Cimacnoticias, 21-01-2014
Las zonas agrícolas en el estado norteño son vivo
ejemplo del maltrato casi feudal contra mujeres indígenas y migrantes, que
huyen de la pobreza y violencia de sus comunidades.
Mujeres indígenas que huyeron de
la violencia que vivían en sus comunidades llegaron a los campos agrícolas en
Sinaloa, en aras de independizarse económicamente y cambiar la situación de
maltratos, carencias y falta de oportunidades en la que vivían. Pero se toparon
con una realidad peor.
Sinaloa tiene varias zonas
agrícolas que no detienen sus labores durante casi todo el año. Una de ellas es
Villa Juárez, en el municipio de Navolato, a 30 minutos de distancia de
Culiacán, capital del estado.
En este lugar se siembra tomate,
chiles, pepinos, ejotes, frijoles, berenjena, calabaza y una variedad de
legumbres, hortalizas y granos, que son distribuidos a todo el país.
En la zona se observan los
interminables surcos trabajados por cientos de mujeres, quienes padecen
violencia, hacinamiento, abusos, maltrato y jornadas laborales sin descanso,
denuncia Amalia Lópes, presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de Villa
Juárez.
Informa que mujeres provenientes
de 20 estados son llevadas por “enganchadores”,
quienes van a sus comunidades y en su lengua materna les prometen trabajo bien
remunerado, vivienda y transporte, así como un contrato laboral.
Lo del contrato es cierto, pero
las condiciones de vida distan mucho de ser lo que les prometieron porque son
llevadas a unas “cuarterías”, es decir bodegas en las que son alojadas para
luego ser trasladadas a las 4 de la mañana a los campos.
Tal actividad la realizan los
siete días de la semana para percibir un sueldo diario no mayor a 150 pesos.
Estas mujeres que decidieron
emigrar ante la falta de oportunidades y la violencia intrafamiliar, llegan en
las camionetas de los “enganchadores”
y son instaladas junto con hombres, niños y familias completas en estas “cuarterías”, que tienen entre 24, 36 o
hasta 60 divisiones que los albergan en hacinamiento, sin ventilación y con
láminas que ocultan lo que sucede al interior.
Las condiciones de vida, describe
la activista, son de un riesgo latente, ya que se viven abusos, violencia de
todo tipo, maltratos, e incluso ha habido mujeres que han parido en el piso de
esos lugares, ya que los dueños impiden el ingreso de las autoridades.
Al recorrer las calles Ignacio
Altamirano y Ricardo Tamayo, en la colonia López Portillo, en Villa Juárez, se
observan “cuarterías” consecutivas,
en las que sus propietarios tienen acuerdos con los dueños de los campos para
que les lleven personal, por lo que a las mujeres no se les cobra renta pero “viven en prisiones”, acusa López.
AISLAMIENTO
La defensora abunda que en los campos agrícolas Victoria, El Chaparral, Santa Teresa y El Serrucho, de la empresa Melones Internacionales, a las jornaleras no se les permite visitas, además de que no se les da oportunidad de convivencia entre ellas, y en caso de enfermedad son despedidas sin ningún amparo legal.
AISLAMIENTO
La defensora abunda que en los campos agrícolas Victoria, El Chaparral, Santa Teresa y El Serrucho, de la empresa Melones Internacionales, a las jornaleras no se les permite visitas, además de que no se les da oportunidad de convivencia entre ellas, y en caso de enfermedad son despedidas sin ningún amparo legal.
Amalia afirma que la gran mayoría
de la población de Villa Juárez son migrantes, quienes ya suman 70 mil
habitantes, según datos oficiales. Estas personas llegan hablando hasta 16
lenguas originarias, lo que ha generado dificultades para que ejerzan su
derecho a la salud y a la justicia debido a la falta de intérpretes.
Mujeres triquis, zapotecas,
tarascas, mayas, huicholas y tlapanecas, entre muchas otras etnias que trabajan
en los campos, “viven mal”, comen en
la tierra, en condiciones poco favorables, son acosadas sexualmente, viven
violencia física y además no cuentan con seguridad social pese al esfuerzo del
trabajo en el campo.
Presentan también enfermedades en
la piel por la exposición al sol, a la tierra o por el contacto con los
agroquímicos, detalla Amalia. También padecen problemas de columna y en sus
pulmones debido a los baldes que tienen que cargar en su espalda.
Francisca, jornalera que empacaba
chiles en Villa Juárez desde las 7 de la mañana hasta la una de la madrugada
todos los días, denuncia que las labores se han recrudecido, pues los patrones
les exigen casi el doble de productos diariamente.
Incluso detalla que las 84
mujeres con las que trabajaba y quienes son en su mayoría jefas de familia,
presentan dolores de cintura por los saltos que tienen que dar para evitar caer
en alguna de las zanjas que están entre los surcos, pero las que no pueden hacerlo
llegan a sufrir fracturas.
Cuenta que la labor en los
invernaderos también es difícil, pues la temperatura promedio de 25 grados
centígrados aumenta considerablemente, lo que les provoca deshidratación y los
empleadores no les brindan ni un vaso de agua.
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