Jueves,
19 de septiembre de 2013
Vivió en carne propia la
violencia machista, el padre de sus hijos la golpeaba, la situación se tornó
insoportable para ella. Con tan sólo 24 años de edad, la pobreza y
la injusticia la expulsaron de Corinto, Honduras. Con el corazón roto dejó a
sus hijos a cargo de la abuela. Emprendió un camino incierto y peligroso para
cualquier ser humano que se ve obligado a huir de su tierra por culpa de la
miseria y de la violencia estructural; mucho más peligroso para ella, una mujer
centroamericana sin permiso para entrar a México.
Llegó
a territorio mexicano, cansada y enferma, el viaje no le fue fácil, no es fácil
viajar de “ilegal”. El cuerpo le
dolía, no sabía si por la fiebre o de tanto caminar. Sentada con otros
compañeros de viaje, igual de cansados que ella, vio a un extraño acercarse. Le
preguntaron al hombre extraño cuanto faltaba para llegar a Tenosique; éste con
engaños logró llevársela con él. Le ofreció un sitio para descansar, sin
embargo, lo único que obtuvo de aquel extraño fue una pesadilla.
La
amenazó, le dijo que ahí pagarían muy bien por ella, una centroamericana muy
bonita, no faltaría quien quisiera comprarla. Comprarla, como se compra
cualquier mercancía.
La
maltrató, con sus manos apretó su rostro, le hizo daño; pero después vino lo
peor. La obligó a quitarse la ropa. La violó. Violación, la historia de miles
de centroamericanas que cruzan la frontera en búsqueda del sueño americano, sin saber que antes de alcanzarlo deben pasar por
la pesadilla mexicana.
Después
de violarla, la llevó a su casa, no sin antes amenazarla para que no dijera
nada. Sin embargo, en un descuido ella logró escapar; consiguió que alguien la
llevara al albergue. La 72, un pequeño sitio donde pudo descansar, y
sentirse un poquito segura.
Llegó
asustada, pasaron 3 días antes de que pudiera decir lo que había sucedido. Le
brindaron ayuda, los frailes a cargo del albergue la llevaron a un hospital y
después al Ministerio Público para poner una denuncia. Sin embargo, esto no
sirvió de mucho, la negligencia de las autoridades tabasqueñas la pusieron en
peligro. Cuando la llevaron a que reconociera el lugar donde había sido
violada, los agentes permitieron que los familiares del violador la vieran y
supieran donde estaba.
Aunque
el violador se encontraba detenido, las amenazas, ahora por parte de la familia
del violador, continuaban; iban a buscarla al albergue para intimidarla.
A
los pocos días su violador quedó en libertad, le pregunté por qué había
sucedido esto, me contestó que no lo sabía.
La
justicia en nuestro país se vende al mejor postor, es por esto que un
violador puede conseguir salir libre a pesar de haber sido denunciado por
su víctima. Una mujer, centroamericana, pobre, que no representa votos para
ningún político, que no dejará remesas en México ¿A quién le importa lo que le
suceda? Una centroamericana pobre, en México vale menos que nada.
“Gracias” a lo que le sucedió,
consiguió que Migración le concediera un permiso temporal para llegar a San
Luis Potosí, ahí le esperan unas personas que pueden ayudarla. Me platicó uno
de los frailes, que para que Migración pueda otorgar permisos especiales o
visas humanitarias, es necesario que a las y los migrantes les suceda alguna
tragedia en territorio mexicano, y a veces, ni siquiera así se les otorga.
Mientras
platicamos me dice que tiene miedo, que quiere olvidar la pesadilla que vivió,
tiene miedo de salir a la calle y que vuelva a suceder. Me cuenta que por las
noches llora.
Piensa
en los hijos que dejó en Honduras, respira y se queda pensativa, supongo que su
mente se dirige a su país, con su gente.
Le
pregunto sobre sus metas, ella me responde que quisiera llegar a San Luis
Potosí, pues ahí se encuentran unas personas que pueden ayudarla. Me
cuenta también que sueña con ser enfermera, al decir esto sus ojos vuelven a
brillar. Me dice que le gustaría traer a sus hijos, que quisiera regresar al
albergue que le salvó la vida, pero convertida en una enfermera, para poder
ayudar a otros y otras que ingresan a México desde Centroamérica, huyendo de la
delincuencia o de la pobreza.
Al
siguiente día se acerca a mí, me dice que ya se va, que ha llegado el momento
de partir, me da un abrazo, abraza también a uno de los voluntarios. Nos da las
gracias. Su mirada luce tranquila, sus ojos brillan, me dice con voz serena que
nunca nos olvidará, tampoco olvidará a los frailes que la ayudaron. Nos promete
que regresará, pero convertida en enfermera.
Se
dirige a la salida del albergue, la centroamericana se aleja, tranquila, con su
mochila llena de ilusiones. La centroamericana se va, deja atrás su pesadilla,
una pesadilla que todos los días se repite, una pesadilla que a diario viven
las mujeres que atraviesan el territorio mexicano en busca de un futuro mejor,
futuro que en sus países les ha sido negado.
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