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LOS CAMINOS DESPUÉS DE LA MASACRE. SEGUIR LA LUCHA DIGNA SIN TRAICIONAR LA MEMORIA

Este artículo lo publicamos hace un año aquí, pero considerando que lo que aquí se plantea conserva plena vigencia, hoy lo publicamos de nuevo, pensando en nuestros nuevos lectores.
          Solo queremos agregar que cuando nos referimos a los partidos políticos, nos referimos a todos, incluyendo a Morena y a los que están reuniendo los requisitos para obtener su registro electoral bajo las leyes y normas del Sistema Estado-Capital. Finalmente serán una mercancía más del mercado electoral.
Como siempre, esperamos recibir sus comentarios, sus opiniones, sus críticas.
La Voz del Anáhuac,
03 de octubre de 2016
La Voz del Anáhuac
03 octubre de 2015
Desde el 2 de octubre de 1968, muchos de los que fuimos parte del movimiento juramos que muestra lucha debía continuar, que la masacre no nos derrotaría, que si dejábamos de luchar estaríamos traicionando  a las compañeras y compañeros que cayeron. Decíamos: Por nuestros compañeros caídos, no un minuto de silencio, sino toda una vida de lucha.
Y continuó el activismo, ahora en condiciones más difíciles, extremadamente más difíciles, pues tras la masacre se instauró una vigilancia policíaco-militar igual que si padeciéramos una dictadura militar, como si se hubiera decretado Estado de sitio. La Plaza de las Tres Culturas permaneció ocupada militarmente un par de meses, patrullas militares con tanquetas, vigilancia policíaca, uniformada y de civil, rondaba las inmediaciones de los centros escolares: Ciudad Universitaria, Zacatenco, Casco de Santo Tomás, la Ciudadela, Tlatelolco, el Barrio Universitario, Chapingo…
Ninguna brigada de volanteo, de pintas, de pegas podía salir sin ser perseguida. No sólo eran las detenciones arbitrarias o los golpes, era incluso ser asesinados en plena calle, a la luz del día. Pero nuestra decisión de no darnos por vencidos, de seguir la lucha, pese a todo, nos hizo ingeniárnoslas y adoptamos medidas de semiclandestinidad. Algunos ya las habíamos experimentado desde septiembre, cuando el ejército tomó las escuelas y la actividad de las brigadas tuvo que migrar a los barrios obreros. Ahí habilitamos cuartos de azotea para seguir produciendo volantes y carteles. Éramos clandestinos incluso respecto a nuestras familias que, por temor, nos ordenaban dejar el movimiento.
Desde entonces en la mente de muchos de nosotros se incubó la idea de la revolución. Ya sabíamos que esperar diálogo con el gobierno era por lo menos iluso, que los caminos civiles y pacíficos para luchar se habían cerrado. Que no habría salida política ni negociación posible, que el Estado había decidido aplastar el movimiento, que lo que seguía era una guerra de exterminio. Revertir esto no sería posible sin que nos organizáramos y adoptáramos otras formas de lucha.
Los que veíamos la necesidad de una revolución optamos por dos caminos diferentes con el mismo objetivo.
Para unos era ya el  momento de comenzar una insurrección. “Armarse o dejarse matar” era la disyuntiva. Comenzaron a organizarse, a entrenar en preparación física para irse a las montañas o para el combate callejero.
De por sí en Guerrero estaban alzados en armas Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, pero hacer contacto con ellos no era fácil, pues eran grupos guerrilleros clandestinos. Otra posibilidad era comenzar a organizarse para luchar desde las ciudades, iniciar la formación de guerrillas urbanas, haciéndose de armas y recursos económicos.
Otros, con la misma idea de la revolución armada tenía en cuenta que esta lucha no podría ser sólo de un grupo de valientes, sino del pueblo organizado. Entonces el camino tendría que ser ligarse al pueblo desde sus luchas: las tomas de tierra por campesinos, las huelgas obreras, la ocupación de terrenos urbanos para construir colonias populares. Desde ahí organizarse con el pueblo, acumular fuerzas, hacer conciencia de la necesidad de una nueva revolución que acabara con el sistema de explotación capitalista. No se perdía de vista que tendría que ser una insurrección armada, pero junto al pueblo. Y aunque el levantamiento armado no se veía tan inmediato, también había que prepararse.
De por sí desde el movimiento habíamos comenzado círculos de estudio de la teoría revolucionaria, pero ahora también incluirían el entrenamiento físico, el manejo de armas.
Pero hacerse de armas y municiones se había dificultado en extremo. Previsor de esto, el Estado ilegalizó su comercialización. Antes podían adquirirse sin problemas cajas de balas hasta en las ferreterías. Eso había quedado ya prohibido.
Desde fines de 1968, empezaron a surgir diversos grupos guerrilleros que realizarían expropiaciones de recursos económicos en bancos y establecimientos comerciales, secuestros de burgueses y funcionarios de gobierno. Estas acciones fueron perseguidas con saña. Grupos enteros eran capturados, torturados, encarcelados, desaparecidos o asesinados por las fuerzas armadas del Estado.
La misma persecución se desató contra quienes habían optado por el camino de organizarse con el pueblo, pues aunque su accionar no era armado, eran vistos como reservas y aliados de quienes se alzaron en armas.
Esto fue el comienzo de una guerra contrainsurgente a la que se ha denominado “guerra sucia” que se extendió desde fines del 68 hasta mediados de la década de los años 80.
Centenares de encarcelados, perseguidos, torturados, ejecutados, desaparecidos fue el saldo de esta guerra de exterminio.
Los no convencidos de la necesidad de una revolución optaron por la participación política en los que entonces se consideraba como partidos de izquierda, que a su modo pensaban seguir la lucha, aún con ilusiones reformistas, gradualistas, que finalmente quedaron cooptados por el sistema, institicionalizados.
En el grueso de las bases estudiantiles cundieron el desánimo y la frustración. Abandonaron el activismo, siguieron sus estudios, se hicieron profesionistas y formaron sus familias dentro del sistema, dejaron de cuestionarlo, se adaptaron a él.
Otros, igualmente frustrados, buscaron refugio en las drogas, escapando de la realidad, evadiendo asumir algún compromiso con la lucha social.
En esa época las drogas comenzaron a ser utilizadas por el Estado como un arma contrainsurgente, como una forma de control hacia los jóvenes. De hecho, en el medio estudiantil, los “porros”, que ya venían funcionando como grupos de choque contra el activismo estudiantil, fueron los encargados del narcomenudeo  en las escuelas, contaban para ello con todas las facilidades por parte de las autoridades escolares, con la protección de la policía y el financiamiento desde los aparatos del Estado.
Han pasado ya 47 años desde la masacre del 2 de octubre en Tlatelolco. La memoria y el tratar de ser consecuentes con el camino de lucha por la libertad, la dignidad y la justicia emprendido entonces permanece aún vivo en la mente y el corazón de muchos de los que entonces iniciaron un activismo desinteresado. Distantes de los partidos políticos han continuado por diversos caminos, en proyectos de lucha independiente. Otras experiencias, otras luchas, resistencias y rebeldías se han alzado en suelo mexicano.
Los años 70’s con la insurgencia obrera. la resistencia frente a la llamada “guerra sucia” por década y media, luchando por la libertad de los presos políticos y la presentación con vida de los desaparecidos. La emergencia civil frente a los terremotos del 85 que cobró más víctimas a causa de la corrupción que de la propia devastación natural. El levantamiento zapatista que desde 1994 abre nuevos caminos emancipatorios construyendo la autonomía. La resistencia contra el despojo, oponiéndose a los megaproyectos neoliberales de destrucción y muerte que en Atenco, el Istmo, La Parota, Xochicuautla, Amilcingo, Wirikuta, el Río Yaqui y muchos otros lugares ha levantado a pueblos enteros. La lucha por la presentación con vida de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa que ha convocado a centenares de miles en México y el mundo, no sólo de manera solidaria sino como lucha frontal contra un narco-estado que ha cobrado ya muchas víctimas civiles.
Son estos algunos de los caminos andados por los mexicanos que no han renunciado a luchar sin descanso por la libertad, la justicia, la dignidad, que han decidido luchar contra el sistema capitalista, repudiando al Estado, a los partidos políticos y su farsa "democrática"
Hoy combatimos el mismo despotismo, el terrorismo del Estado capitalista, que desde 1968 quedó mostrado en el verdadero carácter criminal que ocultaba su desgastada careta de Estado “democrático”.
Ahora, transcurridos 47 años desde la masacre de Tlatelolco, reiteramos la decisión de entonces: ¡Por nuestros compañeros caídos, no un minuto de silencio, sino toda una vida de lucha!
¡Ni perdón ni olvido!

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