Acerca de un patán que quizá han visto el Televisa o leído en Milenio (por Javier Hernández Alpízar)
Babel
Javier Hernández Alpízar
A veces lo anecdótico es una ventana a
cosas más esenciales. El hecho, por ejemplo, que de los buitres que acudieron
al funeral de Julio Scherer fuera precisamente Carlos Marín a quien corrieran:
es justicia poética, pero apenas es una ventanita abierta al inframundo del
periodismo mercenario.
Recuerdo que, cuando mi
generación egresó de Filosofía, un compañero académicamente muy inquieto tomó
un curso de redacción periodística al que una vez asistí como oyente. La gente
que me conoce sabe que, en asuntos de periodismo, yo no fui a la escuela,
aprendí (si algo) de grande. Una sola clase, pero en esa ocasión escuché hablar
a Carlos Marín.
A mi amigo lo tenía
impresionado que los periodistas sí leen (eso pensó él), porque sus clases
eran, en mucho, hablar de algunos escritores mexicanos como Fernando del Paso.
Marín hablaba frecuentemente de Juan Rulfo. Su plática, el único día que lo
escuché, fue básicamente: cómo redactar la entrada de una nota. Algo básico,
que está por supuesto en el Manual
de periodismo que durante muchos años apareció como de Vicente
Leñero y Carlos Marín, de los años en que ambos trabajaron juntos en Proceso. Me cuentan que
Leñero prefirió ceder los derechos a Marín con tal de que su nombre ya no
apareciera junto al del ahora periodista de Milenio
y Televisa, parte de la “derecha
ilustrada”. Marín explicó que el modo de iniciar una nota puede depender de
la psicología e ideología de una autor, de lo que él pretenda destacar. El
ejemplo que puso fue: llega a la redacción un télex con la noticia de que acaba
de morir el Papa, los hechos ocurrieron en su residencia de Castelgandolfo y la
causa es una cirrosis. Explicó que la cirrosis no solamente es causada por
alcoholismo sino por diversas otras razones. Si el redactor de la nota es
anticlerical y anti Vaticano la iniciará así: “A consecuencia de una cirrosis hepática, murió el Papa en su
residencia de Castelgandolfo…” Los periodistas saben que la noticia ellos
la producen, es decir, la editan: eligen qué destacar y qué minimizar o
excluir. Si un joven acaba de ser desaparecido por policías de civil y luego
fue presentado y liberado gracias a la presión política de los estudiantes y de
la sociedad, una periodista que lo entreviste sabe que depende de ella qué
destacar, qué hacer noticia: la denuncia de su desaparición, la actuación
arbitraria de la policía y la violación de los derechos humanos, que es una
nota de denuncia, fuerte, contra el poder, o bien una nota amarillista que
favorezca la lectura autoritaria del Estado policiaco: el joven ha usado
capucha y participado en un enfrentamiento con la policía en una manifestación
que intentó llegar al Aeropuerto Internacional. No es una cosa ingenua o
neutral o “profesional”: es una
elección determinada por la psicología y la ideología de la periodista. Pero
dejemos a Aristegui y volvamos a Marín.
Prácticamente esa fue toda
la enseñanza de redacción periodística, lo demás fueron anécdotas que contaba,
de pie, haciendo énfasis mediante ademanes con las manos, creo recordar que
incluso fumó durante la charla. Debió haber sido esta plática en 1995 o 1996, y
ya desde entonces, Marín esparcía el venenoso rumor de que los zapatistas
podrían ser parte de un complot. No lo decía él de su propia autoría (los
rumores nunca se siembran diciendo: “lo
digo yo”) sino que lo atribuía a un amigo suyo “muy inteligente”, no daba el nombre, lo dejaba a la imaginación de
su crédulo auditorio. Pero vean que ya desde entonces Marín era un sujeto poco
ético periodísticamente hablando, sembrar rumores así no es de un periodista sino
de un rumorólogo de baja estofa. Con el tiempo ese rumor de la derecha se lo
compraron algunos que se dicen de izquierda, pero faltaba tiempo para que eso
ocurriera: Marín es de sus precursores.
Y contaba muchas anécdotas
de Julio Scherer, le rendía un muy fuerte culto a la personalidad (quienes
rinden culto a la personalidad de un gurú,
muchas veces, tienen el objetivo de construirse un culto a la propia
personalidad, especialmente ser sacerdotes del tótem: por ejemplo, a la muerte de Lenin se peleaban la legitimidad
de su herencia Stalin, Trotsky y quizá alguien más por ahí que no dejó ni su
nombre para el récord). Contó cómo después de que Proceso, dando seguimiento a una nota que
publicó Reforma,
exhibió que Joseph Marie Córdoba, el asesor de origen francés de Carlos
Salinas, no era doctor. Córdoba estaba enojadísimo, pero Proceso nunca se echó para
atrás. Salinas los invitó a cenar a Los Pinos y ellos fueron. Marín estuvo ahí
junto con otros de los integrantes de la redacción, el primero en entrar fue
Scherer. Ellos sabían: lo que hace la mano hace la tras. Saludo a Salinas: “Buenas noches, señor Presidente”.
Respeto institucional. Saludo a Córdoba: “Buenas
noches, señor”. Nada de “doctor”,
como los demás acostumbraban.
Contó que antes de irse, al
fin de su sexenio, Salinas visitó las oficinas de Proceso. Entonces se acostumbra regalarle algo
al Presidente. Proceso
tiene la edición completa del combativo seminario Marcha, publicado en condiciones de
clandestinidad en plena dictadura militar uruguaya. Así que hizo una edición en
fotocopia y ese fue el regalo a Salinas. Un gran regalo. Salinas lo hojeó y
observó: “son fotocopias”. “Sí, los originales los tenemos nosotros”,
le contestó alguien, Scherer mismo quizá.
Así iba deslumbrando a los
alumnos, con el hecho de ser alguien que conocía personalmente a Scherer, quien
a su vez era amigo personal de gente como García Márquez. En algún momento
habló de que siempre se deben citar fuentes, en Proceso, dijo, se los exigían a todos. Para
publicar sin citar tus fuentes tenías que ser Carlos Monsiváis. Eso recuerdo
que dijo.
La manera de actuar,
hablar, las cosas que decía formaban ya al patán que años después, ya en el
siglo XXI, llegó a una Feria del Libro Universitario a Xalapa a dar una
conferencia. Esta otra anécdota la conocí indirectamente por dos mujeres
periodistas que entre sí no se vinculan cotidianamente pero que estaban cuando
llegó Marín, ya de Milenio.
Se acercó un joven periodista a pedirle entrevistarlo y el conferencista se
portó como un patán: “si quieres
entrevistarme primero debes aprender a vestirte”. El joven iba bien
vestido, lo más probable es que con pantalón de mezclilla (comparado con mi
habitual look cuasijipi ese joven
parece elegante), pero Marín solamente llama vestir bien al traje y la corbata.
Tras negar la entrevista y
maltratar delante de todos al joven periodista, Marín entró a dar su
conferencia. Antes de iniciar, un sujeto igual de patán que él dijo: “Vine a Comala, porque me dijeron que
encontraría aquí a mi padre: Carlos Marín”. “¡Hijo mío!”, contestó el conferencista. El público contemplaba la
escena de pena ajena. Marín empezó a decir lo que siempre dice sobre Rulfo.
En 1995 o 96 Marín publicó
en Proceso un
reportaje sobre los planes de contrainsurgencia de Zedillo, bueno, de la SEDENA
en su sexenio. Ya se mencionan ahí los paramilitares, quizá no con esa palabra,
pero se mencionan. El texto es citado como referencia por gente más seria que
Marín como el difunto Carlos Montemayor (también aceptaba los abrazos de la
clase política, incluso en Veracruz, por ejemplo si iban a un recital donde él
cantaba. Sin embargo no cambió nunca su posición política. A su muerte, todos
los grupos revolucionarios, y con esa palabra me refiero a los armados, el tema
novelístico de Montemayor, reconocieron que era una pérdida sensible), pero
Marín lo redactó, es lo más probable, porque la información desclasificada la
obtuvo Proceso y le
tocó a él la talacha de darle redacción. La posición totalmente
contrainsurgente y antipopular en general que ahora tiene Marín es conocida. La
expresa en Televisa constantemente, en su paneles de mercenarios que ellos
llaman “expertos”.
Una de las amigas que me
contó la anécdota de la Feria del Libro me dijo alguna vez, en otro contexto y
refiriéndose a un pez aún menos gordo, que no es el poder el que hace nefastos
a algunos tipos: el poder (aunque sea el de un foro en TV o una página en un
diario) solamente los hace sacar a flote al nefasto que ya llevaban dentro.
Muchas de las patrañas oscuras que han esparcido como rumor gentes así, después
de la ruptura del EZLN con toda la clase política hecha pública en 2005- 2006
se las han comprado personas que se reclaman de izquierda. Ni siquiera se han
asomado a la genealogía de sus rumores e intrigas: nacen de gente como Carlos
Marín, y es lo que ustedes luego han ido repitiendo como periquitos.
Al final, que lo corrieran
del velorio de Scherer es lo menos que podían hacer, y creo que si hubieran
sido estrictos hubieran corrido a otros y otras buitres que, como Marín, irán
enseñando el cobre poco a poco, si no lo están haciendo ya. Por ejemplo, con
cápsulas de opinión en Televisa.
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