La censura y
la prohibición nos atraviesan desde lo más recóndito de nuestro ser. Ya sea
explícita, como ciertas acciones penadas por la ley; o tácitas, cuestiones
morales o estéticas que la sociedad se encarga de castigar a través de la
marginación o el desprecio. Si hacemos referencia a los libros, ellos tampoco
han escapado a esta cuestión.
Hoy en día gozamos de una libertad para leer que,
aunque no es total -ya que nunca existirá una libertad absoluta en los
individuos-, es ampliamente mayor en comparación con lo vivido en otros pasajes
de la historia. Debemos reflexionar acerca de cómo esto no siempre ha sido así.
Hemos vivido procesos históricos muy oscuros donde ciertos libros que
inquietaban a los sectores dominantes, a las cúspides del poder o a los
dictadores de turno, fueron prohibidos y sus discursos, muchas veces
silenciados bajo el mismo método: arder en llamas.
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