Raúl Zibechi
ALAI, América Latina en Movimiento
2014-09-26
Aunque las crisis en Medio
Oriente y Ucrania se roban los titulares mediáticos, son apenas los emergentes
de un movimiento telúrico mucho mayor: el nacimiento de un nuevo orden mundial
pos-estadounidense, centrado en Asia, en base a la triple alianza
China-Rusia-India.
Uno de los núcleos del colonialismo y del imperialismo, consiste en
prohibirle hacer a los países periféricos lo que acostumbran hacer los países
del centro. Cuando eso ya no funciona, es porque el viejo orden centrado en la
relación centro-periferia está dando paso a nuevas relaciones internacionales.
Las mismas potencias occidentales que ponen el grito en el cielo por la
intervención de Rusia en Ucrania, bombardean Siria sin la autorización de su
gobierno, con la excusa de combatir a una organización terrorista, el Estado
Islámico, en cuya creación esas mismas potencias jugaron un papel relevante.
Que China y Rusia rechacen este tipo de acciones bélicas, que otrora se cubrían
por lo menos con la aprobación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas,
no es ya novedad alguna. Que el primer ministro de India, Narendra Modi, haya
dicho a la cadena CNN, horas antes de su visita a Estados Unidos, que Rusia
tiene “intereses legítimos en Ucrania”,
es ya cosa más seria. No sólo se negó a criticar la anexión de Crimea por
Rusia, sino que mostró “confianza” en
cómo Pekín está manejando las disputas territoriales en los mares del sur de
China (The Brics Post, 22 de
setiembre de 2014).
Es como si un nuevo aire de Bandung (la conferencia que en 1955 alentó
la descolonización) estuviera barriendo el planeta. “Si usted mira en detalle los últimos cinco o diez siglos, verá que
China e India han crecido a ritmos similares. Sus contribuciones al PIB mundial
han aumentado en paralelo y han caído en paralelo. La era actual pertenece a
Asia”, dijo Modi. Estaba haciendo un discurso anticolonial con una mirada
de larga duración, en los mismos días en que se produjo la visita del presidente
chino Xi Jinping a India, quienes consolidaron una potente alianza entre los
dos mayores países de la región.
Política, o la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS)
El gran cambio es que India pidió
la integración plena a la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS),
durante la reciente cumbre realizada el 11 y 12 de setiembre en Dushanbe,
capital de Tayikistán. Hasta ese momento era sólo observadora.
La OCS fue creada en 2001 por Rusia, China, Kazajstán, Kirguistán,
Tayikistán y Uzbekistán con el objetivo de garantizar la seguridad regional y
combatir el terrorismo, el separatismo y el extremismo, definidos como las “tres fuerzas malignas”. En el futuro
podrán sumarse Irán y Pakistán, aunque esos pasos serán complejos en vista de
la disputa que mantienen India y Pakistán en sus respectivas fronteras.
En los hechos, la OCS es un desafío al liderazgo estadounidense en una
región donde la superpotencia tiene cada vez menos influencia. La organización
orbita en torno a China, como su nombre lo indica. La solidificación de la
alianza Rusia-China con su vertiente geopolítica y geoenergética (que incluye
el ya iniciado gasoducto para proveer gas ruso a Pekín), es motivo de honda
preocupación en Washington, según lo vienen analizando algunos medios como The Washington Post.
Pero la reciente visita de Xi a la India supone un paso decisivo en el
diseño de un nuevo orden global. Los doce acuerdos firmados en Ahmedabad entre
Modi y Xi, que abarcan desde las inversiones y el comercio hasta la cooperación
en energía nuclear, forman parte del “proceso
histórico de revitalización nacional” en ambas naciones emergentes, según
afirmó el ministro chino de Relaciones Exteriores Wang Yi (Xinhua, 19 de setiembre de 2014).
La potencia de la alianza entre India y China, desafía los supuestos
alineamientos ideológicos y se afinca en las necesidades geopolíticas de
potencias que enfrentan problemas, y enemigos, comunes. En mayo de este año
asumió el poder Narendra Modi en representación del Bharatiya Janata Party
(BJP), que venciera en las elecciones generales al Congreso Nacional Indio
(CNI) liderado por el ex primer ministro Manmohan Singh. En los papeles, el CNI
funge como una fuerza progresista, heredera de la familia Gandhi y de
Jawaharlal Nehru, aliada con socialdemócratas y comunistas, mientras el BJP es
considerado nacionalista y conservador.
Sin embargo, en los alineamientos geopolíticos las ideologías tienen
poco que decir. Modi está mostrando una profunda comprensión de las tendencias
históricas en este período de viraje del sistema-mundo y, de modo muy
particular, del papel que le toca jugar al continente asiático. La cooperación
en la OCS llegó incluso al terreno militar. A fines de agosto se realizó “un ejercicio antiterrorista internacional”
en Mogolia interior, China, en el que participaron siete mil soldados de China,
Rusia, Kazajistán, Kirguizistán y Tayikistán (Diario del Pueblo, 24 de agosto de 2014).
Economía o la ruta de la seda
Si la OCS es la respuesta
asiática a la presencia desestabilizadora de Estados Unidos en la región, la
Ruta de la Seda es la respuesta económica al cerco que pretende imponer sobre
China, denominado “pivote hacia Asia”
por la administración de Barack Obama. Pero es mucho más: significa la alianza
de Rusia y China con Europa, en concreto con Alemania.
La nueva Ruta de la Seda une dos potentes centros industriales:
Chongqing en China con Duisburgo en Alemania, atravesando Kazajstán, Rusia y
Bielorrusia, eludiendo de ese modo las zonas más conflictivas al sur del mar
Caspio como Afganistán, Irán y Turquía. Está destinada a ser la mayor ruta
comercial del mundo, cuya línea férrea ya recorta el tiempo de transporte
marítimo de cinco semanas a sólo quince días. Se prevé que China se convertirá
en el primer socio comercial de Alemania, lo que supone un dislocamiento
geopolítico de gran trascendencia.
Se está trazando además la Ruta de la Seda Marítima, que atraviesa el
océano Índico, y el Cinturón Económico de la ruta terrestre. La ruta marítima
es, de algún modo, la reactivación del “collar
de perlas”, un sistema de puertos que rodeaba a la India y aseguraba el
comercio chino hacia Europa.
Pero es también la respuesta a la Asociación Transpacífico (TPP por sus
siglas en inglés), iniciativa de los Estados Unidos que excluye a China e
incluye a Japón, Australia, Nueva Zelanda, más cuatro miembros de la AEAN
(Brunei, Malasia, Singapur y Vietnam) y los países de la Alianza del Pacifico
(Perú, México, Chile y probablemente Colombia). La estrategia de Washington
consiste en aislar a China generando conflictos a su alrededor (con Japón y
Vietnam principalmente), excusa para militarizar los mares de China, cerrando
así el cerco comercial, político y militar en torno a una potencia que en 2012
se convirtió en la principal importadora de petróleo del mundo, superando a
Estados Unidos.
Esto explica el acuerdo energético con Rusia, que es el único modo como
China puede asegurarse un abastecimiento seguro. Pero también explica el
trazado de la nueva Ruta de la Seda, tanto la terrestre como la marítima. El 80
por ciento del petróleo que importa China pasa a través del Estrecho de Malaca
(un angosto corredor de 800 kilómetros que une los océanos Pacífico e Índico
entre Indonesia y Malasia), fácilmente obstruible en caso de guerra.
Para eso China va construyendo una red portuaria, que incluye puertos,
bases y estaciones de observación en Sri Lanka, Bangladesh y Birmania. Entre
ellas un puerto estratégico en Pakistán, Gwadar, la “garganta” del Golfo Pérsico, a 72 kilómetros de la frontera con
Irán y a unos 400 kilómetros del más importante corredor de transporte de
petróleo, muy cerca del estratégico estrecho de Ormuz. El puerto fue construido
y financiado por China y es operado por la empresa estatal China Overseas Port
Holding Company (COPHC).
“El puerto es visto por los
observadores como el primer punto de apoyo de China en Oriente Medio”, estimaba la prensa occidental el día de la inauguración (BBC News, 20
de marzo de 2007). La región circundante al puerto de Gwadar, contiene dos
tercios de las reservas mundiales de petróleo. Por allí pasa el 30 por ciento
del petróleo del mundo (pero el 80 por ciento del que recibe China) y está en
la ruta más corta hacia Asia.
China gana espacios, también, en el corazón de Occidente. El gobierno
británico ha dado pasos para reforzar a Londres como centro de comercio mundial
y de inversiones en yuanes, la moneda china. Más aún, “el gobierno británico se convertirá en el primer país occidental en
emitir un bono soberano en la moneda china” en lo que debe interpretarse
como “el apoyo a las ambiciones de China
a utilizar su moneda a escala global” (Market Watch, 15 de setiembre de
2014).
Potencia militar
“Las sanciones a Rusia son un acto de guerra”, razona redactor jefe de la revista Executive
Intelligence Review, Jeff Steinberg (EIR, 19 de setiembre de 2014). En
tanto, The Economist considera a la OCS como “una especie de OTAN liderada por China”.
Es evidente que la guerra entre las grandes potencias ya no es
visualizada como una posibilidad remota. Cada uno hace, por tanto su juego.
China e Irán realizan sus primeros ejercicios navales conjuntos en el Golfo
Pérsico, donde participan “buques de la Armada china involucrados en la
protección de la navegación en el golfo de Adén” (Russia Today, 22 de setiembre
de 2014). China es ahora el primer comprador de crudo saudí y no va a permitir
que las rutas que la abastecen queden en manos de fuerzas enemigas.
A fines de agosto trascendió que Rusia y China están negociando un “acuerdo militar histórico” que incluye
la compra por el país asiático de submarinos diesel furtivos con “intercambio de tecnologías”, a la vez
que siguen negociando la venta de cazas Sukhoi-35 y sistemas de defensa
antiaérea S-400, considerados los más avanzados del mundo (Russia Today, 19 de agosto de 2014). Hasta ahora los rusos se han
mostrado reticentes a vender ciertas armas a China porque ésta las clona y
termina fabricando sus propios prototipos. A su vez, India y Rusia, que
mantienen una extensa cooperación militar que incluye submarinos nucleares y
portaaviones, se disponen a fabricar conjuntamente un caza de quinta
generación.
Estamos ante un punto muy sensible, en el que Washington tiene algunas
dificultades. Aunque sigue teniendo el mayor presupuesto de defensa del mundo
(unos 600 mil millones de dólares anuales, frente poco más de cien mil de China
y algo menos de cien mil de Rusia), ese presupuesto es declinante mientras el
de sus adversarios crece. China pasó de poco más de 5 mil millones de dólares
anuales de inversión militar en 1990 a 110 mil millones en 2012.
“Pero lo importante no es cuánto
se gasta sino cómo se gasta”, sostiene un
periódico estadounidense (The Fiscal
Times, 16 de setiembre de 2014). Según la publicación, los enormes gastos
militares del Pentágono se destinan a mantener su costosa flota de once
portaaviones, a la modernización de antiguos sistemas y a proyectos fallidos
como el caza F-35. En tanto, China y Rusia invierten en modernos submarinos
nucleares y en guerra cibernética. Las armas antibuque chinas son mucho más
baratas que un portaaviones, pero pueden hundirlo o inutilizarlo aunque el
Pentágono los considere inexpugnables.
Contrastes
Múltiples denuncias aquejan a las
autoridades de defensa de los Estados Unidos de malversación de los
presupuestos. En julio pasado la flota de F-35 no pudo volar por fallas en un
motor, luego de varios percances en los sistemas de software, armas y aviónica.
Tras dos décadas de concepción y desarrollo, el coste del proyecto se ha
disparado a 400.000 millones de dólares, el proyecto armamentístico más caro de
la historia del Pentágono, pese a lo cual ha sido cancelado el debut del caza
en dos exhibiciones aéreas en el Reino Unido (El Periódico, 11 de julio de 2014).
La otrora poderosa Boeing es una buena muestra de los problemas
defensivos del Pentágono. La apuesta a que el F-35 lo desarrollara Lockheed
Martin, está drenando los fondos del Pentágono fuera de la Boeing, que era la
empresa insignia de la fuerza aérea. De hecho, la franja de defensa de la
Boeing se estrechó del 56 por ciento de su producción total en 2003, a apenas
el 38 por ciento en 2013 y se estima que en pocos años ya no producirá aviones
de combate, al haber fracasado en su búsqueda de mercados alternativos en
Brasil, India y Corea del Sur (Wall
Street Journal, 20 de setiembre de 2014). Boeing cerrará su fábrica de
cargueros C-17 en Long Beach y puede cerrar la de F-18 en Saint Louis en 2017
si no consigue más encomiendas.
Finalmente, la política exterior de la Casa Blanca es errática, mientras
la de sus competidores tiene un horizonte definido. El periodista Robert Parry
analiza cómo los neoconservadores lograron bloquear la “estrategia realista” de Obama, consistente en colaborar con
Vladimir Putin para desenredar el caos geopolítico en Oriente Medio. Los neocon
siguen apostando a la caída de Bachar al Assad y se inclinan por crear
situaciones caóticas, como la que vive Libia, antes que tolerar la existencia
de regímenes adversos (Consortiumnews.com,
19 de setiembre de 2014).
Diversos analistas sostienen que la fabricación de crisis es lo que
mejor sabe hacer la superpotencia y que puede ser el único modo de contener su
decadencia. El conflicto en Ucrania, donde forzaron la caída de un presidente
electo, apunta a aislar a Rusia de Europa. El ataque al Estado Islámico, busca
empujarlo cada vez más hacia el norte. Ambas operaciones atentan contra el
trazado de la Ruta de la Seda, considerada una de las vigas maestras del nuevo
orden mundial.
- Raúl
Zibechi, periodista uruguayo, escribe en Brecha
y La Jornada y es colaborador de
ALAI.
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