Para el filósofo comunista Alain Badiou la justicia es, muchas veces, el
producto de una “alianza entre la virtud
y el terror”. Esta conclusión proviene de un axioma previo: si un orden injusto es aquél donde la
virtud ha fallado, entonces dicha injusticia demanda la irrupción de la
virtud. Por eso, para Badiou, los jacobinos de la Revolución Francesa
concluyeron que “donde la virtud falla,
el terror es inevitable”.
El terror revolucionario es justo lo
que ha aparecido con las autodefensas. La vida bajo el cártel de Los Caballeros Templarios, por ejemplo,
estaba lejos de la virtud. En contra de este estado de cosas, la irrupción de
las autodefensas ha representado una oportunidad para la justicia. Cabe la
pregunta: ¿había otra vía? Claro que sí.
Saint-Just, el revolucionario jacobino,
preguntaba: “¿Qué quiere la gente si no
quiere la virtud ni el terror?” Su respuesta: “quieren corrupción”.
Corrupción. Eso es lo que parece
querer gran parte de la izquierda urbana de México que no ha superado el shock
de ver a gente armándose contra el narco en el sur del país. Como las
autodefensas no caben en sus esquemas políticos previos, suponen que “algo anda mal”, que todo debe ser un
complot del régimen. Error.
Lo primero a tomar en cuenta es que
lo que ocurre en partes de Michoacán y Guerrero son guerras de liberación
local. En muchos municipios los cárteles de la droga se convirtieron en años
pasados en el principal factor de poder, desplazando al Estado mexicano o
traslapándose con él. El resultado: organizaciones de lúmpenes armados (los
narcos) pasaron a imponer sus condiciones a poblaciones enteras (con sus
diferentes clases sociales). No debería sorprender, por lo tanto, que las
autodefensas emergieran como frentes “policlasistas”
agrupados en torno a un objetivo: liberar a las poblaciones del poder del
crimen organizado –los lúmpenes armados, pues. Los cárteles chupaban sus
ingresos (y sus vidas) a pobres y ricos. ¿La izquierda debería apoyar a esos
frentes de liberación contra el narco? Por supuesto que sí.
Ante el intento del Estado por
cooptar a los “alzados” para
subordinarlos al Ejército como “guardias
rurales”, la izquierda debería proponer su propia alternativa. En lugar de
dar por perdidas a estas expresiones armadas, la izquierda debería poner
atención a su carácter inacabado. Las tensiones y contradicciones al interior
de las autodefensas debiera ser visto como el espacio para incidir a favor de
los intereses plebeyos.
Afortunadamente existe el precedente
de las policías comunitarias: la de Cherán K’eri, en Michoacán; y la CRAC-PC en
Guerrero, pionera en este género. Bajo el modelo de milicias democráticas, cada
barrio selecciona a sus guardias, los cuales son revocables. Ese tipo de
controles de base son el candado a que esos grupos armados se conviertan en
brazos de otros poderes. Las autodefensas de Tierra Caliente aún están lejos de
este modelo, pero también lo están de ser meras extensiones del Estado.
Cherán, consciente de eso, hace poco
exhortó “a toda la población de nuestro
estado y del país a no desarmarse”. En efecto, la moneda aún está en el
aire. Unos “alzados” se integrarán a
las guardias rurales, otros no. La
tarea es convencer a estos últimos de que no bajen las armas y se
institucionalicen democráticamente desde abajo.
Si se logra esto último, el terror
habrá logrado una alianza duradera con la virtud. La justicia, por tanto,
tendrá cada vez más oportunidades de irrumpir en México.
Comentarios