Diciembre 20, 2013
Pablo Oprinari
Publicado
por guerrillacmx
Con la aprobación
de la reforma energética en el Congreso, se ha dado un duro golpe al conjunto
del pueblo oprimido y explotado de México. Como se ha denunciado ampliamente,
la reforma abre las puertas para un salto en la penetración de los capitales en
el sector energético, y las consecuencias de esta privatización en los hechos,
de los hidrocarburos, se verán en los próximos años. Entra en los anales
largamente poblados de infamias y entregas de la historia de México. Es un
avance sólo comparable –en las décadas recientes– al Tratado de Libre Comercio,
mediante el cual México se convirtió en una plataforma comercial e industrial
de la estructura productiva yankee, y que supuso profundos cambios en el
terreno económico y social.
Los
modernos herederos de Santa Anna y Porfirio Díaz
Los partidos de la burguesía
mexicana han mostrado con creces su carácter absolutamente subordinado y
vasallo del imperialismo, “dignos”
herederos de Antonio López de Santa Anna y Porfirio Díaz. Sin duda el PAN y el
PRI –que modificó hasta sus estatutos para no tener ningún obstáculo formal–
actuando como el “despacho legal” de
las grandes trasnacionales, pueden aspirar con “orgullo” a ocupar el lugar de ser los más entreguistas dentro del
amplio espectro de partidos burgueses latinoamericanos que le rinden pleitesía
al amo del norte. La joya de la corona: los hidrocarburos y otras formas de
riqueza energética, así como concesiones por décadas para la explotación del
rico subsuelo mexicano. 75 años después de la expropiación de las compañías
petroleras, el largo recorrido por el que el capital trasnacional fue avanzando
sobre el sector energético (que fue perdiendo progresivamente su carácter
nacional) parece tener en la infame votación del Congreso uno de sus puntos de
llegada.
Pero no es sólo el PRI y el
PAN, ese bloque pro imperialista y antipopular que en los años previos
garantizó –unos en el gobierno, otros en la “oposición”–
las medidas y legislaciones requeridas por el capital. Es también el caso del
PRD, la autollamada “izquierda”
mexicana. El sol azteca, después de
integrarse plenamente al Pacto por México
en diciembre de 2012 y apuntalar la agenda reaccionaria del priismo, viendo el
costo político que acarrearía la reforma energética, pataleó y decidió
salir del pacto para no aparecer, con tanta evidencia, como socio y cómplice
del priismo. Bajo la influencia del caudillo histórico Cuauhtémoc Cárdenas hizo
esta nueva maniobra y evitó así su segura desaparición como “alternativa de oposición”.
La
realidad es que la centroizquierda se ha mostrado absolutamente impotente para
ofrecer alguna respuesta política de cierta energía al avance de las
transnacionales sobre el petróleo. Primero apuntaló la agenda neoliberal de
Peña Nieto, la cual siempre incluyó esta reforma, como una crónica de la
entrega anunciada. Luego, dio un golpe de timón y adoptó una actitud “opositora”, la cual buscó más un
posicionamiento mediático que contener la aplanadora parlamentaria
panista-priista, generando ilusiones en que “lucharemos
por una consulta… en el 2015”, una verdadera burla al descontento nacional
con la entrega de Pemex, tibia política que está incluso sujeta a mecanismos
legales que harían imposible retrotraer la reforma por la vía “constitucional”. La realidad es que el
PRD, profundamente derechizado en los años previos, ha sido cómplice, por
acción u omisión, de los avances en la penetración y la subordinación al
imperialismo, primero en los 90’ con el TLC y las transformaciones
estructurales del país, y ahora con este nuevo período de avance en la
integración de la economía mexicana a los intereses y dictados de las grandes
transnacionales. La “revolución
democrática” encabezada por el Ingeniero Cárdenas primero, por López
Obrador después, y ahora por la gris y colaboracionista dirección de Zambrano,
termina un largo recorrido que lo llevó desde contener la movilización en
respuesta al fraude del 88’ hasta su reciente presente de asociados menores de
los juniors priistas educados en la escuela neoliberal, recorrido en el
cual nunca pudo (ni podrá) representar alternativa alguna para impedir que
México sea una estrella más de la bandera estadounidense.
En la actitud de los vasallos neoliberales de
Washington del PRI y del PAN y a la luz de la política de la centroizquierda “progresista”, resuenan firmes las
palabras de los marxistas que, en distintos momentos del siglo XX (desde la década
de los 30’ hasta los años 70’) sostuvieron que la burguesía mexicana era una
clase social profundamente reaccionaria, incapaz de garantizar la resolución de
las tareas democráticas y la independencia íntegra y efectiva de la dominación
de las potencias imperialistas. Mientras la izquierda estalinista –expresada
tanto en el Partido Comunista como en la figura y las organizaciones creadas
por Vicente Lombardo Toledano– buscaba con ahínco un sector burgués progresista
en el que depositar el lugar dirigente de la revolución, los marxistas
revolucionarios –en particular aquellos referenciados con la corriente fundada
por León Trotsky, pero también disidentes del PCM como José Revueltas–
discutían esto.
En el
caso de la dirección lopezobradorista del MORENA, la realidad es que –más allá
de la voluntad de lucha mostrada por sus bases– su política no puede enfrentar
y derrotar la entrega del país al imperialismo, como no pudo en el pasado echar
abajo el fraude. Eso requiere una orientación radical, para enfrentar hasta el
final las instituciones de este régimen político y sus dictados, desplegar una
alianza entre el movimiento obrero y el conjunto de los explotados y oprimidos,
apelando a los métodos de acción y de lucha como el paro y la huelga. Esta
perspectiva está ausente en la política propuesta una y otra vez por AMLO en
distintas coyunturas desde el 2006 hasta la fecha, la cual descansa
fundamentalmente en la presión sobre las instituciones, bajo la idea de que es
posible democratizarlas y reformarlas. Por el contrario, luchar
por la independencia íntegra y efectiva de la nación oprimida respecto al
imperialismo y por lograr una verdadera soberanía es impensable sin romper
todos los lazos que nos subordinan al imperialismo y sus tratados económicos,
políticos y militares (como el TLC o el acuerdo Transpacífico), por expropiar a
las grandes trasnacionales imperialistas y por renacionalizar todas las áreas
de la economía que han sido crecientemente privatizadas de forma abierta o
encubierta. Eso requiere una política orientada a enfrentar al gobierno y sus
partidos y las instituciones de este régimen, basado en la movilización
revolucionaria de las masas, asumiendo una perspectiva socialista que ataque y
ponga en cuestión la propiedad capitalista.
Comentarios