Atilio Boron
06/09/2015
Ante la intensificación de la mal llamada “crisis migratoria” surgieron voces de
gobernantes, políticos y supuestos expertos en el tema asegurando que este no
era un problema europeo sino africano o, en todo caso del Medio Oriente. La
estremecedora imagen del niño kurdosirio yaciendo inerte en una playa de
Turquía luego de que naufragara la barcaza en que junto con su familia
intentaba llegar hasta la isla de Kos, en Grecia, conmovió a la opinión pública
mundial y puso de relieve el inmenso drama humanitario que se está
desenvolviendo en el Mediterráneo. No fue el primero que paga con su vida la
crisis desatada por la desestabilización de un país, Siria, desgraciadamente
convertido en el blanco de siniestros cálculos geopolíticos de Estados Unidos y
sus aliados que destruyeron uno de los países más prósperos y estables de la
región. En esa misma barcaza murieron otros cinco, uno de ellos su hermanito de
cinco años, aparte de su madre y un número todavía indeterminado de adultos. Si
ampliamos el foco del análisis para abarcar con la mirada el torrente humano
procedente del África Subsahariana el número de víctimas infantiles sería
abrumador, aunque no haya registro fotográfico de ello. Queda en pie la
pregunta: ¿por qué se produce la crisis, qué es lo que la dispara?
Por empezar se impone
una clarificación, porque la disputa por el sentido es crucial para plantear
correctamente los términos del problema. Suele hablarse, indistintamente, de
una “crisis migratoria” como si esta
fuera un transitorio desequilibrio en el flujo poblacional entre el África
Subsahariana, Medio Oriente y Europa. Pero, ¿son migrantes o refugiados? En el
caso de los sirios que huyen de la devastación sembrada en su país no existe la
menor duda de que se trata de lo segundo, y lo mismo cabe decir de los libios,
que dejan sus hogares luego de la tragedia desatada por la criminal decisión de
Washington y Bruselas de auspiciar un “cambio
de régimen” en Libia. El caso del África Subsahariana es más complejo,
porque allí se entremezclan migrantes impulsados por el hambre y la pobreza
inescapable con sectores, minoritarios, que abandonan sus países por razones
políticas.
Ahora bien: ¿por qué el
infortunado niño de la minoría kurda en Siria tuvo que dejar su país? Porque,
como decíamos más arriba, el diseño estratégico de Washington en Medio Oriente
tenía como objetivo fundamental -¡pero ya no más, porque ahora la Casa Blanca
tiene otras prioridades en el área!- provocar la caída de la República Islámica
en Irán, para lo cual había que destruir los apoyos con que contaba Teherán en
su entorno inmediato y entre los cuales sobresalía Siria por su locación
geográfica, su condición de país limítrofe con Israel y Turquía, su población,
su economía y la prolongada estabilidad política del régimen imperante. En consecuencia,
la “guerra civil” en Siria no es tal,
pues se trata de una agresión pergeñada desde afuera por Estados Unidos y sus
compinches europeos (al igual que hicieran con Libia pocos años antes) y en
donde bandas de atroces mercenarios son exaltados como heroicos “combatientes por la libertad” y
respaldados política y diplomáticamente mientras cometen toda clase de
desmanes. De esta madriguera creada por las democracias occidentales y sus
reaccionarios socios en la región brotó, incontrolable, el Estado Islámico, con
luz verde para perpetrar horrendos crímenes.[1] El resultado ha sido la
entronización de esa banda terrorista en algunas regiones de Siria e Irak, con
su interminable secuela de decapitaciones, degüellos y destrucción de
venerables reliquias históricas, consumidas en las llamas del fundamentalismo
yihadista. Aylan Kurdi, tal es el nombre
del niño ahogado, pereció porque tuvo que huir del infierno en que Washington y
los gobiernos europeos convirtieron a su patria, pese a la heroica resistencia
del pueblo kurdo que supo poner freno a la expansión militar del EI en sus
territorios. Y murió también porque las autoridades del Canadá le negaron tres
veces a su familia el permiso para asilarse en ese país. El Primer Ministro
británico, David Cameron, acaba de acusar a Bashar Al Assad y al Estado
Islámico por su muerte. Miente, porque sabe muy bien que el holocausto social
de Siria no es un asunto doméstico sino responsabilidad directa y criminal de
los gobiernos que conforman el condominio imperial, que en su afán por
posicionarse más favorablemente en el tablero geopolítico mundial no dudan un
instante en adoptar políticas que desquician sociedades y provocan destrucción
y muerte a su paso, precipitando así la avalancha de refugiados que huyen para
salvar sus vidas y la de sus familiares, con las consecuencias que todos se
lamentan.
Tanto en el caso de
Libia como en el más actual de Siria la intervención imperialista estuvo
precedida por una cobertura mediática falaz que demonizó las figuras de Muammar
El Gadafi y Bashar al-Asad y tergiversó
la información originada en el terreno para justificar ex ante las
cruentas tácticas de desestabilización y caos social, económico y político
requeridas para hacer posible el “cambio
de régimen”, frase amable que sustituye la más brutal de “subversión del orden constitucional
vigente”. Mentiras que, en los casos de Libia y Siria, son análogas a las
proferidas cuando antes de la invasión y destrucción de Irak desde Washington,
Londres o París se denunciaba la existencia de armas de destrucción masiva en
ese desdichado país, cuando todos sabían que no las había y que el único que sí
las tiene en esa parte del mundo es Israel.
Ahora el problema de los
refugiados en Europa ha adquirido proporciones inéditas desde fines de la
Segunda Guerra Mundial, e indigna comprobar la indiferencia de algunos gobiernos europeos ante esa crisis, o la
estupidez de las políticas con las que se pretende enfrentar la situación. Por
ejemplo establecer ridículos cupos migratorios ante el desastre generado en
Siria e Irak, para mencionar apenas los más directamente involucrados en la
situación actual, que tienen una población conjunta de unos 55 millones de
habitantes. O el cinismo de la Administración
Obama, que acentúa las políticas de desestabilización inherentes al “imperio del caos”, según la feliz
expresión de Pepe Escobar, porque, total, los refugiados no podrán cruzar el
Atlántico en sus frágiles barcazas y el problema lo deberá padecer Europa.
Actitud semejante adopta al atizar la guerra civil en Ucrania: en última
instancia, la batalla se librará, como las dos guerras mundiales en el
escenario europeo y la destrucción resultante será beneficiosa para apuntalar
la primacía global de Estados Unidos al debilitar, gracias a la guerra, a sus
principales competidores.
Ante las ridículas
tentativas de los países europeos, o de la Unión Europea, para “regular” el tsunami de los refugiados y
los migrantes, sobre todo del África Subsahariana, conviene recordar las
clarividentes palabras de José Saramago:
“El desplazamiento del sur al norte es inevitable; no
valdrán alambradas, muros ni deportaciones: vendrán por millones. Europa será
conquistada por los hambrientos. Vienen buscando lo que les robamos. No hay
retorno para ellos porque proceden de una hambruna de siglos y vienen
rastreando el olor de la pitanza. El reparto está cada vez más cerca. Las
trompetas han empezado a sonar. El odio está servido y necesitaremos políticos
que sepan estar a la altura de las circunstancias”.
La responsabilidad de
Europa es mucho mayor, más visible e inocultable en el caso del África
Subsahariana. Porque, ¿quién ocupó, colonizó y saqueó por siglos al mal llamado
“Continente Negro” si no las
potencias coloniales europeas? ¿Quién organizó el tráfico de esclavos a través
del Atlántico si no los gobiernos y las clases dominantes de Europa? No fueron
los africanos quienes se abalanzaron sobre esta para saquear sus riquezas y
esclavizar a sus poblaciones, sino que ocurrió exactamente lo contrario. ¿Quiénes
impusieron sus intereses, perpetraron un cruel etnocidio y arrasaron con formas
tradicionales de organización económica, social y política en África? ¿No
fueron acaso los colonialistas europeos los que se repartieron ese continente,
practicando un sistemático pillaje y redibujaron el mapa político para inventar
fronteras artificiales que dividían viejas sociedades y ancestrales etnias y
naciones, convertidas en fragmentos destrozados, ahora caprichosamente repartidos en diferentes “países” y sembrando las bases de una rivalidad que perdura hasta
nuestros días? ¿No fueron ellos los que impusieron el inglés, el francés, el
portugués, y otras lenguas europeas como las oficiales de aquellas arbitrarias
creaturas políticas? ¿Dónde más podrían ir esos antiguos súbditos europeos que
a sus metrópolis de otrora, cuando la crisis deja sin futuro a millones de
africanos? ¿O es que los colonialistas de hoy creen que podrán salirse con la
suya y no pagar la cuenta de los crímenes y fechorías cometidas por sus antepasados?
¿Reclaman acaso impunidad, o fingen desconocer su responsabilidad histórica?
Para colmo de males, una vez obtenida la independencia los tentáculos del
neocolonialismo –reforzado ahora por el protagonismo de Estados Unidos- se
hundieron todavía con más fuerza, acelerando la descomposición económica,
social y política de las situaciones poscoloniales. De nuevo: ¿adónde sino a
Europa podrían ir para buscar un alivio a sus interminables padecimientos?
¿Cómo podrían los gobiernos europeos y sus mandantes decir que la crisis
migratoria que tantas muertes ha causado es “un problema africano” cuando no es
otra cosa que el inexorable y demorado resultado de su pasada expansión colonial?
¿Cómo evolucionará esta
situación? No es exagerado afirmar que el torrente de refugiados ha desbordado
todas las previsiones y nada autoriza a pensar que la situación irá a mejorar
porque ni Washington ni Bruselas han archivado sus planes de derrocar al
gobierno sirio, acabar con Hezbollah el vecino Líbano y cerrar el círculo en
torno a Irán. El resultado de esta macabra iniciativa sólo puede ser más
destrucción y muerte, y renovados contingentes de refugiados golpeando a las
puertas de la opulenta Europa. Estados Unidos está casi por completo aislado de
esas dolorosas corrientes de seres humanos en búsqueda de una vida mínimamente
digna, así como la Unión Europea lo está en relación al flujo migratorio que
desde México, Centroamérica y el Caribe se amontona en las puertas del imperio.
La “solución” por la que se ha venido
inclinando la política de Estados Unidos pasa por el reforzamiento de los
controles fronterizos, las deportaciones y la construcción del muro en la
frontera con México. Los países europeos no gozan de las ventajas
estadounidenses por la porosidad de sus fronteras, su heterogeneidad estatal y
la proximidad de los países originarios de los migrantes. Si Occidente creyera
firmemente en su tan pregonada doctrina de los derechos humanos tendría que
modificar radicalmente su política migratoria y hacerse cargo de su
responsabilidad en la crisis actual. Pero ni Estados Unidos ni la Unión Europea
han dado muestras de tomarse en serio los derechos humanos, por lo que lo único
que aparece en el horizonte europeo es una política de mayor control
migratorio, cierre de fronteras, expulsión y deportación de migrantes ilegales.
Lo ocurrido con los camiones cargados de africanos muertos hallados en Austria
o la odisea de los que intentan cruzar el Mediterráneo demuestran los límites
morales y prácticos de tales políticas. Como lo recordaba José Saramago, el
proyecto de parar esta avalancha humana construyendo la “Fortaleza Europa” ( o la “Fortaleza
Americana”) está condenado al fracaso y no pondrá fin a un éxodo cada vez
mayor, alimentado por las inequidades del capitalismo contemporáneo en su
proyección global y por las estrategias norteamericanas de producir un “cambio de régimen”, por vías violentas
como las evidenciadas en Siria y Libia, en Medio Oriente, y también, no lo
olvidemos, en algunos países latinoamericanos.
Ante este cuadro, lo
único sensato sería construir un nuevo orden económico internacional que haga
posible el bienestar de esos pueblos y que les permita acceder a una vida digna dentro de sus respectivos
países. Pero el capitalismo es un sistema esencial e incorregiblemente
irracional y además nada indica que la sensatez sea un atributo de sus círculos
dirigentes a ambos lados del Atlántico. Lo que hicieron con Grecia es una
prueba rotunda de que lo único que les importa es garantizar la tasa de ganancia
de sus transnacionales. Así las cosas lo único que cabe esperar es la
intensificación de las migraciones subsaharianas, el éxodo sirio y nuevas
tragedias como la del niño Aylan.
[1]
Sobre la relación entre los gobiernos occidentales y el Estado Islámico ver “El Mosad creó el Estado Islámico”, en
Rebelión, 19 Agosto 2014,
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