por tanto, reafirmación del individuo. Pero no del
individuo abstracto, sino del individuo concreto, corporal, orgánico, de carne
y hueso, por tanto, concebido inseparablemente dentro de la trama de relaciones
que lo constituyen como tal y que hacen posible su existencia como ser
viviente».
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