Venezuela: Golpe de Estado suave (cálculo fácil: Maduro no tendría la misma capacidad de resistencia que Chávez)
Rebelión, 21-02-2014
La
profunda crisis de los últimos años del siglo XX abrió cauce a nuevos intentos
de proyectos autónomos para la solución de los problemas nacionales en América
Latina. En un escenario de repudio a los programas del FMI y el Banco Mundial,
en diciembre de 1998 los venezolanos apoyaron la candidatura de Hugo Chávez.
La elección presidencial representó nada más que el
resultado de un proceso histórico, que desde la perforación de los primeros
yacimientos petroleros había beneficiado a las compañías petroleras y a una muy
reducida élite local, en detrimento de la inmensa mayoría de la población.
Resurgió, otra vez en Venezuela, un movimiento continental en defensa de la
independencia económica, la soberanía, la autodeterminación y la integración
latinoamericana caribeña.
Para hacer tortilla
hay que quebrar los huevos
Las
principales medidas del nuevo gobierno, tanto en el campo económico como en el
social, han sido en el sentido de corregir las históricas distorsiones
estructurales y refundar el país. Siguiendo por ese camino habrá, como
efectivamente ha habido desde 1999, enfrentamientos frontales e irremediables
con los sectores y los intereses más privilegiados. Cualquier cambio para mejor
pasa, obligatoriamente, por la ruptura con el injusto estado de cosas. Por ese
motivo, desde la toma de posesión, el gobierno bolivariano ha enfrentado
situaciones políticas y económicas muy desfavorables, generadas por la alianza
entre los intereses internacionales –sobre todo estadounidenses– y la
oligarquía criolla.
Frente a los actuales escenarios, recordamos los
acontecimientos de hace 12 años. En aquel momento, las acciones interventoras
del gobierno provocaron una dura batalla que duró casi dos años. Entre
diciembre de 2001 y febrero de 2003, Venezuela vivió su más compleja crisis
política y económica. A la cabeza de la campaña opositora estaban la Embajada
de Estados Unidos en Caracas, la alta gerencia de PDVSA, la Fedecámaras, la
Central de Trabajadores de Venezuela (CTV), la Iglesia Católica Apostólica
Romana y los demás sectores oligárquicos y conservadores comprometidos con los
intereses extranjeros.
Los preparativos para el golpe de Estado fueron apoyados por
los grandes medios privados de comunicación. El 11 de abril, francotiradores a
mando de la oposición dispararon desde diversos puntos del centro de la ciudad
sobre manifestantes que marchaban tanto en apoyo al gobierno como en su contra.
Los canales privados de televisión, cumpliendo su función en un show
ingeniado muchas semanas antes, distorsionaron los hechos y acusaron al
gobierno por los asesinatos. Previo al desenlace de los lamentables
acontecimientos, los militares golpistas ya habían grabado un video en el cual
condenaban las muertes y declaraban su desobediencia.
De vuelta al pasado
En
una ceremonia sombría en el Palacio de Miraflores, el autoproclamado presidente
Pedro Carmona tardó pocos minutos para disolver la Asamblea Nacional elegida
por el pueblo; anular las Leyes de Hidrocarburos, de Tierras y otras 47 normas
jurídicas; revocar la Constitución de 1999, la única aprobada por un referéndum
popular; suspender las exportaciones de petróleo para Cuba; ordenar la
persecución a ministros, diputados y autoridades de distintos poderes; eliminar
el complemento “Bolivariana” del
nombre oficial de Venezuela; delinear que el país saliese de la OPEP, entre
otras medidas. Como se sabe, el pueblo alzado y las Fuerzas Armadas fieles al
proceso de cambios garantizaron el regreso de Chávez al día siguiente.
A fines de 2002, hubo una nueva ofensiva golpista. Con el
decidido apoyo de los grandes medios, algunas entidades convocaron
paralizaciones nacionales y se declararon en “desobediencia civil”. El movimiento que caminó hacia una “huelga general” fue impulsado
esencialmente por la clase patronal. Su objetivo supremo era que Chávez
renunciara. No tardó mucho para que la gerencia de PDVSA, ideológicamente
sometida a los intereses foráneos, asumiera su rol. Durante el momento más
tenso del conflicto –que duró hasta enero de 2003– fueron destruidos equipos,
maquinarias, computadoras y estructuras físicas de plantas y refinerías;
secuestradas embarcaciones petroleras y suspendidas las exportaciones;
explotados oleoductos y derramado petróleo. Venezuela conoció por primera vez
un racionamiento de combustibles. Los ciudadanos formaron colas kilométricas
para comprar agua, alimentos, gas o nafta.
El PIB desmoronó un 8,9% en el año 2002. El sector
industrial quedó prácticamente paralizado: había caído un 13,1% en 2002 y bajó
un 6,8% en 2003. La actividad manufacturera venía encogiendo desde los años
noventa pero los años 2002-2003 representaron el fondo del pozo. La
conspiración manejada desde Washington tumbó la producción petrolera de tres
millones de barriles diarios para menos de 200 mil, frenando el aparato
productivo e induciendo el cierre de centenares de empresas. Al borde del
colapso económico, en enero de 2003 el país fue obligado a importar petróleo.
Los productos básicos desaparecieron y los precios saltaron barreras
inimaginables. La situación de insuficiencia extrema demostró claramente la
dependencia venezolana de diversos bienes, estimulando al gobierno a empujar
proyectos relacionados con la “soberanía
alimentaria”. La inflación, que había presentado tendencia decreciente,
explotó otra vez. El escenario para el nuevo golpe de Estado iba ganando
cuerpo.
Los números del Banco Central de Venezuela señalan que
durante el primer y el segundo trimestres de 2003, el PIB cayó un 15,8% y
26,7%, respectivamente. En el mismo período, el PIB petrolero desmoronó un
25,9% y 39,5%. En total, fueron siete trimestres consecutivos de caída de la
economía, casi dos años de graves tensiones. Bajaron bruscamente el PIB per
cápita, las reservas internacionales y la tasa de inversión como proporción del
PIB. Se expandió el desempleo a un 20,7%, la inflación a un 32,4% y las tasas
de interés. La caída de la economía en 2003 fue de 7,7%. En términos reales,
tocó un nivel inferior al del año 1991. Esa guerra económica fue parte de la
estrategia para tumbar a Chávez.
El que tenga ojos que
vea
Una
de las deformaciones heredadas del período neoliberal es el desprecio por el
proceso histórico. La visión de corto plazo, la razón del sistema financiero y
de los modelitos microeconómicos: virtual, atemporal, despegada de la realidad,
ficticia. Esta podría ser una de las explicaciones para que “analistas” ortodoxos consideren al
gobierno como el responsable por el cierre de empresas, el crecimiento del
desempleo, la caída de la renta, el aumento de la inflación, es decir, por los
resultados negativos de la economía entre 1999 y 2003. A ese período han
tratado incluso de rotular como el “quinquenio
perdido”.
Frente a eso, es oportuno recordar que Hugo Chávez ganó las
elecciones presidenciales de diciembre de 1998 porque Venezuela enfrentaba su
más catastrófica crisis económica, política, social, institucional y moral,
después de cuarenta años del pacto de Punto Fijo. El país literalmente
agonizaba como reflejo de la plena sumisión de la vida nacional a las
transnacionales. El asalto extranjero era custodiado internamente por la nata
de la sociedad venezolana sumergida en un perverso festín
oligárquico-petrolero.
Un análisis serio –sea académico o informativo– puede
constatar que, pese a los eventuales problemas y a todas las dificultades que
surgen sobre la marcha, el actual gobierno no es el creador de los complejos
problemas estructurales. Al contrario, el actual gobierno trata exactamente de
corregir esas distorsiones generadas durante las últimas décadas. Por fin,
parece evidente que ésta es la interpretación de la mayoría de los venezolanos
que votan seguidamente por la continuidad de la Revolución Bolivariana.
Los piratas vuelven a
la carga
Los
golpistas juegan a la desestabilización política, con actos de vandalismo. Pero
lo que denuncian sus periódicos, pagados por las grandes corporaciones, es una
supuesta violencia represiva del Estado. Los golpistas apuestan en el
acaparamiento de bienes de primera necesidad, esconden y queman productos para
tensionar la insatisfacción y la explosión de los precios. Pero lo que sus
periódicos denuncian es la inflación más alta de América Latina. Adoptan la “fórmula para el caos”, tratando de
desestabilizar la economía y la sociedad con atentados, acaparamientos y
especulación.
En ese momento, una vez más la élite venezolana, apoyada,
entrenada y financiada por Washington y la embajada americana en Caracas,
arremete en contra del gobierno democráticamente electo. Los cabecillas de la
trama en Venezuela son Henrique Capriles Radonski, Leopoldo López Mendoza,
María Corina Machado y Antonio Ledezma. Son tres playboys oriundos de familias privilegiadas y un representante del
deteriorado partido Acción Democrática (AD). ¿Por qué nutren tanto odio? Porque
fueron históricamente beneficiados por el Puntofijismo,
sea por medio de empleos en la antigua PDVSA o vía empresas contratistas. Hoy
por hoy, su cálculo fácil apunta que Nicolás Maduro no tendría la misma
capacidad de resistencia que Chávez ante un golpe suave, de duración mediana.
Incluso, hay que estar atento para la posibilidad de que los yanquis asesinen a
alguno de esos “líderes”,
profundizando el escenario de tensión interna y la presión internacional.
“Vendrán
más Chávez”
Sin
embargo, vale recordar que la situación no es la misma de 2002. Aunque
físicamente no esté Chávez, las fuerzas bolivarianas parecen estar mucho más
consolidadas. Pese a las dificultades y errores, el campo nacionalista y
revolucionario controla la renta petrolera obtenida por PDVSA. Además, controla
las Fuerzas Armadas y el acceso a las divisas internacionales. También tiene
mucho más presencia en el campo productivo y en los medios de comunicación.
No obstante, lo más importante de todo quizá ni sea eso. El
elemento principal es que en esos 12 años el pueblo venezolano ganó mucha
conciencia política y no parece estar dispuesto a permitir una vuelta al
pasado. Millones de hombres y mujeres que renacieron, y tuvieron su dignidad y
orgullo rescatados, no admitirán el regreso de la creciente exclusión social,
la abismal desigualdad económica y la sumisión del país al extranjero.
Haciendo esas reflexiones, uno se acuerda de dos frases. La
primera es de Chávez, de 2004. Afirmó desde el Balcón del Pueblo, celebrando la
victoria en el referéndum ratificatorio de 15 de agosto que “Venezuela cambió para siempre”. La otra
frase es de Maduro. En abril de 2013, conmemorando la victoria en las
elecciones presidenciales, sentenció: “Vendrán
más Chávez”. Todo apoyo al pueblo venezolano y su presidente.
Rebelión ha publicado
este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
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