Zapateando
Javier Hernández Alpízar
Publicado el 27 /
diciembre / 2015
“Se dice a menudo que la fuerza es incapaz de
doblegar el pensamiento, pero, para que sea verdad es necesario que haya
pensamiento. Allí donde las opiniones irracionales sustituyen a las ideas, la
fuerza lo puede todo”.
Simone Weil
En cierto sentido esa es la tesis del ensayo
de Simone Weil, Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social
(1934). Escribe cuando el fascismo asciende en Europa ante la ausencia de un
pensamiento racional, científico, crítico, que proponga una alternativa
utópica, en el mejor sentido de la palabra (sin conceder el fatalismo de que
toda utopía conduce a un totalitarismo). Al inicio de sus reflexiones Weil
critica al marxismo porque, en la opinión de ella, después de mostrar
impecablemente la lógica de hierro de la opresión en el capitalismo, tan
perfectamente que no se ve por dónde se pueda derrotar esa máquina de dictadura
perfecta, de manera totalmente acientífica, idealista, providencialista,
plantea que el desarrollo de las fuerzas productivas puede llevar a la
libertad, a la desaparición de la opresión y el Estado. Sabemos que Marx puede
ser leído de una manera más compleja que ese mecanicismo y mesianismo
deterministas, pero debemos conceder que aún hoy lo que muchos tienen en mente
por marxismo es esa religión dorada con el nombre de socialismo científico. Por
otra parte la autora afirma que el análisis de Marx sobre la opresión en el
capitalismo es tan bueno que alcanza a señalar rasgos comunes a opresiones en
contextos no capitalistas.
Simone
Weil opina que hace falta un pensamiento crítico, filosófico, científico, para
el cual Marx dio una premisa esencial: analizar las condiciones materiales,
históricas, no solamente el modo de producción económico, piensa ella, sino
digamos así el modo de producción y reproducción del poder, el cual quizá
determina el modo de producción económico. Si esas condiciones, entre las
cuales ella da mucha importancia a la tecnología, el trabajo físico y la
superación de la división entre trabajo intelectual (elite dirigente y
burocrática, en el capitalismo y en el socialismo real) y trabajo manual,
permiten eliminar la opresión o al menos limitarla al mínimo posible, entonces
se trata de trabajar y luchar por acercar a la sociedad humana a ese punto. De
lo contrario, si esas condiciones históricas materiales no permiten la
liberación sino que la hacen necesaria, todo serían sueños de opio y cualquier
sacrificio, inútil; y mandar al sacrificio a miles de personas, un crimen.
Simone
Weil no desprecia las ideas ni a los individuos, por el contrario: sin un
pensamiento crítico claro, sólido, que sólo puede darse en la cabeza de los individuos,
no puede haber cambio social. Las ideas pueden cambiar al mundo pero para
hacerlo tienen que convertirse en fuerzas materiales. El temor de Weil,
confirmado una y otra vez por la historia del siglo XX, es que la liberación
del temor y la servidumbre hacia las fuerzas naturales sea acompañada por una
opresión mayor por la maquinaria social: la colectividad alienada, la
burocracia, las elites dirigentes, sean capitalistas o socialistas. Trotsky y
otros marxistas (almas puras de la religión proletaria) vieron en Simone Weil
solamente a una pensadora pequeñoburguesa, como siempre han visto a los
anarquistas y a todos los que no comprenden que “para hacer una omelette hay que quebrar algunos huevos”.
La
lucidez de Weil hace que su ensayo, tan temprano como 1934, anticipe mucho de
lo que después dijeron la Escuela de Frankfurt y otras corrientes de
pensamiento críticas, con la ventaja de que Simone Weil no tira al niño con el
agua sucia, pues sabe que lo mejor del pensamiento de Platón a Descartes, Rousseau,
Marx y Proudhon, es necesario para formar ese pensamiento crítico que llene el
vacío actual. El proletariado ya no estaría entonces sin cabeza, pero no sería
su cabeza un Lenin o un Trotsky, mucho menos una élite de mandarines, sino un
pensamiento crítico que tendría que estar en la cabeza de los individuos, hecho
fuerza material en la tecnología, el trabajo manual (del cual ningún líder se
excluya) y en una forma de organización material y espiritual liberadora. De no
ser eso posible, los intentos de liberación, por heroicos y sacrificados que
sean, terminarán una y otra vez en mayor opresión del ser humano de carne y
hueso por una maquinaria social y por abstracciones como patria, futuro,
socialismo, utopía, Estado, anarquías, libertad o cualquier otro ideal en el
nombre del cual sacrificar a otros o sacrificarse. Sólo los sacerdotes pueden
medir el valor de un ideal en cantidad de sangre derramada, piensa ella,
herética.
El
pensamiento, aun el más solitario y a contracorriente, y acaso no hay a veces otro
posible, es semilla de rebeldía frente a la religión totalitaria que nos ordena
sacrificar a seres humanos de carne y hueso a ideales y dioses abstractos.
Me parece
que, evaluando a las corrientes autodenominadas de izquierda en México podemos
en pleno siglo XXI diagnosticar un vacío análogo al que la francesa veía en
Europa en 1934. No faltan discursos, incluso algunos radicales, pero la lucha
social se verifica en la ausencia de un sujeto fuerte y organizado, y esa
ausencia, como bien dijo en su tiempo Simone Weil, no es una mera condición
subjetiva: es objetiva, aun si el Estado y el capitalismo están en una grave
crisis no hay un sujeto que tome una alternativa viable para la mayoría, por
eso el régimen caduco no termina de caer ni un orden nuevo de nacer. Hay
discursos, incluso algunos muy críticos, pero la práctica política en que se
disuelven grandes movilizaciones es un inocuo y estéril parlamentarismo
burgués.
En el
discurso algunos pensamientos son marxistas, anarquistas poscoloniales,
posmodernos, transmodernos, de la liberación y un largo etcétera, pero su
política es liberal tradicionalista y puntualmente inoperante. La práctica
rancia y sin resultados, o con resultados contraproducentes como llevar al
poder a sujetos como Aguirre Rivero, Juan Sabines o Mancera, dice mucho más de
lo atrasado y vacío de un pensamiento de izquierda que los discursos de algunos
de sus sinsajos y académicos más
conocidos.
Detrás de
esa práctica política rutinaria y el callejón sin salida a que conduce hay una
concepción liberal del Estado, el poder, la política y los pensamientos, un
pensamiento, en el fondo, profundamente irracional, no el discursivo que puede
parecer muy post-todas-las-cosas, sino el pensamiento que realmente opera:
caudillismo, mesianismo, liberalismo (sobre todo económico) y un cotidiano
consumismos que pareciera suponer recursos naturales infinitos, y sobre todo:
la premisa de que el capitalismo es insuperable y hay que amoldarse a él en un
intento por regresar al keynesianismo: ahora resulta que el modelo a seguir es
Roosevelt y su corporativismo, New Deal.
Detrás
está un pensamiento irracional, un pensamiento mágico, el ya científicamente
refutado (por Marx y por John Nash) pensamiento de Adam Smith. Por eso más que
nunca hace falta oír la voz de Simone Weil, no para seguir su pensamiento (no
tiene una “doctrina”) sino para
atender su reto: hace falta un pensamiento crítico radical, y además, retomar
la base de Marx, despojándolo de la ideología pseudorreligiosa de los
determinismos, para pensar hoy el fenómeno, como se dice en jerga académica, es
decir, hacer una crítica de la economía política y también una crítica de la
política en sus límites liberales.
Actualmente
hay voces pequeñas por acá y allá que señalan esa necesidad de pensamiento crítico,
entre ellas la del EZLN, que no solamente le tiene declarada la guerra al mal
gobierno y al sistema capitalista sino al pensamiento haragán y al pensamiento
de las derechas, el reto es que haya un pensamiento racional, científico,
sólido, fuerte, que reflexione en las causas de la opresión y de la libertad:
la pregunta de los zapatistas en la Escuelita sobre qué es libertad para cada
uno va por ahí quizá. La ausencia de un pensamiento así de fuerte y claro y el
irracionalismo de ir por más medicina liberal para remediar males neoliberales
han dejado el vacío para permitir crecer el fascismo a la mexicana, y la
represión llega ahora hasta quienes apenas en 2006, aun después del crimen de
Estado en Atenco, decían que no había
condiciones para el fascismo: la serpiente tiene hoy muchos críos, todos
cobrado derecho de piso, bajo banderas de todos los colores.
¿Cuál es
el pensamiento mágico que está detrás de esta política liberal?: el de creer
que hace falta dinero (por inversiones o ahorro), la panacea, sin saber qué
son, científicamente hablando, dinero, mercancía, capital, capitalismo, Estado,
poder, poder político, cambio social, violencia, fuerza, dictadura, democracia,
etcétera. Parte del truco es como el de la magia más barata: esconder el
proceso entero y mostrar solamente el aspecto
circulación: así puede defenderse el corporativismo a la Roosevelt para
no mencionar el corporativismo priista, sin mostrar que ambos son parte de la
misma respuesta corporativa a la crisis del capitalismo en el siglo XX, pero no
representan una liberación o una cancelación de la opresión sino un modo caduco
y nostálgico de administrar el conflicto de clases. Como los magos esconden los
trucos detrás del tinglado, ese pensamiento esconde el proceso entero de
producción capitalista y el de producción y reproducción del poder y recomienda
fetiches como más urnas, más parlamentarismo burgués y más almas buenas para un
neobonapartismo región IV. De un
pensamiento crítico en la cabeza de los individuos y una organización de ese
pensamiento en fuerza política colectiva democrática nadie habla, bueno casi
nadie excepto los “ultras” como los zapatistas. Claro que ante esa especie de
liberalismo neomasón que se queda en
la admiración de todos los Mireles que les pongan enfrente, los zapatistas son
unos marcianos: nos piden pensar en vez decirnos por quien votar. Esos ultras.
No creen en la magia del dinero y las urnas liberadoras y hacen cosas tan
inexplicables como convocar a pensar y debatir.
Sin
embargo, libertad, como claramente señala Simone Weil, no es cumplir todos los
deseos, no es consumismo, mayor poder de compra, salarios mejores, sino algo
que opera entre el pensamiento y la acción: “un
equipo de trabajadores en cadena, supervisados por un capataz, es un triste
espectáculo, mientras es bello ver a un grupo de obreros de la construcción,
detenidos por una dificultad, reflexionar cada uno por su lado, indicar
distintos medios de acción y aplicar unánimemente el método concebido por uno
de ellos, que puede, indiferentemente, tener o no autoridad oficial frente a
los otros. En semejantes momentos la
imagen de una colectividad libre aparece casi pura”. Una visión anarquista:
una sociedad de hombres libres, en lugar de una elite dirigente (marxista,
liberal o poscolonial) y de una masa convertida en voto duro y mentes dóciles
de una izquierda de consumo. Simone Weil tiene la utopía de reducir al mínimo
la maquinaria social y acercarse al trabajo libre del sujeto humano frente a
las fuerzas naturales. Es una utopía para orientar reflexión y lucha, no es la
meta que necesariamente se alcanzará.
Simone
Weil no descarta incluso el llamado reformismo y la búsqueda del mal menor, pero sabe que cuando no hay
claridad sobre que es la opresión y qué es la liberación tampoco la hay sobre
cuál sea el mal menor y al razonamiento lo sustituyen las demagogias. Así es
como los Aguirre Rivero han pasado para la izquierda mexicana como “mal menor”. La imagen de la hidra
capitalista que han propuesto los zapatistas es solo eso una imagen, pero es también
una invitación a pensar, una incógnita a despejar, claro quienes tiene todas
las respuestas nos dirán: “voten, que ya
tenemos especialistas en pensar por todos”. La otra alternativa es no
consumir ese pensamiento ya maquilado y enlatado, sino producir un pensamiento
propio, en las cabezas de individuos libremente asociados, y constantemente
contrastarlo y ponerlo a prueba con las prácticas políticas, sus fracasos y sus
avances.
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