Movimiento magisterial: resistencia civil enérgica frente a la estrategia de satanización de la disidencia
Fuente: Colectivo La
Digna Voz, 11-09-2013
Resistencia civil enérgica. Es acaso la
expresión más alentadora que se escucha o lee en la prensa alternativa, en las
arengas de las cabezas visibles del movimiento magisterial, en la coyuntura de
reconstitución de la vetusta dictadura cleptocrática. Expresión que además
difiere radicalmente con el unívoco triunfalismo de la clase política,
entrampada en un festín de autocomplacencia apoteósica. No son pocos los que
aún consideran inocentemente que la reforma en materia educativa responde a la
necesidad de optimizar la calidad de la educación. Al igual que el cacofónico
discurso de la “calidad de la democracia”,
el facsímil verborreico de la “calidad de
la educación” aspira a abolir la discusión en torno a la cuestión
educativa, y a extraviar la atención ciudadana en lo referente a los aspectos
que la semiósfera reformista no atiende, o que atiende sólo colateralmente: a
saber, el sentido-valor de la educación, la función social de la instrucción,
la condición del educador en relación con el educando. Todas estas aristas
cruciales quedan invalidadas cuando el oficialismo invoca artificiosamente la “calidad de la educación”. Aquí el
término “calidad” no refiere a un “conjunto de propiedades”; más bien
encierra una connotación consustancial con el lexicón empresarial anglosajón: a
saber, “no-inferioridad” o “superioridad”. De esta forma, los
impulsores de la reforma blindan e impermeabilizan la iniciativa, confiriéndole
un valor a priori a la nueva política educativa –hipotéticamente superior–, e
inescapablemente implicando a los opositores de la reforma en una trama en la
que figuran como “enemigos de la calidad”
o el progreso educacional. Eficaz estrategia de satanización de la disidencia:
demoniza infraganti a todo el que no comulga con la reforma. En este ardid
lingüístico se incuba la represión.
Tras la
reciente aprobación de la ley del servicio profesional docente, los medios de
comunicación han priorizado la cobertura de entrevistas selectivas,
insistentemente dando voz a los ciudadanos que respaldan la versión
presuntamente “retrógrada” de la
oposición. A menudo se escucha decir que el maestro sabotea la iniciativa
gubernamental por temor a perder sus privilegios-canonjías sindicales, y que el
sentido “modernizador” de la reforma
felizmente contraviene el interés egoísta-conformista-inferior del gremio.
Adviértase como la prensa dispone el terreno para la represión, previendo acaso
un eventual fracaso en la administración del conflicto. En este truculento
metarrelato, el maestro no es maestro: es un enemigo de la calidad-superioridad
de la educación. Si la sed de represión contra el magisterio se llegara a
efectuar, se dirá que el estado actuó no contra el gremio magisterial, sino
contra una horda de saboteadores del progreso educativo.
La “calidad” es tan sólo el correlato de la
“tolerancia” que en 2012 predicaran
los órganos electorales. Quien disiente con la política electoral es un “intolerante”; quien se opone a la
lesiva reforma educativa, un “enemigo de
la calidad”.
Fast track:
política al vapor, gobierno corruptor
En
relación con la reforma, y tras el desahogo expedito del procedimiento
legislativo, Manuel Bartlett apuntó: Ni el dictador chileno Augusto Pinochet “legislaba tan rápido”. Tal y como lo
habíamos anticipado, el pleno senatorial aprobó la reforma con un mayoría
avasallante: 102 votos a favor (entre los que destacan cinco senadores de la
fantasmal oposición) y solo 22 en contra.
En medio de un aparatoso dispositivo policiaco, y bajo un
sitio comunicacional con vocación falsaria, los representantes de la OCDE, el
FMI, la Coparmex, las bancas nacionales e internacionales, aprobaron casi
unánimemente la reforma educativa. Afuera de la sede parlamentaria, en calidad
de ostracismo político, los recipientes-destinatarios de la reforma dialogaban
con las vallas metálicas que impedirían su participación en el proceso decisor.
Un proceso que a juicio de no pocos analistas hace retroceder más de medio
siglo la rueda de las conquistas laborales en México.
Ahora, con la aprobación de la reforma, se dice que el
estado podrá evaluar a los maestros conforme a los criterios que, presumimos,
rigieron la deficitaria educación del actual ocupante de los pinos,
inaugurando, según los panegiristas de la reforma, la transformación educacional
que apunta a la calidad (sic) u optimización de la instrucción escolar. La
calidad, como los méritos, sólo se reclama a los eslabones más vulnerables de
la sociedad. Cabe preguntarse cuando se inaugurarán mecanismos para la
evaluación-medición de los funcionarios públicos. En este rubro, no obstante,
la propuesta de solución oficialista es la incorporación de la figura de
reelección (que múltiples facciones partidarias impulsan), nunca la evaluación
punitiva. El gran corruptor, con sed de perpetuidad, se auto confiere la
facultad de perseguir la corrupción menor-colateral que éste mismo engendra y
reproduce.
Emilio Chuayffet o la educación
La
recién aprobada ley del servicio profesional docente es tan sólo complementaria
con la reforma suscrita el pasado 7 de febrero de 2013 (un día antes del
levantón de La maestra, Esther Gordillo). En aquella oportunidad
esbozamos una interpretación de la reforma que ahora cobra mayor proximidad y
verosimilitud, y que vale la pena recordar, pues allí se condensa el sentido de
la nueva política educativa y las razones efectivas e históricas de la
iniciativa reformista:
La reforma educativa busca retirar a los
maestros la prerrogativa de elaborar programas o planes de estudio e imponer un
ethos consustancial con las demandas del mercado, donde el sentido ético de la
educación someta a ésta a condición de medio para perseguir un fin, aquel de
facilitar la ganancia de un individuo o sostenedor. Las pruebas estandarizadas
de evaluación magisterial, usurpan la libertad de cátedra, reduciendo al
profesorado a una mera “correa de transmisión”: su labor se limita a proveer
respuestas para los exámenes, ya no preguntas referentes a la vida o realidad
del alumno: fórmula integral para la formación de ciudadanos complacientes e
imbéciles consumidores. En la llamada “autonomía de gestión” se incuba la
privatización, por un lado, y la guetificación, por otro, de la educación. Esta
“autonomía” frente a ciertos órganos gubernamentales aspira a incrementar la
participación de “organizaciones sociales y privadas”. Para el caso de México,
donde “organizaciones sociales y privadas” equivale a “empresarios”, la
autonomía presupone la progresiva privatización de las instituciones
educativas. Además, el desplazo de un órgano central que regule universalmente
el comportamiento infraestructural de las escuelas (en esto consiste la
“autonomía de gestión”), conducirá al agudizamiento de las desproporciones
materiales, presupuestarias e instructivas, ya de por sí profundas, entre los
centros educativos a los que asisten los hijos de pudientes y los guettos-escuelas
a los que asisten los hijos de las familias más pobres. Como en Estados Unidos,
la segregación socioespacial en los recintos académicos alcanzará niveles
inéditos.
Resistencia civil enérgica
El
conflicto magisterial va a escalar. Y va a escalar porque ya no es sólo un
asunto entre maestros inconformes y autoridades. A la movilización magisterial
encabezada por la CNTE y una vasta gama de organizaciones sindicales, se han
sumado los trabajadores en paro de Mexicana de Aviación, los más de 16 mil
electricistas pertenecientes al Sindicato Mexicano de Electricistas que no han
sido liquidados, miles de jóvenes integrantes del M-132, el movimiento en
defensa del petróleo, múltiples colectivos, asociaciones civiles y ciudadanos
independientes que advierten el amplio alcance de la reforma en cuestión, así
como la necesidad de configurar una resistencia civil enérgica que frene la
política de desmantelamiento de derechos, que tarde o temprano a todos va a
alcanzar.
Martin Niemoller, pastor protestante, alguna vez lamentó: “Primero vinieron a buscar a los comunistas
y no dije nada porque yo no era comunista. Luego vinieron por los judíos y no
dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalistas y no
dije nada porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los católicos y no
dije nada porque yo era protestante. Luego vinieron por mí pero, para entonces,
ya no quedaba nadie que dijera nada”.
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