Autor: Ana Esther Ceceña
Publicado
en América Latina en Movimiento, No. 500: http://alainet.org/publica/500.phtml
http://alainet.org/active/79387
http://alainet.org/active/79387
Publicado
en CGT-Chiapas
31-Enero-2015
A
Julio César Mondragón In
memoriam
Ayotzinapa
es hoy un emblema, por cierto ominoso, de las atrocidades a las que da lugar el
capitalismo contemporáneo. Ayotzinapa es cualquier parte del mundo donde se
levante una voz disidente, una exigencia, un signo de rebeldía ante la
devastadora desposesión y arrasamiento en los que se sustenta la acumulación de
capital y las redes del poder que lo sostienen.
Ayotzinapa es resultado de un conjunto de procesos entrecruzados que, con
mayor o menor densidad y visibilidad, son consustanciales al capitalismo del
siglo XXI y que, en esa medida, no se circunscriben a México sino que se van
extendiendo subrepticia o escandalosamente en todo el globo.
El
capitalismo del siglo XXI
Cada
vez es más claro que el capitalismo de nuestros tiempos funciona en un doble
carril. Por un lado tenemos la sociedad formalmente reconocida, con su
economía, sus modos de organización y confrontación y su moralidad; y por el
otro crece aceleradamente una sociedad paralela, con una economía calificada
genéricamente de ilegal, y con una moralidad, modos de organización y
mecanismos de disciplinamiento muy diferentes.
Hay lugares del mundo, como México, donde las crisis del neoliberalismo,
además de provocar cambios sustanciales en su ubicación en la división
internacional del trabajo, en la definición de sus actividades productivas y en
los modos de uso de su territorio, generaron una fractura social que se ha
profundizado con el tiempo. Una de las cuestiones centrales es que los jóvenes
perdieron espacio y perspectiva. Se estaba gestando una sociedad con poco
margen de absorción, y en la que desaparecían las posibilidades de empleo o
incorporación y se cancelaban los horizontes. No había cabida para muchos de
los antiguos trabajadores, y mucho menos para los recién llegados al escenario.
La generación X la llamaron algunos, la que no sabe para dónde va porque no
tiene para dónde ir. La nueva fase de concentración capitalista cerraba los
espacios al mismo tiempo que extendía su ámbito. Se apropiaba las tierras, las
actividades domésticas incluso, y hasta el entretenimiento, pero expulsaba de
sus bondades a oleadas crecientes de población: precarizándolas o
convirtiéndolas en parias.
Con un proceso de esta profundidad y características, no puede hablarse de
un orden social. Las condiciones apuntan más bien al desorden, a la ruptura, a
la descomposición, a las fracturas. Es decir, el orden apela al autoritarismo,
que es el único medio visible para garantizarlo.
La militarización del planeta, incluyendo especialmente los ámbitos de la
cotidianidad, empezó a convertirse en la impronta general del proceso. La
estabilidad del sistema no requería solamente del mercado “libre y abierto” de los neoliberales, sino de una fuerza que
garantizara su funcionamiento. El mercado militarizado, con manos no solamente
visibles sino bien armadas. Fue ésta la ruta del capitalismo formal, reconocido
y, paradójicamente, “legal”.
Pero las fracturas abiertas en la sociedad de esta manera, como si le
hubieran aplicado un fracking, encontraron su escape o cobijo en la gestación
de una sociedad paralela. Una sociedad que se abrió paso en los resquicios
ocultos de la otra pero que la terminó invadiendo. Una sociedad que rescató la
inmundicia que la hipocresía de la otra rechazaba, y la convirtió en negocio,
en espacio de acumulación y de poder.
Todos los negocios ilícitos pasaron hacia allá. Tráfico de armas,
producción y tráfico de drogas, tráfico humano, tráfico de especies valiosas y
escasas y una gran cantidad de variantes de estos que son de los negocios más
rentables, entre otros porque no están sometidos al pago de impuestos, pero que
la moralidad establecida se ve obligada a negar.
Y ahí empezó el juego de unos contra otros haciendo crecer el negocio de
armas y, sobre todo, las prácticas de extorsión, chantaje, secuestro o
cualquiera de sus variantes.
No obstante, la acumulación de capital se nutre de ambos. Quien pierde es
el conjunto de los excluidos: económicos, sociales, políticos y culturales.
Excluidos del negocio, en diferentes gradaciones, o excluidos del poder.
Ahí llegó la generosa oferta para la ubicación de los jóvenes. La
incorporación a las policías o al ejército ofrecía condiciones que no se
obtenían en ningún espacio productivo, además de que ofrecía un pequeñito
reconocimiento y un pequeñito poder a aquellos que habían quedado en calidad de
inútiles sociales. Pero también vino la propuesta de incorporarse a las filas
aparentemente contrarias. Los negociantes de drogas o los empresarios de
actividades ilegales requerían también conformar sus ejércitos de servidores o
de matones. Y esas dos han sido fuentes de empleo recurrentes durante las dos o
tres últimas décadas, así como generadoras de una nueva cultura: la cultura del
mercenario, la del poder arbitrario, la del saqueo por extorsión.
Mientras la economía “legal”
entraba en crisis, la del lado oscuro se multiplicaba, acomodándose en algunos
de los mismos rubros de la “legal”,
solamente que con modalidades más rentables.
Un ejemplo es la explotación minera no declarada, en la que incluso se
emplean diferentes versiones del trabajo esclavo. Ya sea en las minas africanas
o en las de México, con el trabajo forzado de niños o adolescentes, incluso con
el de grupos secuestrados para tales efectos, custodiados por cuerpos armados
que pueden ser del propio ejército o de mercenarios, el producto casi no cuesta
porque no se paga a los trabajadores, no paga impuestos porque no se declara y
se exporta con la complicidad tanto de los consorcios mineros y de sus estados
de origen, como con la de autoridades locales que reciben una parte de la
ganancia por su ceguera o su protección.
Este capitalismo desdoblado logra así no sólo sortear las crisis sino
expoliar doblemente a la población mediante trabajo esclavo o semiesclavo,
extorsiones de diferentes tipos, expulsión de sus tierras, robo directo de sus
pertenencias y otros similares. La clave: el ejercicio de una violencia
despiadada.
En estas circunstancias, el Estado se vuelve parte del proceso y a la
sociedad se le van imponiendo condiciones de guerra en el ámbito cotidiano. La
violencia se instala como disciplinador social y su ejercicio se dispersa. En
un juego de público-privado los controladores sociales emergen en torno a las
fuentes reales de ganancia, legales o ilegales, y en torno a la configuración
de poderes locales ungidos por su capacidad de imponer un orden correspondiente
a estas modalidades de acumulación.
Las
guerras difusas y asimétricas
Las
condiciones de concentración de la riqueza y el poder en el capitalismo
contemporáneo, con su correlativa precarización creciente de amplios sectores
de la sociedad, han llevado al sistema a una situación de riesgo que se
manifiesta en conflictos y confrontaciones permanentes de carácter asimétrico,
de acuerdo con la terminología del Pentágono. Cada vez más las guerras del
mundo contemporáneo se rigen por la idea del enemigo difuso y adoptan la figura
de guerras preventivas, la mayoría de las veces no declaradas.
Los operativos de desestabilización y de disciplinamiento, los episodios de
violencia desatada en puntos específicos y de violencia dosificada in extenso,
son los mecanismos idóneos de guerras inespecíficas contra enemigos difusos.
Son, a la vez, el mejor modo de abrirse paso para asegurar el saqueo de
recursos de muchas regiones del planeta creando una confusión que dificulta la
organización social. El abastecimiento controlado de armas y la instigación de
situaciones de violencia son los aliados buscados por el capitalismo de
nuestros tiempos.
No hay guerras declaradas. No hay guerras entre equivalentes. Hay
corrosiones. Una mancha de violencia que se va extendiendo acompaña al capitalismo
de inicios del siglo XXI. Las instituciones de disciplinamiento y seguridad de
los Estados han resultado insuficientes frente al altísimo nivel de
apropiación-desposesión al que ha llegado el capitalismo. Estas instituciones
se replican de manera privada y local tantas veces como sea necesario. Aparecen
“estados islámicos” lo mismo que “guardias privadas” o que “cárteles” y “pandillas” del llamado crimen organizado, que protegen y amplían o
profundizan las fuentes de ganancia, las fuentes de acumulación, y que, por
tanto, son complementarias a las figuras institucionales reconocidas para esos
fines. Igual que las fuerzas del mercado requirieron un soporte militarizado,
las fuerzas institucionales de disciplinamiento social requieren, dado el nivel
de apropiación-desposesión, de un soporte desinstitucionalizado capaz de
ejercer un grado y un tipo de violencia que modifique los umbrales de la
contención social. Son fuerzas “irregulares”
que, como el estado de excepción, llegaron para quedarse. Se han incorporado a
los dispositivos regulares de funcionamiento del sistema.
Ayotzinapa
como límite
Colombia
tenía una guerra interna cuando inició el Plan Colombia y, a pesar del cambio
de intensidad en la violencia ejercida y la intromisión directa y evidente de
Estados Unidos en la gestión del conflicto, quizá el cambio en otros terrenos
no fue tan visible. México, al contrario, era celebrado como emblema del
disciplinamiento en democracia antes de la Iniciativa Mérida.
En menos de diez años, el eje de disciplinamiento pasó de las manos del
Partido Revolucionario Institucional -PRI- a las de la violencia, tanto del
Estado como privadas. La clave estuvo en los dispositivos de corrosión que
prepararon el terreno y en la desproporción con la que se asentaron los correctores.
Violencia existe en todas las sociedades pero su dimensión y las formas con que
se introdujo fueron imponiendo nuevas lógicas sociales. En este periodo, la
sociedad mexicana tuvo que acostumbrarse a decapitaciones, mutilaciones,
cuerpos calcinados, desapariciones reiteradas, fosas comunes y una ostentosa
complicidad de las instancias de seguridad y justicia del Estado.
Las estimaciones rebasan ya los cien mil desaparecidos y las noticias
diarias van de 20 muertos en adelante. México se ha convertido en cementerio de
pobres y migrantes a los que se extorsiona, se secuestra para trabajo esclavo,
se mata con tremendo salvajismo para amedrentar y disciplinar a los otros o se
mata masivamente. La relación de estas acciones con el control de migraciones
en Estados Unidos es sólo especulación, pero no hay duda de que ha dado
resultado. Lo que es evidente es el acaparamiento de tierras, de negocios, de
recursos y de poder a que esto da lugar. Cada vez hay más desplazados y más
desposeídos que no se atreven siquiera a reclamar por miedo a las represalias y
porque además no hay instancias de justicia que los amparen.
En menos de diez años y después de mucho dolor, la sociedad está
transformada. Corroída, con signos claros de balcanización, con crecimiento de
poderes locales que establecen sus propias normas y que negocian con los
poderes federales. El miedo fue instalado mediante un salvajismo explícito y
reiterado, aunque, de tanto insistir, ha terminado por empezar a generar su
contrario.
Ayotzinapa es la cima de la montaña. En Ayotzinapa se tocaron todos los
límites. Se cazó con total impunidad, con ostentación de fuerza, de complicidad
total entre el Estado y el crimen organizado, a lo más sentido de la sociedad:
jóvenes pobres de zonas rurales devastadas, estudiantes para ser enseñantes,
hijos del pueblo con alegría de vivir, con deseos de cambiar el mundo, ése que
nadie quiere aceptar. Pero además, Ayotzinapa es la cima de una montaña de
agravios, indefensión y rabia. Es la conciencia acumulada de la ignominia y la
indignidad. Es la situación límite que regresó la energía, vitalidad, coraje y
dignidad del pueblo de México a las calles. “Nos
han quitado tanto que hasta nos quitaron el miedo” era una de las primeras
pancartas portadas por jóvenes de todos lados. Julio César Mondragón, joven de
recién ingreso en la Escuela Normal de Ayotzinapa, ya padre desde hace unos
cuantos meses y víctima de la tortura más salvaje que hayamos presenciado, ha
sido involuntariamente el detonador, a fuerza de su dolor, de la recuperación
de la fuerza, la esperanza y la decisión en el pueblo de México, hoy movilizado
como hacía tiempo no estaba.
Ayotzinapa es un emblema. Es la punta del iceberg o
es un clivaje.
Ayotzinapa
es el emblema de las guerras del siglo XXI y de las nuevas formas de
disciplinamiento social que vienen acompañando los procesos de saqueo y
desposesión en todo el planeta. En diez años México, que no pasó por la negra
noche de las dictaduras en América Latina aunque sí tuvo guerra sucia y
masacres, fue transformado en una tierra de dolor y fosas comunes. El problema
no es “el narco”; el problema es el
capitalismo.
Ayotzinapa es un espejo con dos caras: la de la ruta del poder es evidente,
visible y avasalladora; la del llamado a defender la vida es pálida y discreta,
pero seguramente marcará huellas.
-
Ana Esther Ceceña es coordinadora del Observatorio Latinoamericano de
Geopolítica, Instituto de Investigaciones Económicas, Universidad Nacional
Autónoma de México. Integrante del Consejo de ALAI.
Este texto es parte de la Revista
América Latina en Movimiento, No.500 de diciembre de 2014, que trata sobre el
tema "América Latina: Cuestiones de
fondo"
¿Por qué torturaron hasta la muerte al normalista Julio César Mondragón?
Por: Sayuri Herrera Román
Noviembre 5, 2014
Julio César Mondragón Fontes, estudiante de
la normal rural de Ayotzinapa, perdió la vida en la masacre de Iguala. Nunca
fue entregado a grupo delictivo alguno, como supuestamente ocurrió con sus 43
compañeros desaparecidos hasta hoy. Fue detenido, torturado y ejecutado allí
mismo por la policía municipal. Para Julio César no hubo compasión. Pero habrá
justicia.
Acudieron
a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando:
“¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!”
MASA
César Vallejo
Veo
correr noches, morir los días, agonizar las tardes
Morirse
todo de terror y de angustia.
Porque
ha vuelto a correr la sangre de los buenos
y
las cárceles y las prisiones militares son para ellos.
Porque
la sombra de los malignos es espesa y amarga
y
hay miedo en los ojos y nadie habla
y
nadie escribe y nadie quiere saber nada de nada,
porque
el plomo de la mentira cae, hirviendo,
sobre
el cuerpo del pueblo persignado.
Porque
hay engaño y miseria
y
el territorio es un áspero edén de muerte cuartelaria.
¡MI PAÍS, OH MI PAÍS!
Efraín Huerta
El mensaje
Julio César Mondragón Fontes, estudiante de la Normal Rural de
Ayotzinapa, perdió la vida en la masacre de Iguala. Nunca fue entregado a grupo
delictivo alguno, como supuestamente ocurrió con sus 43 compañeros
desaparecidos hasta hoy. Fue detenido, torturado y ejecutado allí mismo por la
policía municipal.
El cuerpo no fue ocultado, sino expuesto,
abandonado en una calle de Iguala. Arrancado el rostro, extraídos los ojos.
Pronto esta imagen comenzó a circular en las redes sociales, alguien, no
sabemos quién, le tomó una fotografía que pronto se hizo pública. El mensaje fue enviado.
Los
torturadores
La tortura ha tomado tales
proporciones que se ha convertido ya en un instrumento de gobierno. Uno que no
debemos ignorar.
Las técnicas de tortura son enseñadas, mecanizadas y se exportan de un país
a otro. Hay un aprendizaje de la tortura, un entrenamiento en ello y los “expertos” van ofreciendo sus servicios
de “capacitación” de un gobierno
opresor a otro. La tortura generalizada es evidentemente un asunto político y
económico, no solamente psicológico.
El psicoanalista Raúl Páramo Ortega, en el artículo “Tortura, antípoda de la compasión”, nos ofrece valiosas
claves para comprender la magnitud de la tragedia a la que nos enfrentamos, así
como fundamentos para señalar la responsabilidad del Estado mexicano por
practicar la tortura y además generar, en distintos niveles y dimensiones,
condiciones favorables para la masificación de esta práctica. Páramo comenta:
“Las explicaciones a nivel
de psicopatología individual siguen fracasando al querer caracterizar la
personalidad del torturador. Ninguna explicación individual basta porque en
realidad la personalidad del torturador corresponde a un tipo determinado de
sociedad con la que se confunde. (…) si algo tiene ese tipo de personalidad es
precisamente no ser a-social sino producto neto de un tipo de sociedad”.
La sociedad que crea condiciones propicias para la tortura es aquella
educada para la competencia, el egoísmo, la obediencia ciega, el autoritarismo
y la violencia. Sin duda, todas esas características las encontramos en el
México de hoy.
Por otro lado, señala que:
“El presupuesto fundamental, el núcleo central para que la tortura sea
tortura, es el que el otro esté a mi merced. La disponibilidad –ciertamente
forzada- del otro es condición previa para la tortura. En la medida en que se
dé la situación de impotencia total, estará dada la invitación/seducción a
cierto grado de tortura”.
Es importante recuperar las
significaciones inscritas en el cuerpo de Julio César, un mensaje que se
ocuparon de allegarnos desde que le arrancaron la vida. Esa forma de matar, la
técnica ocupada, no se practicó y planificó para no ser vista. Es la razón por
la que abandonaron el cuerpo y no lo ocultaron, así fue desde que se tomó la
foto y se reprodujo.
Los mexicanos se encuentran vulnerables e
indefensos ante poderes arbitrarios y opresores como la delincuencia
organizada, la policía, el ejército y la burocracia, es decir, frente al propio
Estado. Esto es desde ya, nos dice Páramo, una tortura incipiente instituida:
la arbitrariedad de las autoridades, el abuso de poder, el desprecio por los
derechos y la dignidad de las personas por parte de los gobernantes es la
antesala de la tortura, ésta es el abuso de poder llevado al extremo.
Para Julio César no hubo compasión. Pero habrá justicia.
Los responsables
La tortura y ejecución extrajudicial de Julio César Mondragón Fontes es
un crimen de lesa humanidad, uno que por su naturaleza agravia a toda ella en
su conjunto, es un crimen de Estado. Lo es en muchos sentidos. Por la generación
de condiciones sociales prevalentes para el ejercicio de la práctica y su
impunidad así como por la autoría intelectual, la realización y comisión del
hecho. Es así que el deslinde de responsabilidades abarca desde la policía
municipal, el alcalde de Iguala y su esposa, el Gobernador del estado de
Guerrero, el ejército, hasta el Poder Judicial de la Federación, el Congreso de
la Unión y el presidente de la República y comandante general de las fuerzas
armadas, Enrique Peña Nieto.
El gobierno, más que enfrentar a los cárteles,
se ha coludido con ellos y, en cambio, silencia a víctimas, defensores de
derechos humanos, periodistas y medios de comunicación. En México hay guerra,
una que el PRI en su arribo al poder, pretendió ocultar. Una guerra bajo el
lema que alguna vez prevaleció como estrategia de Estado en El Salvador: “unidos unos contra otros para que acabemos
con ellos”. Terrorismo represivo de contrainsurgencia. Los cárteles y el
gobierno, también los partidos (PRI, PAN, PRD) están “unidos unos contra otros” para acabar con el pueblo.
El amor.
La imagen impactante que circulaba en redes sociales pronto llegó a los
ojos de Marisa, esposa de Julio y madre de su hija, Melisa Sayuri, de apenas 3
meses de edad. Marisa y el tío Guillermo Fontes viajaron a Iguala a reconocer y
recoger el cuerpo destrozado, herido, mancillado, del joven estudiante de 22
años que murió en su deseo de ser maestro. El médico forense y otros burócratas
explicaron: “fue desollado vivo”. La
aseveración se corrobora, entre otras cosas, por la forma en que sus restos
mantienen los dientes y mandíbula apretados. El dolor debió ser inimaginable.
Fue pronto y discreto el regreso de Iguala. Ya
en casa, la familia organizó el entierro y novenario para Julio; el
levantamiento de la cruz se realizó el 9 de octubre. Los amigos y familiares
que le conocen bien aseguran que Julio era valiente, entregado, decidido, no
dudan que cuerpo a cuerpo hubiese salido avante en una lucha, “¡pero así, armados y en bola, lo
despedazaron!”
“¿Quién torturó hasta la muerte a Julio César? ¿Quién lo mató?”, preguntaba Marisa, con lágrimas en los ojos a
Enrique Peña Nieto en la
reunión sostenida el martes 28 de octubre pasado. El presidente, ante el
reclamo, no dio respuesta.
Memoria, Verdad, Justicia
Los días siguientes al novenario de Julio, Marisa recibió en su casa la
visita imprevista de personal del gobierno de Guerrero; para “reparar el daño” se ocuparon de
entregarle un cheque por diez mil pesos.
Ofende y lastima profundamente el gesto, la ignorancia, la incompetencia.
El daño perpetrado contra el normalista, su familia,
el pueblo mexicano, es profundo, la deuda es histórica: VERDAD, JUSTICIA, MEMORIA. Esa es la deuda. ¿Cómo van a pagarla?
El Estado está obligado a suprimir las
condiciones que alientan la práctica de la tortura, es decir, a prevenirla.
Acabar con la impunidad y transformarse. La reparación debe ser ética y
jurídica por medio de la reivindicación de la verdad de lo acontecido y el
castigo a los responsables; en cuanto a lo material, los daños provocados, el
proyecto de vida alterado, no sólo de Julio, sino de su esposa y su hija, debe
ser cubierto a través de indemnizaciones o restituciones adecuado todo ello a
estándares internacionales.
También nosotras, nosotros podemos reparar.
Podemos reparar a cada paso que damos exigiendo justicia, podemos reparar
cuando afrontamos el mensaje de terror que fue inscrito en el cuerpo de Julio y
seguimos caminando, con cada poema escrito, con cada acopio ofrendado con
cariño, con la memoria que guardamos de lo acontecido, con la transmisión y
recuento de la verdad. Por Julio César
Mondragón Fontes y los 43 normalistas desparecidos, ni perdón, ni olvido.
Somos Ayotzinapa
Publicado
el 13/10/2014
(Subtítulos inglés/portugués)
Porque
los desaparecidos nos faltan... a todos, Ayotzinapa somos todos.
En San Luis Potosí, como en muchas otras ciudades
de México y el mundo, repudiamos lo acontecido en Iguala con los normalistas de
Ayotzinapa, Guerrero.
#AyotzinapaSomosTodxs
Música:
Devotchka - How it ends
Música:
Devotchka - How it ends
Texto voz en off:
Nuevo Blog de Manzano
Comentarios