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Carta a Magdalena–Sup Marcos / La Familia, la propiedad privada y el amor-Silvio Rodríguez

La carta que el Sup escribió para que Elías Contreras le entregara, como si propia fuera, a La Magdalena.
Magdalena:
Te vi de madrugada. Escondida o encerrada estabas en una torre de calendarios y geografías absurdas que me decían que no era bienvenido. Pero, apenas un momento, y te asomaste entera, hermosa y desnuda de prejuicios, luchando a favor de este nadie que soy y rescatándome de una noche ajena. Yo me quedé temblando, aún lo estoy. Deslumbrado todavía, en los pasos que siguieron y dimos juntos, lo que antes entró por la mirada, suavemente se llegó a mi pecho por camino desconocido.
Te vi, y yo pensé que eso me bastaría, que tu imagen sería suficiente para tomar fuerza y alejarme para que, cuando el tiempo pidiera cuentas, el saldo fuera apenas un recuerdo de la tormenta que por cabellos llevas, el collar de besos que imaginé para tu cuello. Pero no, no fue suficiente. Necesito colgarte cien suspiros al oído y recorrer tu geografía con mis labios. Y necesito que mis manos se dibujen en tu cintura y tus caderas, que mi sed encuentre alivio entre tus piernas, que renazcan mis dedos sobre tus senos, que tu boca me diga lo que no me dirán tus palabras, que mi piel más sombra sea en la luz de la tuya.
Ya nada basta. No basta con que sueñe que te tomo por la cintura, que te acerco a mí y que a tu cuello llega mi aliento, que dudan mis manos entre uno y otro pecho, que me restriego a tus caderas y que tu humedad me guía. No basta con pensar que tu tormenta me estalla en la cara, ni que me piense y te piense conmigo dentro, con el deseo montado en piernas y caderas, corriendo a ninguna parte, atento al gesto que en gemidos dibujas. No basta imaginar que me tienes, que me enseñas a encontrarte, que me haces hacerte, que te dibujas entre mis brazos, que tiemblas y me tiemblas. No basta que reconstruya en la mente lo que tal vez no pasará nunca: el quitarte la ropa y los miedos, el desnudarte las ganas, el abrirte por el vértice sombreado, todo deseo, todo misterio, el entrarte hasta el sitio que anule por fin toda razón y que sólo la carne mande. No basta que trate de distraerme detrás de las palabras que arrojas, fallidas puertas de salida, ventanas que no invitan a asomarse siquiera, paredes cerradas.
He tratado de tomar distancia, de hacer complicadas cuentas de días, kilómetros, horas, calles frías, laberintos, olvidos. Consulté mapas que confirman que el tuyo es otro mundo. Ha sido inútil. Esta mañana, por ejemplo, me he hecho el firme propósito de tomar distancia, anteponer un montón de razones para irme ya alejando y decir adiós sin palabras, que siempre es el adiós más difícil, el más artero. Pero apenas te he visto y he olvidado hasta la hora. Bastó que desde lo lejos intuyera una tormenta, para que botara propósitos y razones, para que el corazón y las ganas se desbocaran, y para que un cuello suspirado me robara todo el aliento.
Magdalena, yo sólo quería decirte que me gustas y que quería acercarme a ti. Pero acercarme como un hombre se acerca a una mujer que le gusta. Algo así como tomarte de la cintura y acercar tus pechos al mío, acercarme a tu cuello, decirte algo tierno y dulce al oído, mordisquear las manzanas de tus mejillas y llegar a tus labios con un beso, imaginarte un jadeo si mis manos te rehicieran los senos, intuirte un sueño si mi abrazo te tomara prisionera la cintura, soñarte soñando conmigo dentro y dentro mío. ¿Hago mal en desearte, en que mi piel quiera tocarse en la tuya, en buscarte para encontrarte como se encuentran un hombre y una mujer que se gustan, es decir, desnudos y sedientos? ¿Hago mal en decirlo o en hablarlo con silencios?
Yo lo que quiero es encontrarte para invitarte a perderte conmigo, Magdalena, que la piel le hable a la piel el deseo que callan las palabras y que el silencio habla... Espero entonces, tu silencio y tu palabra.
Vale. Salud y que en la tormenta de la noche los cuerpos sean la barca.
La Familia, la propiedad privada y el amor-Silvio Rodríguez
Silvio Rodríguez
El derrumbe de un sueño
algo hallado pasando
resultabas ser tú
una esponja sin dueño
un silbido buscando
resultaba ser yo
cuando se hayan dos balas
sobre un campo de guerra
algo debe ocurrir
que prediga el amor
de cabeza hacia el suelo
una nube vendrá
o estampidas de tiempo
los ojos vendrán,
fue preciso algo siempre
y no fue porque tú
tenías lazos blancos en la piel
tú tenías precio puesto desde ayer
tú valías cuatro cuños de la ley
tú sentada sobre el miedo
sentada sobre el miedo de correr
una buena muchacha
de casa decente no puede salir
qué diría la gente el domingo en la misa
si saben de ti
qué dirían los amigos
los viejos vecinos que vienen aquí
qué dirían las ventanas,
tu madre y su hermana
y todos los siglos de colonialismo español
que no en balde te han hecho cobarde
qué diría Dios
si amas sin la iglesia y sin la ley
Dios a quien ya te entregaste en comunión
Dios que hace eternas las almas de los niños
que destrozarán las bombas y el napalm
el derrumbe de un sueño
algo hallado pasando
resultabas ser tú
una esponja sin dueño
un silbido buscando
resultaba ser yo
busca amor con anillos y papeles firmados
y cuando dejes de amar
ten presente a los niños
no dejes tu esposo ni una buena casa
y si no se resisten serruchen los bienes
que tienes derecho también
porque tú tenías lazos blancos en la piel
tú tenías precio puesto desde ayer
tú valías cuatro cuños de la ley
tú sentada sobre el miedo
sentada sobre el miedo
de correr.....
OTRA VELA PARA SOMBRA, texto del Sup Marcos / LA MAZA, música de Silvio Rodríguez
Publicado el 23 feb. 2013
OTRA VELA PARA SOMBRA.
Madrugada. Arriba la luna sigue en su deslavado desnudarse de la luz azul que la viste. La oscuridad le perdona la cicatrices y le ofrece, generosa, otro velo para su impudicia. Abajo la sombra se acurruca en el último rincón de su desvelo.
Eso que se levanta, ¿es un viento o un puente buscando lejos la otra orilla para acabar de tenderse?
Un suspiro, tal vez.
Y otra vez la duermevela y sus ilusiones: una serpentina suspirada y liada en un cuello ausente, el ansia levantándose y hundiéndose en el bajo vientre, el leve respirar de la sombra en el oído de la noche, el deseo vistiendo la morena luz de la penumbra, un beso largo y húmedo en los otros labios, la mano escribiendo una carta que nunca llegará a su destino:
Daría lo que fuera por enredarme entre sus piernas, por confundir nuestras humedades, por desgastarme en la luna hendida de sus caderas. Daría lo que fuera, menos dejar de hacer lo que es mi deber hacer.
Amanece.
El sol empieza a ayudar a las casas y edificios en su lánguido inclinarse a occidente.
Afuera preguntan:
"¿Listo?".
Adentro la sombra dobla con cuidado el ansia, la pone en el bolsillo izquierdo de la camisa, cerca del corazón, y responde:
"Siempre".
-Subcomandante Insurgente Marcos
La maza
(Silvio Rodríguez)
Si no creyera en la locura
de la garganta del sinsonte
si no creyera que en el monte
se esconde el trino y la pavura.

Si no creyera en la balanza
en la razón del equilibrio
si no creyera en el delirio
si no creyera en la esperanza.

Si no creyera en lo que agencio
si no creyera en mi camino
si no creyera en mi sonido
si no creyera en mi silencio.

Qué cosa fuera,
qué cosa fuera la maza sin cantera.

Un amasijo hecho de cuerdas y tendones
un revoltijo de carne con madera
un instrumento sin mejores resplandores
que lucecitas montadas para escena.

Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera
qué cosa fuera la maza sin cantera

Un testaferro del traidor de los aplausos
un servidor de pasado en copa nueva
un eternizador de dioses del ocaso
júbilo hervido con trapo y lentejuela.

Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera
qué cosa fuera la maza sin cantera.

Si no creyera en lo más duro
si no creyera en el deseo
si no creyera en lo que creo
si no creyera en algo puro.

Si no creyera en cada herida
si no creyera en la que ronde
si no creyera en lo que esconde
hacerse hermano de la vida.

Si no creyera en quien me escucha
si no creyera en lo que duele
si no creyera en lo que queda
si no creyera en lo que lucha.

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