Salvando al soldado Peña, recluta del poder, almirante en la represión y rostro protagónico de la publicidad
por Arsinoé Orihuela
Miércoles, 26 de febrero
de 2014
Colectivo La Digna Voz
La ignorancia no pocas
veces viene acompañada de brutalidad. Pero acá no se alude a esa ignorancia que
a menudo se le imputa despreciativamente al pobre. El pobre, en su pobreza,
desarrolla una suerte de conciencia práctica que refrena ciertas pulsiones destructivas
(aunque tristemente no siempre), y que le auxilia en el desempeño cotidiano de
su actividad vital, aún cuando esta actividad se encuentre irremediablemente
bajo el signo de la explotación. La ignorancia que nos ocupa y preocupa, y que
redunda en un desencadenamiento de brutalidad superlativa, es la que se conjuga
con el poder. No se trata sólo de una ignorancia que se traduce en
analfabetismo (ausencia o déficit de cultura), sin más bien, y acaso
fundamentalmente, de una falta de conocimiento o sensibilidad elemental acerca
de una materia de sumo valor público, social o humano. Estas dos modalidades de
ignorancia coexisten con frecuencia en las sedes del poder y sus ocupantes, con
consecuencias socialmente desastrosas. El binomio poder-ignorancia no es un
fenómeno extraordinario en la actual (de)formación histórica: es el canon. Vale
decir: la ignorancia es un componente constitutivo de los poderes establecidos,
y la violencia, el único recurso que les asiste. Al respecto, Hannah Arendt
observa: “Esperar que gente que no tiene
la más ligera noción de lo que es la res
pública, la cosa pública, se comporte no violentamente y argumente
racionalmente… no es realista ni razonable”. Si bien existen causas
estructurales que explican este fatídico horizonte de la autoridad en turno,
por ahora sólo cabe consignar la fragilidad de un poder sin estándares
dialógicos mínimos, y el deterioro intoxicante que entraña este envilecimiento
de la arena pública.
En este sentido, cabe admitir, no sin amargura, que la violencia (cultivada
unilateralmente) es la única divisa de un gobierno desguarnecido. Desprovista
de sus prendas interiores, sin un ápice de respetabilidad, la política nacional
(orgánicamente adscrita a la política internacional) se ve obligada a cimentar
sus empeños de legitimación en la más ruin e instrumental de las herramientas:
la publicidad o mercadotecnia. Es precisamente en el marco de esta corriente
histórica que uno puede situar la aparición de Enrique Peña Nieto, peón de las
élites empresariales, en la portada de la revista Time. Se trata de un
esfuerzo conjunto, que involucra a sus superiores (el minoritario cónclave
transnacional de hombres de negocios), el partido-gobierno que auspicia su
apoltronamiento en la silla del águila
(según sus intuiciones históricas, una donación de la familia Krauze), los
polizontes en Washington, tan afectos a regímenes chicleros, y la prensa
internacional con su legión de sacerdotes al servicio de las impresentables
pluto-democracias emergentes.
Para un poder ignorante e impotente (fatal binomio), el marketing y la represión son los
terrenos donde se siente más cómodo e incluso opera relativamente a sus anchas.
Son acaso las únicas dos jurisdicciones donde todavía goza de ciertas
facultades, aunque restrictivas, pues están condicionadas por agendas
extrainstitucionales. Y son justamente estas agendas las que prescribieron la
inclusión de un Peña Nieto “épico” en
la portada de la celebérrima aunque innoble revista norteamericana. Ante la
firme oposición ciudadana a la neoliberalización del país, cortesía de las
reformas en curso, el gobierno vióse comprometido a recurrir a sus dos armas de
distracción-disuasión masiva: a saber, primero la represión silenciosa, y más
tarde la publicidad ruidosa. “Salvando a México” es el título de
esta estridente escapatoria.
Es la clásica fórmula de los gobiernos neoliberales: garrote y circo. No
más pan.
La nota en Time ignora que México
atraviesa un momento instituyente, que está más lejos que nunca de un escenario
de “salvación”: la configuración de
un Estado policiaco con vocación para el terror (aunque invisibilizado), la
consolidación de una política de minimización de derechos (patrimonios) y
maximización de privilegios, y la ampliación de la corrupción e ignorancia como
horizonte relacional dominante en el orden de los asuntos públicos.
La revista también omite el diagnóstico, tan ampliamente admitido, que hace
tan sólo un par de semanas hiciéramos acerca de la política nacional. Vale
recordar: “La actual condición
minimalista de la política: los derechos políticos se reducen básicamente al
depósito periódico de boletas en una urna. En las decisiones cruciales, en los
procesos deliberativos cardinales, la sociedad no interviene ni participa: la
política termina allí donde empiezan los consejos administrativos de las
grandes corporaciones, o bien, de las instituciones financieras multilaterales
(cabe advertir, los grandes beneficiarios de la reforma energética). La
política no se dirime más en las instituciones o tribunas públicas. La
democracia electoral no hace más que incorporar selectivamente a ciertos
segmentos poblacionales a este hurto sistemático de los derechos políticos
fundamentales. Las elecciones sólo se concentran en refuncionalizar la
circulación de las élites gubernativas, pero el contenido sustantivo de la
política no cambia. Una vez electos, los políticos mandan obedeciendo… pero al
poder del dinero” (Nota completa: http://lavoznet.blogspot.mx/2014/02/el-pasado-miercoles-5-de-febrero-se.html).
Cuando sugieren que México
“gana con el PRI”, o bien que a México lo “salva el PRI”, en realidad no hacen
otra cosa que vitorear el triunfo y salvación de los grandes beneficiarios de
esa entidad abstracta conocida como “México”: la alta finanza,
la gran industria, la gran propiedad territorial, el gran comercio, la alta
política; en suma, los ricos y poderosos.
Esta terca concentración de poder, y la consiguiente privación de
estándares de bienestar ciudadano mínimos entraña resistencia. Por añadidura a
la represión, la publicidad constituye un instrumento para atenuar esta
resistencia. Peña Nieto es un recluta del poder, un almirante en la represión,
y el rostro protagónico de la publicidad. El titular de Time debiera
rezar: “Salvando al soldado Peña”.
Comentarios