Colaboración/13 agosto,
2015/
Por Eliud Torres
Agencia SubVersiones
El presente estudio es una sucinta revisión
reflexiva sobre algunas experiencias históricas donde el actor central son los
niños y las niñas zapatistas. Se resalta la importancia del acompañamiento
adulto y la participación política de la niñez como integrantes plenos de
pueblos y comunidades en lucha, movimientos sociales y organizaciones
políticas.
Este
texto se fue gestando hace dos años, a la luz del desarrollo del Seminario «20 años de la rebelión zapatista»
sucedido durante el año 2013 en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad
Xochimilco. Se conformó de diversas sesiones temáticas relacionadas con la
tierra y territorio, la educación, la salud, la economía y cooperativas, el
género, la autonomía y, por supuesto, los niños y jóvenes en la travesía del
zapatismo. Algunas ponencias ahí presentadas fueron publicadas en la Revista
Argumentos, N° 73, A 20 años de la
rebelión zapatista: autonomía es vida, sumisión es muerte.
A
propósito del semillero El pensamiento crítico frente a la hidra capitalista
convocado por los zapatistas y realizado durante el mes de mayo del 2015 en el
CIDECI, el presente documento cobra especial relevancia, pues en diversas
participaciones durante el seminario se habló no de tres, sino de cinco
generaciones de zapatistas.
En la
sesión vespertina del martes 5 de mayo, el SupGaleano narró que la lucha de los
pueblos zapatistas puede resumirse en que se está trabajando para construirles
a niños y niñas una opción: «Nosotros
queremos construirles a los niños y niñas zapatistas la opción para que puedan
elegir ser una cosa u otra». Al día siguiente, en la sesión vespertina del
miércoles 6 de mayo las mujeres zapatistas hablaron de la genealogía de su
lucha, como mujeres, como indígenas y como zapatistas, tres generaciones de zapatistas
hablaron en la voz de las comandantas Miriam, Rosalinda y Dalia, así como de la
compañera base de apoyo Lizbeth y la compañera escucha Selena.
En
dicha sesión, el SupGaleano ha puntualizado: «Faltan en esta mesa al menos otras dos generaciones, la una debe andar
entre los 12 y 15 años y son las que luego serán promotoras de educación o
salud, o escuchas, o Tercios Compas o insurgentas; hay otra generación más, las
niñas zapatistas que andarán rondando los ocho años, Defensa zapatista, es la
niña rebelde que sintetiza cuatro generaciones de lucha y que es al menos por
ahora impredecible».
Dispositivos
biopolíticos de la infancia en la niñez chiapaneca
Muerte, pobreza y la normalización del
control de la vida de la infancia por parte de los adultos, son los tres
dispositivos de la biopolítica de la infancia que, siguiendo las teorizaciones
de Michael Foucault y Giorgio Agamben, Eduardo Bustelo define para explicar
cómo es que el capitalismo busca vigilar y controlar la construcción de las
subjetividades nacientes de niños, niñas y adolescentes.
La
mortandad de niños, niñas y adolescentes es la forma más silenciada de la
biopolítica moderna, ha señalado Eduardo Bustelo, pues cotidianamente son
eliminables o desechables y su muerte no representa ningún tipo de consecuencia
jurídica; niñas y niños mueren de hambre, de enfermedades curables o
prevenibles, como víctimas de guerra y, cuando no mueren, sufren de
padecimientos físicos y psicológicos por la exposición directa a diversas
expresiones de la violencia. Es el objetivo tenaz de exterminar la posibilidad
emancipatoria de la infancia, de que niños, niñas y adolescentes no tengan la
más mínima oportunidad de una conformación distinta a la predeterminada por el
capitalismo y el sistema neoliberal, es el poder directo sobre la vida como
negación de la vida o la política de expansión de la muerte.
Un
segundo dispositivo es la pobreza, pues la mayoría de los pobres son infantes y
la mayoría de la infancia es pobre; niños, niñas y adolescentes deben trabajar,
son explotados, están desnutridos y enfermos, son discriminados o sometidos a
condiciones de exclusión que, de no ser relacionadas con los procesos
económicos de concentración de ingresos, riqueza y poder, es legitimar
dispositivos ideológicos de una situación de dominación por medio del
ocultamiento de la relación social de los ricos sobre los pobres. La relación
de la pobreza con la infancia está basada en el poder, pues la biopolítica es
entonces la reguladora de la vida, por lo que la infancia pobre es una cuestión
biopolítica mayor, ya que no hay políticas para la infancia fuera de la
política dominante y que, por lo tanto, no pasen por la construcción de
relaciones sociales isonómicas.
El
tercer dispositivo es la relación vertical y despótica de los adultos hacia la
infancia como la intención de controlar la vida desde su inicio y en su propia
interioridad, acompañada de prácticas discursivas distorsionadas y
manipuladoras, pues la infancia es el inicio del proceso constructivo de la
dominación y el ocultamiento sutil de la relación de dominio.
La
muerte y la pobreza tenían una presencia devastadora en la infancia de las
comunidades indígenas chiapanecas al momento del levantamiento armado zapatista
en 1994, las llamadas enfermedades de la pobreza, tales como infecciones
intestinales, respiratorias y epidémicas, la desnutrición infantil, calentura y
diarrea predominaban en niños y niñas, muchos de los cuales morían por falta de
atención médica, además de que las cifras de esperanza de vida al nacer eran de
las más bajas del país. Hasta entonces no se tenía certeza en el número de los
nacimientos y de las muertes de niños y niñas indígenas chiapanecos, pues las
instituciones de gobierno basaban sus estadísticas en las actas de nacimiento y
defunción, documentos oficiales inexistentes para la población indígena de la
mayoría de los municipios, considerados de alta y muy alta marginación.
Así que
la declaración de guerra y las 11 demandas de la Primera Declaración de la
Selva Lacandona, del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), tenían
como objetivo detener el genocidio de los pueblos indígenas chiapanecos, pero
particularmente de la infancia. Que futuras generaciones de niños tengan una
vida digna, le explicó el Subcomandante Marcos al niño Miguel A. Vázquez
Valtierra en marzo de 1994.
Nueve
son las cárceles que encerraban a los niños y niñas indígenas de Chiapas y de
México: hambre, ignorancia, enfermedad, trabajo, maltrato, pobreza, miedo,
olvido y muerte. Patricha, de menos de 5 años, murió de una fiebre; el Ismita
con cerca de 10 años tenía, gracias a la desnutrición crónica, la estatura de
un niño de 4 años; Andulio nació sin manos por una mal formación genética;
Pedrito nació en el exilio y Lino tenía unas horas de vida cuando fue expulsado
de su casa por los soldados. Esa era la realidad de la infancia zapatista
descrita por Marcos, en febrero del 2001, en el texto dedicado a los niños y
niñas de Guadalupe Tepeyac en el exilio.
El caso
de Patricha fue definitivo para la incursión de Marcos hacia 1986 u 1987 en la
organización político-militar, pues fue una niña indígena que les llevaba
comida cuando estaban en la clandestinidad dentro de la selva, quien murió en
sus brazos a la orilla de un río en el intento por bajarle la fiebre. Ese era
el destino de las niñas indígenas: morir de enfermedades curables o sexuales y
reproductivas y, en el mejor de los casos, confinadas a los quehaceres
domésticos, tales como cuidar a sus hermanos pequeños, hacer tortilla y
trabajar en el campo, pues históricamente las niñas no tenían derecho a estudiar
ni a jugar, le relató Marcos a Laura Castellanos en la entrevista publicada en
2008 como Corte de Caja.
Niños
y niñas zapatistas en contexto de guerra de baja intensidad
Una vez declarado el cese al fuego e
iniciados los diálogo de paz, el gobierno federal se apresuró a instalar
cuarteles y retenes militares en todas las zonas y comunidades indígenas, donde
estaba presente el ejercito zapatista o se presuponía que tenía influencia. Los
sobrevuelos, patrullajes y la presencia paramilitar comenzó a ser parte de la
cotidianidad de los niños, niñas y jóvenes que formaban parte de las
comunidades rebeldes, pero también una segunda generación, nacida después del 1
de enero de 1994, crecía con la presencia militar y paramilitar como un
elemento más de su contexto.
La
guerra de baja intensidad se expresaba de múltiples maneras, tanto con
mecanismos militares como con estrategias sociales, políticas, económicas y
culturales. Niños, niñas y jóvenes zapatistas fueron igualmente hostigados,
desalojados, desplazados, golpeados, amenazados, detenidos en el retén y
atacados por el gobierno federal y los paramilitares con la intención de
desalentar la adherencia al proyecto zapatista, debilitar el tejido comunitario
y la unidad familiar. Pero no sólo, pues el gobierno sabe y entiende que los
niños y niñas zapatistas son parte fundamental en el movimiento, por eso los
ataca y agrede hasta exterminarlos, es el «mataremos
la semilla zapatista», consigna enarbolada durante la matanza de Acteal, en
el municipio de Chenalhó, el 22 de diciembre de 1997, donde, fueron asesinadas
45 personas, de las cuales 14 eran niños, 23 mujeres y 8 hombres.
A su
corta edad, niños y niñas zapatistas pronto supieron lo que es sobrevivir en
una guerra y cómo vivir en medio del clima de represión, crecieron y se fueron
haciendo jóvenes y adultos en medio de la violencia perpetrada por el gobierno
federal. Niños y niñas, identifica Angélica Rico, aprendieron a vivir en la
resistencia corriendo, jugando, bailando, cantando y riendo.
Al
mismo tiempo, esa particular realidad en la que vivían niños y niñas, como
integrantes de las comunidades indígenas pertenecientes a la organización
político-militar del EZLN, hizo que su conformación psicológica y social
tuviese elementos diferentes a los que tuvo la generación anterior al
levantamiento armado. Desarrollaron habilidades y capacidades que
contrarrestaran el hostigamiento permanente, constituyendo en la infancia
nuevas subjetividades más resistentes al clima de violencia que cotidianamente
se vivía en su entorno.
Cuando
niños y niñas zapatistas dicen que no tienen miedo porque también se saben
defender, queda de manifiesto un proceso subjetivo y colectivo de salud mental
comunitaria que transforma el miedo en mecanismo de autoprotección, reduciendo
los efectos psicosociales negativos de la guerra de baja intensidad y desgaste.
Guerra que, a decir de Ximena Antillón, busca generar enfermedades
psicosomáticas y emocionales con la intención de paralizar y disminuir la
participación en las actividades comunitarias de resistencia.
El
trabajo colectivo subjetivo para afrontar la guerra ha hecho posible el
surgimiento y fortalecimiento de actitudes valientes y pensamientos críticos en
niños y niñas, construyendo identidades basadas en la lucha zapatista por el
cumplimiento de las 13 demandas y en permanente resistencia contra el mal
gobierno. Así lo relatan las madres zapatistas en el Tercer Encuentro de los
Pueblos Zapatistas con los Pueblos del Mundo, la comandanta Ramona y las
zapatistas, en diciembre del 2007, cuyo tema 7 fue «Como luchan con sus niñas y niños zapatistas». Ahí mencionaron el valor
mostrado por niños y niñas en dos situaciones: durante 1994, cuando hombres
salieron a luchar, quedándose mujeres y niños solos en las comunidades y
posteriormente cuando al instalarse campamentos y retenes militares en las
comunidades, confrontaron y les gritaron a los soldados que se fueran.
En
dicho encuentro, las mujeres zapatistas resaltaron que niños y niñas tiene las
mismas capacidades para hacer cualquier actividad o tarea y los mismos
derechos, por lo que es necesario darles ideas y enseñarles cómo hacer los
trabajos en la organización. Esto no es más que el reconocimiento, por parte de
los adultos, de los niños y niñas como compañeros de lucha que participan
activamente en la creación y sostenimiento de los diferentes espacios de
resistencia y autonomía del movimiento zapatista, a quienes hay que acompañar
en su proceso de aprendizaje.
«Nosotros
los tratamos de por sí como niños»
El tipo
de enseñanza, no escolar, sino de los principios éticos, quedó de manifiesto en
enero del 2003, en la carta que el EZLN le dirigió a la organización vasca
Euskadi Ta Askatasuna (ETA), donde los niños y las niñas zapatistas fue un tema
mencionado con especial énfasis, pues la comandancia puntualizaba respecto a la
transmisión que mujeres y hombres hacen a las nuevas generaciones sobre el uso
de la palabra y el respeto a la diversidad de pensamientos, así como a hablar y
a escuchar con el corazón para orientar su caminar.
Ha sido
a través de los comunicados, cartas y cuentos emitidos por el EZLN, desde 1994
y hasta el comunicado del 4 de agosto del 2013, que se devela la manera en que
los adultos zapatistas conciben y tratan a los niños y niñas no sólo
zapatistas, sino también a la infancia que simpatiza con su lucha. El Cuento
del Rabito de la nube, El cochecito
abollado, La pedagogía del machete, El marxismo según la insurgenta Érika,
Cuento de La piedrecita inconforme, Los
diablos del nuevo siglo, el Andulio y el cuento de Los abujeros y El amor según el Andulio, son algunos de los textos
dirigidos y relacionados con la niñez. Cuentos que en un lenguaje sencillo,
lúdico y directo, sin ocultar la realidad pero considerando las edades y
saberes de niños y niñas, narran alguna situación, suceso, anécdota, idea o
principio concerniente a la visión de la lucha zapatista emprendida con una
declaración de guerra.
Hay que
recordar que muchos de los comunicados firmados por el Subcomandante Marcos,
comienzan con el aviso de que escribe a nombre de los niños, ancianos, mujeres
y hombres del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, de México. La infancia
es considerada como un sector fundamental de la organización, pues así lo es en
sus comunidades.
La
creación de los Caracoles y las Juntas de Buen Gobierno, en agosto del 2003,
representó además de una nueva etapa para la organización política de las
comunidades zapatistas, una fuerte priorización en torno a las actividades de
salud y educación, con la participación protagónica de niños, niñas y jóvenes.
Casi diez años habían pasado ya desde el levantamiento y los niños que
presenciaron la llegada invasora de los militares, el cinismo del gobierno
federal, las mentiras de los partidos políticos y el asistencialismo y
paternalismo de la ayuda externa, ahora eran jóvenes que sabían que nada podían
esperar de las instituciones del Estado y que eran ellos y ellas quienes debían
asumir las tareas educativas y sanitarias de sus comunidades. Los jóvenes
asumieron el cargo comunitario de promotores y promotoras, de salud y
educación, para comenzar a decidir sobre qué acciones realizar y cómo llevarlas
a cabo en sus comunidades, bajo la coordinación de las Juntas de Buen Gobierno.
Los
promotores de salud eran en su mayoría varones, de entre 15 y 30 años de edad,
quienes realizaban actividades tanto de prestación de servicios médicos, tales
como diagnóstico y curación, como de organización, participando en diversas
asambleas y reuniones cuya finalidad era fortalecer el trabajo de salud en las
zonas autónomas zapatistas, además de capacitaciones para adquirir
conocimientos que den soluciones a problemas de salud. Esto lo señala Alejandro
Cerda en su libro Imaginado zapatismo, Multiculturalidad y autonomía indígena
en Chiapas desde un municipio autónomo.
En el
caso de la educación, escribe Bruno Baronnet, desde 1995 algunas comunidades
comenzaron a nombrar a sus propios educadores, buscar cómo capacitarlos y a
establecer escuelas; el promedio de edad de los promotores y promotoras era de
20 años, jóvenes elegidos y acompañados por los adultos para ejercer con
responsabilidad su cargo comunitario. Entre los años 1997 y 2000, los niños y
niñas de las familias zapatistas fueron retirados de las escuelas oficiales del
gobierno, por lo que la autodeterminación educativa, fortalecida con la
creación las Juntas de Buen Gobierno, ya tenía experiencias importantes cuyo
actor principal eran los promotores. Jóvenes, en su mayoría varones solteros de
alrededor de los 20 años y de padres jóvenes con hijos pequeños, quienes en
general cursaron grados de primaria en el servicio educativo oficial durante la
década de 1990.
Durante
el Segundo Encuentro entre los Pueblos Zapatistas y los Pueblos del Mundo, en
julio 2007, en la Mesa 1: Salud-Importancia de la Otra Salud, promotores y
promotoras de salud expusieron la particular visión y los avances logrados en
dicho ámbito. Que la salud tiene que ver con que los niños estén bien
alimentados y bien educados, con tener buena vivienda, contar con sistemas de
agua potable e higiene, promover para que la población esté educada, pues la
salud no se limita a medicinas y médicos. Entre los avances concretos se habló
de las acciones realizadas para abatir la desnutrición y las infecciones
intestinales, así como iniciativas para la desparasitación, sistema de
vacunación y control prenatal en todo el período de gestación; también la prevención
de enfermedades es de suma importancia, organizando campañas de higiene y de
prevención. El Sistema de Salud Autónomo Zapatista estaba logrando la
disminución de la tasa de mortalidad infantil.
La Mesa
2 de dicho encuentro, Educación Autónoma-Desarrollo de la razón, estuvo
enfocada en la educación, las y los promotores explicaron la manera en que
conciben la educación que imparten de manera autónoma, estudios que deben
permitir a los niños y niñas, de cualquier clase social, comprender las cosas
que pasan en su comunidad, en su municipio, en su estado, en su nación y en el
mundo. Que desarrollen habilidades necesarias para definir cualquier tipo de
problema que se presente y encontrar soluciones a través del razonamiento
creativo, también fomentar aptitudes hacia la solidaridad fraterna, cooperación
y democracia, el trabajo en equipo y el colectivismo, todo lo cual servirá para
lograr una formación integral.
Las
promotoras y los promotores han dicho que la edad de alumnas y alumnos va de
los 6 a 17 años, pues es el rango de edad en el que han aprendido a respetar la
maduración mental de los niños y niñas, y que alumnas y alumnos de tercer grado
secundaria están en el proceso de formación para ser los futuros promotores que
atenderán a los niños y niñas. El Sistema Educativo Rebelde Autónomo Zapatista
impulsa que las niñas asistan a las escuelas y revertir la exclusión histórica.
En la
educación zapatista, a decir de Kathia Núñez, niñas y niños tiene una
participación plena, pues el proceso de aprendizaje incluye el convencimiento
de que vayan a la escuela, no es una obligación ni imposición, no se
estandariza a niños y niñas sino que se les reconoce en la singularidad, en las
habilidades particulares que cada quien tiene y en su propia inclinación hacia
ciertas actividades. Así que si un niño no desea asistir a la escuela o a la
milpa, no es porque no quiera o sea flojo, sino que es concebido como
consecuencia de poseer preferencias e intereses diferentes, tales como la
pesca, cacería u otras actividades. El proceso de aprendizaje en las
comunidades zapatistas es mucho más amplio que la simple práctica escolar
tradicional pues, al estar involucrados diversos actores adultos tales como las
autoridades, los asesores externos, promotores y padres de familia, lo
pedagógico se articula con lo social para promover la estrecha relación entre
la práctica escolar y el proyecto político.
Formación
y participación política de niños y niñas zapatistas
Bruno Baronnet ha llamado la atención sobre
que la educación autónoma pone énfasis en un aspecto que, aunque parece obvio
dentro de la vida cotidiana de los pueblos zapatistas, resulta esencial en la
experiencia de niños y niñas para la conformación de su subjetividad: la
formación política. Para los adultos, autoridades zapatistas, es una
preocupación explícita la formación de sujetos sociales y políticos de las
nuevas generaciones que asumirán cargos y tareas democráticas del buen gobierno
de los pueblos zapatistas.
Por lo
que uno de los temas, ejes fundamentales de la educación autónoma, es el
estudio de la historia de la lucha zapatista por el cumplimiento de las 13
demandas y el rechazo a las injusticias, mentiras y violencia del mal gobierno.
El objetivo es que los niños y niñas aprendan y comprendan que los pueblos de
los cuales forman parte, viven en la resistencia, ha descrito Alejandro Cerda
en su estudio anteriormente mencionado.
La
formación política también está en la socialización cotidiana, pues la
participación de niños y niñas zapatistas en las actividades diarias no se
acota a ciertos ámbitos de la vida familiar o comunitaria. Son parte de la
colectividad para realizar diversas acciones culturales, económicas, sociales y
políticas, cuyo sentido en gran medida está en función de su identidad política
específica por lo que, al ser sujetos sociales de las comunidades en rebeldía,
niñas y niños actúan en su propia realidad inmediata y se van constituyendo
como sujetos interesados en aportar al proyecto de vida digna de los pueblos
zapatistas, es la vida cotidiana como acción política.
Además
de la participación comunitaria, la socialización en los actos cívicos y
políticos públicos han sido de gran relevancia para la formación de una
perspectiva más amplia en niños y niñas, pues la interacción con compañeros y
compañeras zapatistas de otras comunidades, municipios o regiones y con
personas externas a las comunidades, mexicanas y extranjeras, va generando el
desarrollo y fortalecimiento de habilidades en los niños y niñas para
comunicarse, comprender, reflexionar, analizar y actuar acorde a su identidad
política y edad. Como consecuencia, y a decir del Subcomandante Marcos en la
mencionada entrevista que le hace Laura Castellanos en 2007, la segunda
generación zapatista de infancia es menos fundamentalista que la primera.
Las de
Lupita y Marina son dos experiencias que, más allá del encanto y curiosidad que
causó a los adultos simpatizantes, develan el consecuente proceso de formación
política de la infancia y la relación horizontal y respetuosa a sus saberes y
edades, que han establecido los adultos zapatistas con niños y niñas como
compañeros y compañeras de lucha. Lupita, hija de la comandanta Hortensia, fue
parte de los delegados de la Comisión Sexta del EZLN que, en septiembre de
2006, viajó a la Ciudad de México para ratificar la solidaridad zapatista con
el pueblo de Atenco y los integrantes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra;
Lupita, como la Delegada Cinco y Cuarto, se sumó a la exigencia por la libertad
de los presos de Atenco.
Durante
el Tercer Encuentro de los Pueblos Zapatistas con los Pueblos del Mundo, en
diciembre 2007, Marina y otra niña pronunciaron un discurso breve, sencillo y
claro. En los pocos minutos que habló ante el micrófono, Marina mencionó varios
aspectos sobre su vida dentro de la lucha zapatista, tales como su escuela
autónoma, la relación con sus padres, el orgullo de ser zapatista en
resistencia y de sus derechos a hacer lo que le gusta, estudiar, participar,
bailar, cantar y divertirse.
Esta
segunda generación de niños y niñas zapatistas que se fue formando en los
primeros años de la autonomía organizada en las Juntas de Buen Gobierno, fue
acompañada en su proceso por los jóvenes que eran niños y niñas cuando el
levantamiento armado y que comenzaron a asumir diversos cargos comunitarios
para la construcción de la autonomía. Y quienes eran jóvenes durante el
levantamiento armando comienzan a llegar a los cargos de dirección por lo que,
a decir del subcomandante Marcos, en la Carta cuarta a Don Luis Villoro en el
intercambio sobre Ética y Política, de octubre-noviembre del 2011, la
dirigencia rebelde veterana ha discutido sobre las maneras en que deben
acompañarlos en estas tareas, para construir el puente de la historia entre los
experimentados zapatistas y la generación joven.
Finalmente,
el 21 de diciembre del 2012, los contingentes de zapatistas que marcharon
silenciosamente en las cinco cabeceras municipales de Chiapas, estuvieron
compuestos por personas de todas las edades, bebes cargados por sus padres y
madres, niños, niñas, jóvenes, mujeres, hombres y ancianos. Particularmente los
hombres jóvenes cargando a sus hijos pequeños llamaron la atención, tanto por
representar, los bebés, la nueva generación nacida en la autonomía fortalecida
a diez años de la creación de las Juntas de Buen Gobierno, como por ser, los
padres jóvenes, la generación de niños que vivieron el levantamiento armado
hace casi veinte años y que evidencian una transformación en su identidad
masculina.
La
otra política: niñas y niños como compañeras y compañeros de lucha.
En el
marco del 20 aniversario del alzamiento zapatista, es importante revisar las
transformaciones que la infancia indígena chiapaneca, integrante de los pueblos
zapatistas, ha vivido a lo largo de tres generaciones participando activamente
en la lucha y resistencia. Las condiciones y características de los niños y
niñas de ahora, evidentemente, no son las mismas a las de la infancia que
crecía entre la muerte y la pobreza hasta antes del 1 de enero de 1994.
Mirar
en retrospectiva el proceso zapatista, en ámbitos como la educación, la salud,
las relaciones de género, los pueblos indígenas, la organización comunitaria,
el combate a la pobreza, el quehacer político o la relación con el Estado mexicano,
desde los niños, niñas y jóvenes, puede ser el punto de partida para pensar
sobre los cambios generacionales que presenta el perfil de los integrantes de
las comunidades zapatistas como la emergencia de un nuevo sujeto político.
Con el
breve recorrido histórico del devenir de la infancia zapatista expuesto en el
presente texto, se pueden esbozar algunas líneas de reflexión centradas en los
niños y niñas, concebidos como sujetos sociales, colectivos y políticos que
actúan y se organizan, opinan y deciden sobre cuestiones personales y sociales,
enmarcadas en un proyecto político anticapitalista.
La
infancia y juventud como tema de estudio, a diferencia de otros temas como el
de las mujeres, la autonomía, la educación o el territorio, presenta escasos análisis
e investigaciones en la experiencia zapatista. La mayoría de los trabajos que
los abordan parten desde aspectos tales como la salud, la educación, los medios
de comunicación, las actividades artísticas y culturales, pero en muy pocas
ocasiones desde los niños, niñas y jóvenes como actores centrales.
Examinar
el tipo de relación que han establecido los adultos zapatistas con los niños y
niñas, muestra la particular relación entre racionalidad y afectividad, el
cariño y la responsabilidad y el respeto y la autonomía, como elementos
centrales para la transformación de los roles sociales hacia la emancipación de
los sujetos individuales y colectivos. Identificar las habilidades y saberes
particulares que niños y niñas zapatistas van desarrollando, ayudará a
clarificar algunas características del particular proceso de formación,
necesarias para la creación y el sostenimiento de nuevos espacios y prácticas
horizontales de interacción con jóvenes, adultos y ancianos.
Reflexionar
sobre cómo se han ido generando las nuevas subjetividades zapatistas, desde las
experiencias de socialización política a temprana edad, contribuye a la
comprensión de las transformaciones sociales impulsadas a partir de las
novedosas prácticas comunitarias y políticas del zapatismo. En este sentido, es
relevante el vocabulario nuevo que resignifica lo político poniendo en
evidencia la falta de sentido del discurso tradicional de hacer política de las
instituciones y partidos políticos, pues los conceptos zapatistas van
alimentando la construcción de sentidos y prácticas políticas diferentes que
generan nuevas subjetividades.
Niñas y
niños van aprendido a nombrar a la política del Estado y los partidos como la
política de arriba, el mal gobierno y la política tradicional, y al mismo tiempo
aprehendiendo un discurso distinto cargado de significaciones nuevas, tales
como abajo y a la izquierda, la otra política y las Juntas de Buen Gobierno. El
referente práctico está basado en la autonomía indígena que involucra a los
integrantes de los pueblos zapatistas en su singularidad y a los pueblos
indígenas en su universalidad, pero no sólo, pues mediante algunas experiencias
se han dado cuenta que su acción política convoca a colectividades de muy
diversa índole.
Las
subjetividades nuevas que se están produciendo y que son distintas a las de las
generaciones anteriores, las que ya no consideran al Estado como actor central
del quehacer político, las que asumen y aceptan las diferencias desde la
igualdad de la autonomía, las que están creando y fortaleciendo espacios y
tiempos nuevos, las que actúan desde la singularidad pero sin dejar de
pertenecer a la colectividad, son las que conforman al nuevo sujeto político.
Caracterizar
los diferentes espacios de socialización y participación infantil, cuyo
carácter político es central, proporciona pistas para abordar la constitución
de los niños y las niñas como sujetos políticos. La formación política de niños
y niñas zapatistas también es consecuencia de las prácticas y opiniones
políticas de los adultos, así como de la relación como compañeros que
establecen, las cuales aportan a la constitución de determinada identidad
política con ética y principios.
Cuando
niños y niñas participan en las iniciativas políticas de los pueblos
zapatistas, se pone de manifiesto la cuestión del sujeto político y el carácter
colectivo de la acción política, pues el proceso de la subjetivación política
se inscribe en la comunidad o colectivo. Hay que inventar la política, ha dicho
Alain Badiou, pues no puede existir más que como acontecimiento colectivo,
cuyos sujetos son llamados militantes del procedimiento y el sujeto político
es, entonces, aquel que está durante, pero sobre todo, que se constituye
después de dicho acontecimiento desde la heterogeneidad de las singularidades
que se universalizan.
Pensar
la política desde los niños y niñas, apela a concebirlos y reconocerlos como
sujetos autónomos en proceso de formación de una subjetividad diferente a la de
los adultos, la cual va emergiendo a partir de las posibilidades que tienen de
desarrollar su creatividad y satisfacer la curiosidad por el mundo que se abre
ante ellos y ellas. De ahí la importancia del rol de los adultos, pues son
quienes restringen o incrementan la posibilidad de que niños y niñas se
entiendan a sí mismos como sujetos con autoconfianza e iniciativa propia, para
actuar en su propio interés y ser reconocidos socialmente, señala Manfred
Liebel.
Como se
ha visto, en el caso de la experiencia zapatista hay prácticas que sugieren
poderosamente que los adultos están en el intento permanente de contribuir a
que niños y niñas se emancipen, pues la apuesta política de quienes se
levantaron en armas hace veinte años es justo eso, la ruptura de la repetición
de la sujeción en la que estaban los pueblos indígenas y el comienzo de la
construcción de un mundo distinto. Si la infancia zapatista de hace veinte años
es ahora una adultez distinta, las actuales generaciones de niños, niñas y
jóvenes que crecen en la autonomía son la certeza de la emancipación de los
pueblos.
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