por Sergio Rodríguez Lascano
Domingo, 22 de diciembre
de 2013
Hace casi 20 años, nos despertamos con la noticia de que los indígenas
mayas del estado de Chiapas se habían levantado en armas en contra del mal
gobierno del inefable Carlos Salinas de Gortari. A partir de ahí, grandes
movilizaciones y un diálogo no siempre fácil se desarrolló con el Ejército
Zapatista de Liberación Nacional.
De manera fundamental, una nueva generación
salió entonces a las calles y se identificó con la rebeldía zapatista. Fueron
ell@s los que marcaron una buena parte de las movilizaciones que se
desarrollaron en esa primera fase de la lucha zapatista.
La insurrección zapatista del 1 de enero había
cimbrado la conciencia nacional. Efectivamente, como dijo José Emilio Pacheco: “Cerramos los ojos para suponer que el otro
México desaparecería al no verlo. El primero de enero de 1994 despertamos en
otro país. El día que íbamos a celebrar nuestra entrada en el primer mundo
retrocedimos un siglo hasta encontrarnos de nuevo con una rebelión como la de
Tomochic. Creímos y quisimos ser norteamericanos y nos salió al paso nuestro
destino centroamericano. La sangre derramada clama poner fin a la matanza. No
se puede acabar con la violencia de los sublevados si no se acaba con la
violencia de los opresores” (José Emilio Pacheco, La jornada, 5 de enero).
La izquierda mexicana y mundial se encontraba en
ese momento en un aparente callejón sin salida. El 11 de noviembre de 1989,
comenzaron a caer, como pinos de boliche, las llamadas “democracias populares” (República Democrática de Alemania,
Checoeslovaquia, Hungría, Bulgaria, Polonia, Rumania, Albania). En 1991, la
Unión de República Socialistas Soviéticas se “desmerengó” y, más allá de lo que cada quien pensábamos de ese
proceso, lo que no se puede negar es que, en la práctica, su derrumbe abrió
paso a la llegada de un capitalismo salvaje dirigido por una mafia criminal.
En América Latina, el 25 de febrero de 1990, los
sandinistas pierden las elecciones y se inicia no sólo el proceso de despojo en
contra de los campesinos nicaragüenses, lo mismo que el final del
cooperativismo, sino que también se desarrolla una dinámica de corrupción entre
los dirigentes sandinistas. Todavía pesaba que uno de los fundadores del
sandinismo y figura emblemática de la revolución, Tomás Borge, hubiera
realizado un libro-alabanza-libelo —disfrazado de entrevista a Carlos
Salinas de Gortari— titulado “Dilemas
de la modernidad”.
El 16 de enero de 1992, se firman los acuerdos
de Chapultepec que ponen fin a la guerra en El Salvador, sin que una serie de
demandas centrales del pueblo pobre se hayan conquistado, en especial, el
derecho a la tierra. En medio de ese proceso, el señor Joaquín Villalobos (“dirigente” del FMLN), quien ya cargaba
sobre sus hombros la terrible decisión de matar al gran poeta Roque Dalton, le
entrega su AK-47 a Carlos Salinas de Gortari.
Después de esto, se buscó ubicar todo en el
marco institucional, de la democracia representativa. Todos abogaban por una
izquierda que se limitara a ser cliente respondón del Estado capitalista.
En medio de la euforia anticomunista y de los
coloquios en los que se pregonaba el fin de la historia y la llegada de un
nuevo orden mundial, alguien describió bien la época que vivíamos e hizo una
afirmación que le dio sentido a nuestra necedad: Eduardo Galeano, quien escribió
un texto memorable:
“En Bucarest, una grúa se lleva la estatua de Lenin. En Moscú, una
multitud ávida hace cola a las puertas de McDonald’s. El abominable muro de
Berlín se vende en pedacitos, y Berlín Este confirma que está ubicado a la
derecha de Berlín Oeste. En Varsovia y en Budapest, los ministros de Economía
hablan igualito que Margaret Thatcher. En Pekín también, mientras los carros de
combate aplastan a los estudiantes. El Partido Comunista Italiano, el más
numeroso de Occidente, anuncia su próximo suicidio. Se reduce la ayuda
soviética a Etiopía y el coronel Mengistu descubre súbitamente que el
capitalismo es bueno. Los sandinistas, protagonistas de la revolución más linda
del mundo, pierden las elecciones: Cae la revolución en Nicaragua, titulan los
diarios. Parece que ya no hay sitio para las revoluciones, como no sea en las
vitrinas del Museo Arqueológico, ni hay lugar para la izquierda, salvo para la
izquierda arrepentida que acepta sentarse a la diestra de los banqueros.
Estamos todos invitados al entierro mundial del socialismo. El cortejo fúnebre
abarca, según dicen, a la humanidad entera.
Yo confieso que no me lo creo. Estos funerales se han equivocado de
muerto”.
(Eduardo
Galeano: El niño perdido a la intemperie).
La insurrección zapatista del 1 de enero abrió
un nuevo ciclo de confrontaciones sociales. La capacidad de trasmitir su
mensaje, que era y es el de los condenados de la tierra, abrió una brecha para
poder re-andar el camino en la búsqueda de una práctica emancipadora.
El pensamiento libertario zapatista abrió un
gran hoyo en el aparentemente sólido edificio ideológico del poder del capital,
y permitió que por ahí se expresaran viejas buenas ideas y nuevas buenas ideas.
En medio de la mayor euforia de la clase
dominante; cuando se levantaban las copas de champagne para brindar por nuestro
ingreso al primer mundo (el 1 de enero entraría en vigor el Tratado de Libre
Comercio); cuando el priísmo estaba más seguro, en tanto había logrado “destapar” a su candidato sin que se
dieran grandes fisuras en su interior; cuando las 15 familias más ricas del
país festejaban la capacidad que habían tenido los mecanismos de control para
dominar a los “jodidos” (como le
gusta decir de los pobres, al zar de la televisión privada: Emilio Azcárraga
Milmo); se dio el levantamiento de los pueblos zapatistas. Escogieron esa fecha
como para demostrar que la memoria no había sido derrotada por una modernidad
excluyente.
Ni el gobierno y los partidos de derecha, ni la
izquierda o los sectores democráticos, teníamos la menor idea de que algo
semejante iba a suceder. Sabíamos del rencor que se venía agolpando en el pecho
de una manera soterrada, pero no pensábamos que se podría expresar de esta manera.
Empezamos a tratar de comprender. Por supuesto,
no sólo no siempre entendíamos a cabalidad el conjunto de la nueva gramática de
la rebeldía zapatista, sino que muchas ideas nos eran ajenas y, muchas
veces, las malinterpretamos.
Lo más importante es que el 1 de enero fue una
bocanada de aire fresco. Salimos a las calles no sólo para exigirle al gobierno
parar la guerra, sino para evidenciar que todos los cantos al fin de la
historia eran, antes que nada, vacíos discursos ideológicos.
La idea de que NO todo estaba perdido fue clave
para comprender que, al final, esa rebelión no era sino una grieta por donde
podíamos ver que todavía había muchas luchas por delante. Que la historia no
sólo no había terminado, sino que era, todavía, una-muchas páginas en blanco.
Ahora podemos agregar que, para nosotros, la
insurrección zapatista no es una efeméride, un evento que corre el peligro de
ser deglutido por el carácter omnívoro del capitalismo. Que, a pesar de los
intentos llevados a cabo por los medios de comunicación, el zapatismo no forma
parte de la sociedad del espectáculo.
El zapatismo ha sido un proceso, efectivamente,
lleno de varios momentos luminosos pero, antes que nada, ha sido un proceso
ininterrumpido de luchas, acciones, experiencias que, encadenadas entre sí, han
constituido una nueva práctica de la izquierda de abajo.
Entonces, a pesar de las veces que los
comentaristas y analistas —que confunden su ilusión con la realidad— han dado
por muerto al zapatismo, éste no sólo ha continuado sino que ha ido generando
nuevos procesos sociales.
A lo interno, con el desarrollo de la autonomía
(auténtico proceso de auto-organización sin paralelo en la historia, por lo
menos de manera tan profunda y prolongada) y la construcción de nuevas
relaciones sociales, es decir, de nuevas formas de vida. Y hacia afuera, al no
buscar hegemonizar u homogeneizar ni dirigir a otros movimientos sociales.
Ubicándose siempre al lado de los perseguidos,
humillados y ofendidos, en especial, de los más perseguidos, más humillados y
más ofendidos.
No en función de la defensa en abstracto de la
patria o de la nación, sino en función de los seres humanos que, viviendo abajo
y más abajo, son considerados como prescindibles o como simple carne de cañón
que no merece ninguna otra cosa que ir atrás de sus dirigentes siempre tan
dispuestos a decirles cuándo levantar la mano. Esos seres humanos que son la
esencia fundamental de la patria o de la nación.
Si alguien le preguntara a un zapatista: ¿Cuáles
han sido tus mejores años? Éste contestaría: “los que vendrán”. Porque algunas de las cosas más importantes que
nos ha mostrado el zapatismo es su permanente voluntad de lucha, su capacidad
organizativa y su convicción —a prueba de todo, incluso de la incomprensión de
much@s— de que vamos a ganar.
Si la rebeldía zapatista —de la cual queremos
ser cómplices— no es una fecha, ni un cumpleaños, ni un acontecimiento, ni algo
petrificado, dogmático o terminado, entonces, es algo que se arma, se
construye, se cimienta todos los días.
Si otros quieren darse por derrotados porque
consideran que ya se perdió “la madre de
todas las batallas”, ése es su derecho. Nosotr@s preferimos la visión de
que, como decían los estudiantes franceses del mayo de 1968: “esto no es más que el inicio, el combate
continúa”.
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde el 1
de enero de 1994. Y muchos los ataques de los señores del dinero, la clase
política y sus palafreneros, “intelectuales”
de pacotilla que desde el primer día fueron contratados para una misión
imposible: denigrar con cierta credibilidad a los pueblos zapatistas y a su
ejército. Las plumas verde olivo se ofrecieron al mejor postor, desde el libelo
Nexos hasta lo que hoy es su espejo:
el diario La Razón. Todos ellos han
acogido a varios tinterillos proclives a exhibirse como lo que son:
mercenarios que escriben con la mano derecha y cobran con la izquierda.
El impulso vital que venía de abajo fue
escuchado y entendido sólo por una parte de toda la izquierda mexicana. La que
no sufre de esa enfermedad del cuello que es la tortícolis, producto de tener
la cabeza y la mirada siempre volteando hacia arriba, suspirando por un poder
que —aunque nadie de ellos se ha dado cuenta— ya no existe, que es un
holograma.
Por nuestro lado, los que mantuvimos el
planteamiento rebelde de la Otra Izquierda decidimos, con la ayuda del ejemplo
de los pueblos zapatistas, mantenernos abajo y a la izquierda. Empeñados en
construir otra realidad, donde los mecanismos comunitarios de auto-organización
sean el motor de las transformaciones prácticas y teóricas. Al lado de quienes
viven en los sótanos y la planta baja del edificio capitalista.
Para lograr esa construcción fue necesario estar
dispuest@s a reaprender muchas cosas, como lo veremos más adelante.
********
En ese proceso en el que “el
educador debe ser educado” reaprender ha sido fundamental.
Desde luego, el camino no ha sido fácil. Varios
paradigmas teóricos del pensamiento de izquierda fueron puestos en cuestión:
a) La idea de una vanguardia que dirige desde el
exterior al movimiento social.
b) La idea de que la teoría es algo exclusivo de
los pensadores universitarios.
c) La idea de que la clase obrera es la única
clase revolucionaria.
d) La idea de que lo que importa en el concepto
lucha de clases, es el segundo elemento y no el primero.
e) La idea de que la diversidad y la diferencia es
un estorbo para luchar juntos.
f) La idea de que el Estado es el único
instrumento que se puede utilizar para cambiar de manera duradera las
condiciones de vida y la organización social del pueblo.
g) La idea de que luchamos por una revolución
socialista a la que se le debe firmar un cheque en blanco, dejando de lado las
mal llamadas luchas minoritarias (indígenas, mujeres, homosexuales, lesbianas,
otros amores, punks, etcétera).
h) La idea de la izquierda —que también tiene un
pensamiento único— de que quien no cuadre en su visión es un enemigo.
Frente a esa crisis de paradigmas hemos
comenzado a construir un pensamiento muy otro. Lo primero ha sido romper con
esa visión de que la política es una tarea que únicamente pueden acometer los
especialistas. Que se trata de un discurso lleno de secretos arcanos no apto
para la población en general.
Descubrimos poco a poco que existe otra teoría:
la que nace del seno de los movimientos de verdad, aquéllos que no son
golondrinas que no hacen verano. Que es ahí en las comunidades, los barrios,
los ejidos, los pueblos, donde la gente comienza a reflexionar sobre el
significado de tomar en sus manos el control de sus destinos y, a partir de
ahí, a elaborar una teoría producida por ella misma.
Esa irrupción de los “peatones de la historia”, como dicen los compañeros zapatistas, ha
puesto en crisis a más de uno de los que se piensan a sí mismos como los
poseedores del pensamiento político, de los que tienen “respuestas” para todo lo que pasa en el mundo, producto de una
lectura profunda… de los periódicos. Desde luego, como siempre sucede, ningún
pueblo les hace caso.
Las y los indocumentados de la política, los que
no tienen papeles ni títulos universitarios son los que, desde hace ya varios
años, están haciendo la verdadera teoría política.
La gran pregunta para los que se reivindican
como organizaciones de vanguardia y para los que se consideran “formadores de opinión” es saber si van
a tener la modestia de escuchar esas voces. Si van a ser capaces de bajar el
volumen del estruendo que producen sus teorías, casi siempre producto de
diseños analógicos, que son válidas para cualquier momento de la historia, es
decir, para ninguno.
Aprender a escuchar solamente se logra cuando
uno se calla. ¿Será posible que después de tantos años de hablar, la izquierda
tenga la capacidad para callarse y escuchar? Las voces que vienen de abajo,
aunque de pocos decibeles, son claras y nítidas. Solamente es indispensable
inclinarse un poco y prestar atención.
Y, entonces, nos daremos cuenta que desde lo más
profundo de la sociedad mexicana, cual torrente, están brotando tal nivel de
ideas y pensamientos como los que hoy vemos en la Escuelita Zapatista. Si
aguzamos el oído para mirar tendremos que reconocer que sí, es cierto, las
nuevas generaciones de zapatistas son mucho más lúcidas y capaces que aquéllas
que hicieron la insurrección. Las múltiples voces de las bases de apoyo
zapatistas nos confirman que, a pesar del importante esfuerzo de su jefe
militar y vocero, sólo logró trasmitirnos un pálido reflejo de lo que estaba pasando
en territorio zapatista.
La riqueza de esa experiencia nos ha dado nuevas
herramientas prácticas y teóricas. Es responsabilidad nuestra que
su uso sea fructífero. Sabemos que no ha sido fácil, y estamos lejos de haberlo
logrado, pero lo estamos intentando, realmente intentándolo. Y hoy podemos
decir que aquí estamos.
Que no nos rendimos, que no nos vendemos, que no
renegamos. Que, sin duda, nos hemos equivocado, pero hemos logrado preservar el
fuego y separar la ceniza. Que ese fuego es hoy apenas un llama, a lo mejor una
llamita, pero que todos los días es alimentado con dos cosas: las acciones
destructivas de un poder neoliberal excluyente y rapaz que nos obliga a
mantenernos en el imperativo categórico de eliminarlo, y la voluntad inquebrantable
de lo que somos.
Todos los días con nuestra práctica y
pensamiento velamos esa llama o llamita, que representa nuestra voluntad de
luchar en contra de la explotación, el despojo, la represión y el desprecio, es
decir, en contra de la esencia del capitalismo.
Que hacemos nuestras las siguientes palabras,
que ustedes pronunciaron en el festival de la Digna Rabia:
“Permítanos contarles: El EZLN tuvo la tentación
de la hegemonía y la homogeneidad. No sólo después del alzamiento, también
antes. Hubo la tentación de imponer modos e identidades. De que el zapatismo
fuera la única verdad. Y fueron los pueblos los que lo impidieron primero, y
luego nos enseñaron que no es así, que no es por ahí. Que no podíamos suplir un
dominio con otro y que debíamos convencer y no vencer a quienes eran y son como
nosotros pero no son nosotros. Nos enseñaron que hay muchos mundos y que es
posible y necesario el respeto mutuo…
“Y entonces lo que queremos decirles es que esta
pluralidad tan la misma en la rabia, y tan diferente en sentirla, es el rumbo y
el destino que nosotros queremos y les proponemos…
“No todos somos zapatistas (cosa que en algunos
casos celebramos). Tampoco somos todos comunistas, socialistas, anarquistas,
libertarios, punks, skatos, darks, y como cada quien nombre su diferencia…”
(Fragmentos
del discurso del Subcomandante Insurgente Marcos: “Siete vientos en los calendarios y geografías de abajo”).
Esa concepción nos interpela para ir formulando
una respuesta. A continuación daremos unas ideas, que desde luego solamente son
una reflexión inicial.
********
“En la Sexta no decimos que todos los pueblos indios se entren al EZLN,
ni decimos que vamos a dirigir obreros, estudiantes, campesinos, jóvenes,
mujeres, otros, otras, otroas. Decimos que cada quien tiene su espacio, su
historia, su lucha, su sueño, su proporcionalidad. Y decimos que entonces
echemos trato para luchar juntos por el todo y por lo de cada quien y cada
cual. Por echar trato entre nuestras respectivas proporcionalidades y el país
que resulte, el mundo que se logre esté formado por los sueños de todos y cada
uno de los desposeídos.
“Que ese mundo sea tan abigarrado, que no quepan las pesadillas que
vivimos ninguno, ninguna, ningunoa, de abajo.
“Nos preocupa que en ese mundo
parido por tanta lucha y tanta rabia se siga viendo a la mujer con todas las
variantes de desprecio que la sociedad patriarcal ha impuesto; que se siga
viendo como raros o enfermos o enfermoas y raroas a las diversas preferencias
sexuales; que se siga asumiendo que la juventud debe ser domesticada, es decir,
obligada a ‘madurar’; que los indígenas sigamos siendo despreciados y
humillados o, en el mejor de los casos, enfrentados como los buenos salvajes a
los que hay que civilizar.
“Vaya, nos preocupa que ese nuevo mundo no vaya a ser un clon del
actual, o un transgénico o una fotocopia del que hoy nos horroriza y
repudiamos. Nos preocupa, pues, que en ese mundo no haya democracia, ni
justicia, ni libertad”.
“Entonces les queremos decir, pedir, que no hagamos de nuestra fuerza
una debilidad. El ser tantos y tan diferentes nos permitirá sobrevivir a la
catástrofe que se avecina, y nos permitirá levantar algo nuevo. Les queremos
decir, pedir, que eso nuevo sea también diferente”.
(Fragmentos
del discurso del Subcomandante Insurgente Marcos: “Siete vientos en los calendarios y geografías de abajo”).
¿Qué escribiríamos si hoy tuviéramos la
pretensión de decir qué es lo que nos muestra la experiencia zapatista?
Cada vez que un hombre, una mujer, un niño o un
anciano base de apoyo zapatista habla de su lucha, de su autonomía, de su
resistencia hay una palabra que se repite con insistencia: organización. Pero
¿Cómo llegar a ella? El problema no se resuelve utilizando la palabra como una
especie de “ábrete sésamo”, buena
para todo.
Tampoco se puede simplemente elevar a modelo lo
que ellos mismos nos dicen que no es un modelo. Que ellos lo han hecho así,
pero que otros modos habrá.
Si rechazamos el pensamiento único de la
derecha, es imposible pensar que ahora vamos a implantar una especie de
pensamiento único de la izquierda de abajo.
No, de lo que se trata es de aprender de las
experiencias diarias que vamos trabajando. Y esas experiencias aunque
semejantes no serán iguales. Pero, ¿habría algo que nos permitiera orientarnos
en ese sinuoso camino?
Sí, hay varias cosas, por lo menos eso creemos
nosotr@s.
a) Ubicarnos siempre al lado de los condenados de
la tierra.
b) No mirar para arriba, pero tampoco para abajo.
Buscar siempre echar miradas de complicidad a los lados, es decir adonde
pertenecemos, a abajo.
c) Privilegiar la escucha al discurso. Dar
oportunidad a que el abajo hable y nos diga lo que él sabe.
d) Entender que es inevitable que desde el poder y
sus medios se van a realizar labores de linchamiento en contra de aquellos
otr@s que desentonan, que no se cuadran ni cuadran: en contra de los rebeldes.
e) Rehuir la tentación de dirigir los movimientos.
Esto siempre provoca vértigo. Siempre surge la pregunta de cómo se van a
expresar los que luchan, la población que abajo habita, si no hay quien les
dirija. Pues la respuesta siendo sencilla tiene una gran complejidad aceptarla:
por ellos mismos.
f) Respetar las formas organizativas que cada
quien se dé, aunque nos parezcan tortuosas y desesperadamente lentas. Cada
quien su modo.
g) No perseguir las coyunturas que de arriba nos
imponen, sino trabajar para crear nuestras propias coyunturas. Mover el tablero
de la política quiere decir no respetar las reglas de lo “políticamente correcto”. Aspiramos a ser “políticamente incorrectos”.
h) Trabajar y construir en la diferencia.
Generando espacios habitables donde las mujeres no sean hostigadas por el
simple hecho de ser mujeres. Donde se acepte las diversas preferencias
sexuales. Donde no se imponga una religión pero tampoco el ateísmo. Donde se
promueva el encuentro de los diversos, de los otr@s.
i) Donde no nos auto limitemos porque la polis es
mucho más complicada que la selva. Muchos han dicho que los zapatistas pueden
hacer lo que hacen porque su sociedad no es compleja. Pero que en las grandes
urbes vivimos una sociedad compleja que impide la posibilidad de que la gente
tome el control de su destino. Eso ha sido teorizado, tanto desde la derecha
como en la izquierda. Este “argumento”
contiene dos estupideces: pensar que los pueblos zapatistas conforman una
sociedad simple. Quien dice eso nunca ha pisado territorio zapatista, donde
casi cada compañer@ es un municipio autónomo. Simplemente hay que recordar que
en una Junta de Buen Gobierno conviven compañer@s que hablan hasta cuatro
idiomas diferentes. La otra estupidez es achicar a los pueblos de las grandes
ciudades y expropiarles su capacidad de decisión, por un problema técnico: la
dificultad en la comunicación. Digo, esos mismos son los que cantan las glorias
del Internet y las redes sociales.
En fin, éstas son solamente algunas ideas. Ni
son todas y muy probablemente no sean las mejores.
La cuestión es que si como dicen algunos: la
historia nos muerde la nuca, debemos voltearnos y comerle la nuca a la
historia. Claro, todo esto hecho con gran serenidad y paciencia.
En ese proceso surgirán muchas experiencias de
las cuales aprender. Aquí sí que “florecerán
cien flores”, que representen cien o más formas de organización diversa. No
hay límites más que los que nos pongamos nosotros mismos.
En las palabras que recordamos de l@s compañer@s
del EZLN durante el festival de la Digna Rabia, se ubica lo fundamental de lo
que sería la nueva buena nueva: Sí, es verdad que el pueblo unido jamás será
vencido, pero siempre y cuando se entienda que será en la diversidad que se
construya el gran Nosotr@s que este país y el mundo necesita.
Por nuestro lado, finalmente, queremos decir que
desde el 1 de enero de 1994 decidimos que nuestro futuro estaba al lado de
nuestr@s herman@s y compañer@s zapatistas. Que no fuimos de los que buscaron
simplemente tomarse la foto en el momento en que los medios de comunicación, y
los que siempre persiguen la moda, acechaban a los dirigentes zapatistas, en
especial al Subcomandante Insurgente Marcos.
Y hoy, casi 20 años después de su gran
insurrección y 20 años después de que supimos que su rebelión era también la de
nosotr@s, les decimos compañer@s zapatistas: aquí estamos, aquí seguiremos,
buscando caminar con ustedes, hombro con hombro, como parte de la Sexta. Les decimos
que, efectivamente, nosotr@s también tenemos un objetivo muy modesto:
cambiar la vida, cambiar el mundo.
Por todo lo anterior y por muchas otras razones
y sinrazones, un grupo de hombres, mujeres, niñ@s, ancian@s, otr@s, hemos
decidido organizarnos, porque hemos entendido que la rebeldía organizada es uno
de los caminos, para nosotr@s el más importante, que sí nos llevan a dónde
queremos ir.
No a construir un camino único y sin obstáculos,
sino uno donde nos encontremos a much@s otr@s y podamos trabajar junt@s sin que
eso quiera decir que les digamos: “vengan
a éste, el bueno es éste”. Porque después de veinte años estamos
aprendiendo que los caminos se hacen andando, en la acción y no en debates
teóricos sin raíces prácticas.
Desde las visiones zapatistas del mundo, de
México y de la vida, buscamos generar un marco común, un refugio
habitable a nuestra rebeldía, una casamata que sea un punto de apoyo para poder
continuar con nuestra labor del viejo topo (o mejor: de un escarabajo llamado
Don Durito de la Lacandona) que corroe los cimientos del capital.
Por eso, nosotr@s, rebeldes e insumis@s,
manifestamos nuestra voluntad de caminar junto a l@s zapatistas y nuestro deseo
de ser sus compañer@s. Les decimos que vamos a poner todo el empeño en ello y
que, efectivamente, en la larga noche que ha sido lo que algunos llaman día,
tarde que temprano “noche será el día que
será el día”.
Afuera ya no es medianoche… ya se mira el
horizonte.
México, diciembre de 2013.
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