Hoy es un día de duelo: ha muerto Eduardo Galeano, el
querido escritor y activista uruguayo. Lo lloran generaciones de hombres y
mujeres que han sido influenciados por sus libros políticos y sus relatos,
escritos con sentido poético y firme compromiso con la justicia.
Aquí hemos
reunido de diferentes fuentes algo de lo escrito y narrado por Eduardo Galeano,
como una forma de hacerle honor a su palabra: mantenerla viva, reflexionarla, difundirla,
compartirla.
El
Huffington Post
Publicado:
13/04/2015
El escritor uruguayo Eduardo Galeano (3 de
septiembre de 1940) ha muerto en Montevideo (Uruguay), su ciudad natal, a los
74 años. Galeano, escritor y periodista, es conocido por su obra esencial Las venas abiertas de América Latina,
que escribió en 1971, pero también por su medio centenar de libros en los que
trataba el documental, la ficción y el periodismo.
Galeano estaba ingresado en el
Centro de Asistencia del Sindicato Médico del Uruguay, CASMO 2, de Montevideo
desde el viernes a causa de complicaciones derivadas de un cáncer de pulmón,
del que ya había sido tratado en 2007. La noticia de su fallecimiento fue confirmada por
Radio Nacional de España , y más tarde el Ministerio de Educación y Cultura de
Uruguay confirmó también el fallecimiento del escritor en su página web.
El escritor (cuyo nombre completo
era Eduardo Germán María Hughes Galeano) había dejado preparado para su
publicación un texto inédito que quería se publicara tras su fallecimiento,
según confirma la agencia EFE. La editorial Siglo XXI preparará la publicación
de esta, probablemente en el mes de mayo, que aparecerá simultáneamente en
España, México y Argentina.
Esta semana a la venta un nuevo
libro del escritor llamado Mujeres, considerado
un experimento editorial. La obra, también de la editorial Siglo XXI, es una
antología de sus mejores textos sobre las mujeres, uno de los principales temas
que recorrieron su obra. La selección, que ocupa más de 200 páginas, fue
realizada por el propio autor. Por ella desfilan Marilyn Monroe, Juana de Arco,
Teresa de Ávila o Rigoberta Menchú, así como las hazañas colectivas de mujeres
anónimas.
'Mujeres': tres extractos del último libro de Eduardo Galeano
El
Huffington Post
Publicado:
13/04/2015
El único consuelo posible
para los millones de lectores de Eduardo Galeano, fallecido hoy en Montevideo
(Uruguay) a los 74 años de edad, es que ha dejado terminado su último libro:
fueron necesarias once versiones hasta que el escritor dio finalmente el visto
bueno. Aún no tiene título, pero está listo para entrar en imprenta. Su anterior
trabajo, publicado en 2012, fue Los Hijos de los Días.
Esta misma semana, además, ha llegado a las librerías una antología con una
selección de sus cuentos y relatos dedicados a personajes femeninos: Mujeres,
de la editorial Siglo XXI de España. Poco más de 200 páginas por las que
desfilan desde Sherezade a Teresa de Ávila, desde Rigoberta Menchú a Marilyn
Monroe, junto a mujeres anónimas o colectivos como las guerreras de la
revolución mexicana o las luchadoras de la comuna de París.
A continuación puedes leer algunos de los textos que aparecen en Mujeres,
un libro cuidadosamente editado y en cuya portada aparecen figuras de artesanía
de Olinda, Brasil, que fueron escogidas por el propio Galeano. Él también supervisó
la selección de los textos.
JUANA
Como Teresa de Ávila, Juana Inés de la Cruz se hizo monja para evitar la
jaula del matrimonio.
Pero también en el convento su talento ofendía. ¿Tenía cerebro de hombre
esta cabeza de mujer? ¿Por qué escribía con letra de hombre? ¿Para qué quería
pensar, si guisaba tan bien? Y ella, burlona, respondía:
—¿Qué podemos saber las
mujeres, sino filosofías de cocina?
Como Teresa, Juana escribía, aunque ya el sacerdote Gaspar de Astete
había advertido que a la doncella cristiana no le es necesario saber escribir,
y le puede ser dañoso.
Como Teresa, Juana no sólo escribía, sino que, para más escándalo,
escribía indudablemente bien.
En siglos diferentes, y en diferentes orillas de la misma mar, Juana, la
mexicana, y Teresa, la española, defendían por hablado y por escrito a la
despreciada mitad del mundo.
Como Teresa, Juana fue amenazada por la Inquisición. Y la Iglesia, su
Iglesia, la persiguió, por cantar a lo humano tanto o más que a lo divino, y
por obedecer poco y preguntar demasiado.
Con sangre, y no con tinta, Juana firmó su arrepentimiento. Y juró por
siempre silencio. Y muda murió.
LOUISE
—Quiero saber lo que saben –explicó ella.
Sus compañeros de destierro le advirtieron que esos salvajes no sabían
nada más que comer carne humana:
—No saldrás viva.
Pero Louise Michel aprendió la lengua de los nativos de Nueva Caledonia
y se metió en la selva y salió viva.
Ellos le contaron sus tristezas y le preguntaron por qué la habían
mandado allí:
—¿Mataste a tu marido?
Y ella les contó todo lo de la Comuna:
—Ah –le dijeron–. Eres una vencida. Como nosotros.
CELEBRACIÓN DE LA AMISTAD
Juan Gelman me contó que una señora se había batido a paraguazos, en una
avenida de París, contra toda una brigada de obreros municipales. Los obreros
estaban cazando palomas cuando ella emergió de un increíble Ford a bigotes, un
coche de museo, de aquellos que arrancaban a manivela; y blandiendo su
paraguas, se lanzó al ataque.
A mandobles se abrió paso, y su paraguas justiciero rompió las redes
donde las palomas habían sido atrapadas. Entonces, mientras las palomas huían
en blanco alboroto, la señora la emprendió a paraguazos contra los obreros.
Los obreros no atinaron más que a protegerse, como Pudieron, con los
brazos, y balbuceaban protestas que ella no oía: más respeto, señora, haga el favor, estamos trabajando, son órdenes
superiores, señora, por qué no le pega al alcalde, cálmese, señora, qué bicho
la picó, se ha vuelto loca esta mujer...
Cuando a la indignada señora se le cansó el brazo, y se apoyó en una
pared para tomar aliento, los obreros exigieron una explicación.
Después de un largo silencio, ella dijo:
—Mi hijo murió.
Los obreros dijeron que lo lamentaban mucho, pero que ellos no tenían la
culpa. También dijeron que esa mañana había mucho que hacer, usted comprenda...
—Mi hijo murió –repitió ella.
Y los obreros: que sí, que sí, pero que ellos se estaban ganando el pan,
que hay millones de palomas sueltas por todo París, que las jodidas palomas son
la ruina de esta ciudad...
—Cretinos –los fulminó la señora.
Y lejos de los obreros, lejos de todo, dijo:
—Mi hijo murió y se
convirtió en paloma.
Los obreros callaron y estuvieron un largo rato pensando. Y por fin,
señalando a las palomas que andaban por los cielos y los tejados y las aceras,
propusieron:
—Señora: ¿por qué no se
lleva a su hijo y nos deja trabajar en paz?
Ella se enderezó el sombrero negro:
—¡Ah, no! ¡Eso sí que
no!
Miró a través de los obreros, como si fueran de vidrio, y muy
serenamente dijo:
—Yo no sé cuál de las palomas es mi hijo. Y si
supiera, tampoco me lo llevaría. Porque ¿qué derecho tengo yo a separarlo de
sus amigos?
LOS NADIES.... de Eduardo Galeano
Subido
el 11/08/2009
El gran escritor, pensador y
maestro Latinoamericano Eduardo Galeano en "Los
Nadies"
Leo y
comparto
Eduardo
Galeano
13
abril, 2015
Los huérfanos de la tragedia de Ayotzinapa no están
solos en la porfiada búsqueda de sus queridos perdidos en el caos de los
basurales incendiados y las fosas cargadas de restos humanos.
Los acompañan las voces
solidarias y su cálida presencia en todo el mapa de México y más allá,
incluyendo las canchas de futbol donde hay jugadores que festejan sus goles
dibujando con los dedos, en el aire, la cifra 43, que rinde homenaje a los
desaparecidos.
Mientras tanto, el presidente
Peña Nieto, recién regresado de China, advertía que esperaba no tener que hacer
uso de la fuerza, en tono de amenaza.
Además, el presidente
condenó la violencia y otros actos abominables cometidos por los que no
respetan la ley ni el orden, aunque no aclaró que esos maleducados podrían ser
útiles en la fabricación de discursos amenazantes.
El presidente y su esposa,
la Gaviota por su nombre artístico, practican la sordera de lo que
no les gusta escuchar y disfrutan la soledad del poder.
Muy certera ha sido la
sentencia del Tribunal Permanente de los Pueblos, pronunciada al cabo de tres
años de sesiones y miles de testimonios: En este reino de la impunidad hay
homicidios sin asesinos, torturas sin torturadores y violencia sexual sin
abusadores.
En el mismo sentido, se
pronunció el manifiesto de los representantes de la cultura mexicana, que
advirtieron: Los gobernantes han perdido el control del miedo; la furia
que han desencadenado se está volviendo contra ellos.
Desde San Cristóbal de Las
Casas, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional dice lo suyo: Es
terrible y maravilloso que los pobres que aspiran a ser maestros se hayan convertido
en los mejores profesores, con la fuerza de su dolor convertido en rabia digna,
para que México y el mundo despierten y pregunten y cuestionen.
Eduardo Galeano: El trabajo y la dignidad humana
Por, Eduardo Galeano
13
de abril de 2015
Contrapuntos
Este bello y poderoso texto
fue leído por Eduardo Galeano en la sesión magistral de clausura de la VI
Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales, llevada a cabo del
6 al 9 de noviembre de 2012 en la Ciudad de México. Más de 5 mil participantes,
gran parte de ellos jóvenes, acompañaron su presentación en aquellas jornadas
promovidas por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y la
UNESCO. Más abajo puede accederse al video completo de su conferencia.
No
sé cómo podremos acostumbrarnos a la ausencia de Eduardo Galeano, a sus siempre
necesarios y oportunos relatos, a su compromiso y militancia incansable a favor
de la justicia, la libertad y la igualdad. El mejor homenaje que podemos
rendirle es leerlo y escucharlo, contagiando a las nuevas generaciones el valor
de la palabra para hacer del nuestro, un mundo más humano.
Pablo
Gentili, Secretario Ejecutivo de CLACSO y coordinador del blog Contrapuntos
Ciudad de México,
viernes 9 de noviembre de 2012
No se asusten, empezaré diciendo “seré breve”, pero esta vez es verdad. Y
es verdad porque yo estoy empeñado en una inútil campaña contra la “inflación
palabraria” en América Latina, que yo creo que es más jodida, más peligrosa
que la inflación monetaria, pero se cultiva con más frecuencia. Y porque además
lo que voy a hacer es leer para ustedes un mosaico de textos breves previamente
publicados en revistas, periódicos, libros. Pero no reunidos como ahora en una
sola ocasión, reunidos en torno a una pregunta que me ocupa y me preocupa como
–estoy seguro– a todos ustedes, que es la pregunta siguiente: ¿los derechos de
los trabajadores son ahora un tema para arqueólogos? ¿Sólo para arqueó-logos?
¿Una memoria perdida de tiempos idos? Este en un mosaico armado con textos
diversos que se refieren todos –sin querer queriendo, yendo y viniendo entre el
pasado y el presente– a esta pregunta más que nunca actualizada: ¿“Los derechos de los trabajadores” es un
tema para arqueólogos? Más que nunca actualizada en estos tiempos de crisis, en
los que más que nunca los derechos están siendo despedazados por el huracán
feroz que se lleva todo por delante, que castiga el trabajo y en cambio
recompensa la especulación, y está arrojando al tacho de la basura más de dos
siglos de conquistas obreras.
La tarántula
universal
Ocurrió en Chicago en 1886. El 1º
de mayo, cuando la huelga obrera paralizó Chicago y otras ciudades, el diario Philadelphia
Tribune diagnosticó: “El elemento
laboral ha sido picado por una especie de tarántula universal y se ha vuelto
loco de remate”. Locos de remate estaban los obreros que luchaban por la
jornada de trabajo de ocho horas y por el derecho a la organización sindical.
Al año siguiente, cuatro dirigentes obreros, acusados de asesinato, fueron
sentenciados sin pruebas en un juicio mamarracho. Se llamaban George Engel,
Adolph Fischer, Albert Parsons y Auguste Spies; marcharon a la horca
mientras el quinto condenado (Louis Lingg) se había volado la cabeza en su
celda.
Cada 1º de mayo el mundo entero los recuerda.
Dicho sea de paso, les cuento que estuve en Chicago hace unos siete u
ocho años, y les pedí a mis amigos que me llevaran al lugar donde todo esto
había ocurrido, y no lo conocían. Entonces me di cuenta de que en realidad esto,
esta ceremonia universal –la única fiesta de veras universal que existe–, en
Estados Unidos no se celebraba; o sea, era en ese momento el único país
del mundo donde el 1 de mayo no era el Día de los Trabajadores. En estos
últimos tiempos eso ha cambiado, recibí hace poco una carta muy jubilosa de
estos mismos amigos contándome que ahora había en ese lugar un monolito que
recordaba a estos héroes del sindicalismo, que las cosas habían cambiado y que
se había hecho una manifestación de cerca de un millón de personas en su
memoria por primera vez en la historia. Y la carta terminaba diciendo: “Ellos te saludan”.
Cada 1º de mayo el mundo recuerda a esos mártires, y con el paso del
tiempo las convenciones internacionales, las constituciones y las leyes les han
dado la razón. Sin embargo, las empresas más exitosas siguen sin enterarse.
Prohíben los sindicatos obreros y miden las jornadas de trabajo con aquellos
relojes derretidos de Salvador Dalí.
Una enfermedad
llamada "trabajo"
En 1714 murió Bernardino
Ramazzini. Él era un médico raro, un médico rarísimo, que empezaba preguntando:
“¿En qué trabaja usted?”. A nadie se
le había ocurrido que eso podía tener alguna importancia. Su experiencia le
permitió escribir el primer Tratado de Medicina del Trabajo, donde
describió –una por una– las enfermedades frecuentes en más de cincuenta oficios.
Y comprobó que había pocas esperanzas de curación para los obreros que comían
hambre, sin sol y sin descanso, en talleres cerrados, irrespirables y
mugrientos. Mientras Ramazzini moría en Padua, en Londres nacía Percivall Pott.
Siguiendo las huellas del maestro italiano, este médico inglés investigó la
vida y la muerte de los obreros pobres. Y entre otros hallazgos, Pott descubrió
por qué era tan breve la vida de los niños deshollinadores. Los niños se
deslizaban desnudos por las chimeneas, de casa en casa, y en su difícil tarea
de limpieza respiraban mucho hollín.
El hollín era su verdugo.
Desechables
Más de 90 millones de clientes
acuden, cada semana, a las tiendas Wal-Mart. Sus más de 900 mil empleados
tienen prohibida la afiliación a cualquier sindicato. Cuando a alguno se le
ocurre la idea, pasa a ser un desempleado más. La exitosa empresa niega sin
disimulo uno de los derechos humanos proclamados por las Naciones Unidas: la
libertad de asociación. Y más, el fundador de Wal-Mart, Sam Walton, recibió en
1992 la Medalla de la Libertad, una de las más altas condecoraciones de
los Estados Unidos.
Uno de cada cuatro adultos norteamericanos y nueve de cada diez niños
engullen en McDonald’s la comida plástica que los engorda. Los trabajadores de
McDonald’s son tan desechables como la comida que sirven. Los pica la misma
máquina. Tampoco ellos tienen el derecho de sindicalizarse.
En Malasia, donde los sindicatos obreros todavía existen y actúan, las
empresas Intel, Motorola, Texas Instruments y Hewlett-Packard lograron evitar
esa molestia. El gobierno de Malasia declaró union free (libre de
sindicatos) el sector electrónico. Tampoco tenían ninguna posibilidad de
agremiarse las 190 obreras que murieron quemadas vivas en Tailandia en 1993, en
el galpón trancado por fuera donde fabricaban los muñecos de Sesame Street,
Bart Simpson, la familia Simpson y los Muppets.
En sus campañas electorales del año 2000, los candidatos Bush y Gore
coincidieron en la necesidad de seguir imponiendo en el mundo el modelo
norteamericano de relaciones laborales. “Nuestro estilo de trabajo” –como ambos lo llamaron– es el que está
marcando el paso de la globalización que avanza con botas de siete leguas y
entra hasta en los más remotos rincones del planeta.
La tecnología, que ha abolido las distancias, permite ahora que un
obrero de Nike en Indonesia tenga que trabajar 100 mil años para ganar lo que
gana en un año –100 mil años para ganar lo que gana en un año– un trabajador de
su empresa en los Estados Unidos. Es la continuación de la época colonial, en
una escala jamás conocida. Los pobres del mundo siguen cumpliendo su función
tradicional: proporcionan brazos baratos y productos baratos, aunque ahora
produzcan muñecos, zapatos deportivos, computadoras o instrumentos
de alta tecnología, además de producir como antes caucho, arroz, café, azúcar y
otras cosas malditas por el mercado mundial.
Desde 1919 se han firmado 183 convenios internacionales que regulan las
relaciones de trabajo en el mundo. Según la Organización Internacional
del Trabajo, de esos 183 acuerdos Francia ratificó 115, Noruega 106, Alemania 76
y los Estados Unidos… 14. El país que encabeza el proceso de globalización sólo
obedece sus propias órdenes. Así garantiza suficiente impunidad a sus grandes
corporaciones, lanzadas a la cacería de mano de obra barata y a la conquista de
territorios que las industrias sucias pueden contaminar a su antojo.
Paradójicamente, este país que no reconoce más ley que la ley del trabajo… no
reconoce más ley que la ley del trabajo fuera de la ley, es el que dice que
ahora no habrá más remedio que incluir cláusulas sociales y de protección
ambiental en los Acuerdos de Libre Comercio. ¿Qué sería de la realidad, no?
¿Qué sería de ella sin la publicidad que la enmascara? Estas cláusulas son
meros impuestos que el vicio paga a la virtud con cargo al rubro “relaciones públicas”, pero la sola
mención de los derechos obreros pone los pelos de punta a los más fervorosos
partidarios, abogados, del salario de hambre, el horario de goma y el despido
libre.
Desde que Ernesto Zedillo dejó la Presidencia de México, pasó a integrar
los directorios de la Union Pacific Corporation y del consorcio Procter &
Gamble, que opera en 140 países, y además encabeza una comisión de las Naciones
Unidas y difunde sus pensamientos en la revista Forbes. En idioma “tecnocratés”, se indigna contra lo que
llama “la imposición de estándares
homogéneos en los nuevos acuerdos comerciales”; traducido, eso significa “olvidemos de una buena vez toda la
legislación internacional que todavía protege más o menos, menos que más, a los
trabajadores”. El presidente jubilado cobra por predicar la esclavitud,
pero el principal director ejecutivo de General Electric lo dice más claro: “Para competir hay que exprimir los limones”,
y no es necesario aclarar que él no trabaja de limón en el reality show del
mundo de nuestro tiempo. Ante las denuncias y las protestas, las empresas se
lavan las manos y “yo no fui, yo no fui”.
En la industria posmoderna el trabajo ya no está concentrado, así es en
todas partes, y no sólo en la actividad privada. Los contratistas fabrican las
tres cuartas partes de los autos de Toyota; de cada cinco obreros de Volkswagen
en Brasil, sólo uno es empleado de la empresa; de los 81 obreros de Petrobras
muertos en accidentes de trabajo a fines del siglo XX, 66 estaban al servicio de
contratistas que no cumplen las normas de seguridad.
A través de 300 empresas contratistas, China produce la mitad de todas
las muñecas Barbie para las niñas del mundo. En China sí hay sindicatos, pero
obedecen a un Estado que en nombre del socialismo se ocupa de la disciplina de
la mano de obra. “Nosotros combatimos la
agitación obrera y la inestabilidad social para asegurar un clima favorable a
los inversores”, explicó Bo Xilai, alto dirigente del Partido Comunista
Chino.
El poder económico está más monopolizado que nunca, pero los países y
las personas compiten en lo que pueden, a ver quién ofrece más a cambio de
menos, a ver quién trabaja el doble a cambio de la mitad. A la vera del camino
están quedando los restos de las conquistas arrancadas por tantos años de dolor
y de lucha.
Las plantas maquiladoras de México, Centroamérica y el Caribe, que por
algo se llaman sweatshops (“talleres
del sudor”), crecen a un ritmo mucho más acelerado que la industria en su
conjunto. Ocho de cada diez nuevos empleos en la Argentina están en negro, sin
ninguna protección legal; nueve de cada diez nuevos empleos en toda América
Latina corresponden al llamado “sector
informal”, un eufemismo para decir que los trabajadores están librados a la
buena de Dios. ¿La estabilidad laboral y los demás derechos de los trabajadores
serán de aquí a poco un tema para arqueólogos? ¿No más que recuerdos de una
especie extinguida?
En el mundo del revés, la libertad oprime. La libertad del dinero exige
trabajadores presos, presos de la cárcel del miedo, que es la más cárcel de
todas las cárceles. El Dios del mercado amenaza y castiga, y bien lo sabe
cualquier trabajador en cualquier lugar. El miedo al desempleo que sirve a los
empleadores para reducir sus costos de mano de obra y multiplicar la
productividad, eso hoy por hoy es la fuente de angustia más universal de todas
las angustias.
¿Quién está a salvo del pánico, de ser arrojado a las largas colas de
los que buscan trabajo? ¿Quién no teme convertirse en un obstáculo interno,
para decirlo con las palabras del presidente de la Coca-Cola, que explicó el
despido de miles de trabajadores diciendo que “hemos eliminado los obstáculos internos”? Y en tren de preguntas,
la última: ante la globalización del dinero, que divide el mundo en domadores y
domados, ¿se podrá internacionalizar la lucha por la dignidad del trabajo?
Menudo desafío.
Un
raro acto de cordura
En 1998, Francia dictó la ley que
a 35 horas semanales el horario de trabajo. Trabajar menos, vivir más. Tomás
Moro había soñado en su Utopía pero hubo que esperar cinco siglos para que por
fin una nación se atreviera a cometer semejante acto de sentido común. Al fin y
al cabo, ¿para qué sirven las máquinas si no es para reducir el tiempo de
trabajo y ampliar nuestros espacios de libertad? ¿Por qué el progreso
tecnológico tiene que regalarnos desempleo y angustia? Por una vez, al menos,
hubo un país que se atrevió a desafiar tanta sinrazón. Pero, pero… poco duró la
cordura. La ley de las 35 horas murió a los diez años.
Este
inseguro mundo
Hoy, vale la pena advertir que no
hay en el mundo nada más inseguro que el trabajo. Cada vez son más y más los
trabajadores que despiertan cada día preguntando: “¿Cuántos sobraremos, quién me comprará?”. Muchos pierden el
trabajo, y muchos pierden, trabajando, también la vida. Cada 15 segundos muere
un obrero asesinado por eso que llaman “accidentes
de trabajo”.
La inseguridad pública es el tema preferido de los políticos, que
desatan la histeria colectiva en cada elección. “¡Peligro, peligro – proclaman– en
cada esquina acecha un ladrón, un violador, un asesino!”. Pero esos
políticos jamás denuncian que trabajar es peligroso. Y es peligroso cruzar la
calle, porque cada 25 segundos muere un peatón asesinado por eso que llaman “accidentes de tránsito”. Y es peligroso
comer, porque quien está a salvo del hambre puede sucumbir envenenado por la
comida química. Y es peligroso respirar, porque en las ciudades, en las grandes
ciudades, el aire es… el aire puro es como el silencio: un artículo de lujo. Y
también es peligroso nacer, porque cada 3 segundos muere un niño que no ha
llegado vivo a los cinco años de edad.
Una historia real para acabar (se me fue la mano con las teorías), un
par de cosas que tengan más que ver con la realidad de carne y hueso, como la
historia de Maruja. El 30 de marzo, Día del Servicio Doméstico, no viene mal
contar la breve historia de una trabajadora de uno de los oficios más ninguneados del
mundo. Maruja no tenía edad. De sus años de antes, nada decía; de sus
años de después, nada esperaba. No era linda ni fea ni más o menos, caminaba
arrastrando los pies, empuñando el plumero o la escoba o el cucharón.
Despierta, hundía la cabeza entre los hombros. Dormida, hundía la cabeza entre
las rodillas. Cuando le hablaban, miraba al suelo, como quien cuenta hormigas.
Había trabajado en casas ajenas desde que tenía memoria. Nunca había salido de
la ciudad de Lima, nunca. Mucho trajinó de casa en casa, y en ninguna se
hallaba. Por fin, por fin, encontró un lugar donde fue tratada como si fuera
persona. A los pocos días, se fue.
Se estaba encariñando.
Desaparecidos
Agosto 30, Día de los
Desaparecidos. Los muertos sin tumba, las tumbas sin nombre, las mujeres y los
hombres que el terror tragó, los bebés que son o han sido botín de guerra, y
también los bosques nativos, las estrellas en la noche de las ciudades, el
aroma de las flores, el sabor de las frutas, las cartas escritas a mano, los
viejos cafés donde había tiempo para perder el tiempo, el fútbol de la calle,
el derecho a caminar, el derecho a respirar, los empleos seguros, las
jubilaciones seguras, las casas sin rejas, las puertas sin cerradura, el
sentido comunitario y el sentido común.
El
origen del mundo
Hacía pocos años que había
terminado la Guerra Española, y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas
de la República. Uno de los vencidos, un obrero anarquista recién salido de la
cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para
un rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros, le daban la
espalda, con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo
que le quedaba.
Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los
reproches de su esposa beata, mujer de misa diaria, mientras el hijo, un niño
pequeño, le recitaba el catecismo. Mucho tiempo después, Josep Verdura, el hijo
de aquel obrero maldito, me lo contó. Me contó esta historia. Me lo contó en
Barcelona, cuando yo llegué al exilio, me lo contó: él era un niño desesperado
que quería salvar a su padre de la condenación eterna, pero el muy ateo, el muy
tozudo, no entendía razones. “Pero, papá
–le preguntó Josep, llorando–, pero,
papá… si Dios no existe, ¿quién hizo el mundo?”. Y el obrero, cabizbajo,
casi en secreto, dijo: “¡Tonto, tonto!
¡Al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles!”.
Ciudad de
México, viernes 9 de noviembre de 2012
La historia de las miradas -
narrado por Eduardo Galeano, escritor.
Publicado el 26/12/2012
Los Otros
Cuentos es un libro-disco que encierra una selección de algunos cuentos del
Subcomandante Marcos, acompañados de fotografías de las comunidades zapatistas.
En el disco, se encuentran los cuentos relatados
por diferentes artistas y defensores de los derechos humanos.
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