Publicado el 24/11/2013
“¿Qué
somos? Como esa es tu pregunta, te voy a responder. Somos este país, y no sería
nada sin nosotros, nada. ¿Quién siembra? ¿Quién riega los sembradíos? ¿Quién
cosecha? ¿Café, algodón, arroz, caña de azúcar, cacao, maíz, plátanos, las verduras y todas las
frutas, quién
las va cultivar sin no lo hacemos nosotros? Sin embargo somos pobres, es
verdad. Condenados a la mala suerte, miserables. ¿Pero sabes por qué es así, hermano?
Porque somos ignorantes. No comprendemos aún la fuerza que podríamos
representar- una sola fuerza- todos los campesinos, todos los negros del llano
y de la sierra, todos unidos. Algún día, cuando tengamos mayor sabiduría, nos
levantaremos desde un rincón del país hasta el otro. Convocaremos a una
Asamblea General de los Gobernadores del Rocío, una gran convivencia (coumbite)
de campesinos que arrasaremos con la pobreza y sembraremos una vida nueva” (Jacques Roumain, 1944: 106).
Cinco jóvenes de origen haitiano -una mujer y cuatro varones- fueron
liberados en Palenque, Chiapas el 18 de noviembre. Así culminó casi un mes de
detención injusta por el Instituto Mexicano de Migración, después de
interceptar el camión en que viajaban. Iban en búsqueda del asilo o refugio u
otras medidas de protección que les permitieran permanecer en México ante las
condiciones prevalecientes en su patria afro-caribeña. Mientras tanto fueron
recluidos en las instalaciones de la subdelegación del INM ubicadas en Palenque
–en el norte de Chiapas- “en condiciones
infrahumanas, con enfermedades y humillación” (La Jornada, 19 de noviembre). Uno de los
haitianos detenidos está aún recuperándose de un intento de suicidio en
respuesta a la insistencia de agentes migratorios en deportarlos.
Este tipo de maltrato es representativo del que
se le otorga de manera sistemática a los migrantes en tránsito en México, como
resultado de la subordinación de sus políticas migratorias a los imperativos de
la securitización, la militarización de las fronteras, y la criminalización de
los migrantes indocumentados. Todo esto incluye la externalización de las
políticas migratorias represivas de los Estados Unidos y su regionalización en
todo el continente, que en efecto implica la extensión de sus fronteras, como
reflejo del paradigma de “seguridad
nacional” impuesto desde el 11 de septiembre de 2001, a través del TLCAN,
el CAFTA, el Acuerdo para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte
(ASPAN), el Plan Colombia, y la Iniciativa Mérida. Nada de esto ha variado, y
al contrario se ha profundizado, en el tránsito entre las ilegitimidades compartidas
y convergentes de Calderón y Peña Nieto.
Normalmente asociamos este patrón recurrente de
violaciones de los derechos de migrantes con los de origen centroamericano- un
fenómeno persistente que se sigue agravando, con efectos especialmente indignantes
para las mujeres y los menores de edad- pero el caso de los 5 haitianos nos
recuerda que hay otros flujos más invisibles sometidos a los mismos abusos,
como los migrantes afrodescendientes e indígenas.
Se les han concedido permisos temporales de 20
días a Emmanuel Phano, de 22 años de edad; Yvenor Deralus, de 23 años; Dalida
Pierre, de 29; Julien Odil, de 23 y Jean Brandel Senat, de 24,mientras se
consideran sus peticiones de asilo o refugio, o para obtener una visa
humanitaria que autorice su permanencia por un período más extendido. Los
esfuerzos persistentes a su favor de Wilner Metelus, en nombre del Comité
Ciudadano en Defensa de los Naturalizados y Afromexicanos (CCDNAM), con el
apoyo del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas (“Frayba”), del Eje sobre Migración,
Refugio, y Desplazamiento Forzado del capítulo mexicano del Tribunal Permanente
de los Pueblos (TPP), y de la Secretaría del Tribunal Internacional de
Conciencia de los Pueblos en Movimiento (TICPM), entre otros, han logrado su
liberación. Metelus, también de origen haitiano, participó muy
activamente como miembro del jurado internacional convocado para la
pre-audiencia del TPP realizada en agosto dentro del marco de la conmemoración
del 3er aniversario de la Masacre de San Fernando.
Haití figura entre los países más pobres y más
desiguales de nuestra región, disputándose este lugar entre otros
semejantes como Honduras, Guatemala, Nicaragua, y Paraguay, según fuentes e
indicadores especializados manejados por entidades como el Banco Mundial, Banco
Interamericano de Desarrollo, CEPAL, etc. Haití ya figuraba a la cabeza
de esta lista antes del terremoto de 2010. Todos estos factores juntos
han fomentado condiciones estructurales que hacen imposible una vida digna
entre los sectores más pobres del país, y como resultado han generado flujos
masivos de migrantes haitianos por mar hacia Puerto Rico y Estados Unidos-
muchos de ellos interceptados y detenidos en los años 80 y 90 en la misma base
militar estadounidense de Guantánamo, en territorio cubano, dónde han estado
detenidos desde 2002 cientos de supuestos “terroristas”
capturados en las zonas de conflicto en Afganistán e Irak- y de manera
creciente, por tierra, hacia y a través de Centroamérica y México.
Las circunstancias prevalecientes en Haití
incluyen más de 200,000 personas desplazadas que siguen viviendo en las calles
de su capital, Puerto Príncipe, por los efectos del terremoto devastador de
enero de 2010 en que murieron decenas de miles más, en un escenario semejante al
que se está viendo en los últimos días a raíz del tifón Haiyán en Filipinas. A
este se suman los estragos del paso por la isla del huracán Sandy hace un año,
y los cientos de miles de haitianos afectados por la epidemia de cólera
propagada por la negligencia de las fuerzas de “paz” de la ONU.
Los migrantes haitianos también han sido
víctimas de la xenofobia y el racismo de sus vecinos de República Dominicana,
cuyo estado se ha empecinado en políticas discriminatorias contra cientos de
miles de dominicanos de origen haitiano y decenas de miles más de migrantes
haitianos cuya mano de obra sostiene la economía dominicana en sectores como el
corte de caña y la construcción. Estas políticas reflejan una historia
compleja de relaciones entre estos dos pueblos que comparten la isla bautizada
como “La Española” por sus amos
coloniales iniciales.
Después tuvieron que soportar, resistir, y
finalmente expulsar tanto al colonialismo español y francés como al
neo-colonialismo estadounidense, que incluyó la ocupación de Marines en
Haití entre 1915 y 1934, en República Dominicana entre 1916 y 1924, y una
invasión estadounidense adicional de República Dominicana, para suprimir una
rebelión popular masiva, en abril de 1965. Desde 1994 ha habido varias
intervenciones adicionales en Haití de tropas estadounidenses, brasileñas y
canadienses, entre otras, dentro del marco de operativos político “humanitarios” autorizados por la ONU y
la OEA.
Para muchos Haití ocupa un lugar muy marginal en
nuestra conciencia como latinoamericanos cuando pensamos en las dimensiones y
complejidades de nuestra región. Esta marginalidad actual, que refleja entre
otros factores una ceguera racista persistente en cuanto a los pueblos
afrolatinoamericanos y su centralidad en nuestra historia y cultura, contrasta
fuertemente con los aportes fundamentales del pueblo haitiano a nuestros
orígenes como pueblos libres.
La revolución haitiana de 1791, cuyos
protagonistas fueron esclavos de origen haitiano bajo el liderazgo de Toussaint
Louverture, fue la primer rebelión de esclavos en el mundo que logró el
establecimiento permanente de un estado libre*, culminando en la primer
abolición de la esclavitud en el mundo, y constituyó además la primera
revolución anti-colonial exitosa en América Latina y el Caribe. Simón
Bolívar recibió apoyo clave, estratégico, incluyendo tanto refugio como
financiamiento, armas, y tropas, del Presidente haitiano Alexandre Petión
en 1815, durante uno de los momentos más difíciles de su gesta libertaria
contra los españoles; este apoyo además influyó en el compromiso de Bolívar con
la liberación inmediata de esclavos al incorporarse a su ejército, y con los
pasos previos necesarios para iniciar la abolición de la esclavitud a escala
continental. No hubiera sido posible el triunfo bolivariano contra España sin
este apoyo.
Historiadores y escritores afro-caribeños como
CLR James, de Trinidad, en su libro clásico Jacobinos negros (1962), el
poeta y dramaturgo francófono Aimé Césaire de
Martinica, y el poeta y novelista haitiano Jacques Roumain (inspirador y
colaborador de Nicolás Guillén y Langston Hughes, que murió en México en 1944,
donde completó dos de sus obras más influyentes, y fungía como diplomático)
además han documentado como fue la revolución haitiana la que radicalizó la revolución
francesa, mediante la universalización de sus demandas de liberación humana.
James, Césaire, y Roumain todos fueron además activistas políticos y
militantes comunistas.
México tiene sus propias dimensiones- y tareas-
en este escenario por la importancia de la presencia de esclavos de origen
africano en su configuración como pueblo, y por aportes como la rebelión
precursora de esclavos de Yanga en Veracruz. Uno de los temas pendientes en
este contexto, señalado por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en sus
recomendaciones dentro del marco del proceso de Examen Periódico Universal
(EPU), es el reconocimiento de los Afro-mexicanos como pueblo, y de sus
derechos culturales y territoriales, como se ha hecho en el contexto de los
afro-colombianos y en Venezuela, Ecuador y Bolivia.
Hoy la lucha por el respeto al derecho al libre
tránsito y permanencia de nuestra hermana haitiana Dalida y nuestros hermanos
Emmanuel, Yvenor, Julien, y Jean le da continuidad a los compromisos y
reflexiones de voces como las de CLR James, Aimé Césaire, y Jacques Roumain, y
sus antecedentes históricos. Hoy como ayer tenemos un deber de solidaridad y
hospitalidad con ella y con ellos, como la que asumió Petión con Bolívar, en
aras de nuestra propia humanidad.
(*) Hubo
antecedentes importantes desde el siglo 16 de comunidades libres fundadas por
esclavos fugados o en rebelión como los quilombos en Brasil (Palmares fue el de
mayor extensión y duración), las de los cimarrones en Cuba, Jamaica, y Puerto
Rico, la de Yanga en Veracruz, y de pueblos como Palenque San Basilio en
Colombia, que a su vez fue el origen del término “palenquero” para describir a africanos libres, y hoy a las mujeres
afrocolombianas -“palenqueras”-
renombradas por su belleza y altivez que venden frutas en las playas de
Cartagena; curiosamente la etimología del nombre “Palenque” se asocia específicamente con comunidades fortalecidas
de africanos armados, libres en toda América Latina.
Fuentes:
[1] Roumain, Jacques (1943) Gobernadores
del rocío. Biblioteca Ayacucho.
[2] Elio Enríquez, (19 de noviembre, 2013) La Jornada. “Otorga INM permiso temporal a 5 haitianos; piden visa humanitaria”.
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