Ucrania ¿“democracia” a la europea?, ¿independencia, imperialismo ruso o argucia neoliberal europea?
José Luis Estévez
Navarro
Rebelión, 30-01-2014
INTRODUCCIÓN
¿De qué hablan los ucranianos
cuando hablan de “democracia”?
Desde que a finales del mes de noviembre,
el presidente ucraniano Viktor Yanukovich pospusiese (ojo, no rechazó) la firma
del tratado de asociación y libre comercio con la Unión Europea (ojo, no la
adhesión del país a la UE), hemos visto a través de los medios cómo las calles
de Kyiv, la capital ucraniana, y otras ciudades sobre todo del oeste del país
se llenaban de manifestantes en contra de la decisión del gobierno. En la boca
de dichos manifestantes: “fin de la
corrupción”, “transparencia”, “igualdad”, “Europa”,... y, sobre todo, “democracia”.
Los
medios main stream europeos y
norteamericanos no tardaron en hacerse eco de la noticia y en construir en
torno al suceso toda una epopeya, así como de encumbrar a sus líderes. De
repente Ucrania se nos presenta a todos en términos románticos: un pueblo
oprimido que forcejea con las cadenas impuestas por un régimen autoritario (que
parece además haberse quedado completamente sin ningún apoyo interno), clamando
libertad y democracia. Las versiones en este punto varían un poco, están las
que se quedan “a medio camino” y sólo nos presentan las demandas de este pueblo
oprimido que ve en Europa “el futuro”,
entiéndase: mejora económica, modernización, transparencia,... en una palabra, “progreso”. Y las versiones que son algo
más explícitas de los supuestos que laten detrás del que escribe: Yanukovich no
es sino una marioneta del Kremlin, y el pueblo ucraniano pretende librarse
(definitivamente por fin) de las cadenas de vasallaje con Rusia, o la URSS,
como más prefieran. Frente al autoritarismo ruso, “democracia”.
¿Qué
hace Europa ante todo esto? Cómo no, tiende su mano al más desamparado. Le dice
que le “deja su puerta abierta”
porque Europa es la bondad personificada, y no puede tolerar que la policía
ucraniana castigue sin piedad a manifestantes y periodistas indiscriminadamente
(una postura, por cierto, completamente en asintonía con la cobertura que se ha
hecho de otras manifestaciones como las del 15M o las revueltas en Grecia, por
ejemplo).
Sin
justificar la actuación del gobierno y de la policía ucraniana, no cabe otra
opción por mi parte que la de denunciar la imagen que se intenta vender del
hecho, que no puede ser más simplista y manipulada. Así como de explicar con
cierto rigor, qué es lo que efectivamente ocurre en el país eslavo, y qué es lo
que hay detrás de la susodicha “democracia”.
Para
ello hay que, en primer lugar, desembarazarse de las versiones hollywoodianas de la Guerra Fría que nos
ofrecen los media donde tenemos, por un lado, a los protas buenos de la peli
(nosotros los occidentales) y, por el otro, a los malos malísimos (los
soviéticos). Cualquier acontecimiento de carácter sociopolítico sólo puede
entender mediante el análisis de sus actores, de aquéllos que tienen algún tipo
de interés en el asunto (stakeholders
en la literatura anglosajona), así como de los supuestos con que dichos stakeholders interpretan los hechos, que
rara vez están en desconsonancia con sus intereses.
Para
esto llevaré primero a cabo un poco de historia para desembocar en una
exposición de los actores exteriores al propio país y en sus intereses por el
mismo. En segundo lugar, nos pondremos en los zapatos del presidente
Yanukovich, sopesando de este modo cuál ha sido la verdadera oferta que la UE
ha puesto sobre la mesa, así como la réplica de Rusia a dicha oferta. En tercer
lugar me acercaré un poco más la realidad social, económica, política y
cultural que se vive en Ucrania para a partir de ahí desgranar con detenimiento
el perfil (mejor dicho, los perfiles) de los manifestantes, así como el
contenido de sus arengas.
1. Los actores
exteriores: Estados Unidos, la Unión Europea y la Federación Rusa
Basta con hojear por encima la historia de
Ucrania para cerciorarse del carácter de encrucijada que tradicionalmente ha
tenido y aún tiene hoy el país (se baraja incluso la opción de que su propio
nombre, Ucrania, signifique “territorio
fronterizo” en eslavo antiguo). Una tierra fértil disputada por rusos, polacos,
turcos, austrohúngaros,... la historia le ha dado al país un carácter similar
al de la Judea bíblica, un territorio siempre en disputa por otras naciones más
poderosas. Todo esto a su vez ha desembocado en una diversidad étnica,
regional, lingüística,... en la que me detendré más abajo. Muy brevemente: el
país pasa a formar parte de la URSS en 1922 y permanece en ella hasta su
disolución a comienzos de la década de los noventa. Tras esto, el país se erige
como estado soberano y neutral (con todas sus comillas que se les quiera poner, pero así es) y hasta hoy.
Como
resulta obvio, el país ha estado fuera de la órbita de influencia directa de
Estados Unidos y del capitalismo en general hasta muy recientemente, lo cual no
quiere decir que los occidentales no hayan hecho ya sus pinitos allí en las décadas previas a la disolución de la URSS. En
cualquier caso, Ucrania forma parte de ese área que denominamos Europa del
Este, compuesta en casi su integridad por exrepúblicas soviéticas o bien por
antiguos estados satélites de la URSS. El área en cuestión pasó a convertirse
en una especie de “tierra de nadie” durante
los años en los que la ahora Federación Rusa aún estaba desorientada tras el
descalabro que supuso la descomposición de la URSS, y los asuntos internos le
urgían más, así como tampoco acompañaba el carácter mojigato de sus líderes.
Eso sí, una de las cuestiones que sí que se señaló cuando se disuelve la URSS
es que sus antiguas exrepúblicas no pasasen a formar parte de la OTAN, cosa que
posteriormente se ha pasado por alto con la incorporación de las repúblicas del
Báltico.
Tras
los años de Mijaíl Gorbachov y Boris Yeltsin, coincidentes precisamente con el
famoso “fin de la historia”
proclamado por Fukuyama, Vladímir Putin alcanza el poder y con él Rusia
comienza de nuevo a hablar con propiedad en los escenarios de la política
internacional, lo cual coincide con cierto declinamiento a su vez de EEUU, en
la antesala de lo que parece vislumbrarse como un nuevo escenario internacional
multipolar (aunque no tanto en el plano ideológico cuanto económico y militar).
En esos mismos años, la Unión Europea entra en escena, extendiéndose hacia el
este y atrayéndose para sí a varios exsatélites e incluso exrepúblicas
soviéticas. Todo parece indicar que hay campo libre, y así ha sido hasta que
ahora se da de bruces con varios encontronazos que ponen de manifiesto que
había estado subestimando el poder de Rusia para oponerse a su expansión: en
septiembre Armenia manifiesta su distanciamiento de la UE y su compromiso para
unirse a la Unión Aduanera que Rusia forma ya con Bielorrusia y Kazajstán (lo
cual no ha causado ningún revuelo, pese a que la decisión es idéntica a la
ucraniana). A finales de noviembre, hace lo mismo el presidente de Ucrania.
Lo
cierto es que la Unión Europea, que resultó sumamente atractiva en un primer
momento en tanto que sinónimo de desarrollo, modernización,... ha ido viniendo
a menos. Dicho sumariamente: el futuro en Europa ya no es lo que era. Además no
hay que pasar por alto que la UE permanece permanentemente alineada
militarmente con EEUU a través de la OTAN, así como demuestra ser el adalid de
los principios del neoliberalismo, dejando que las grandes agencias
internacionales marquen el paso de su política económica y aplicando para ello
cada vez más fuertes medidas de austeridad con implicaciones sociales graves
para el ciudadano a pie de calle.
En toda
esta exposición salta de repente una cuestión importante: ¿de dónde viene el
interés de la UE, y de EEUU, por la Europa del Este? Parece evidente que buena
parte de los ciudadanos de los países miembros no simpatizan precisamente con
los eslavos: se le pone cortapisas a la libre movilidad dentro del Acuerdo
Schengen a búlgaros y rumanos, se les ofrece dinero para que regresen a sus países
de origen... Es evidente incluso que, como señala József Börözc(1), existe cierta xenofobia hacia ellos, luego ¿por
qué íbamos a hacer una excepción con los ucranianos? Todo ello no es sino una
prueba más de que Europa no quiere abrazar a Ucrania sino como espacio
económico. Como bien ha señalado Sébastien Gobert(2),
lo que Ucrania representa para la UE es “el
dorado” económico, agrícola y energético (el país es uno de los grandes
productores a nivel mundial de dos materias primas: grano y carbón). Más
concretamente, Alemania y Polonia se frotaban ya las manos pensando en los 45
millones de potenciales consumidores a los que tendrían acceso sin ningún tipo
de arancel para sus productos de ser así que efectivamente Ucrania firmase el
tan polémico tratado.
En
cuanto EEUU, sus intereses porque Ucrania se aproxime a Europa no son tanto
económicos como geoestratégicos. Ya en la década de los ochenta Zbigniew
Brzezinski, exasesor de seguridad nacional de EEUU, lo señaló claramente: “Rusia sin Ucrania es un estado nacional
normal, pero Rusia con Ucrania es un imperio”(3). Como
bien ha señalado Nazanín Armanian(4): por un
lado, el objetivo de EEUU es, dentro de su particular guerra por la energía, interrumpir
el flujo de petróleo y gas rusos (no hay que pasar por alto que el 80% del gas
natural ruso que entra en Europa lo hace a través de Ucrania), lo que
debilitaría a Rusia como potencia. Por otro lado está el valor geográfico de
Ucrania en sí misma: integrando al país en la estructura de la OTAN, EEUU completaría
su cerco militar a Rusia, de modo que el país quedaría acorralado militarmente.
Prueba clara del interés de EEUU en todo esto es además su omnipresencia
desestabilizando todas las regiones fronterizas con Rusia ya desde los tiempos
de la Guerra Fría. Durante todo ese tiempo ha tenido el tiempo suficiente para
ir refinando sus métodos hasta la versión más sofisticada: las conocidas como “revoluciones coloristas”, de la que la
Revolución Naranja de 2004 sería un claro ejemplo.
Una vez
señalados los intereses occidentales en el asunto (lo que da respuesta de paso
al porqué del interés mediático en las manifestaciones y acampadas
proeuropeístas), queda por ver qué intereses tiene el otro gran actor: Rusia.
Aparte del temor obvio al estrangulamiento geográfico por parte de la UE y la
OTAN y a su debilitamiento económico en tanto que se le dificulte su papel de
suministrador de gas, el interés de Rusia por su vecino no es pequeño. Por un
lado, está el temor a que su mercado se vea plagado de productos dumping
procedentes de Europa a través de Ucrania.
Por
otra parte, y sin querer apelar al sentimentalismo, están los lazos históricos
e incluso afectivos (como veremos más abajo, un porcentaje importante de la
población ucraniana es étnica, religiosa y lingüísticamente ruso). Ucrania ha
sido, por así decirlo, la “joya de la
corona” rusa, y con toda seguridad la república a la que la URSS más le
costó dejar marchar. Rusia siempre ha querido tener a Ucrania dentro de su
ámbito de influencia o bien directamente formando parte de sí, aunque para ello
tuviese que exterminar a una parte importante de su población(5). Finalmente, militarmente Ucrania es un punto
estratégico, tanto es así que la base de la flota rusa en el Mar Negro se
encuentra en la península de Crimea.
2. El dilema de
Yanukovich: ¿independencia, imperialismo ruso o argucia neoliberaleuropea?
Independientemente de la simpatía o
antipatía que nos despierte, colocarse en la piel del presidente ucraniano nos
sirve para poner de manifiesto una cuestión que es central en todo el asunto:
¿cuál ha sido la verdadera oferta que la UE ha hecho a Ucrania? Por lo que nos
muestran los medios parece claro que la UE había propuesto a Ucrania su ingreso
en la Unión y que aquélla, o mejor dicho su presidente (un proruso enconado), han
declinado desdeñosa y desagradecidamente una oferta tan generosa. Nada más
lejos de la realidad.
Acuciado
por la misma pregunta, József Böröcz(6) se
apresuró a leer el acuerdo y ponernos al tanto a los demás, además con una
claridad expositiva envidiable, de modo que me atendré en gran medida a hacer
una mera traducción de lo que él ya ha dicho. Se trata en definitiva de
responder a dos preguntas esenciales: ¿En qué consiste realmente el “tratado de asociación y libre comercio”?,
y aún más importante, ¿qué conllevaría la aplicación de dicho tratado? El
acuerdo consiste sencillamente en el establecimiento de una “profunda y completa área de libre comercio”,
lo que se traduce en:
.–
Eliminación de aranceles y barreras comerciales a los capitales de la UE.
.–
Financiación de infraestructuras en los sector de transportes, energía, medio
ambiente y cuestiones sociales, aunque no se especifica ni con qué fondos, ni
bajo qué términos.
.– Se
menciona la posibilidad de que Ucrania pueda acercase “poco a poco” al Acervo Comunitario, es decir, a las leyes y
reglamentos de la UE.
.–
Aparece una vaga mención en relación con el acercamiento de Ucrania al Acuerdo
Schengen, aunque sin ningún tipo de compromiso en este sentido.
.– Y,
¡atención!, el acuerdo no dice absolutamente nada sobre la plena adhesión de
Ucrania a la UE, algo que de hecho no parece estar entre las previsiones de la
UE. Cosa que suena aún más cruda si sacamos a la palestra que un acuerdo como
el que se ha ofrecido a Ucrania se ha ofrecido también a países como Chile,
Egipto o Sudáfrica, los cuales difícilmente se posicionen como candidatos para
futuras adhesiones.
¿Y con
respecto a la supuesta ayuda económica? Como ha señalado Vicky Peláez(7), lo que la UE propone a Ucrania es un préstamo,
acompañado de un paquete de reformas del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Creo que no es necesario ser ningún lumbreras para percatarse de lo que
conllevaría de facto el supuesto “regalo”
europeo:
.– En
primer lugar, bajo el eufemismo “reformas”
¿quién mejor que los españoles y demás PIIGS para dar orientaciones sobre lo
que contiene exactamente el paquete?: austeridad, recortes,... O dicho de otro
modo, pagar la deuda por encima de cualquier otra cosa, llámese esa otra cosa
el bienestar de tu ciudadanía.
.– En
donde dice eso de “acercamiento al Acervo
Comunitario”, léase: eliminación de cualquier mecanismo institucional con
el que el país pudiese proteger su economía de la competencia desleal o de una
posible crisis. Es decir: adiós a cualquier medida de proteccionismo económico,
que es a fin de cuentas la herramienta con que las economías pequeñas cuentan
para protegerse del pez más gordo.
.–
Desmantelamiento de la mayor parte de los complejos productivos, ya que los
productos nacionales serán sustituidos por productos europeos (que es en
definitiva la tajada que Polonia y Alemania buscan sacar de todo este asunto).
.– Como
consecuencia de lo anterior: aumento del desempleo y empobrecimiento de la
población.
.–
Aumento de las tarifas del gas y la calefacción.
.–
Congelamiento de los salarios y eliminación de los subsidios.
.– Y
todo ello agravado por una balanza de pagos UE-Ucrania que es ya de entrada
descaradamente desventajosa para Ucrania(8). El
desequilibrio comercial es de 9,2 mil millones de euros (Ucrania exporta a la
UE 14,6 mil millones e importa 23,8 mil millones), y el desequilibrio en el
ámbito de las inversiones es de 21,9 mil millones (2,0 mil millones de Ucrania
por 23,8 mil millones de la UE).
Si esto
se añade que lo de la adhesión, las inversiones y la libre movilidad (de
personas) no son más que humo, la pregunta es, ¿qué supuesto beneficio sacaría
Ucrania de todo esto? Visto desde este punto, cualquier cosa que ponga Rusia
encima de la mesa sería como para firmarlo con los ojos cerrados. Sin embargo,
las manifestaciones y las acampadas continúan. ¿Quiere esto decir que los
ucranianos que protestan son conscientes y han asumido con todas sus
consecuencias lo que les esperaría? La respuesta es no, claro que no existe
consciencia de la sombra que planea sobre sus cabezas, y por ello siguen
clamando alegremente el entrar en la UE, defendiendo unos intereses extranjeros
frente a los que ellos ya han definido como sus enemigos: Yanukovich y Putin, o
dicho de otro modo, los intereses de la corrupta oligarquía rusófona y los
intereses de Rusia misma, que para ellos es el Imperio.
Independientemente
de los distintos intereses que hay en las protestas, hay tres cosas que canalizan
en gran medida las demandas: transparencia, derechos humanos y democracia; tres
cosas que los ucranianos sólo parecen concebir como alcanzables a través de y
gracias a Europa. Además ya se han encargado otros obviamente de que los ojos
de los descontentos se focalicen exclusivamente sobre ellas, así mientras los
manifestantes continúan machaconamente con esto, cual prestidigitadores, ellos
se ocupan de otros asuntos de mayor calado. Como ha señalado Txente Rekondo(9), bajo un discurso envuelto en declaraciones de
democracia, derechos humanos,... lo que la UE pretende no es sino incorporar a
los oligarcas ucranianos a su ámbito de influencia.
La
réplica rusa, por cierto, se ha basado en la concreción (tanto en las ofertas
como en las amenazas) frente a los esotéricos beneficios del tratado ofrecido
por la UE. Rusia se ha comprometido a comprar 15 mil millones de dólares de
eurobonos de Ucrania, lo que ayudará a pagar los 17 mil millones de deuda que
tiene que pagar Ucrania el próximo año. Además reducirá en un tercio el precio
del gas, bajando de 400 a 268 dólares por cada 1.000 metros cúbicos de gas(10). Las sanciones en caso de acercamiento a la UE
no han sido menos explícitas: embargos, restricciones comerciales,
endurecimiento en el precio del gas... todo lo cual condenaría aún más a la ya
débil economía ucraniana(11). En suma, como
señalan Jon Kortazar Billelabeitia y compañía(12):
Rusia y el resto de países de la antigua URSS representan el 40% del comercio
exterior ucraniano. Una ruptura aduanera con Rusia supondría sacrificar unas
exportaciones seguras por nada en tanto que ya hemos visto que difícilmente los
productos ucranianos van a tener cabida en la UE. A todo lo cual hay que añadir
lo más obvio: que la adhesión a la Unión Aduanera propuesta por Rusia sería
algo seguro, y no una apuesta arriesgada, hipotética y a largo plazo, como la
pretendida adhesión a la UE.
La
tercera opción a todo esto sería que el país mantuviese su plena independencia
(firmando los tratados exteriores que tuviese que firmar en cada momento y con
quien quisiese, pero conservando su soberanía), sin embargo el país necesita
dinero urgentemente, que es precisamente lo que Yanukovich ha ido buscar tanto
en Rusia como en Europa. Un dinero con el que hacer frente a la dura situación
económica y con el que además cumplir con los prestamistas, y pagar el gas.
Además, ¿no posicionarse a estas alturas parece una utopía cuando se está de
bisagra entre la UE y la futura Unión Aduanera? La opción no parece ni
barajarse, cuando precisamente ese hacer de bisagra podría explotarse si se
tuviese la voluntad para ello. Se habla de “segunda
independencia” en las calles de Kiev, cuando lo que realmente acontece no
es sino una simple elección de amo.
3. Luces y
sombras de una realidad nada homogénea
A pesar de los esfuerzos de los medios de
comunicación por ofrecernos la imagen de un país integrado, homogéneo y con una
opinión unánime (que estaría reflejada en la Plaza de la Independencia de Kiev),
lo cierto es que Ucrania es un país con unas divisiones muy profundas, que dan
lugar a conflictos étnico regionales, culturales, lingüísticos y religiosos.
Dicha heterogeneidad aparece muy bien recogida por Benoît Vitkine en su
artículo “Ucrania: ¿Quién ha decapitado
el Lenin de Kotovsk?”(13). A
lo que se suma que es un país violento y con unos índices de corrupción
altísimos. Ucrania de hecho ocupa el lugar 144 a nivel mundial según
Transparencia Internacional(14). Una corrupción
que además no sólo salpica al presidente Yanukovich y a su partido, sino
también al principal partido de la oposición, Unión Panucraniana “Patria”, cuya primera exprimera
ministra, Yulia Tymoshenko, se encuentra en prisión por abuso de poder (y cuya
liberación, por cierto, es uno de los prerrequisitos impuestos por la UE para
la firma de un acuerdo de ingreso).
Volviendo
sobre la cuestión de su heterogeneidad interna, aparte de la existencia de
varias minorías tales como polacos, búlgaros, bielorrusos,... o probablemente
la más importante de todas ellas, los tártaros (un grupo étnico túrquico de
religión musulmana sunní que se concentra en la Península de Crimea), lo cierto
es que ninguna de esas minorías representa un porcentaje importante de
población (todas ellas en torno o por debajo del 0,5% del total). En cualquier
caso la gran fractura que divide el país es la que separa a los ucranianos “ucranistas” de los ucranianos “prorusos”, una división que es tanto
étnica, religiosa como lingüística. Por decirlo de alguna manera, el “tipo ideal” de ucraniano ucranista
sería:
1) de etnia ucraniana,
2) de religión greco-católica, y
3) de lengua materna ucraniana.
En el
otro extremo, el “tipo ideal” de
ucraniano proruso albergaría las tres propiedades opuestas:
1) de etnia rusa,
2) de
religión ortodoxa (y para más inri, dependiente del Patriarcado de Moscú) y
3) de lengua materna rusa.
Como es
natural, estas tres características se pueden cruzar formando una matriz con
distintas combinaciones. Ahora bien, la geografía tiene su peso y el río Niéper
actúa en gran medida como muro de contención dando lugar a que unos y otros
estén relativamente bien delimitados, por lo que no son pocos los ucranianos que
opinan que el Estado actual acabará dividiéndose en un país ucraniano
(integrado por las regiones central y occidental) y otro país vinculado a Rusia
(compuesto por la regiones oriental, meridional, Donbás y Crimea)(15).
Esta
división, además de en lo geográfico, se ha expresado también con bastante
nitidez en los procesos electorales. Así, en 2004 por ejemplo,
independientemente del resultado final, Viktor Yushchenko (el candidato
ucranista) obtuvo más del 90% de los votos en cuatro distritos occidental y en
torno al 75% en otros ocho distritos del centro oeste. Por su parte, Yanukovich
(el candidato proruso), superó el 90% de votos a su favor en las regiones
orientales(16).
Como se
puede extraer de los datos expuestos, en Ucrania lo que existe es en realidad
dos redes clientelares, cada una de ellas con su propia élite oligárquica y
propietaria además de sus respectivos medios de comunicación, articuladas sobre
esas diferencias culturales, lingüísticas,... hasta cierto punto paralelas,
hasta cierto punto superpuestas, y que sencillamente se disputan el gobierno
cada x años (lo cual, por cierto, no deja de ser muy distinto de lo que ocurre
en muchos países europeos).
Con
todo, y pese a ser el candidato proruso, la imagen que se vende de Yanukovich
como un dictador prosoviético comunista no es más que de hecho una distorsión
más de los medios. Yanukovich no es en realidad más que un empresario de
derechas conservador, elegido además en unas elecciones democráticas (sin
grandes diferencias con las que se celebran en los países de la UE). Alguien
que además, por cierto, no tiene entre sus planes ni mucho menos ceder la
soberanía económica del país, ni a la UE ni a Rusia(17).
Dicho claramente: ceder el poder económico que puede ejercer mediante su
posición como presidente lo convertiría en un supernumerario dentro de las
redes clientelares en que está inserto. Si, como se nos dice, su intención es
pasarle la batuta de mando al Kremlin, una vez hecho esto ¿qué pinta entonces
él allí? Es más, las relaciones Yanukovich-Putin no vienen siendo precisamente
cordiales, de hecho ya ha habido varios roces importantes entre uno y otro.
En
realidad lo que Yanukovich representa, y por eso es contestado con tanta
virulencia en la parte oeste del país, es al “Clan de Donetsk” y a “La
Familia”. El “Clan de Donetsk”
hace referencia a la vieja oligarquía del este, cuya cara más conocida es la de
Renat Akhmetov, el propietario de un gigante del acero y la electricidad cuyo
patrimonio está estimado en unos 16 mil millones de dólares y que es a su vez
el propietario del conocido equipo Shakhtar Donetsk FC. “La Familia” es un clan de negocios relativamente nuevo, encabezado
por su propio hijo mayor: Oleksandr Yanukovich(18).
¿Y
frente a todo esto, qué tenemos? A los otros oligarcas del lado oeste del país
(encarnados en el partido Unión Panucraniana “Patria”) que pretenden hacerse nuevamente con la dirección del
país mediante su desestabilización, en lo que no constituiría sino una réplica
de la Revolución Naranja de 2004, sólo que esta vez necesitan además del apoyo
de la “fuerza bruta”: Alianza
Democrática para la Reforma (UDAR, en ucraniano significa “golpe”), un partido liderado por el excampeón de boxeo Vitali
Klitschko, y Svoboda (Libertad), liderado por Oleh Tyahnybok, un partido
eufemísticamente llamado por los medios “nacionalista”
y en que resulta imposible no detenerse. De hecho, frente a lo de “nacionalista”, no han sido pocos lo que
han decidido llamar al partido y a su líder por su nombre: “neonazi” (violentamente xenófobo, antisemita, antigay y antiruso).(19) De hecho, pese a que en 2004 y por recomendación
del Frente Nacional Francés, el partido se deshizo de toda su parafernalia
fascista (cambiando su denominación y emblema), no desaprovecha ocasión para
hacer gala de su ideología: ya en 2012, el Centro Simón Wiesenthal (una
organización internacional de los derechos de los judíos) denunció el que
durante la Eurocopa de Fútbol se ondearon banderas nazis en los encuentros
celebrados en el estadio de Lviv (la “capital”
del oeste ucraniano, cuyo alcalde pertenece también al partido Svoboda)(20).
Ese mismo año, el partido jugó un papel clave en el desmantelamiento del
Desfile del Orgullo Gay en Kiev, así como más recientemente, en junio del año
pasado, participó en el homenaje a los veteranos de las SS en Lviv. Su líder,
Tyahnybok, no cesa de arremeter en sus discursos contra los judíos en general,
y en particular contra la “mafia judía de
Moscú” (de hecho ostenta nada menos que el quinto puesto en la lista
elaborada por el Centro Simón Wiesenthal de los mayores y más peligrosos
antisemitas del mundo). Por cierto, un poco de historia: El Holodomor, la
hambruna perpetrada por Stalin (y que es el símbolo del resentimiento hacia
Rusia), ya llevó una vez a que una parte de los ucranianos recibiesen a los
nazis con los brazos abiertos y arrojándoles flores (y a que posteriormente se
uniesen a ellos frente al Ejército Rojo). Esperemos no estar viviendo una “secuela” de aquello.
Y lo
que es más, como ha señalado Txente Rekondo(21),
si hay algo que precisamente se eche de menos entre los manifestantes es
líderes que no formen parte de la oligarquía local. De hecho, desde poco
después de su estallido, el movimiento ha sido copado por estos tres partidos y
encabezado por sus líderes (reinventados momentáneamente en activistas, como
vemos ahora con todo el jaleo montado por la agresión de la policía al
exministro del interior, Yuri Lutsenko), lo cual ha ido “depurando” el perfil de los manifestantes, así como ha supuesto un
cambio en las reivindicaciones (que se focalizan sobre todo en exigir la
dimisión del presidente, la liberación de la exprimera ministra Yulia
Tymoshenko y la convocatoria de nuevas elecciones).
De
hecho, lo que se está produciendo cada vez más es sencillamente una canalización
por parte estos partidos del rencor de una masa de jóvenes (y no tan jóvenes)
idealistas, desinformados, manipulados y en descontento con el gobierno, a los
que se les ha hecho creer que la UE será la panacea a todos sus problemas (no
que están sirviendo en realidad a intereses fundamentalmente extranjeros), y
para los que además decir “sí” a la
UE, independientemente de lo que ese sí signifique, no es más que su particular
forma de decir “no” a Rusia(22). Tanto es así que, como recogió el periodista
del New York Times, David Herszenhorn(23), una
juventud ucraniana por lo general tan apática y desacostrumbrada a este tipo de
acontecimientos, no tardó en dejarse liderar por los partidos de la oposición
al gobierno, para beneficiarse así de los recursos financieros y
organizacionales de éstos. A lo que hay que sumar obviamente el que, con grupos
organizados de extrema de derecha entre ellos, hablar de que las protestas
están siendo “pacíficas”, no es más
que retórica barata. ¿Dónde están los movimientos sociales en defensa del
colectivo LGTB?, ¿dónde están las feministas?,... grupos todos ellos que, en
consecuencia con la línea política que ha adoptado Rusia, sería evidente que se
alineasen con los manifestantes proeuropeístas. Como no podría ser de otra
manera: han sido desplazados por la presencia de Svoboda a la cabeza de las
manifestaciones. Algunos gays denuncian agresiones; a las feministas se les
acusa de intentar boicotear el movimiento y de estar pagadas por los servicios
rusos. Una de ellas declara a Hélène DespicPopovic(24):
“Desde el inicio de Maidan la gente habla
de valores europeos, pero todo ello permanece abstracto”. Todo esto, por
cierto, no ha supuesto el menor impedimento para que incluso ministros europeos
como el alemán Guido Westerwelle se hayan acercado en persona a las protestas
para manifestar su apoyo, poniendo una vez más en evidencia que los europeos
estamos dispuestos a pactar con quien haga falta (y al precio que haga falta)
con tal de mejorar nuestros intereses económicos.
Y
mientras todo esto acontece en Kiev y en varias ciudades del oeste de Ucrania,
¿qué ocurre en el resto del país? Fundamentalmente nada. Parecería por lo que
se nos ha dicho en los medios que el país entero es un polvorín cuando
realmente está ocurriendo más bien nada. ¿Dónde están los testimonios de los
ciudadanos del este y sur del país?, ¿de aquéllos que se sienten consternados
al ver que decapitan al Lenin local? O más importante aún, ¿dónde está el PCU
(Partido Comunista de Ucrania), un partido que cuenta con 32 diputados en la
Rada (el parlamento ucraniano)? Mutis, el mayor silencio absoluto.
Recapitulando...
Dicho todo lo anterior, no queda sino
retomar la pregunta inicial: ¿qué democracia está reclamándose en Ucrania, y
qué podemos opinar el resto al respecto?
La
imagen general que ha construido la televisión y los medios mainstream parece haber despertado una
especie de nostalgia romántica: se ha tratado de enternecernos con el simulacro
de un país que estalla en una marea pacífica frente a un gobierno corrupto y
tiránico. Sin negar que un primer momento algo de eso pudiese haber, el núcleo
de la cuestión está en que todo el acontecimiento en sí ha sido
descontextualizado, ofreciéndose una cobertura minimalista de hasta el más
absurdo detalle pero pasándose por alto lo más importante: el contexto, los
actores implicados, y los intereses en juego.
“Democracia como los europeos”. Todo
parece apuntar a que el gobierno ucraniano es totalmente corrupto e ilegítimo
(nada que ver con nuestro sistemas políticos impolutos), y que por lo tanto no
debería de aceptarse de él ningún tipo de decisión. Pero ¿son realmente tan
diferentes las democracias europeas y la supuesta democracia ucraniana? Grosso modo, como han señalado Kortazar
Billelabeitia y compañía(25), la democracia
ucraniana no tiene menos legitimidad que la de cualquier país europeo: se
celebran votaciones, se forman mayorías en el parlamento, organismos
internacionales reconocen la limpieza de las elecciones,... Luego, nos guste o
no, la decisión de Yanukovich ha sido perfectamente legítima (como obviamente
lo habría sido de haber sido afirmativa, si no, ¿qué hacíamos negociando con
él?). Una muestra más de esa doble vara de medida yanki-europea y de sus medios
oficialistas, de la cual resultan cosas tal que países como la Venezuela de
Chávez-Maduro se consideren tiranías mientras que países como Arabia Saudí, por
poner sólo un ejemplo, sean calificados de “aliados
estratégicos” o “países amigos”;
o que todos los focos se concentren en Kiev, mientras que en varias ciudades
alemanas se declara el “toque de queda” y
no parece pasar nada. Los medios, como siempre, exacerbando malentendidos y
ocupando con una imagen falsa de lo que ocurre fuera, el espacio precioso que
correspondería a los sucesos de verdadero interés que tienen lugar en casa.
La
ucraniana, como la española, no es sino una democracia sin cultura democrática
y sin valores democráticos, cuestiones que por cierto, cuando se reivindican,
no suelen despertar tanto interés mediático, o si lo despiertan no suelen
recibir una cobertura precisamente en términos románticos. El término en sí
mismo actualmente ya no significa nada en tanto que significa cualquier cosa,
pasando así al acervo de conceptos continentes de corte postmoderno en los que
cada uno echa dentro lo que más le interesa y lo que no interesa, pues ya se
verá que se hace con ello. La palabra democracia es un logo que reconocemos
como símbolo pero no sabemos qué designa. ¿Es posible una democracia
confesionalista, discriminatoria, antisemita,... que es hacia lo que tienden
los ucranianos? Tristemente la respuesta es que sí, es posible. ¿Se podría
adoptar una decisión como la de entrar en la UE (lo que significa ceder la
soberanía económica a una potencia extranjera) porque 2 millones de personas, 3
millones,... (5 ó 10 incluso) lo piden insistentemente en la calle, pese a que
el país tenga 45 millones? La respuesta también es que sí, pese a que una
decisión de tal peso sólo tendría legitimidad si una mayoría amplia (es decir
de dos tercios al menos) estuviese de acuerdo y lo votase en referéndum,
habiéndose previamente explicado cuáles son los términos del acuerdo.
No nos
engañemos, la “democracia” que se
demanda machaconamente en la Plaza de la Independencia de Kiev, nada tiene que
ver con el “democracia real ya” que
se ha entonado en tantas plazas del estado español.
Agradecimientos
No quiero terminar sin antes dar las
gracias a las personas que han leído el borrador previo de este artículo y que
me proporcionaron aspectos y detalles que, sin su ayuda, habría pasado por
alto. En especial al profesor Antonio Martínez López y a mi amigo Joaquín
Jiménez Vaquero.
1.- József Böröcz, “Terms
of Ukraine's EUDependency”, Lefteast, 3 de diciembre de 2013,
2.-
Sébastien Gobert, “L'Ukraine se dérobe à
l'orbite européenne”, Le Monde Diplomatique, diciembre de 2013.
3.- Vicky
Peláez, “Mano negra tras las
manifestaciones en Ucrania”, Rebelión, 19 de diciembre de 2013,
4.-
Nazanín Armanian, “La guerra del gas: de
Ucrania a Siria y de EEUU a Irán”, Público, 9 de diciembre de 2013,
5.- Viktor Yushchenko, “Holodomor”, The Wall Street Journal, 27 de noviembre de 2007,
6. - József Böröcz, op. cit.
7. - Vicky Pélaez, op. cit.
8.- József
Böröcz, op. cit.
9.- Txente
Rekondo, “Una nueva crisis se asoma en
Ucrania”, Rebelión, 9 de diciembre de 2013,
10. - Charles Recknagel, “Explainer: Can Moscow Afford Its Deal With Ukraine?”, Radio Free
Europe / Radio Liberty, 18 de diciembre de 2013,
11. - David M. Herszenhorn, “Ukraine blames I.M.F. For halt to agreements with Europe”, The New
York Times, 23 de noviembre de 2013.
12.- Jon
Kortazar Billelabeitia, Assier Blas et al., “Ucrania:
de encrucijadas y manipulaciones”, Rebelión, 16 de diciembre de 2013,
13.- Benoît
Vitkine, “Ukraine: qui a décapité le
Lénine de Kotovsk?” Le Monde, 26 de diciembre de 2013,
http://www.lemonde.fr/europe/article/2013/12/26/ukrainequiadecapitelelenine_
4340166_3214.html?xtmc=ukraine&xtcr=9
14.- Elvira
Huelbes, “La oposición política ucraniana
quiere aprovecharse del movimiento Euromaidan”, Cuarto Poder, 9 de
diciembre de 2013,
15.-
Antonio Checa Godoy, “La desrusificación
de Ucrania. El papel de los medios”, IC Revista Científica de Inforación y
Comunicación, nº5, Sevilla, 2008, pp. 125165,
16.- Ídem.
17.-
Sébastien Gobert, op. cit.
18.- Alla
Semenova, “Goodbye Lenin? Is Ukraine's
‘revolution’ proeuropean or prooligarchic?”, New Economic Perspectives, 11
de diciembre de 2013,
http://neweconomicperspectives.org/2013/12/goodbyeleninukrainesrevolutionproeuropeanprooligarchic.
HTML
19. - Palash Ghosh, “Svoboda:
the rising spectre of neonazism in the Ukraine”, International Business
Times, 27 de diciembre de 2012,
20.- Elvira
Huelbes, op. cit.
21.- Txente
Rekondo, op. cit.
22.- Alla
Semenova, op. cit.
23.- David M. Herszenhorn, “Ukraine Leader Called to Resign As Anger Swells”, The New York
Times, 2 de diciembre de 2013.
24.- Hélène
DespicPopovic, “La révolution européenne
doit avoir lieu dans nos têtes”, Libération, 29 de diciembre de 2013.
Véase:
http://www.liberation.fr/monde/2013/12/29/larevolutioneuropeennedoitavoirlieudansnostetes_
969561 25, Jon Kortazar Billelabeitia, Assier Blas et al., op. cit.
Rebelión ha
publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad
para publicarlo en otras fuentes.
Comentarios