Fuente: La Jornada
Publicado en Proyecto
Ambulante
Miércoles, 10 Diciembre 2014
Fue el Estado. El
operativo especial en 36 alcaldías de la Tierra Caliente, que abarcará espacios
territoriales de Guerrero, Michoacán, Morelos y el estado de México, no podrá
hacer desaparecer la responsabilidad del Estado mexicano en los hechos de
Tlatlaya e Iguala. En ambos casos, agentes del Estado, en su carácter de
servidores públicos, participaron de manera directa en la comisión de
ejecuciones extrajudiciales y en la práctica de la tortura y la
detención-desaparición forzada de 43 normalistas, lo que configuran crímenes
contra la humanidad sancionados por el Estatuto de Roma, del que México es
signatario desde 2005, por lo que dichos actos caen bajo la competencia de la
Corte Penal Internacional (ONU, 1998).
La ejecución sumaria de 22 jóvenes sometidos por miembros del Ejército
en Tlatlaya, y los homicidios de seis personas y la detención-desaparición de
43 normalistas en Iguala exhiben el carácter necrófilo del capitalismo: la
compulsión por subordinar la vida social al imperativo de la ganancia
económica, de convertir lo viviente en oro (muerte). El neoliberalismo como una
fábrica de muerte; la acumulación por apropiación-desposesión, mediante
programadas políticas de exterminio de población sobrante, que se combinan con
otras formas de disciplinamiento social ejercidas por agentes estatales y
grupos criminales subrogados.
La palabra necrófilo para designar un rasgo de carácter fue utilizada
por el filósofo Miguel de Unamuno en 1936, a raíz de un discurso pronunciado
por el general nacionalista Millán Astray en la Universidad de Salamanca.
Empezaba la guerra civil española y la divisa favorita de Astray era: ¡Viva la muerte! Uno de sus seguidores
la voceó durante su alocución. Cuando el general terminó, Unamuno, rector de la
Universidad, se levantó y dijo: “Acabo de
oír el necrófilo e insensato grito ‘¡Viva la muerte!’ Y yo, que he pasado mi
vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las
comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esa ridícula
paradoja me parece repelente”. Ante eso, incapaz de reprimirse, Astray
gritó: ¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la
muerte! Los falangistas aclamaron su réplica. Pero Unamuno prosiguió: ‘Venceréis porque tenéis sobrada fuerza
bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir
necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha’.
El pasaje fue recuperado por Erich Fromm en su Anatomía de la
destructividad humana. Allí señala que el carácter necrófilo es una
forma extrema donde la necrofilia es el rasgo dominante. Según Fromm, la
necrofilia puede describirse como “la
atracción apasionada por todo lo muerto, corrompido, pútrido y enfermizo; es la
pasión de transformar lo viviente en algo no vivo, de destruir por destruir
(…) es la pasión por destrozar las
estructuras vivas”.
Queda para sicólogos y siquiatras definir un eventual carácter necrófilo
en el ex presidente Felipe Calderón, quien, con base en un Estado de excepción
permanente de facto, puso en práctica una violencia exterminadora
sin límites, que facilitó una caótica y devastadora política de desposesión y
arrasamiento de las mayorías en beneficio de la acumulación de capital de los
amos de México, convirtiendo al país en un gran cementerio clandestino de seres
humanos, en su abrumadora mayoría jóvenes y pobres.
Ahora, cuando afloran otras ridículas y repelentes paradojas, como el
grito de ‘¡Todos somos Ayotzinapa!’
que hizo suyo de manera inmoral y demagógica el presidente Enrique Peña Nieto,
repetimos que podrá emplearse la fuerza bruta vía la militarización y la
paramilitarización del país, pero eso no convencerá a gran parte de la
población mexicana, que es hoy consciente de que a la clase dominante y sus
administradores de turno no les asiste ni la razón ni el derecho.
Impelido por el gran capital tras sendos encuentros furtivos con
emisarios del Consejo Coordinador Empresarial, Peña Nieto ordenó un raído
decálogo de medidas de fuerza dirigido a profundizar el proceso de
militarización iniciado por Calderón en la Tierra Caliente. Exhibidos en la
coyuntura signos de ofuscación, enojo y una cierta alteración emocional;
desnudado, acotadas sus capacidades para la simulación y la seducción, con su
decisión de crear enclaves (zonas económicas especiales) para el saqueo de
recursos geoestratégicos y la explotación neocolonial de mano de obra, y de
mantener y reforzar a las fuerzas armadas en el control territorial en regiones
donde han florecido históricos movimientos de resistencia popular al despotismo
y la barbarie, el ilusionista de Los Pinos podría verse tentado a acentuar el
carácter necrófilo del actual modelo de dominación. Lo cual significaría mover
a México hacia una pendiente resbalosa que podría derivar en el surgimiento de
un Estado autoritario de nuevo tipo.
El nuevo pacto en las sombras entre las élites del poder económico y
político apuesta una vez más por sofocar con terror, sangre y fuego la
resistencia social. Cuando crecen las demandas de verdad, justicia y aparición
con vida a los 42 normalistas que nos faltan, la decisión de enviar al general
Enrique Dena a la Tierra Caliente envía un mensaje de mayor violencia
represiva. La ley contra la infiltración del crimen organizado en las
autoridades municipales es un ardid que pretende encubrir la estructural e
histórica cohabitación y/o colusión entre grupos terciarizados de la economía
criminal y las fuerzas institucionales de disciplinamiento social (el Ejército,
la Marina de guerra y las distintas policías) en todo el país. El decálogo de
Peña Nieto tiene como propósito seguir administrando de manera violenta la
lucha de clases; es un plan desmovilizador policiaco-militar que busca
desarticular el actual proceso de lucha democrática en redes de los de abajo;
la rebelión de las víctimas. También es un intento por invisibilizar la
responsabilidad del Estado en los crímenes de lesa humanidad de Tlatlaya e
Iguala.
Comentarios