Raúl
Zibechi
Fuente:
alainet.org
América
Latina en Movimiento
Publicado
también en La Jornada
15/04/2015
Opinión
Quien escucha los latidos de abajo acoge sus dolores, comparte sus risas y
llantos; quien se esfuerza por entenderlos sin interpretarlos, por aceptarlos
sin juzgarlos, puede ganarse un lugar en los corazones de abajo. Eduardo
Galeano recorrió las más diversas geografías latinoamericanas en trenes, a lomo
de mula y a pie, desplazándose en los mismos medios que los abajos. No
buscaba mimetizarse, sino algo mayor: sentir en su piel los sentires de otros y
otras para hacerlos vivir en sus textos, para ayudarlos a salir del anonimato.
Eduardo fue un hombre sencillo,
comprometido con la gente común, con los nadies, con los oprimidos. El suyo fue
un compromiso con la gente de carne y hueso, con hombres y mujeres vivientes y
sufrientes; mucho más profundo que la adhesión a ideologías que siempre pueden
ser maleadas según los intereses del momento. Los dolores de abajo, nos enseñó,
no pueden ser negociados ni representados, ni siquiera explicados por el mejor
escritor. Lo mismo vale parar sus esperanzas.
Entre sus muchas enseñanzas, es
necesario rescatar su puntilloso apego a la verdad. Pero esas verdades las
encontraba lejos del mundanal ruido de los medios, en los ojos hambrientos de
la niña india, en los pies tajeados de los campesinos, en la sonrisa cándida de
las vendedoras, allí donde los ninguneados dicen sus verdades de todos los
días, sin testigos.
Nunca tuvo la menor duda en apuntar
hacia los responsables de la pobreza y el hambre. Como aquellas crónicas sobre
la crisis de la industria uruguaya, cuando con apenas 20 años era el jefe de
redacción del semanario Marcha, uno de los primeros y mayores exponentes de la
prensa crítica y comprometida. En ellas denunciaba a los poderosos con nombres,
apellidos y propiedades. Sin vueltas. Porque, como le gustaba decir, los medios
emputecen las palabras.
Pero fueron sus reportajes sobre las
luchas y resistencias de los abajos los que dejaron huella temprana, indeleble.
Como aquella que tituló: De la rebeldía en adelante, en marzo de 1964,
relatando la segunda marcha cañera (trabajadores de la caña de azúcar). Su
mirada se detenía en los más de 90 niños que la integraban, en doña Marculina
Piñeiro, tan vieja que había olvidado su edad, por la que parecía sentir
especial admiración. Querían ganarnos por hambre. Pero por hambre, qué íbamos a
perder. Estamos acostumbrados, nosotros, le dijo la mujer, madre y nieta de
cañeros.
Su pluma daba forma a la vida
cotidiana de los desheredados, pero no se conformaba con retratar su dolor. Se
afanaba en pintar –de vivos colores– la dignidad de sus pasos, la rabia capaz
de sobreponerse a la represión y las torturas. En primer lugar aparecían,
siempre y en cada una de sus notas, la gente que encarnaba sufrimientos y
resistencias. Tal vez porque estaba obsesionado por la indiferencia de los más,
a la que consideraba un estilo de vida cuyo cascarón debíamos destruir, que para
eso escribía sus artículos.
Entre los muchos homenajes que
recibió en vida, tuvo el privilegio de que el maestro de la Escuelita Zapatista
José Luis Solís López adoptara Galeano como seudónimo. Es muy probable que el
maestro no se referenciara en el escritor. En todo caso, Eduardo y el zapatismo
se conocieron y reconocieron enseguida. Como si toda la vida se hubieran estado
esperando. No los convocó un programa ni una tabla de demandas, sino la ética
de estar-siendo, abajo y a la izquierda.
Eduardo Galeano estuvo en La
Realidad en agosto de 1996. Participó en una de las mesas del Encuentro
Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo. Habló poco, fue
claro y dijo mucho. En aquellos días, y en muchos más, sembró Galeanos, contagió
Galeanos, que ahora caminan Galeanos enarbolando su digna y Galeana rabia. Los
ninguneados de siempre lo llevan en sus corazones.
Raúl Zibechi, periodista
uruguayo, escribe en Brecha y La Jornada. Integrante del Consejo de ALAI.
Comentarios