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Ucrania ¿“democracia” a la europea?, ¿independencia, imperialismo ruso o argucia neoliberal europea?

 
 
 
José Luis Estévez Navarro
Rebelión, 30-01-2014 
INTRODUCCIÓN
¿De qué hablan los ucranianos cuando hablan de “democracia”?
Desde que a finales del mes de noviembre, el presidente ucraniano Viktor Yanukovich pospusiese (ojo, no rechazó) la firma del tratado de asociación y libre comercio con la Unión Europea (ojo, no la adhesión del país a la UE), hemos visto a través de los medios cómo las calles de Kyiv, la capital ucraniana, y otras ciudades sobre todo del oeste del país se llenaban de manifestantes en contra de la decisión del gobierno. En la boca de dichos manifestantes: “fin de la corrupción”, “transparencia”, “igualdad”, “Europa”,... y, sobre todo, “democracia”.
Los medios main stream europeos y norteamericanos no tardaron en hacerse eco de la noticia y en construir en torno al suceso toda una epopeya, así como de encumbrar a sus líderes. De repente Ucrania se nos presenta a todos en términos románticos: un pueblo oprimido que forcejea con las cadenas impuestas por un régimen autoritario (que parece además haberse quedado completamente sin ningún apoyo interno), clamando libertad y democracia. Las versiones en este punto varían un poco, están las que se quedan “a medio camino” y sólo nos presentan las demandas de este pueblo oprimido que ve en Europa “el futuro”, entiéndase: mejora económica, modernización, transparencia,... en una palabra, “progreso”. Y las versiones que son algo más explícitas de los supuestos que laten detrás del que escribe: Yanukovich no es sino una marioneta del Kremlin, y el pueblo ucraniano pretende librarse (definitivamente por fin) de las cadenas de vasallaje con Rusia, o la URSS, como más prefieran. Frente al autoritarismo ruso, “democracia”.
¿Qué hace Europa ante todo esto? Cómo no, tiende su mano al más desamparado. Le dice que le “deja su puerta abierta” porque Europa es la bondad personificada, y no puede tolerar que la policía ucraniana castigue sin piedad a manifestantes y periodistas indiscriminadamente (una postura, por cierto, completamente en asintonía con la cobertura que se ha hecho de otras manifestaciones como las del 15M o las revueltas en Grecia, por ejemplo).
Sin justificar la actuación del gobierno y de la policía ucraniana, no cabe otra opción por mi parte que la de denunciar la imagen que se intenta vender del hecho, que no puede ser más simplista y manipulada. Así como de explicar con cierto rigor, qué es lo que efectivamente ocurre en el país eslavo, y qué es lo que hay detrás de la susodicha “democracia”.
Para ello hay que, en primer lugar, desembarazarse de las versiones hollywoodianas de la Guerra Fría que nos ofrecen los media donde tenemos, por un lado, a los protas buenos de la peli (nosotros los occidentales) y, por el otro, a los malos malísimos (los soviéticos). Cualquier acontecimiento de carácter sociopolítico sólo puede entender mediante el análisis de sus actores, de aquéllos que tienen algún tipo de interés en el asunto (stakeholders en la literatura anglosajona), así como de los supuestos con que dichos stakeholders interpretan los hechos, que rara vez están en desconsonancia con sus intereses.
Para esto llevaré primero a cabo un poco de historia para desembocar en una exposición de los actores exteriores al propio país y en sus intereses por el mismo. En segundo lugar, nos pondremos en los zapatos del presidente Yanukovich, sopesando de este modo cuál ha sido la verdadera oferta que la UE ha puesto sobre la mesa, así como la réplica de Rusia a dicha oferta. En tercer lugar me acercaré un poco más la realidad social, económica, política y cultural que se vive en Ucrania para a partir de ahí desgranar con detenimiento el perfil (mejor dicho, los perfiles) de los manifestantes, así como el contenido de sus arengas.
1. Los actores exteriores: Estados Unidos, la Unión Europea y la Federación Rusa
Basta con hojear por encima la historia de Ucrania para cerciorarse del carácter de encrucijada que tradicionalmente ha tenido y aún tiene hoy el país (se baraja incluso la opción de que su propio nombre, Ucrania, signifique “territorio fronterizo” en eslavo antiguo). Una tierra fértil disputada por rusos, polacos, turcos, austrohúngaros,... la historia le ha dado al país un carácter similar al de la Judea bíblica, un territorio siempre en disputa por otras naciones más poderosas. Todo esto a su vez ha desembocado en una diversidad étnica, regional, lingüística,... en la que me detendré más abajo. Muy brevemente: el país pasa a formar parte de la URSS en 1922 y permanece en ella hasta su disolución a comienzos de la década de los noventa. Tras esto, el país se erige como estado soberano y neutral (con todas sus comillas que se les quiera poner, pero así es) y hasta hoy.
Como resulta obvio, el país ha estado fuera de la órbita de influencia directa de Estados Unidos y del capitalismo en general hasta muy recientemente, lo cual no quiere decir que los occidentales no hayan hecho ya sus pinitos allí en las décadas previas a la disolución de la URSS. En cualquier caso, Ucrania forma parte de ese área que denominamos Europa del Este, compuesta en casi su integridad por exrepúblicas soviéticas o bien por antiguos estados satélites de la URSS. El área en cuestión pasó a convertirse en una especie de “tierra de nadie” durante los años en los que la ahora Federación Rusa aún estaba desorientada tras el descalabro que supuso la descomposición de la URSS, y los asuntos internos le urgían más, así como tampoco acompañaba el carácter mojigato de sus líderes. Eso sí, una de las cuestiones que sí que se señaló cuando se disuelve la URSS es que sus antiguas exrepúblicas no pasasen a formar parte de la OTAN, cosa que posteriormente se ha pasado por alto con la incorporación de las repúblicas del Báltico.
Tras los años de Mijaíl Gorbachov y Boris Yeltsin, coincidentes precisamente con el famoso “fin de la historia” proclamado por Fukuyama, Vladímir Putin alcanza el poder y con él Rusia comienza de nuevo a hablar con propiedad en los escenarios de la política internacional, lo cual coincide con cierto declinamiento a su vez de EEUU, en la antesala de lo que parece vislumbrarse como un nuevo escenario internacional multipolar (aunque no tanto en el plano ideológico cuanto económico y militar). En esos mismos años, la Unión Europea entra en escena, extendiéndose hacia el este y atrayéndose para sí a varios exsatélites e incluso exrepúblicas soviéticas. Todo parece indicar que hay campo libre, y así ha sido hasta que ahora se da de bruces con varios encontronazos que ponen de manifiesto que había estado subestimando el poder de Rusia para oponerse a su expansión: en septiembre Armenia manifiesta su distanciamiento de la UE y su compromiso para unirse a la Unión Aduanera que Rusia forma ya con Bielorrusia y Kazajstán (lo cual no ha causado ningún revuelo, pese a que la decisión es idéntica a la ucraniana). A finales de noviembre, hace lo mismo el presidente de Ucrania.
Lo cierto es que la Unión Europea, que resultó sumamente atractiva en un primer momento en tanto que sinónimo de desarrollo, modernización,... ha ido viniendo a menos. Dicho sumariamente: el futuro en Europa ya no es lo que era. Además no hay que pasar por alto que la UE permanece permanentemente alineada militarmente con EEUU a través de la OTAN, así como demuestra ser el adalid de los principios del neoliberalismo, dejando que las grandes agencias internacionales marquen el paso de su política económica y aplicando para ello cada vez más fuertes medidas de austeridad con implicaciones sociales graves para el ciudadano a pie de calle.
En toda esta exposición salta de repente una cuestión importante: ¿de dónde viene el interés de la UE, y de EEUU, por la Europa del Este? Parece evidente que buena parte de los ciudadanos de los países miembros no simpatizan precisamente con los eslavos: se le pone cortapisas a la libre movilidad dentro del Acuerdo Schengen a búlgaros y rumanos, se les ofrece dinero para que regresen a sus países de origen... Es evidente incluso que, como señala József Börözc(1), existe cierta xenofobia hacia ellos, luego ¿por qué íbamos a hacer una excepción con los ucranianos? Todo ello no es sino una prueba más de que Europa no quiere abrazar a Ucrania sino como espacio económico. Como bien ha señalado Sébastien Gobert(2), lo que Ucrania representa para la UE es “el dorado” económico, agrícola y energético (el país es uno de los grandes productores a nivel mundial de dos materias primas: grano y carbón). Más concretamente, Alemania y Polonia se frotaban ya las manos pensando en los 45 millones de potenciales consumidores a los que tendrían acceso sin ningún tipo de arancel para sus productos de ser así que efectivamente Ucrania firmase el tan polémico tratado.
En cuanto EEUU, sus intereses porque Ucrania se aproxime a Europa no son tanto económicos como geoestratégicos. Ya en la década de los ochenta Zbigniew Brzezinski, exasesor de seguridad nacional de EEUU, lo señaló claramente: “Rusia sin Ucrania es un estado nacional normal, pero Rusia con Ucrania es un imperio”(3). Como bien ha señalado Nazanín Armanian(4): por un lado, el objetivo de EEUU es, dentro de su particular guerra por la energía, interrumpir el flujo de petróleo y gas rusos (no hay que pasar por alto que el 80% del gas natural ruso que entra en Europa lo hace a través de Ucrania), lo que debilitaría a Rusia como potencia. Por otro lado está el valor geográfico de Ucrania en sí misma: integrando al país en la estructura de la OTAN, EEUU completaría su cerco militar a Rusia, de modo que el país quedaría acorralado militarmente. Prueba clara del interés de EEUU en todo esto es además su omnipresencia desestabilizando todas las regiones fronterizas con Rusia ya desde los tiempos de la Guerra Fría. Durante todo ese tiempo ha tenido el tiempo suficiente para ir refinando sus métodos hasta la versión más sofisticada: las conocidas como “revoluciones coloristas”, de la que la Revolución Naranja de 2004 sería un claro ejemplo.
Una vez señalados los intereses occidentales en el asunto (lo que da respuesta de paso al porqué del interés mediático en las manifestaciones y acampadas proeuropeístas), queda por ver qué intereses tiene el otro gran actor: Rusia. Aparte del temor obvio al estrangulamiento geográfico por parte de la UE y la OTAN y a su debilitamiento económico en tanto que se le dificulte su papel de suministrador de gas, el interés de Rusia por su vecino no es pequeño. Por un lado, está el temor a que su mercado se vea plagado de productos dumping procedentes de Europa a través de Ucrania.
Por otra parte, y sin querer apelar al sentimentalismo, están los lazos históricos e incluso afectivos (como veremos más abajo, un porcentaje importante de la población ucraniana es étnica, religiosa y lingüísticamente ruso). Ucrania ha sido, por así decirlo, la “joya de la corona” rusa, y con toda seguridad la república a la que la URSS más le costó dejar marchar. Rusia siempre ha querido tener a Ucrania dentro de su ámbito de influencia o bien directamente formando parte de sí, aunque para ello tuviese que exterminar a una parte importante de su población(5). Finalmente, militarmente Ucrania es un punto estratégico, tanto es así que la base de la flota rusa en el Mar Negro se encuentra en la península de Crimea.
2. El dilema de Yanukovich: ¿independencia, imperialismo ruso o argucia neoliberaleuropea?
Independientemente de la simpatía o antipatía que nos despierte, colocarse en la piel del presidente ucraniano nos sirve para poner de manifiesto una cuestión que es central en todo el asunto: ¿cuál ha sido la verdadera oferta que la UE ha hecho a Ucrania? Por lo que nos muestran los medios parece claro que la UE había propuesto a Ucrania su ingreso en la Unión y que aquélla, o mejor dicho su presidente (un proruso enconado), han declinado desdeñosa y desagradecidamente una oferta tan generosa. Nada más lejos de la realidad.
Acuciado por la misma pregunta, József Böröcz(6) se apresuró a leer el acuerdo y ponernos al tanto a los demás, además con una claridad expositiva envidiable, de modo que me atendré en gran medida a hacer una mera traducción de lo que él ya ha dicho. Se trata en definitiva de responder a dos preguntas esenciales: ¿En qué consiste realmente el “tratado de asociación y libre comercio”?, y aún más importante, ¿qué conllevaría la aplicación de dicho tratado? El acuerdo consiste sencillamente en el establecimiento de una “profunda y completa área de libre comercio”, lo que se traduce en:
.– Eliminación de aranceles y barreras comerciales a los capitales de la UE.
.– Financiación de infraestructuras en los sector de transportes, energía, medio ambiente y cuestiones sociales, aunque no se especifica ni con qué fondos, ni bajo qué términos.
.– Se menciona la posibilidad de que Ucrania pueda acercase “poco a poco” al Acervo Comunitario, es decir, a las leyes y reglamentos de la UE.
.– Aparece una vaga mención en relación con el acercamiento de Ucrania al Acuerdo Schengen, aunque sin ningún tipo de compromiso en este sentido.
.– Y, ¡atención!, el acuerdo no dice absolutamente nada sobre la plena adhesión de Ucrania a la UE, algo que de hecho no parece estar entre las previsiones de la UE. Cosa que suena aún más cruda si sacamos a la palestra que un acuerdo como el que se ha ofrecido a Ucrania se ha ofrecido también a países como Chile, Egipto o Sudáfrica, los cuales difícilmente se posicionen como candidatos para futuras adhesiones.
¿Y con respecto a la supuesta ayuda económica? Como ha señalado Vicky Peláez(7), lo que la UE propone a Ucrania es un préstamo, acompañado de un paquete de reformas del Fondo Monetario Internacional (FMI). Creo que no es necesario ser ningún lumbreras para percatarse de lo que conllevaría de facto el supuesto “regalo” europeo:
.– En primer lugar, bajo el eufemismo “reformas” ¿quién mejor que los españoles y demás PIIGS para dar orientaciones sobre lo que contiene exactamente el paquete?: austeridad, recortes,... O dicho de otro modo, pagar la deuda por encima de cualquier otra cosa, llámese esa otra cosa el bienestar de tu ciudadanía.
.– En donde dice eso de “acercamiento al Acervo Comunitario”, léase: eliminación de cualquier mecanismo institucional con el que el país pudiese proteger su economía de la competencia desleal o de una posible crisis. Es decir: adiós a cualquier medida de proteccionismo económico, que es a fin de cuentas la herramienta con que las economías pequeñas cuentan para protegerse del pez más gordo.
.– Desmantelamiento de la mayor parte de los complejos productivos, ya que los productos nacionales serán sustituidos por productos europeos (que es en definitiva la tajada que Polonia y Alemania buscan sacar de todo este asunto).
.– Como consecuencia de lo anterior: aumento del desempleo y empobrecimiento de la población.
.– Aumento de las tarifas del gas y la calefacción.
.– Congelamiento de los salarios y eliminación de los subsidios.
.– Y todo ello agravado por una balanza de pagos UE-Ucrania que es ya de entrada descaradamente desventajosa para Ucrania(8). El desequilibrio comercial es de 9,2 mil millones de euros (Ucrania exporta a la UE 14,6 mil millones e importa 23,8 mil millones), y el desequilibrio en el ámbito de las inversiones es de 21,9 mil millones (2,0 mil millones de Ucrania por 23,8 mil millones de la UE).
Si esto se añade que lo de la adhesión, las inversiones y la libre movilidad (de personas) no son más que humo, la pregunta es, ¿qué supuesto beneficio sacaría Ucrania de todo esto? Visto desde este punto, cualquier cosa que ponga Rusia encima de la mesa sería como para firmarlo con los ojos cerrados. Sin embargo, las manifestaciones y las acampadas continúan. ¿Quiere esto decir que los ucranianos que protestan son conscientes y han asumido con todas sus consecuencias lo que les esperaría? La respuesta es no, claro que no existe consciencia de la sombra que planea sobre sus cabezas, y por ello siguen clamando alegremente el entrar en la UE, defendiendo unos intereses extranjeros frente a los que ellos ya han definido como sus enemigos: Yanukovich y Putin, o dicho de otro modo, los intereses de la corrupta oligarquía rusófona y los intereses de Rusia misma, que para ellos es el Imperio.
Independientemente de los distintos intereses que hay en las protestas, hay tres cosas que canalizan en gran medida las demandas: transparencia, derechos humanos y democracia; tres cosas que los ucranianos sólo parecen concebir como alcanzables a través de y gracias a Europa. Además ya se han encargado otros obviamente de que los ojos de los descontentos se focalicen exclusivamente sobre ellas, así mientras los manifestantes continúan machaconamente con esto, cual prestidigitadores, ellos se ocupan de otros asuntos de mayor calado. Como ha señalado Txente Rekondo(9), bajo un discurso envuelto en declaraciones de democracia, derechos humanos,... lo que la UE pretende no es sino incorporar a los oligarcas ucranianos a su ámbito de influencia.
La réplica rusa, por cierto, se ha basado en la concreción (tanto en las ofertas como en las amenazas) frente a los esotéricos beneficios del tratado ofrecido por la UE. Rusia se ha comprometido a comprar 15 mil millones de dólares de eurobonos de Ucrania, lo que ayudará a pagar los 17 mil millones de deuda que tiene que pagar Ucrania el próximo año. Además reducirá en un tercio el precio del gas, bajando de 400 a 268 dólares por cada 1.000 metros cúbicos de gas(10). Las sanciones en caso de acercamiento a la UE no han sido menos explícitas: embargos, restricciones comerciales, endurecimiento en el precio del gas... todo lo cual condenaría aún más a la ya débil economía ucraniana(11). En suma, como señalan Jon Kortazar Billelabeitia y compañía(12): Rusia y el resto de países de la antigua URSS representan el 40% del comercio exterior ucraniano. Una ruptura aduanera con Rusia supondría sacrificar unas exportaciones seguras por nada en tanto que ya hemos visto que difícilmente los productos ucranianos van a tener cabida en la UE. A todo lo cual hay que añadir lo más obvio: que la adhesión a la Unión Aduanera propuesta por Rusia sería algo seguro, y no una apuesta arriesgada, hipotética y a largo plazo, como la pretendida adhesión a la UE.
La tercera opción a todo esto sería que el país mantuviese su plena independencia (firmando los tratados exteriores que tuviese que firmar en cada momento y con quien quisiese, pero conservando su soberanía), sin embargo el país necesita dinero urgentemente, que es precisamente lo que Yanukovich ha ido buscar tanto en Rusia como en Europa. Un dinero con el que hacer frente a la dura situación económica y con el que además cumplir con los prestamistas, y pagar el gas. Además, ¿no posicionarse a estas alturas parece una utopía cuando se está de bisagra entre la UE y la futura Unión Aduanera? La opción no parece ni barajarse, cuando precisamente ese hacer de bisagra podría explotarse si se tuviese la voluntad para ello. Se habla de “segunda independencia” en las calles de Kiev, cuando lo que realmente acontece no es sino una simple elección de amo.
 
 
3. Luces y sombras de una realidad nada homogénea
A pesar de los esfuerzos de los medios de comunicación por ofrecernos la imagen de un país integrado, homogéneo y con una opinión unánime (que estaría reflejada en la Plaza de la Independencia de Kiev), lo cierto es que Ucrania es un país con unas divisiones muy profundas, que dan lugar a conflictos étnico regionales, culturales, lingüísticos y religiosos. Dicha heterogeneidad aparece muy bien recogida por Benoît Vitkine en su artículo “Ucrania: ¿Quién ha decapitado el Lenin de Kotovsk?”(13). A lo que se suma que es un país violento y con unos índices de corrupción altísimos. Ucrania de hecho ocupa el lugar 144 a nivel mundial según Transparencia Internacional(14). Una corrupción que además no sólo salpica al presidente Yanukovich y a su partido, sino también al principal partido de la oposición, Unión Panucraniana “Patria”, cuya primera exprimera ministra, Yulia Tymoshenko, se encuentra en prisión por abuso de poder (y cuya liberación, por cierto, es uno de los prerrequisitos impuestos por la UE para la firma de un acuerdo de ingreso).
Volviendo sobre la cuestión de su heterogeneidad interna, aparte de la existencia de varias minorías tales como polacos, búlgaros, bielorrusos,... o probablemente la más importante de todas ellas, los tártaros (un grupo étnico túrquico de religión musulmana sunní que se concentra en la Península de Crimea), lo cierto es que ninguna de esas minorías representa un porcentaje importante de población (todas ellas en torno o por debajo del 0,5% del total). En cualquier caso la gran fractura que divide el país es la que separa a los ucranianos “ucranistas” de los ucranianos “prorusos”, una división que es tanto étnica, religiosa como lingüística. Por decirlo de alguna manera, el “tipo ideal” de ucraniano ucranista sería:
1) de etnia ucraniana,
2) de religión greco-católica, y
3) de lengua materna ucraniana.
En el otro extremo, el “tipo ideal” de ucraniano proruso albergaría las tres propiedades opuestas:
1) de etnia rusa,
2) de religión ortodoxa (y para más inri, dependiente del Patriarcado de Moscú) y
3) de lengua materna rusa.
Como es natural, estas tres características se pueden cruzar formando una matriz con distintas combinaciones. Ahora bien, la geografía tiene su peso y el río Niéper actúa en gran medida como muro de contención dando lugar a que unos y otros estén relativamente bien delimitados, por lo que no son pocos los ucranianos que opinan que el Estado actual acabará dividiéndose en un país ucraniano (integrado por las regiones central y occidental) y otro país vinculado a Rusia (compuesto por la regiones oriental, meridional, Donbás y Crimea)(15).
Esta división, además de en lo geográfico, se ha expresado también con bastante nitidez en los procesos electorales. Así, en 2004 por ejemplo, independientemente del resultado final, Viktor Yushchenko (el candidato ucranista) obtuvo más del 90% de los votos en cuatro distritos occidental y en torno al 75% en otros ocho distritos del centro oeste. Por su parte, Yanukovich (el candidato proruso), superó el 90% de votos a su favor en las regiones orientales(16).
Como se puede extraer de los datos expuestos, en Ucrania lo que existe es en realidad dos redes clientelares, cada una de ellas con su propia élite oligárquica y propietaria además de sus respectivos medios de comunicación, articuladas sobre esas diferencias culturales, lingüísticas,... hasta cierto punto paralelas, hasta cierto punto superpuestas, y que sencillamente se disputan el gobierno cada x años (lo cual, por cierto, no deja de ser muy distinto de lo que ocurre en muchos países europeos).
Con todo, y pese a ser el candidato proruso, la imagen que se vende de Yanukovich como un dictador prosoviético comunista no es más que de hecho una distorsión más de los medios. Yanukovich no es en realidad más que un empresario de derechas conservador, elegido además en unas elecciones democráticas (sin grandes diferencias con las que se celebran en los países de la UE). Alguien que además, por cierto, no tiene entre sus planes ni mucho menos ceder la soberanía económica del país, ni a la UE ni a Rusia(17). Dicho claramente: ceder el poder económico que puede ejercer mediante su posición como presidente lo convertiría en un supernumerario dentro de las redes clientelares en que está inserto. Si, como se nos dice, su intención es pasarle la batuta de mando al Kremlin, una vez hecho esto ¿qué pinta entonces él allí? Es más, las relaciones Yanukovich-Putin no vienen siendo precisamente cordiales, de hecho ya ha habido varios roces importantes entre uno y otro.
En realidad lo que Yanukovich representa, y por eso es contestado con tanta virulencia en la parte oeste del país, es al “Clan de Donetsk” y a “La Familia”. El “Clan de Donetsk” hace referencia a la vieja oligarquía del este, cuya cara más conocida es la de Renat Akhmetov, el propietario de un gigante del acero y la electricidad cuyo patrimonio está estimado en unos 16 mil millones de dólares y que es a su vez el propietario del conocido equipo Shakhtar Donetsk FC. “La Familia” es un clan de negocios relativamente nuevo, encabezado por su propio hijo mayor: Oleksandr Yanukovich(18).
¿Y frente a todo esto, qué tenemos? A los otros oligarcas del lado oeste del país (encarnados en el partido Unión Panucraniana “Patria”) que pretenden hacerse nuevamente con la dirección del país mediante su desestabilización, en lo que no constituiría sino una réplica de la Revolución Naranja de 2004, sólo que esta vez necesitan además del apoyo de la “fuerza bruta”: Alianza Democrática para la Reforma (UDAR, en ucraniano significa “golpe”), un partido liderado por el excampeón de boxeo Vitali Klitschko, y Svoboda (Libertad), liderado por Oleh Tyahnybok, un partido eufemísticamente llamado por los medios “nacionalista” y en que resulta imposible no detenerse. De hecho, frente a lo de “nacionalista”, no han sido pocos lo que han decidido llamar al partido y a su líder por su nombre: “neonazi” (violentamente xenófobo, antisemita, antigay y antiruso).(19) De hecho, pese a que en 2004 y por recomendación del Frente Nacional Francés, el partido se deshizo de toda su parafernalia fascista (cambiando su denominación y emblema), no desaprovecha ocasión para hacer gala de su ideología: ya en 2012, el Centro Simón Wiesenthal (una organización internacional de los derechos de los judíos) denunció el que durante la Eurocopa de Fútbol se ondearon banderas nazis en los encuentros celebrados en el estadio de Lviv (la “capital” del oeste ucraniano, cuyo alcalde pertenece también al partido Svoboda)(20). Ese mismo año, el partido jugó un papel clave en el desmantelamiento del Desfile del Orgullo Gay en Kiev, así como más recientemente, en junio del año pasado, participó en el homenaje a los veteranos de las SS en Lviv. Su líder, Tyahnybok, no cesa de arremeter en sus discursos contra los judíos en general, y en particular contra la “mafia judía de Moscú” (de hecho ostenta nada menos que el quinto puesto en la lista elaborada por el Centro Simón Wiesenthal de los mayores y más peligrosos antisemitas del mundo). Por cierto, un poco de historia: El Holodomor, la hambruna perpetrada por Stalin (y que es el símbolo del resentimiento hacia Rusia), ya llevó una vez a que una parte de los ucranianos recibiesen a los nazis con los brazos abiertos y arrojándoles flores (y a que posteriormente se uniesen a ellos frente al Ejército Rojo). Esperemos no estar viviendo una “secuela” de aquello.
Y lo que es más, como ha señalado Txente Rekondo(21), si hay algo que precisamente se eche de menos entre los manifestantes es líderes que no formen parte de la oligarquía local. De hecho, desde poco después de su estallido, el movimiento ha sido copado por estos tres partidos y encabezado por sus líderes (reinventados momentáneamente en activistas, como vemos ahora con todo el jaleo montado por la agresión de la policía al exministro del interior, Yuri Lutsenko), lo cual ha ido “depurando” el perfil de los manifestantes, así como ha supuesto un cambio en las reivindicaciones (que se focalizan sobre todo en exigir la dimisión del presidente, la liberación de la exprimera ministra Yulia Tymoshenko y la convocatoria de nuevas elecciones).
De hecho, lo que se está produciendo cada vez más es sencillamente una canalización por parte estos partidos del rencor de una masa de jóvenes (y no tan jóvenes) idealistas, desinformados, manipulados y en descontento con el gobierno, a los que se les ha hecho creer que la UE será la panacea a todos sus problemas (no que están sirviendo en realidad a intereses fundamentalmente extranjeros), y para los que además decir “sí” a la UE, independientemente de lo que ese sí signifique, no es más que su particular forma de decir “no” a Rusia(22). Tanto es así que, como recogió el periodista del New York Times, David Herszenhorn(23), una juventud ucraniana por lo general tan apática y desacostrumbrada a este tipo de acontecimientos, no tardó en dejarse liderar por los partidos de la oposición al gobierno, para beneficiarse así de los recursos financieros y organizacionales de éstos. A lo que hay que sumar obviamente el que, con grupos organizados de extrema de derecha entre ellos, hablar de que las protestas están siendo “pacíficas”, no es más que retórica barata. ¿Dónde están los movimientos sociales en defensa del colectivo LGTB?, ¿dónde están las feministas?,... grupos todos ellos que, en consecuencia con la línea política que ha adoptado Rusia, sería evidente que se alineasen con los manifestantes proeuropeístas. Como no podría ser de otra manera: han sido desplazados por la presencia de Svoboda a la cabeza de las manifestaciones. Algunos gays denuncian agresiones; a las feministas se les acusa de intentar boicotear el movimiento y de estar pagadas por los servicios rusos. Una de ellas declara a Hélène DespicPopovic(24): “Desde el inicio de Maidan la gente habla de valores europeos, pero todo ello permanece abstracto”. Todo esto, por cierto, no ha supuesto el menor impedimento para que incluso ministros europeos como el alemán Guido Westerwelle se hayan acercado en persona a las protestas para manifestar su apoyo, poniendo una vez más en evidencia que los europeos estamos dispuestos a pactar con quien haga falta (y al precio que haga falta) con tal de mejorar nuestros intereses económicos.
Y mientras todo esto acontece en Kiev y en varias ciudades del oeste de Ucrania, ¿qué ocurre en el resto del país? Fundamentalmente nada. Parecería por lo que se nos ha dicho en los medios que el país entero es un polvorín cuando realmente está ocurriendo más bien nada. ¿Dónde están los testimonios de los ciudadanos del este y sur del país?, ¿de aquéllos que se sienten consternados al ver que decapitan al Lenin local? O más importante aún, ¿dónde está el PCU (Partido Comunista de Ucrania), un partido que cuenta con 32 diputados en la Rada (el parlamento ucraniano)? Mutis, el mayor silencio absoluto.

Recapitulando...
Dicho todo lo anterior, no queda sino retomar la pregunta inicial: ¿qué democracia está reclamándose en Ucrania, y qué podemos opinar el resto al respecto?
La imagen general que ha construido la televisión y los medios mainstream parece haber despertado una especie de nostalgia romántica: se ha tratado de enternecernos con el simulacro de un país que estalla en una marea pacífica frente a un gobierno corrupto y tiránico. Sin negar que un primer momento algo de eso pudiese haber, el núcleo de la cuestión está en que todo el acontecimiento en sí ha sido descontextualizado, ofreciéndose una cobertura minimalista de hasta el más absurdo detalle pero pasándose por alto lo más importante: el contexto, los actores implicados, y los intereses en juego.
“Democracia como los europeos”. Todo parece apuntar a que el gobierno ucraniano es totalmente corrupto e ilegítimo (nada que ver con nuestro sistemas políticos impolutos), y que por lo tanto no debería de aceptarse de él ningún tipo de decisión. Pero ¿son realmente tan diferentes las democracias europeas y la supuesta democracia ucraniana? Grosso modo, como han señalado Kortazar Billelabeitia y compañía(25), la democracia ucraniana no tiene menos legitimidad que la de cualquier país europeo: se celebran votaciones, se forman mayorías en el parlamento, organismos internacionales reconocen la limpieza de las elecciones,... Luego, nos guste o no, la decisión de Yanukovich ha sido perfectamente legítima (como obviamente lo habría sido de haber sido afirmativa, si no, ¿qué hacíamos negociando con él?). Una muestra más de esa doble vara de medida yanki-europea y de sus medios oficialistas, de la cual resultan cosas tal que países como la Venezuela de Chávez-Maduro se consideren tiranías mientras que países como Arabia Saudí, por poner sólo un ejemplo, sean calificados de “aliados estratégicos” o “países amigos”; o que todos los focos se concentren en Kiev, mientras que en varias ciudades alemanas se declara el “toque de queda” y no parece pasar nada. Los medios, como siempre, exacerbando malentendidos y ocupando con una imagen falsa de lo que ocurre fuera, el espacio precioso que correspondería a los sucesos de verdadero interés que tienen lugar en casa.
La ucraniana, como la española, no es sino una democracia sin cultura democrática y sin valores democráticos, cuestiones que por cierto, cuando se reivindican, no suelen despertar tanto interés mediático, o si lo despiertan no suelen recibir una cobertura precisamente en términos románticos. El término en sí mismo actualmente ya no significa nada en tanto que significa cualquier cosa, pasando así al acervo de conceptos continentes de corte postmoderno en los que cada uno echa dentro lo que más le interesa y lo que no interesa, pues ya se verá que se hace con ello. La palabra democracia es un logo que reconocemos como símbolo pero no sabemos qué designa. ¿Es posible una democracia confesionalista, discriminatoria, antisemita,... que es hacia lo que tienden los ucranianos? Tristemente la respuesta es que sí, es posible. ¿Se podría adoptar una decisión como la de entrar en la UE (lo que significa ceder la soberanía económica a una potencia extranjera) porque 2 millones de personas, 3 millones,... (5 ó 10 incluso) lo piden insistentemente en la calle, pese a que el país tenga 45 millones? La respuesta también es que sí, pese a que una decisión de tal peso sólo tendría legitimidad si una mayoría amplia (es decir de dos tercios al menos) estuviese de acuerdo y lo votase en referéndum, habiéndose previamente explicado cuáles son los términos del acuerdo.
No nos engañemos, la “democracia” que se demanda machaconamente en la Plaza de la Independencia de Kiev, nada tiene que ver con el “democracia real ya” que se ha entonado en tantas plazas del estado español.

Agradecimientos
No quiero terminar sin antes dar las gracias a las personas que han leído el borrador previo de este artículo y que me proporcionaron aspectos y detalles que, sin su ayuda, habría pasado por alto. En especial al profesor Antonio Martínez López y a mi amigo Joaquín Jiménez Vaquero.
 

1.- József Böröcz, “Terms of Ukraine's EUDependency”, Lefteast, 3 de diciembre de 2013,
2.- Sébastien Gobert, “L'Ukraine se dérobe à l'orbite européenne”, Le Monde Diplomatique, diciembre de 2013.
3.- Vicky Peláez, “Mano negra tras las manifestaciones en Ucrania”, Rebelión, 19 de diciembre de 2013,
4.- Nazanín Armanian, “La guerra del gas: de Ucrania a Siria y de EEUU a Irán”, Público, 9 de diciembre de 2013,
5.- Viktor Yushchenko, “Holodomor”, The Wall Street Journal, 27 de noviembre de 2007,
6. - József Böröcz, op. cit.
7. - Vicky Pélaez, op. cit.
8.- József Böröcz, op. cit.
9.- Txente Rekondo, “Una nueva crisis se asoma en Ucrania”, Rebelión, 9 de diciembre de 2013,
10. - Charles Recknagel, “Explainer: Can Moscow Afford Its Deal With Ukraine?”, Radio Free Europe / Radio Liberty, 18 de diciembre de 2013,
11. - David M. Herszenhorn, “Ukraine blames I.M.F. For halt to agreements with Europe”, The New York Times, 23 de noviembre de 2013.
12.- Jon Kortazar Billelabeitia, Assier Blas et al., “Ucrania: de encrucijadas y manipulaciones”, Rebelión, 16 de diciembre de 2013,
13.- Benoît Vitkine, “Ukraine: qui a décapité le Lénine de Kotovsk?” Le Monde, 26 de diciembre de 2013,
14.- Elvira Huelbes, “La oposición política ucraniana quiere aprovecharse del movimiento Euromaidan”, Cuarto Poder, 9 de diciembre de 2013,
15.- Antonio Checa Godoy, “La desrusificación de Ucrania. El papel de los medios”, IC Revista Científica de Inforación y Comunicación, nº5, Sevilla, 2008, pp. 125165,
16.- Ídem.
17.- Sébastien Gobert, op. cit.
18.- Alla Semenova, “Goodbye Lenin? Is Ukraine's ‘revolution’ proeuropean or prooligarchic?”, New Economic Perspectives, 11 de diciembre de 2013,
19. - Palash Ghosh, “Svoboda: the rising spectre of neonazism in the Ukraine”, International Business Times, 27 de diciembre de 2012,
20.- Elvira Huelbes, op. cit.
21.- Txente Rekondo, op. cit.
22.- Alla Semenova, op. cit.
23.- David M. Herszenhorn, “Ukraine Leader Called to Resign As Anger Swells”, The New York Times, 2 de diciembre de 2013.
24.- Hélène DespicPopovic, “La révolution européenne doit avoir lieu dans nos têtes”, Libération, 29 de diciembre de 2013. Véase:
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